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Insisto y Resisto

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(ir)- Un Agosto para Trotsky*-León Trotsky*: En defensa del marxismo

14 de agosto de 2022 por tali Leave a Comment

Durante este mes de agosto 2022, mes en que se recuerda y conmemora el asesinato de León Trotsky, dedicaremos un espacio en nuestra página para resaltar y publicar hechos, eventos, documentos, artículos y biografías referidas a su pensamiento político y el de los revolucionarios y las revolucionarias que durante décadas le acompañaron en la incansable tarea de luchar por la vigencia de las ideas y propuestas marxistas y/o ecosocialistas que nos puedan salvar de la barbarie capitalista.

León Trotsky*

 14/8/2022

 Nota (ir): Este libro fue editado originalmente el 12 Agosto 1940

Este libro se considera correctamente como uno de los mejores clásicos de Trotsky. Es el producto de una aguda polémica dentro del movimiento trotskista estadounidense en el período de 1939-40. Esta fue una disputa que tocó los mismos fundamentos del marxismo. Fue por ello que Trotsky participó en el debate en forma de una serie de artículos y cartas que se recogen en este volumen. Los temas tratados se refieren a la esencia de la teoría marxista y tratan cuestiones tales como la naturaleza de clase del Estado soviético, la defensa de la Unión Soviética contra el ataque imperialista, los principios de organización bolchevique, así como una explicación del materialismo dialéctico que es la base filosófica del marxismo.

Disponible para descargar en:

 PDF

 libro electrónico

Esta obra ha sido tomada de la edición digital de Titivillus con agregados del Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx. Para esta edición hemos revisado la traducción del texto y añadido varios párrafos que habían sido omitidos de todas las ediciones españolas existentes.


Índice

Prólogo (por Rob Sewell)

Carta a James P. Cannon

La URSS en guerra

Carta a Sherman Stanley

Una y otra vez sobre la naturaleza de la URSS

El referéndum y el centralismo democrático

Carta a Sherman Stanley

Carta a Max Shachtman

Carta a James P. Cannon

Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)

Carta a John G. Wright

Carta a Max Shachtman

Cuatro cartas a la Mayoría del Comité Nacional

Carta a J. Hansen

Carta abierta al camarada Burnham

Carta a James P. Cannon

Carta a Farrell Dobbs

Carta a John G. Wright

Carta a James P. Cannon

Carta a William F. Warde

Carta a Joseph Hansen

De un arañazo al peligro de gangrena

Carta a Martín Abern

Dos cartas a Albert Goldman

¡Volved al partido!Ciencia y estilo

Carta a James P. Cannon

Carta a Joseph Hansen

Tres cartas a Farrell Dobbs

Los moralistas pequeñoburgueses y el partido proletario

Balance de los acontecimientos en Finlandia

Carta a James P. Cannon

Carta a Albert Goldman

Sobre el partido obrero

Carta a Albert Goldman

Carta a Chris AndrewsAnexos

Una vez más: la Unión Soviética y su defensa

¿Ni un Estado Obrero ni un Estado Burgués?


Prólogo

Rob Sewell

Este libro se considera correctamente como uno de los mejores clásicos de Trotsky. Es el producto de una aguda polémica dentro del movimiento trotskista estadounidense en el período de 1939-40. Esta fue una disputa que tocó los mismos fundamentos del marxismo. Fue por ello que Trotsky participó en el debate en forma de una serie de artículos y cartas que se recogen en este volumen. Los temas tratados se refieren a la esencia de la teoría marxista y tratan cuestiones tales como la naturaleza de clase del Estado soviético, la defensa de la Unión Soviética contra el ataque imperialista, los principios de organización bolchevique, así como una explicación del materialismo dialéctico que es la base filosófica del marxismo.

Después de la Revolución de Octubre de 1917, los trabajadores con conciencia de clase de todas partes se unieron en defensa del joven Estado dirigido por trabajadores. Este fue claramente el primer deber de todos los comunistas a nivel internacional, luchar contra el ataque imperialista. La Oposición de Izquierda de Trotsky, establecida en 1923, no fue una excepción. La defensa de la Unión Soviética, a pesar de las distorsiones y crímenes del régimen de Stalin, fue primordial. Incluso a principios de la década de 1930, cuando Trotsky cambió su posición de la reforma del estado soviético a la necesidad de una revolución política, la defensa de la URSS contra la agresión imperialista seguía siendo una parte esencial del programa.

Sin embargo, esta posición fue desafiada posteriormente por ciertos trotskistas estadounidenses en la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores tras la ola de histeria antisoviética que rodeó el pacto Stalin-Hitler de agosto de 1939.

El Partido Socialista Obrero (SWP) fue fundado en 1938. Tenía sus raíces en el nacimiento del trotskismo estadounidense una década antes, después de que James P. Cannon y un grupo de pensadores fueran expulsados del Partido Comunista de Estados Unidos. Si bien el SWP tenía ciertos puntos de apoyo en la clase trabajadora y lideró la histórica huelga de los Teamsters en Minneapolis en 1934, había atraído a una gran capa de miembros que no habían sido educados en las ideas del bolchevismo. Muchos habían salido del Partido Socialista y carecían de una tradición marxista revolucionaria. Aunque muchos eran buenos miembros, no habían desarrollado una perspectiva de clase proletaria y tendían a reflejar las presiones de la «opinión pública». Con la estampida que rodeó al pacto Stalin-Hitler, muchos dentro del partido comenzaron a cuestionar el carácter de la Unión Soviética.

Esto llevó a un intento de revisar la posición del partido sobre la defensa de la URSS. Una parte de la dirección en torno a James Burnham, editor de la revista teórica del partido, presentó un documento titulado: «Sobre el carácter de la guerra» el 5 de septiembre de 1939, poco después de la firma del pacto. Donde dice:

«Es imposible considerar a la Unión Soviética como un Estado Obrero en sentido alguno (…) La intervención soviética (en la guerra) estará totalmente subordinada al carácter imperialista general del conflicto en su conjunto; y de ningún modo será una defensa de los restos de la economía socialista».

Este fue un intento de abandonar la defensa de la URSS en el mismo estallido de la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que esto era más urgente que nunca.

En una semana, Trotsky escribió una carta en la que exponía las amplias implicaciones de la posición de James Burnham:

«se ha extinguido todo el potencial revolucionario del proletariado, a nivel mundial, que el movimiento socialista está en bancarrota y que el viejo capitalismo se está autotransformando en ‘colectivismo burocrático’, con una nueva clase dominante” (Véase en la presente obra “Carta a James P. Cannon”). 

Los elementos de la clase media dentro de la dirección del SWP se habían visto afectados por presiones externas. Esto los llevó a desafiar las tradiciones y principios básicos del movimiento marxista. Un grupo dirigente, encabezado por James Burnham, Max Shachtman y Martin Abern, comenzó una lucha de siete meses. Este desafío fue, en palabras de Trotsky, “un intento de desacreditar, rechazar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento”. (Véase en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”). La disputa finalmente conduciría a una escisión en el movimiento trotskista, donde un cuarenta por ciento de los miembros se iría para formar el Partido de los Trabajadores.

Trotsky, que había estado viviendo en el exilio en Ciudad de México, colaboró con la agrupación mayoritaria en torno a James P. Cannon para defender las posiciones tradicionales del partido. Para ellos, la defensa de la URSS fue fundamental. Esto, sin embargo, iba de la mano con la necesidad de una revolución política que reemplazara el régimen estalinista por un régimen basado en una auténtica democracia obrera, como lo fue bajo la dirección de Lenin y Trotsky.

El 25 de septiembre, Trotsky escribió una contribución titulada «La URSS en guerra», que iba al meollo del asunto.

«Comencemos por plantear la cuestión de la naturaleza del Estado soviético, no en el plano sociológico abstracto, sino en el plano de las tareas políticas concretas. Admitamos por un momento que la burocracia es una nueva clase, y que el régimen actual en la URSS es un sistema especial de explotación de clases. ¿Qué conclusiones políticas nuevas podemos extraer de estas definiciones? La Cuarta Internacional hace mucho tiempo reconoció la necesidad de derribar a la burocracia a través de una insurrección revolucionaria de los trabajadores. Nada más es propuesto o puede ser propuesto por esos que proclaman que la burocracia es una clase explotadora. La meta buscada por el derrocamiento de la burocracia es el restablecimiento del dominio de los soviets, expulsando de ellos a la burocracia actual. Nada diferente es propuesto o puede ser propuesto por los críticos de izquierda. Es la tarea de los soviets regenerados colaborar con la revolución mundial y la construcción de una sociedad socialista. El derrocamiento de la burocracia presupone, por tanto, la preservación de la propiedad estatal y de la economía planificada. Aquí está el meollo de todo el problema.» (Véase en la presente obra, “La URSS en guerra”)

Trotsky intentó eliminar las diferencias terminológicas y secundarias y concentrarse en lo esencial del problema. Independientemente de cómo se pueda describir el carácter de clase de la URSS, ¿qué diferencia haría esto en las políticas que se siguen dentro de la URSS? La oposición no respondió a esta pregunta y, en cambio, planteó toda una serie de «preguntas concretas» en un intento de ampliar la disputa.

La oposición dentro del SWP fue ciertamente heterogénea, consistente en tres tendencias separadas. Uno fue dirigido por James Burnham, profesor de filosofía en la Universidad de Nueva York, quien fue el principal teórico de la oposición y articuló gráficamente su carácter antimarxista. Más tarde alcanzaría la fama como autor de The Managerial Revolution (La Revolución Gerencial) y notoriedad como defensor del uso de armas atómicas contra la URSS. La Revolución Gerencial se basó en teorías reaccionarias similares presentadas por Bruno Rizzi en su libro El burocratismo del mundo, al que se refiere Trotsky en este volumen. Martin Abern, cofundador del trotskismo estadounidense, encabezó un grupo que no estaba de acuerdo con las opiniones de Burnham, pero estaba obsesionado con la eliminación del «régimen» de Cannon de la dirección. Max Shachtman, un talentoso escritor y cofundador del movimiento, asumió una posición independiente entre Burnham y las visiones ortodoxas del trotskismo.

Las dos últimas tendencias no estaban preparadas, por el momento, para basarse firmemente en la política de Burnham. Esto dio lugar a un bloque sin principios, que evitaba los principios básicos y deseaba limitar la discusión a cuestiones inmediatas. Como consecuencia, Burnham retiró cínicamente su documento del 5 de septiembre para ayudar a cimentar su bloque con las otras tendencias. A partir de este punto, la oposición se propuso desafiar, de manera liviana, toda una serie de puntos sobre la teoría marxista.

En su artículo titulado «De un arañazo al peligro de la gangrena», Trotsky explicó que estos puntos de vista revisionistas habían estado germinando dentro del movimiento estadounidense durante varios años. La histeria de la Segunda Guerra Mundial simplemente había llevado las cosas a un punto crítico. El pacto de Stalin con Hitler permitió a las tropas rusas invadir Polonia y Finlandia. Esto resultó en una ola de propaganda antisoviética que generó pánico en toda la clase media progresista, el medio social con el que los miembros intelectuales del SWP estaban más en contacto. La defensa de la Unión Soviética en tales condiciones se volvió imposible para tales personas. Pronto, Burnham y Shachtman estaban hablando de un «Tercer Campo» entre Washington y Moscú, lo que Trotsky describió como «el campo de la pequeña burguesía en estampida».

Desafortunadamente, una de las principales debilidades del trotskismo estadounidense, como en los primeros años del trotskismo británico, fue su bajo nivel político y teórico. A esto se sumaba el hecho de que, como explicó Trotsky:

“una generación revolucionaría que, debido a una especial coyuntura histórica, se ha desarrollado fuera del movimiento obrero. He escrito más de una vez, en ocasiones anteriores, del peligro de degeneración al que están sometidos estos valiosos elementos, a pesar de su devoción a la causa revolucionaria. Lo que fue en su tiempo una característica inevitable de la adolescencia se ha convertido en hábito. El hábito ha llegado a ser enfermedad. Si la enfermedad no se cuida, puede ser fatal. Para evitar este peligro, es preciso abrir, conscientemente, un nuevo capítulo en la vida del partido. Los periodistas y propagandistas de la IV Internacional deben abrir un nuevo capítulo en su propia conciencia. Es necesario rearmarse” (véase en esta obra, “De un arañazo al peligro de gangrena”).

El desdén de la oposición por la teoría, especialmente el materialismo dialéctico, que sustenta toda la perspectiva del marxismo, resultó desastroso. Su incapacidad para comprender el método marxista llevó inevitablemente a depender del pragmatismo y el empirismo burgués. Esta era la más grande preocupación de Trotsky y ocupó un lugar destacado en sus contribuciones al debate del SWP. «La discusión ha revelado que amplios círculos del partido carecen de educación teórica de base», declaró. «Para ello, es necesario llevar la discusión al nivel teórico en el que se basa el partido» (Ibidem).

El desarrollo del trotskismo estadounidense durante la década de 1930 fue una tarea difícil, dadas las dificultades objetivas del momento. Frente al trasfondo de las derrotas internacionales de la clase obrera, la pesadilla de los juicios de Moscú y la inminente guerra mundial, el desarrollo del movimiento revolucionario enfrentó muchos obstáculos, entre ellos la dificultad de penetrar en la clase obrera y sus organizaciones. El movimiento trotskista estaba luchando contra la corriente, un hecho que Trotsky ciertamente reconoció:

“Estamos en un pequeño bote en medio de una tremenda corriente. Hay cinco o diez botes. Si uno se hunde decimos que se debió a un mal timonel. Pero la razón no fue ésa sino que la corriente era demasiado fuerte. Es la explicación más general; nosotros, la vanguardia de la vanguardia, nunca deberíamos olvidarlo para no caer en el pesimismo. Luego, este clima crea grupos de elementos especiales que se nuclean en torno a nuestras banderas. Hay gente valiente a la que no le gusta nadar contra la corriente; es su carácter. También hay elementos inteligentes pero de mal carácter, que nunca fueron disciplinados, que siempre buscan una tendencia más radical o más independiente y se encuentran con la nuestra, pero todos ellos son más o menos extraños a la corriente general del movimiento obrero. Su valor tiene, inevitablemente, un aspecto negativo. El que nada contra la corriente no está ligado a las masas. Asimismo, en sus comienzos, la composición social de todo movimiento revolucionario no es obrera. Son los intelectuales, los semiintelectuales o los trabajadores conectados con los intelectuales los que no se conforman con las organizaciones existentes.” 

«Estamos en un pequeño bote en medio de una tremenda corriente. Hay cinco o diez botes. Si uno se hunde decimos que se debió a un mal timonel. Pero esa no fue la razón, fue porque la corriente era demasiado fuerte. Es la explicación más general; nosotros, la vanguardia de la vanguardia, nunca deberíamos olvidarlo para no caer en el pesimismo. Hay elementos valientes a los que no le gusta nadar contra la corriente; es su carácter. También hay elementos inteligentes pero de mal carácter, que nunca fueron disciplinados, que siempre buscan una tendencia más radical o más independiente y se encuentran con la nuestra, pero todos ellos son más o menos extraños a la corriente general del movimiento obrero. Su valor tiene, inevitablemente, un aspecto negativo. El que nada contra la corriente no está ligado a las masas. Asimismo, en sus comienzos, la composición social de todo movimiento revolucionario no es obrera. Son los intelectuales, semi-intelectuales o trabajadores relacionados con los intelectuales los que están insatisfechos con la organización existente. (…)”

“Todos nosotros tenemos una actitud muy crítica ante la composición social de nuestra organización, que debemos cambiar; pero tenemos que entender que esta composición social no cayó del cielo sino que fue determinada por la situación objetiva y por nuestra misión histórica en este período” (“Luchando contra la corriente” en, León Trotsky, 1977, Escritos (1929-1940): Vol. V. Pluma).

En estas circunstancias, era aún más importante mantener los principios y las conquistas del movimiento marxista frente a los intentos de revisionismo y retrocesos teóricos. Era fundamental enfrentarse a la clase trabajadora en los sindicatos, fábricas y lugares de trabajo. Sobre todo, era fundamental llevar a cabo una lucha decidida contra las influencias burguesas dentro del movimiento, que reflejan las presiones del capitalismo sobre la organización revolucionaria. Estas difíciles condiciones objetivas, que estaban presentes en todos los países capitalistas avanzados, fueron especialmente duras en países como Estados Unidos (y Gran Bretaña) dominados por sus largas tradiciones antiteóricas, especialmente el pragmatismo y el empirismo.

Tan pronto como Trotsky puso un pie en las Américas, expresó estas preocupaciones. George Novack y Shachtman conocieron a Trotsky cuando llegó a México. Novack, quien se convirtió en secretario de Trotsky, recordó sus conversaciones:

“10 de enero de 1937: el día después de que Trotsky y su esposa Natalia aterrizaran en México. Su grupo estaba en el tren privado vigilado por tropas enviadas por el Ministro de Comunicaciones para asegurar su salvoconducto desde Tampico a la Ciudad de México. Aquella soleada mañana, Shachtman y yo nos sentamos con Trotsky en uno de los compartimentos, informando al exiliado de lo que había sucedido durante su viaje forzoso desde Noruega”.

“Nuestras discusiones se deslizaron en el tema de la filosofía en el que, se le informó, yo tenía un interés especial. Hablamos de las mejores formas de estudiar el materialismo dialéctico, sobre El materialismo y empiriocriticismo de Lenin y del atraso teórico del radicalismo norteamericano. Trotsky sacó a relucir el nombre de Max Eastman, quien en varias obras había polemizado contra la dialéctica como un resabio idealista sin valor de la herencia hegeliana del marxismo”.

“Se puso tenso, agitado. ‘Al regresar a Estados Unidos’, instó, ‘ustedes, camaradas, deben emprender de inmediato la lucha contra la distorsión y el repudio de Eastman del materialismo dialéctico. Nada es más importante. El pragmatismo, el empirismo es la mayor maldición del pensamiento estadounidense. Debes vacunar a los camaradas más jóvenes contra su infección’» (W.F. Warde, ‘Trotsky’s Views on Dialectical Materialism’, International Socialist Review, 1960, p. 111.).

Max Eastman y otros intelectuales radicales se habían sentido atraídos por el movimiento trotskista a finales de la década de 1920. De hecho, el trotskismo estaba bastante de moda entre ciertos sectores de la intelectualidad en ese momento. Sin embargo, tenían una cosa en común: todos repudiaron el materialismo dialéctico. Toda su perspectiva estaba saturada de pragmatismo de «sentido común». Estos círculos radicales, que podían ser amigos de la URSS cuando coqueteaban con las «democracias» aliadas, de repente entraron en un frenesí por el pacto Stalin-Hitler. Con la guerra que se acercaba, se alinearon fielmente detrás de su clase dominante patriótica. Esta repulsión tuvo su reflejo directo dentro del SWP con el surgimiento de la oposición Burnham-Shachtman-Abern.

A pesar del consejo de Trotsky, le correspondía a él responder directamente a los ataques revisionistas de la oposición. Mientras Burnham y compañía intentaron desviar el argumento de la naturaleza de clase de la Unión Soviética a «cuestiones concretas», Trotsky trató de devolver el debate a la importancia del método marxista. Sin un método correcto, no sería posible comprender nada, y mucho menos las cuestiones en disputa. En su siguiente gran contribución a la discusión, “Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero”, Trotsky, entre otras cosas, esbozó las características esenciales de la oposición:

«Como cualquier grupo pequeñoburgués dentro del movimiento socialista, la oposición actual se caracteriza por las siguientes características: una actitud desdeñosa hacia la teoría y una inclinación hacia el eclecticismo; falta de respeto a la tradición de su propia organización; ansiedad por la «independencia» personal a expensas de la ansiedad por la verdad objetiva; nerviosismo en lugar de coherencia; disposición para saltar de una posición a otra; falta de comprensión del centralismo revolucionario y hostilidad hacia él; y finalmente, la inclinación a sustituir la disciplina partidaria por los lazos de camarilla y las relaciones personales»  (Ver en la presente obra, “Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)”).

La minoría pequeñoburguesa exigió total libertad para criticar cualquier cosa y en todo momento con el fin de exponer la «degeneración burocrática de la dirección». En cada ocasión protestaron contra el «centralismo excesivo» del régimen. Trotsky respondió:

“Es usted incapaz de ver que nuestra sección americana no está enferma por un exceso de centralismo —da risa hasta oír hablar de ello—, sino de un monstruoso abuso y distorsión de la democracia, por parte de los elementos pequeñoburgueses. Este es el origen de la crisis actual (…)”.

“Los elementos pequeñoburgueses, especialmente los desclasados, divorciados del proletariado, vegetan en un ambiente artificial y cerrado. Tienen mucho tiempo para charlar de política y sus substitutivos. Sacan faltas y cotillean sobre los ‘jefes’ del partido. Siempre conocen a un líder ‘que les ha puesto al corriente de todos los secretos’. La discusión es su elemento. Nunca tienen bastante cantidad de democracia. Se vuelven excitables, dan vueltas en un círculo vicioso y sacian su sed con agua salada. ¿Quiere usted conocer el programa organizativo de la oposición? Consiste en una loca búsqueda de la cuarta dimensión de la democracia interna. En la práctica, esto consiste en enterrar la política bajo la discusión; y enterrar el centralismo bajo la anarquía de los círculos intelectuales. En cuanto entren unos cuantos miles de trabajadores en el partido, llamarán al orden severamente a los anarquistas pequeñoburgueses. Cuanto antes, mejor (Ver en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”).

Trotsky expuso la debilidad política de la oposición al abordar un artículo escrito por Burnham y Shachtman titulado “Intelectuales en retirada en la nueva internacional”, que se suponía que era una crítica de Eastman y Hook. Los autores Burnham y Shachtman escribieron lo siguiente:

«Los dos autores del presente artículo difieren profundamente en su estimación de la teoría general del materialismo dialéctico, uno de ellos la acepta y el otro la rechaza… No hay nada anómalo en esta situación”.

Para ellos, sus desacuerdos sobre la filosofía marxista no tenían relevancia para cuestiones políticas concretas. Esta clara expresión de pragmatismo pequeñoburgués demostró su desprecio por la teoría marxista, puntos de vista que ahora se reflejaban incluso en las publicaciones del partido.

Según Trotsky:

“él [Burnham]  posee un método —el pragmatismo—, mientras Shachtman no tiene ninguno. Se limita a adaptarse a Burnham. Aunque no quiere asumir la responsabilidad del anti-marxismo de Burnham, no defiende sus concepciones de los ataques al marxismo de Burnham en el terreno de la filosofía ni en el de la sociología. En ambos casos, Burnham aparece como un pragmático y Shachtman como un ecléctico (…)”

«Apenas han pasado unos meses y hemos podido comprobar cómo su actitud frente a una ‘abstracción’, como el materialismo dialéctico se manifiesta claramente en su actitud hacia el Estado soviético”  (Ver en la presente obra, “Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)”).

Desde esta posición, Trotsky procedió a contrastar el método del materialismo dialéctico con la lógica formal, que se convirtió en el rasgo central de sus contribuciones. Tanto Burnham como Shachtman objetaron la intervención de Trotsky en la dialéctica como una distracción y una «pista falsa», y exigieron que el argumento volviera a las cuestiones concretas. No tenían tiempo para el método marxista, el cual consideraban irrelevante. Sin embargo, todas las preguntas sólo pueden entenderse en su contexto material, en su contradicción, contenido de clase y evolución. Esto requiere un método correcto. En ausencia del método marxista, consciente o inconscientemente, uno se ve obligado a adoptar el método burgués establecido.

En su “’Carta abierta al camarada Burnham” Trotsky explicó:

“Pero el nudo del problema es que la discusión tiene una lógica objetiva, que no coincide con la lógica subjetiva de individuos y grupos. El carácter dialéctico de la discusión procede del hecho de que su curso objetivo se determina por el conflicto vivo entre tendencias opuestas, y no obedece a ningún plan lógico predeterminado. El carácter materialista de la discusión se debe a que refleja las presiones de las distintas clases. Por eso, la actual discusión dentro del SWP se desarrolla, como todo proceso histórico —y con o sin su permiso, camarada Burnham— de acuerdo con las leyes del materialismo dialéctico. No podemos escapar de esas leyes” (Ver en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”).

Esto finalmente obligó a Burnham a publicar su notorio documento “Ciencia y estilo” , que revelaba clara y abiertamente su ruptura con el marxismo y la oposición, comenzando por el materialismo dialéctico:

«Camarada Trotsky, has absorbido demasiado a Hegel, de su visión monolítica, totalitaria de un universo de bloques en el que cada parte está relacionada con todas las demás partes, en el que todo es relevante para todo lo demás, donde la destrucción de un solo grano de polvo significa la aniquilación del Todo. Me opongo al totalitarismo en filosofía como en el Estado o en el partido».

Sobre la publicación de Burnham de “Ciencia y estilo”, Trotsky comentó:

Se ha abierto el absceso. Shachtman y Abern no pueden seguir diciendo que sólo quieren discutir un poquito sobre Finlandia o sobre Cannon. No pueden seguir jugando a la gallina ciega con el marxismo y la IV Internacional. El SWP o sigue la tradición de Marx, Engels, Mehring, Lenin y Rosa Luxemburgo —esa tradición que Burnham llama “reaccionaria”— o sigue las concepciones de Burnham, que no son sino una mala reproducción del socialismo pequeñoburgués premarxista.”

“Sabemos muy bien lo que este revisionismo ha significado políticamente en el pasado. Hoy, en la época de la agonía de muerte de la sociedad burguesa, las consecuencias políticas del burnhamismo pueden ser mucho más inmediatas y anti-revolucionarias. ¡Camaradas Shachtman y Abern, el campo es vuestro!” (Ver en la presente obra, “Ciencia y Estilo”).

A pesar del desafío de Trotsky, optaron por no responder.

Habían llegado a su límite. Mantenían la solidaridad política con Burnham, que había roto por completo con el marxismo. Después de seis meses de discusión, Cannon y sus seguidores obtuvieron la mayoría en la convención del partido. La minoría, que comprende un considerable cuarenta por ciento de los miembros, en lugar de aceptar las decisiones democráticas, se separó del partido y estableció una organización rival, el Partido de los Trabajadores.

Sin embargo, un mes después de su fundación, Burnham renunció al nuevo partido cuando cruzó al campo del imperialismo estadounidense. Como escribió en su carta de renuncia:

«La lucha de facciones en el Partido Socialista Obrero, su conclusión y la reciente formación del Partido de los Trabajadores han sido, en mi propio caso, la ocasión ineludible para la revisión de mis propias creencias teóricas y políticas. Esta revisión me ha demostrado que sin extender la terminología ya no puedo considerarme a mí mismo, o permitir que otros me consideren, como un marxista. (…)”

“Rechazo, como saben, la ‘filosofía del marxismo’, el materialismo dialéctico. Es cierto que nunca he aceptado esta filosofía. En el pasado excusé esta discrepancia y comprometí esta creencia con la idea de que la filosofía no era ‘importante’ y ‘no importaba’ en lo que respecta a la práctica y la política. La experiencia y el estudio y la reflexión más profundos me han convencido de que estaba equivocado y Trotsky, con tantos otros, tenía razón en este aspecto; que el materialismo dialéctico, aunque científicamente sin sentido, es psicológica e históricamente una parte integral del marxismo, y tiene sus muchos efectos adversos sobre la práctica y la política». 

Como era de esperar, Burnham había repudiado abiertamente el materialismo dialéctico, la concepción leninista del partido, el programa de transición, el bolchevismo y otros bagajes ideológicos similares. A los pocos meses publicó la célebre “La revolución gerencial” que proclamaba la inevitabilidad del estado totalitario.

Si bien el Partido de los Trabajadores más tarde se dividió y finalmente terminó en el Partido Socialista Estadounidense, el SWP no siguió el consejo de Trotsky de que se orientaran hacia la clase obrera o que se formaran y prepararan a sus militantes. Después de su muerte, el SWP bajo el liderazgo de Cannon degeneró política y organizativamente. Incapaces de captar el método marxista, simplemente repitieron como loros las frases de Trotsky. En el mundo rápidamente cambiante del período de la posguerra, esto condujo a un error tras otro. James Cannon, que no era un teórico, intentó encubrir sus errores utilizando medidas organizativas para resolver problemas políticos. Esto resultó desastroso y, a principios de la década de 1980, este método zinovievista finalmente resultó en la ruptura del SWP, ya que la nueva dirección de Jack Barnes repudió abiertamente el trotskismo. Los pocos que quedaron terminaron como una secta pro- castrista en los márgenes distantes de la política radical estadounidense. «La Sección americana de la IV Internacional se convertirá en proletaria o dejará de existir» (Ver en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”), advirtió proféticamente Trotsky . Los acontecimientos confirmaron este pronóstico.

La degeneración y el colapso del SWP surgieron del fracaso total de la dirección, comenzando con Cannon, en aprender las lecciones de En defensa del marxismo de Trotsky. Mientras tanto, Shachtman se desplazó políticamente hacia la derecha, hasta que finalmente terminó apoyando la guerra del imperialismo estadounidense en Vietnam.

La nueva generación de hoy, que busca comprender los problemas de la construcción de una tendencia marxista en Gran Bretaña e internacionalmente, encontrará en estas páginas una enorme riqueza de ideas. El libro es lo mejor de Trotsky: afilado, profundo, conciso y bien escrito. Sobre todo, responde a los revisionistas y atraviesa la confusión teórica para producir una obra maestra que con razón puede considerarse un clásico marxista.

En medio de la crisis capitalista mundial y la época de austeridad que se cierne ante nosotros, los acontecimientos están transformando la conciencia de la clase trabajadora. Se ha desarrollado un odio generalizado hacia los banqueros y los parásitos de las grandes empresas. En el próximo período, las batallas de clases masivas están a la orden del día mientras los capitalistas intentan que los trabajadores paguen por la crisis. A medida que la clase trabajadora sea impulsada a la acción, las organizaciones de masas, comenzando por los sindicatos, se pondrán patas arriba. Las fuerzas jóvenes del marxismo se esforzarán por alcanzar y ganarse a estos trabajadores y jóvenes radicalizados. Pero como advirtió Trotsky:

“Precisamente, la penetración del partido en los sindicatos, y en el medio obrero en general, requiere la preparación teórica de nuestros cuadros. Y no quiero decir con ‘cuadros’ el ‘aparato’, sino el conjunto del partido. Cada militante debe considerarse y actuar como un oficial del ejército proletario” (Ver en la presente obra, “De un arañazo al peligro de gangrena”).

La reedición de este libro ayudará a esta educación vital y preparará el terreno para el desarrollo del marxismo genuino en Gran Bretaña e internacionalmente.

Londres, enero de 2010Regresar al índice


Carta a James P. Cannon

12 de septiembre de 1939.

Querido Jim:

Estoy escribiendo un estudio sobre el carácter social de la URSS en relación con el problema de la guerra. El escrito y su traducción no estarán listos hasta dentro de una semana. Las ideas fundamentales son las siguientes:

1. Nuestra definición de la URSS puede ser correcta o no, pero no veo ninguna razón para que esa definición dependa del pacto germano-soviético.

2. El carácter social de la URSS no está determinado por su amistad hacia las democracias o el fascismo. El que adopte este punto de vista está atrapado por la concepción stalinista del Frente Popular.

3. El que diga que la URSS ya no es un estado obrero degenerado, sino un nuevo tipo de formación social, debe especificar claramente cómo apoya nuestras conclusiones políticas.

4. No podemos considerar el problema de la URSS aisladamente, fuera del proceso histórico actual, El estado stalinista es una formación transitoria, la deformación de un estado obrero en un país aislado y atrasado, o un “colectivismo burocrático” (Bruno R., La Bureaucratisation du monde, París, 1939)[1], un nuevo tipo de formación social que está reemplazando al capitalismo en todo el mundo (stalinismo, fascismo, New Deal, etc.). Los experimentos terminológicos (estado obrero, o no; de clase o no de clase, etc.) cobran sentido sólo si tenemos en cuenta su aspecto histórico. El que elige la segunda alternativa admite, abiertamente o no, que se ha extinguido todo el potencial revolucionario del proletariado, a nivel mundial, que el movimiento socialista está en bancarrota y que el viejo capitalismo se está autotransformando en “colectivismo burocrático”, con una nueva clase dominante.

La enorme importancia de esta conclusión se explica por sí misma. Implica, en el sentido más amplio, el destino de la humanidad y del proletariado mundial. ¿Tenemos derecho para implicarnos, simplemente por experimentos terminológicos, en una nueva concepción histórica que está en contradicción absoluta con nuestro programa, táctica y estrategia? Un salto tan aventurado podría ser doblemente criminal en un momento de guerra mundial, cuando la revolución socialista parece inminente y cuando el caso de la URSS puede aparecer a los ojos de todo el mundo como un episodio transitorio en el proceso de la revolución socialista mundial.

He escrito estas líneas muy rápidamente, lo que explica su insuficiencia, pero espero poder mandarte dentro de una semana una tesis más completa.

Saludos del camarada,

V.T.O.[2]

Notas

[1] Bruno Rizzi. [Nota del MIA]

[2] Dadas las condiciones de los distintos países en que vivió tras su exilio, Trotsky utilizó frecuentemente pseudónimos. Sus cartas suelen ir firmadas con el nombre de su secretario inglés.Regresar al índice


La URSS en guerra

25 septiembre 1939

El pacto germano-soviético y el carácter de la URSS

¿Es posible, una vez concluido el acuerdo germano-soviético, seguir considerando a la URSS como un estado obrero? El futuro del estado soviético ha suscitado, una y otra vez, discusiones entre nosotros. Tenemos ante nosotros el primer caso histórico de estado obrero. Nadie ha podido analizar antes este fenómeno. En el problema del carácter social de la URSS, los errores suelen proceder, como ya habíamos previsto, de reemplazar el hecho histórico por la norma programática. El hecho concreto se deriva de la norma. Esto no significa, sin embargo, que la rompa: por el contrario, la reafirma, en su aspecto negativo. La degeneración del primer estado obrero, prevista y explicada por nosotros, ha demostrado gráficamente lo que puede y debe ser un estado obrero bajo determinadas condiciones históricas. La contradicción entre la norma y el hecho concreto no nos obliga a rechazar la norma, sino, al contrario, a luchar para construir un camino verdaderamente revolucionario. El programa para abordar el problema de la revolución en la URSS está determinado, por un lado, por el hecho histórico objetivo de la existencia de la URSS y, por otro, por la norma del estado obrero. No decimos: “Todo se ha perdido, debemos empezar de cero otra vez”, sino que indicamos claramente los elementos del estado obrero que, en el momento actual, pueden salvarse, preservarse e incluso desarrollarse.

Los que hoy afirman que el pacto germano-soviético debe cambiar nuestra posición respecto al estado soviético se basan en la postura del Comintern —o mejor dicho, de la antigua postura del Comintern—. De acuerdo con esta lógica, la misión histórica del estado obrero es la lucha a favor de la democracia imperialista. La “traición” de las democracias a favor del fascismo despoja a la URSS de su condición de estado obrero. De hecho, el tratado con Hitler no es sino un dato más del grado de degeneración de la burocracia soviética, y de su desprecio por la clase trabajadora internacional, incluido el Comintern, pero no la base para una revaluación de nuestra concepción sociológica de la URSS.

¿Las diferencias son políticas o terminológicas?

Comencemos por plantear la cuestión de la naturaleza del Estado soviético no en el plano sociológico abstracto, sino en el plano de las tareas políticas concretas. Concedamos por el momento que la burocracia es una nueva «clase» y que el régimen actual de la URSS es un sistema especial de explotación de clase. ¿Qué nuevas conclusiones políticas se derivan para nosotros de estas definiciones? La IV Internacional reconoció hace tiempo la necesidad de derrocar a la burocracia mediante un levantamiento revolucionario de los trabajadores. No es otra cosa lo que proponen o pueden proponer quienes proclaman que la burocracia es una «clase» explotadora. El objetivo a alcanzar con el derrocamiento de la burocracia es el restablecimiento del gobierno de los soviets, expulsando de ellos a la actual burocracia. Nada diferente pueden proponer o proponen los críticos izquierdistas.[3a] Es tarea de los Soviets regenerados colaborar con la revolución mundial y la construcción de la sociedad socialista. El derrocamiento de la burocracia presupone, por tanto, la conservación de la propiedad estatal y de la economía planificada. Aquí está el quid de todo el problema.

Ni que decir tiene que la distribución de las fuerzas productivas entre las distintas ramas de la economía y, en general, todo el contenido del plan se modificará drásticamente cuando este plan esté determinado por los intereses no de la burocracia sino de los propios productores. Pero en la medida en que la cuestión del derrocamiento de la oligarquía parasitaria sigue ligada a la de la preservación de la propiedad (estatal) nacionalizada, llamamos política a la futura revolución. Algunos de nuestros críticos (Ciliga, Bruno y otros) quieren, pase lo que pase, llamar a la futura revolución social. Admitamos esta definición. ¿Qué altera en esencia? A las tareas de la revolución que hemos enumerado no añade nada en absoluto.

Nuestros críticos, por regla general, toman los hechos tal como los establecimos hace mucho tiempo. No añaden absolutamente nada esencial a la valoración de la posición de la burocracia y de los trabajadores, ni del papel del Kremlin en la arena internacional. En todas estas esferas, no sólo no desafían nuestro análisis, sino que, por el contrario, se basan completamente en él e incluso se limitan a él. La única acusación que nos hacen es que no sacamos las «conclusiones» necesarias. Sin embargo, al analizarlas, resulta que estas conclusiones son de carácter puramente terminológico. Nuestros críticos se niegan a llamar al estado obrero degenerado —un estado obrero. Exigen que se llame clase dominante a la burocracia totalitaria. La revolución contra esta burocracia proponen considerarla no política sino social. Si les hiciéramos estas concesiones terminológicas, pondríamos a nuestros críticos en una posición muy difícil, ya que ellos mismos no sabrían qué hacer con su victoria puramente verbal.

Volvamos a examinarnos a nosotros mismos

Por lo tanto, sería una tontería monstruosa separarse de los camaradas que en la cuestión de la naturaleza sociológica de la URSS tienen una opinión diferente a la nuestra, en la medida en que se solidarizan con nosotros en lo que respecta a las tareas políticas. Pero, por otra parte, sería una ceguera por nuestra parte ignorar las diferencias puramente teóricas e incluso terminológicas, porque en el curso del desarrollo posterior pueden adquirir carne y sangre y conducir a conclusiones políticas diametralmente opuestas. Al igual que un ama de casa ordenada nunca permite la acumulación de telarañas y basura, un partido revolucionario no puede tolerar la falta de claridad, la confusión y los equívocos. Nuestra casa debe mantenerse limpia.

Permítanme recordar, a modo de ejemplo, la cuestión de Thermidor. Durante mucho tiempo afirmamos que Thermidor en la URSS sólo se estaba preparando, pero aún no se había consumado. Más tarde, invirtiendo la analogía con Thermidor con un carácter más preciso y bien deliberado, llegamos a la conclusión de que Thermidor ya había tenido lugar hace tiempo. Ésta abierta rectificación de nuestro propio error no introdujo la menor consternación en nuestras filas. ¿Por qué? Porque la esencia de los procesos en la Unión Soviética era valorada de forma idéntica por todos nosotros, ya que estudiábamos conjuntamente día a día el crecimiento de la reacción. Para nosotros era sólo una cuestión de hacer más precisa una analogía histórica, nada más. Espero que todavía hoy, a pesar de la tentativa de algunos camaradas de poner en evidencia las divergencias sobre la cuestión de la «defensa de la URSS» —de la que nos ocuparemos en adelante—, consigamos, por medio de la simple precisión de nuestras propias ideas, preservar la unanimidad sobre la base del programa de la IV Internacional.

¿Se trata de un crecimiento canceroso o de un nuevo órgano?

Nuestros críticos han argüido más de una vez que la burocracia soviética actual se parece muy poco a las burocracias burguesas o sindicales en las sociedades capitalistas: que representan una nueva formación social, en mucha mayor medida que el fascismo Esto es casi verdad y nunca nos hemos negado a reconocerlo. Pero si consideramos a la burocracia soviética como una “clase”, debemos reconocer inmediatamente que no se parece a ninguna de las clases basadas en la propiedad que hemos conocido en el pasado. Frecuentemente llamamos “casta” a la burocracia soviética, tratando de simbolizar así su carácter cerrado, su gestión arbitraria y la altanería de su estrato dirigente, que considera que sus progenitores proceden de los divinos labios de Brahma, mientras que las clases populares han nacido de sus partes más groseras. Pero esta definición no es estrictamente científica. Su relativa superioridad se basa únicamente en que el sentido general del término es claro para todo el mundo, sin que a nadie se le ocurra identificar la oligarquía de Moscú con la casta hindú de Brahma. La vieja terminología sociológica no posee un término adecuado para un nuevo acontecimiento social que está en evolución (degeneración) y que no ha tomado todavía formas estables. Para nosotros, sin embargo, la burocracia soviética puede seguir llamándose así, burocracia, sin privaría de sus peculiaridades históricas. En nuestra opinión, esto es suficiente por el momento.

Científica y políticamente —y no sólo terminológicamente—, la cuestión central es: ¿es la burocracia un crecimiento temporal en un organismo social o se ha transformado ya en un órgano históricamente indispensable? Las excrecencias sociales pueden ser el producto de un conjunto “accidental” (por tanto, temporal y extraordinario) de circunstancias históricas. Un órgano social (y esto son las clases, incluidas las clases dominantes) sólo puede comprenderse como el resultado necesario del desarrollo de las necesidades de la producción. Si no respondemos a esta pregunta, la discusión se convertirá en un mero juego de palabras.

La temprana degeneración de la burocracia

La justificación histórica de toda clase dominante consiste en afirmar que el sistema de explotación que capitanea lleva el desarrollo de las fuerzas productivas a un nuevo nivel. Fuera de toda duda, el régimen soviético ha dado un gran impulso a la economía. Pero la fuente de este impulso fue la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica, y no el hecho de que la burocracia usurpara el mando de la economía. Por el contrario, el burocratismo, como sistema, ha sido el peor enemigo del desarrollo técnico y cultural del país. Durante algún tiempo, esto estuvo oculto por el hecho de que la economía soviética tuvo que dedicar dos décadas a asimilar la tecnología y la organización de la producción de los países capitalistas avanzados. Este período de imitación y trasplante se ha podido cubrir, para bien o para mal, con el automatismo burocrático. El aguda y constante contradicción entre ambos elementos conduce a constantes convulsiones políticas y a la eliminación sistemática de los elementos más creativos en todas las esferas de actividad. De este modo, antes de que la burocracia haya conseguido producir una “clase dominante”, ha entrado en contradicción irreconciliable con las exigencias del desarrollo. La explicación de esto debe basarse precisamente en el hecho de que la burocracia no es el portador de un nuevo sistema económico peculiar e imposible sin ella, sino un parásito que crece en un estado obrero.

Las condiciones para la omnipotencia y caída de la burocracia

La oligarquía soviética posee todos los vicios de las antiguas clases dominantes, pero carece de su misión histórica. En la degeneración burocrática del estado soviético no se expresan las leyes generales de transición de la sociedad moderna del capitalismo al socialismo, sino una refracción especial excepcional y temporal de dichas leyes bajo las condiciones de un país atrasado y revolucionario en un contexto capitalista. La escasez de bienes de consumo y la lucha generalizada por conseguirlos da lugar a un policía que se arroga la función de la distribución. La hostilidad exterior confiere al policía el papel de “defensor” del país, le dota de autoridad nacional y le permite saquear el país por partida doble.

Las dos condiciones de la omnipotencia de la burocracia —el atraso del país y el entorno imperialista— tienen, sin embargo, un carácter temporal y transitorio y deben desaparecer con el triunfo de la revolución mundial. Incluso los economistas burgueses han calculado que, con una economía planificada, los EE.UU. alcanzarían rápidamente un producto nacional de 200 billones de dólares, que sería suficiente para asegurar a la población, no sólo la cobertura de sus necesidades primarias, sino un elevado nivel de confort. De otra parte, la revolución mundial suprimiría la amenaza exterior, que es otra de las causas de la burocratización. La eliminación de la necesidad de gastar una parte enorme del producto nacional en armamento elevaría aún más el nivel cultural y de vida de las masas. En estas condiciones, la necesidad de un policía distribuidor caería por sí misma. Una administración similar a una cooperativa gigante suplantaría rápidamente el poder del Estado. No habría lugar para una nueva clase dominante o para un nuevo régimen explotador, situado entre el capitalismo y el socialismo.

¿Y qué pasará si no tiene lugar la revolución socialista?

La desintegración del capitalismo y de la vieja clase dominante ha alcanzado límites extremos. La supervivencia de este sistema es imposible. Las fuerzas productivas deben organizarse de acuerdo con un plan. Pero ¿quién cumplirá esta tarea, el proletariado o una nueva clase dominante de “comisarios”, políticos, administradores y tecnócratas? En opinión de algunos racionalistas, la experiencia histórica demuestra que no se debe depositar ninguna confianza en el proletariado. El proletariado se demostró incapaz de impedir la última guerra mundial, aunque las precondiciones materiales para una revolución socialista ya existían en aquel momento. Los éxitos del fascismo tras la guerra serían una nueva muestra de la “incapacidad” del proletariado para sacar a la sociedad capitalista de su callejón sin salida. La burocratización de la URSS sería una nueva prueba de la “incapacidad” del proletariado para organizar la sociedad por medios democráticos. La revolución española ha sido estrangulada por las burocracias fascistas y stalinista ante los mismísimos ojos del proletariado mundial. El último eslabón de esta cadena es la nueva guerra imperialista, que se prepara abiertamente, ante la impotencia del proletariado internacional. Si se adopta esta concepción, esto es, si se reconoce que el proletariado no tiene fuerza suficiente para llevar a cabo la revolución socialista, la urgente tarea de la estatalización de las fuerzas productivas deberá realizarse por otros. ¿Por quién? Por una nueva burocracia, que reemplazará a la decaída burguesía como clase dominante a escala mundial. Así están empezando a plantear el problema algunos “izquierdistas” que no se contentan con discutir sobre terminología.

La guerra actual y el destino de la sociedad moderna

Dada la marcha de los acontecimientos, este problema se plantea ahora muy concretamente. La segunda guerra mundial ha comenzado. Esto confirma incontrovertiblemente el hecho de que la sociedad no puede subsistir más tiempo sobre bases capitalistas. Además, somete al proletariado a una prueba nueva y quizá decisiva.

Si esta guerra provoca, como creemos firmemente, una revolución proletaria, se producirá la ruptura de la burocracia de la URSS y la regeneración de la democracia soviética sobre bases económicas y culturales más firmes que en 1918. En este caso, la cuestión de si la burocracia stalinista es una “clase” o un cáncer del estado obrero se resolverá automáticamente. Quedará claro que la burocracia soviética era sólo un episodio en el proceso de desarrollo de la revolución mundial.

Podemos suponer, sin embargo, que la presente guerra no va a provocar la revolución, sino la decadencia proletariado. Queda, en ese caso, su progresiva fusión con el estado y la suplantación de la democracia, allí donde todavía existe, por un régimen totalitario. La incapacidad del proletariado para tomar en sus manos la dirección de la sociedad podría conducirnos, en las actuales condiciones, al crecimiento de una nueva clase dominante, de la burocracia fascista bonapartista. Sería, según todos los indicios, un régimen de decadencia, destinado al eclipse de la civilización.

Se produciría un resultado similar si el proletariado de los países capitalistas avanzados, una vez conquistado el poder, se muestra incapaz de retenerlo y lo entrega, como en la URSS, a una burocracia privilegiada. En ese caso, nos veríamos obligados a reconocer que las causas del burocratismo no son el atraso del país ni el imperialismo circundante, sino una incapacidad congénita del proletariado para llegar a ser la clase dominante. Entonces tendríamos que reconsiderar los rasgos característicos que hacen de la URSS la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala mundial.

Nos hemos alejado mucho de la controversia inicial sobre cómo denominar al Estado soviético. Pero no nos critiquéis; sólo de una perspectiva histórica adecuada se puede uno proveer de elementos de juicio suficientes para decidir sobre una cuestión como la sucesión de un régimen social por otro. La alternativa histórica, llevada al límite, es la siguiente: ¿es el estado stalinista un desgraciado incidente en el proceso de transformación de una sociedad del capitalismo al socialismo, o es el primer paso hacia un nuevo tipo de sociedad basada en la explotación? Si la segunda afirmación es cierta, la burocracia se convertirá en una nueva clase explotadora. Si el proletariado del mundo se muestra incapaz de cumplir la misión que le ha asignado el curso del desarrollo histórico, no nos quedará más remedio que reconocer que el programa socialista, basado en las contradicciones internas de la sociedad capitalista, es una utopía. Sería necesario, en ese caso elaborar un nuevo programa “mínimo”, para la defensa de los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática totalitaria. ¿Nos obligarán los datos objetivos a renunciar ya al proyecto de la revolución socialista? Este es el problema que se nos plantea.

La teoría del “colectivismo burocrático”

Poco después de la toma del poder por Hitler, un comunista de izquierda alemán, Hugo Urbahns, llegó a la conclusión de que el capitalismo iba a ser reemplazado por un nuevo, “capitalismo de estado”. Los primeros ejemplos eran Alemania, la URSS e Italia. Urbahns, sin embargo, no elaboró las conclusiones políticas de esta teoría. Recientemente, un comunista de izquierda italiano, que formalmente se adhiere a la IV internacional, Bruno R., ha llegado a la conclusión de que el “colectivismo burocrático” reemplazará al capitalismo (Bruno R.: La Bureaucratisation du Monde, París, 1939, 350 págs.). La nueva burocracia es una clase, su relación con los trabajadores es la explotación colectiva, los proletarios se han transformado en los esclavos de los explotadores totalitarios.

Bruno R. da igual trato a la economía planificada de la URSS, el fascismo, el Nacional Socialismo y el New Deal de Rooswelt. Todos estos regímenes poseen, indudablemente, rasgos comunes, que se basan, en último análisis, en las tendencias colectivistas de la economía moderna. Lenin, antes de la Revolución de Octubre, formuló así las características más importantes del capitalismo imperialista; concentración gigantesca de las fuerzas productivas, fusión progresiva del capital monopolista con el estado, tendencia orgánica a la dictadura descarada como resultado de esta fusión. La centralización y la colectivización determinan tanto la política revolucionaria como la contrarrevolucionaria; pero esto no significa que el termidor, el fascismo o el reformismo americano sean equivalentes a la revolución. Bruno queda atrapado por el hecho de que, a causa de la postración política de la clase trabajadora, las tendencias a la colectivización hayan tomado la forma de “colectivismo burocrático”. El fenómeno en sí es irrefutable, pero ¿cuáles son sus límites y su peso histórico? Lo que nosotros consideramos una malformación en un período de transición, el resultado del desarrollo desigual de los múltiples factores que intervienen en un proceso social, es para Bruno una formación social independiente en la que la burocracia es la clase dominante. Bruno tiene el mérito de llevar el asunto desde el círculo reducido de los ejercicios terminológicos al terreno de las generalizaciones históricas. Esto nos hace más fácil la tarea de divulgar su error.

Como muchos ultraizquierdistas, Bruno R. identifica esencialmente stalinismo y fascismo. Por un lado, la burocracia soviética ha adoptado los métodos políticos del fascismo; por el otro, la burocracia fascista, que de momento se contenta con una intervención “parcial” de la economía, está evolucionando rápidamente hacia la total estatificación de la economía. La primera afirmación es absolutamente correcta. Pero la creencia de Bruno de que el “anticapitalismo” fascista será capaz de expropiar por completo a la burguesía es errónea. La intervención “parcial” del estado difiere de la economía planificada en la misma medida en que “reforma” difiere de “revolución”. Mussolini y Hitler están “coordinando” los intereses de los propietarios privados y “regulando” la economía capitalista y, además, principalmente por razones de guerra. La oligarquía del Kremlin es algo más: tiene la oportunidad de dirigir la economía como un cuerpo, porque la clase trabajadora de Rusia fue capaz de dar el mayor vuelco a las relaciones de propiedad conocido en la historia. Es una diferencia que no podemos olvidar.

Pero aunque aceptemos que el stalinismo y el fascismo, desde polos opuestos, llegarán algún día a ser el mismo tipo de sociedad (“colectivismo burocrático”, según la terminología de Bruno R.), la Humanidad continuará ante un callejón sin salida. La crisis del sistema capitalista es tanto el resultado del papel reaccionario de la propiedad privada como del no menos reaccionario del estado nacional. Aunque los distintos gobiernos fascistas triunfasen en su empeño de construir una economía planificada en sus países respectivos, al margen de los inevitables movimientos revolucionarios del proletariado imprevisibles para todo plan, la lucha de los estados totalitarios por el dominio del mundo continuará e incluso se recrudecerá. Las guerras devorarán los frutos de las economías planificadas y destruirán la civilización. Bertrand Russell cree, es cierto, que algún estado victorioso puede, como resultado de la guerra, unificar el mundo bajo un régimen totalitario. Pero incluso si esta hipótesis se realizara, lo que es muy dudoso, la “unificación militar” no sería más estable que el Tratado de Versalles. Los levantamientos nacionales llevarían a una nueva guerra mundial, que sería la tumba de la civilización. Los hechos objetivos, y no nuestros deseos subjetivos, nos muestran que la única posibilidad de salvación de la Humanidad es la revolución socialista mundial. La alternativa es la vuelta a la barbarie.

El proletariado y sus dirigentes

Dedicaremos muy pronto un artículo entero a la cuestión de la clase y su dirección. Nos limitamos aquí a decir lo más indispensable. Sólo los “marxistas vulgares”, que interpretan la política como un simple y directo “reflejo” de la economía, pueden pensar que la dirección refleja directa y simplemente a la clase. En realidad, la dirección, que se ha alzado sobre la clase oprimida, sucumbe inevitablemente a la presión de la clase dominante. La dirección de los sindicatos americanos, por ejemplo, refleja tanto al proletariado como a la burguesía. La selección y educación de una dirección verdaderamente revolucionaria, capaz de soportar la presión de la burguesía, es una tarea extraordinariamente difícil. La dialéctica del proceso histórico nos ha mostrado claramente como el proletariado del país más atrasado del mundo, Rusia, ha sido capaz de engendrar la dirección más clarividente y valerosa que hayamos conocido. Por el contrario, el proletariado del país con un capitalismo más antiguo, Inglaterra, tiene, hasta el momento, la dirección más servil y lerda.

La crisis de la sociedad capitalista, que tomó un carácter manifiesto en julio de 1914, produjo, desde el primer día de guerra, una profunda crisis en la dirección del proletariado. Esto viene durante 25 años; el proletariado de los países avanzados todavía no ha sido capaz de producir una dirección a la altura de las tareas históricas de nuestro tiempo. El ejemplo de Rusia nos revela, sin embargo, que es posible (lo que no significa que haya sido inmune a la degeneración). Por lo tanto, la pregunta a la que ahora hemos de responder es la siguiente: ¿se engendrará, en el proceso de esta guerra y de las profundas convulsiones que se van a producir, una dirección auténticamente revolucionaria, capaz de dirigir al proletariado en la conquista del poder?

La IV Internacional ha respondido afirmativamente a esta pregunta no sólo a través de su programa, sino, y sobre todo, a través del hecho de su existencia. Los desilusionados y aterrorizados pseudo-marxistas de todo tipo responden, por el contrario, que la bancarrota de la dirección “refleja” simplemente la incapacidad del proletariado para cumplir su misión histórica. No todos nuestros oponentes expresan con claridad su pensamiento, pero todos ellos —ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, por no hablar de los stalinistas y los socialdemócratas— cargan el peso de sus propios errores sobre las espaldas del proletariado. Ninguno de ellos expresan claramente bajo qué condiciones será capaz el proletariado de llevar a cabo la revolución socialista.

Si aceptamos como válido que la causa de los errores es consustancial a las cualidades sociales del proletariado como tal, hemos de reconocer que el futuro de la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza. Bajo las condiciones del capitalismo en decadencia, el proletariado no crece ni numérica ni culturalmente. No hay razones, por tanto, para creer que alcance algún día la altura de su misión revolucionaria. Hemos clarificado el profundo antagonismo entre la necesidad orgánica, insoslayable y creciente de las masas trabajadoras de escapar del caos sangriento del capitalismo y el carácter conservador, patriótico y totalmente burgués de las direcciones sindicales existentes. Debemos elegir entre una de estas dos alternativas irreconciliables

Las dictaduras totalitarias, consecuencia de una crisis aguda, no regímenes estables

La Revolución de Octubre no fue un accidente. Fue un anticipo del futuro. Los acontecimientos confirmaron su carácter de pronóstico, y su degeneración no lo desmintió, porque los marxistas no creyeron nunca que un estado obrero aislado pudiera mantenerse indefinidamente en Rusia. A decir verdad, esperábamos la caída del Estado soviético, no su degeneración; más exactamente, no habíamos hecho diferencias entre estas dos posibilidades. Pero no son contradictorias. La degeneración ha de acabar necesariamente en caída al llegar a un determinado punto.

Un régimen totalitario, sea del tipo stalinista o fascista, puede ser, esencialmente, un régimen temporal y transitorio. La dictadura descarada ha sido, a lo largo de la historia, el producto y el síntoma de una crisis social especialmente severa, nunca un régimen estable. Las crisis profundas no pueden ser una condición permanente de la sociedad. Un régimen totalitario es capaz de suprimir las contradicciones sociales durante cierto tiempo, pero es incapaz de autoperpetuarse. Las monstruosas purgas de la URSS son el mejor testimonio de que la sociedad soviética rechaza orgánicamente la burocracia.

Es asombroso que Bruno R. vea en estas purgas la prueba de que la burocracia soviética se ha convertido en clase dominante, pues, en su opinión, sólo una clase dominante es capaz de medidas a tal escala[3b]. Olvida, sin embargo, que el zarismo, que no era de “clase”, también realizó grandes purgas, y precisamente cuando estaba cerca de su fin. Stalin testifica mejor que nadie, con sus monstruosas purgas, síntoma inequívoco de su agonía, la incapacidad de la burocracia para convertirse en una clase estable. ¿No hubiésemos quedado en ridículo si hubiésemos dicho que la oligarquía bonapartista era una clase pocos años, o incluso pocos meses, antes de su vergonzosa caída? Con esta pregunta quisiéramos advertir a los camaradas entregados a experimentos terminológicos, y generalizaciones apresuradas.

La orientación hacia la Revolución Mundial y la regeneración de la URSS

Un cuarto de siglo es muy poco tiempo para el rearme de la vanguardia proletaria mundial, y demasiado para mantener intacto el sistema soviético en un país aislado y atrasado. La Humanidad está pagando esto con una nueva guerra imperialista; pero la misión fundamental de nuestra época no ha cambiado, por la sencilla razón de que no se ha realizado. La gran ventaja que tenemos ahora, y la gran promesa para el futuro, es que un destacamento del proletariado nos ha mostrado ya cómo llevar a la práctica esa misión.

La segunda guerra imperialista concede a esta tarea por cumplir un rango histórico muy elevado. Pone de nuevo a prueba no sólo la estabilidad de los regímenes existentes, sino la capacidad del proletariado para reemplazarlos. Los resultados de esta prueba tendrán una importancia decisiva a la hora de considerar la época moderna como la época de la revolución proletaria. Si, contra todo pronóstico, la Revolución de Octubre encuentra algún continuador en los países desarrollados durante la guerra o tras ella: o si, por el contrario, el proletariado es derrotado en todos los frentes, tendremos que replantearnos nuestra concepción de la época actual y sus fuerzas motoras. No se trataría sólo de un ejercicio literario sobre la denominación de la URSS y de la banda de Stalin, sino la revolución de la perspectiva histórica del mundo en las próximas décadas, quizá en los próximos siglos; ¿hemos entrado en la época de la revolución social y la sociedad socialista o, por el contrario, en la de la decadencia de la sociedad y el totalitarismo burocrático?

El doble error de simplistas como Urbahns y Bruno R. consiste, en primer lugar, en considerar este último régimen (el totalitario) definitivamente instalado; en segundo término, en creer necesario un largo período de transición entre el capitalismo y el socialismo. Ahora es absolutamente evidente que, si el proletariado internacional, a pesar de la experiencia adquirida y de la guerra en curso, se muestra incapaz de llegar a ser el director de la sociedad, nos encontraríamos sin ninguna esperanza de que la revolución socialista llegase a realizarse, porque no podemos esperar condiciones mejores; en cualquier caso, nadie parece preverlas o ser capaz de especificarlas en el momento actual. Los marxistas no tienen el menor derecho (a no ser que el cansancio y la desilusión se consideren “derechos”) a llegar a la conclusión de que el proletariado ha agotado todo su potencial revolucionario y debe renunciar a sus aspiraciones a conquistar la hegemonía en los próximos años. Veinticinco años de historia, cuando se trata de profundos cambios económicos y culturales, pasan menos que una hora en la vida de un hombre. ¿Qué podemos pensar de un individuo que, por contratiempos de un día o una hora, renuncia a metas que se había propuesto en base al análisis de la experiencia de toda su vida anterior? En los años de la peor reacción rusa (1907-1917), nosotros nos apoyábamos en la idea de que el proletariado ruso había mostrado sus posibilidades revolucionarias en 1905. La IV Internacional no se denomina por casualidad “el partido mundial de, la revolución socialista”. Dirigimos nuestro rumbo hacia la revolución mundial y, como consecuencia, hacia la regeneración de la URSS como verdadero estado obrero.

La política exterior es la continuación de la política interna

¿Qué defendemos de la URSS? No precisamente aquello en lo que se parece a los países capitalistas, sino en lo que se diferencia. En Alemania apoyamos la ofensiva contra la burocracia dominante, pero sólo para destruir la propiedad capitalista. En la URSS, la destrucción de la burocracia es indispensable para preservar la propiedad estatal. Sólo en este sentido defendemos a la URSS.

Ninguno de nosotros duda de que los trabajadores soviéticos deban defender la propiedad estatal no sólo contra el parasitismo de la burocracia, sino también de todo tipo de tendencia hacia la propiedad privada, por ejemplo, por parte de la aristocracia de los koljoses. Pero, en definitiva, la política exterior es la continuación de la política interna. Si en política interna consideramos que la defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre implica una lucha a muerte contra la burocracia, debemos hacer lo mismo en política exterior. Bruno R., tras asegurarnos que el “colectivismo burocrático” ha triunfado en toda la línea, nos quiere hacer creer que nadie va a atacar la propiedad estatal, porque Hitler (y hasta Chamberlain) están tan interesados en mantenerla, sabe usted, como Stalin. Aunque nos duela, las afirmaciones de Bruno son frívolas. Si Hitler gana la guerra, empezará por devolver a los capitalistas alemanes todo lo expropiado; luego hará lo mismo con los capitalistas ingleses, franceses o belgas, a cambio de un acuerdo con ellos a expensas de la URSS; por último, hará de Alemania el mayor cliente de las principales empresas estatales de la URSS, de acuerdo con los intereses de la maquinaria bélica alemana. Hoy Hitler es amigo y aliado de Stalin; pero en cuanto consiga una victoria en el Frente Occidental con la ayuda de Stalin, volverá sus armas contra la URSS. Y Chamberlain, en circunstancias similares, haría lo mismo que Hitler.

La defensa de la URSS y la lucha de clases

Los malentendidos en torno al asunto de la defensa de la URSS nacen frecuentemente de una comprensión incorrecta de los métodos de “defensa”. Defensa de la URSS no significa aproximación a la burocracia del Kremlin, aceptación de su política o de sus aliados. En este tema, como en todos los demás, permanecemos totalmente dentro del campo de la lucha de clases internacional.

En el periodiquito francés Que Faire se decía no hace mucho que los “trotskistas” eran tan derrotistas con respecto a Francia e Inglaterra como con respecto a la URSS. En otras palabras: si usted quiere defender a la URSS, debe dejar de ser derrotista respecto a sus aliados imperialistas. Que Faire calculaba que las “democracias” debían de ser los aliados de la URSS. No sé qué dirán hoy estos “listos”. Pero es muy importante, porque significa que su método está podrido. Renunciar al derrotismo respecto al campo imperialista con el que la URSS debe aliarse más pronto o más tarde significa empujar a los trabajadores del campo ene migo a ayudar a sus gobiernos: significa renunciar al derrotismo en general. Renunciar al derrotismo bajo las condiciones de una guerra imperialista que implica el rechazo de la revolución socialista —el rechazo de la revolución en nombre de “la defensa de la URSS”— sentenciaría a la URSS a la descomposición final y a la tumba.

El Comintern interpreta la “defensa de la URSS”, como ayer interpretaba la “lucha contra el fascismo”, en base a la renuncia a una política de clase independiente. El proletariado se ha transformado —por diferentes causas y bajo circunstancias diversas— en una fuerza auxiliar de un campo burgués contra otro. En contradicción con este hecho, algunos de nuestros camaradas dicen: como no queremos convertirnos en instrumento de Stalin y sus aliados, renunciamos a la defensa de la URSS. Pero con esto sólo demuestran que entienden “defensa” igual que lo hacen los oportunistas: no piensan en términos de una política independiente del proletariado. Como cuestión de principio, defendemos la URSS como defendemos las colonias, como resolvemos todos nuestros asuntos, no apoyando unos gobiernos imperialistas contra otros, sino por el método de la lucha de clases internacional, tanto en las colonias como en las metrópolis.

No somos un partido de gobierno: somos el partido de la oposición irreconciliable no sólo en los países capitalistas, sino también en la URSS. Realizaremos nuestras tareas, entre ellas “la defensa de la URSS” no a través de los gobiernos burgueses ni del Gobierno de la URSS, sino a través de la agitación y la educación de las masas, explicando a los trabajadores lo que deben defender y lo que deben destruir. Esta “defensa” no va a dar resultados milagrosos ni inmediatos. Pero no pretendemos ser milagreros. Tal y como están las cosas, somos una minoría revolucionaria. Nuestro trabajo debe consistir en hacer ver las cosas correctamente a los trabajadores sobre los que tenemos influencia, en enseñarles a no dejarse engañar, y en preparar un sentimiento general de clase, para que en su día sea capaz de enfrentarse revolucionariamente a la tarea que le corresponde.

La defensa de la URSS coincide, para nosotros, con la preparación de la revolución mundial. Sólo podemos permitirnos métodos que no están en conflicto con la revolución. La defensa de la URSS se relaciona con la revolución socialista mundial como una táctica a una estrategia. La táctica debe subordinarse siempre al fin estratégico y en ningún caso pueden llegar a ser contradictorias en el futuro.

La cuestión de los territorios ocupados

Mientras escribo estas líneas, no está clara todavía la cuestión de los territorios ocupados por el Ejército Rojo. Las noticias son contradictorias; las actuales relaciones en esa zona son, sin duda, muy inestables. Muchos de los territorios ocupados se convertirán en parte de la URSS. ¿De qué manera? ¿Cómo?

Supongamos por un momento que, de acuerdo con el tratado firmado con Hitler, el Gobierno de Moscú deja intacto el derecho de propiedad en los territorios ocupados y se autolimita a “controlarlos” según el modelo fascista. Esta concesión supondría un importante paso atrás y podría tener un carácter decisivo en la historia del régimen soviético; consecuentemente, sería un nuevo punto de partida para reelaborar nuestra concepción del Estado soviético.

Es más probable, sin embargo, que Moscú proceda a la expropiación de los grandes terratenientes y a la estatificación de los medios de producción en los territorios ocupados. Y es más probable no porque la burocracia permanezca fiel al programa socialista, sino porque no desea ni es capaz de compartir el poder con las viejas clases dominantes de los territorios ocupados. Salta a la vista una analogía histórica. El primer Bonaparte detuvo la revolución mediante una dictadura militar. Sin embargo, cuando las tropas de Napoleón entran en Polonia dicta un decreto aboliendo la servidumbre de la gleba. Napoleón no tomó esta medida por simpatía a los campesinos o por sentimientos democráticos, sino porque su dictadura se basaba sobre las relaciones de propiedad burguesas, no sobre el feudalismo. Como la dictadura stalinista se basa en la propiedad estatal y no en la privada, el resultado de la invasión de Polonia por el Ejército Rojo será la abolición de la propiedad capitalista, para poner el régimen de los territorios ocupados de acuerdo con el régimen de la URSS. La medida, de carácter revolucionario —“la expropiación de los expropiadores”— será llevada a cabo por métodos burocrático-militares. La llamada a la actividad independiente de las masas en los nuevos territorios —y sin esta llamada, aunque se oculte con gran cuidado, es imposible construir un nuevo régimen— será sustituida por medidas políticas de rutina destinadas a asegurar la preponderancia de la burocracia sobre las desilusionadas masas revolucionarias. Esta es una cara del asunto. Pero hay otra. Para conseguir la posibilidad de ocupar militarmente Polonia mediante un acuerdo con Hitler, el Kremlin ha decepcionado una y otra vez a las masas rusas y del mundo entero, y ha conseguido la total desorganización de su propia Internacional Comunista. Nuestro criterio político primordial no es el cambio de las relaciones de propiedad en tal o cual área, por muy importante que sea, sino el cambio en la conciencia y organización del proletariado mundial, el afianzamiento de su capacidad para defender sus conquistas y proponerse otras nuevas. Desde este punto de vista, los políticos de Moscú, en conjunto, constituyen el principal obstáculo para la revolución mundial.

Nuestra concepción general del Kremlin y el Comintern no debe, sin embargo, modificar nuestra idea de que el hecho particular de la modificación de las relaciones de propiedad en los territorios ocupados es una medida progresiva. Debemos reconocerlo abiertamente. Cuando Hitler vuelva sus ejércitos hacia el Este para defender “la ley y el orden” en la Polonia occidental, los trabajadores deberán defender contra Hitler las nuevas formas de propiedad impuestas por la burocracia bonapartista soviética.

¡No cambiamos nuestro rumbo!

La estatificación de los medios de producción es una medida progresista. Pero su progresismo es relativo: su peso depende de la suma de toda una serie de factores. Por lo tanto, debemos dejar sentado desde ahora que la extensión del territorio dominado por la burocracia autocrática y parásita, acompañada de “medidas socialistas”, puede aumentar el prestigio del Kremlin, engendrar ilusiones sobre la posibilidad de sustituir la revolución por medidas burocráticas, etc. Esto contrapesaría con mucho el carácter progresivo de las medidas stalinistas en Polonia. Ya que la nacionalización de la propiedad en las zonas ocupadas, igual que en la URSS, provee las bases para un desarrollo germinalmente progresista, es decir, socialista, se hace más necesario destruir la burocracia de Moscú. Nuestro programa sigue siendo, por tanto, totalmente válido. Los acontecimientos no nos cogen desprevenidos. Sólo es preciso interpretarlos correctamente. Es necesario comprender claramente que la contradicción más profunda está en el carácter de la URSS y en su posición internacional. Es imposible librarse de esta contradicción con artilugios terminológicos (estado obrero no estado obrero). Tenemos que tomar las cosas como son. Debemos construir nuestra política sobre la base de las contradicciones y los hechos reales.

No creemos que el Kremlin tenga ninguna misión histórica. Estábamos y estamos contra la apropiación de nuevos territorios por el Kremlin. Estamos por la independencia de Ucrania Soviética y, si los bielorrusos lo desean, por una Bielorrusia Soviética independiente. Al mismo tiempo, en los sectores de Polonia ocupados por el Ejército Rojo, los partidarios de la IV Internacional están jugando un papel decisivo: expropiando a los terratenientes y a los capitalistas, repartiendo la tierra entre los campesinos, creando soviets y comités obreros, etc. Mientras tanto, deben perseverar en su independencia política, luchar en las elecciones de los soviets y comités de fábrica para que en el futuro sean independientes de la burocracia, hacer propaganda revolucionaria contra la oligarquía del Kremlin y sus agentes locales. Pero supongamos que Hitler dirige sus armas hacia el Este y ocupa los territorios en que se encuentra ahora el Ejército Rojo. En esas condiciones, los partidarios de la IV, sin cambiar para nada su actitud hacia la oligarquía del Kremlin, serán los primeros en el frente porque considerarán que la tarea más urgente del momento es la resistencia frente a Hitler. Los trabajadores dirán: “No podemos ceder a Hitler la destrucción de Stalin: esa es misión nuestra”. Durante la lucha armada contra Hitler, los trabajadores revolucionarios tratarán de establecer una camaradería lo más estrecha posible con los soldados del Ejército Rojo. Mientras luchan contra Hitler con las armas en la mano, los bolcheviques-leninistas deben hacer propaganda contra Stalin, preparando su derrota en la próxima, y quizá muy cercana batalla.

Esta clase de “defensa de la URSS” es diferente, tan diferente como el cielo de la tierra, de la defensa oficial, que se está haciendo bajo el slogan: “¡Por la Patria! ¡Por Stalin!” Nuestra defensa de la URSS se lleva a cabo bajo el slogan: “¡Por el socialismo! ¡Por la Revolución Mundial! ¡Contra Stalin!”. Para no confundir estos dos tipos de “defensa de la URSS” en la conciencia de las masas es preciso elaborar slogans que corresponden a la situación concreta. Pero, sobre todo, es preciso establecer claramente qué se está defendiendo, cómo y contra quién lo estamos defendiendo. Nuestros slogans crearán confusión entre las masas solo si nosotros no tenemos claras nuestras tareas.

Conclusiones

Por el momento, carecemos de razones para modificar nuestra posición de principio con respecto a la URSS.

La guerra acelera los distintos procesos políticos. Puede acelerar el proceso de regeneración revolucionaria de la URSS. Por eso es preciso que sigamos cuidadosamente y sin prejuicios las modificaciones que la guerra va introduciendo en la vida interna de la URSS y que seamos conscientes de ellas en el momento en que se produzcan.

Nuestras tareas en los territorios ocupados son básicamente las mismas que en la URSS: pero como se derivan de acontecimientos planteados en forma muy aguda, nos permiten clarificar mejor nuestras tareas respecto a la URSS.

Debemos formular nuestros slogans de forma que los trabajadores vean claramente lo que estamos defendiendo de la URSS (propiedad estatal y economía planificada) y contra quien dirigimos nuestra lucha sin cuartel (la burocracia parasitaria y el Comintern). No debemos perder de vista ni por un momento el hecho de que para nosotros la destrucción de la burocracia soviética está subordinada a la preservación de la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS; pero que la cuestión de preservar la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS está subordinada a la revolución proletaria mundial.

Notas

[3a] Recordamos que algunos de los camaradas que se inclinan por considerar a la burocracia como una nueva clase, al mismo tiempo se opusieron enérgicamente a la exclusión de la burocracia de los soviets.

[3b] A decir verdad, en la última parte de su libro, que contiene fantásticas contradicciones, Bruno R. refuta su propia teoría del colectivismo burocrático, y reconoce que el stalinismo, el fascismo y el nazismo son formaciones transitorias y parasitarias, castigo del proletariado por su impotencia. En otras palabras, tras someter los puntos de vista de la IV Internacional a la revisión más profunda, Bruno se reconvierte a esos puntos de vista, aunque sólo sea para lanzarse a una nueva serie de ciegos titubeos. No vemos razones para seguir los pasos de un escritor que, obviamente, ha perdido el norte. Sólo estamos interesados en los argumentos con los que pretende demostrar que la burocracia es una clase.Regresar al índice


Carta a Sherman Stanley

8 de octubre de 1939

Querido camarada Stanley:

Recibí su carta a O’Brien en vista de su marcha. La carta me produjo una extraña impresión porque, al contrario de lo que sucede con sus excelentes artículos, estaba llena de contradicciones.

No he recibido todavía ningún material sobre el plano ni conozco el texto de la resolución mayoritaria ni de la de M. S.[4], pero puedo asegurarle que no hay oposición irreconciliable entre los dos textos. Afirma usted que el partido está al borde del desastre, ¿por qué? Aunque hubiera habido dos posiciones irreconciliables, no sería un “desastre”, sino la necesidad de llevar la lucha política hasta el fin. Pero si las dos posturas no son más que matices del mismo punto de vista expresado en el programa de la IV Internacional, ¿cómo puede llamar catástrofe a una divergencia “sin fundamento” (según sus propias palabras)? Que la mayoría prefiriese su propio matiz (si es sólo un matiz) es natural. Pero lo que es absolutamente antinatural es que la minoría diga: “porque vosotros, la mayoría, preferís vuestra propia interpretación y no la nuestra, nosotros, la minoría, pronosticamos una catástrofe”. ¿Por parte de quién? Usted dice: “veo las cosas objetivamente, por encima de las distintas facciones”. Mi impresión no es esa, en absoluto.

Escribe, por ejemplo, que a mi artículo “por una razón o por otra, le faltaba una página”. Expresa de esta manera una sospecha venenosa hacia los camaradas responsables. La página faltaba a causa de un error en la oficina de aquí, y ya he mandado un texto completo para que lo traduzcan[5].

Su argumento sobre el “imperio obrero” me parece una ocurrencia desafortunada. A los bolcheviques se les acusó de tener un “programa de expansión zarista” desde el primer día de la Revolución de Octubre. Hasta un estado obrero sano tiende a la expansión y sus líneas geográficas coincidirán necesariamente con las de la expansión zarista, porque una revolución no suele cambiar la geografía. Lo que criticamos a la banda del Kremlin no es la expansión ni la dirección de la expansión, sino los métodos burocráticos y contrarrevolucionarios de la expansión. Pero, al mismo tiempo, y ya que como marxistas debemos ver objetivamente los hechos históricos, debemos reconocer que ni el Zar, ni Hitler, ni Chamberlain, han tenido la costumbre de abolir la propiedad privada en los países ocupados y este hecho, tan progresivo, depende de otro: de que la Revolución de Octubre aún no ha sido totalmente asesinada por la burocracia, que en último término se ve obligada a tomar medidas que debemos apoyar en ciertas situaciones contra los enemigos imperialistas. Estas medidas progresistas son, naturalmente, mucho menores que la actividad contrarrevolucionaria generalizada que lleva a cabo la burocracia; por eso es por lo que consideramos necesario destruirla

Los camaradas están indignados por el pacto Hitler-Stalin. Es natural. Quieren tomarse la revancha con Stalin. Muy bien. Pero hoy todavía no estamos preparados para destruir el Kremlin inmediatamente. Algunos camaradas se conforman con una satisfacción puramente voluntarista: le quitan a la URSS el título de Estado Obrero, como le quita Stalin a un funcionario caído en desgracia la Orden de Lenin. A mí esto me parece, querido amigo, un poco infantil. La sociología marxista y la historia son absolutamente irreconciliables.

Saludos del camarada,

Crux (Leon Trotsky)

Notas

[4] Max Shachtman [Nota del MIA]

[5] El documento La URSS en guerra llegó mientras celebraba sesión plenaria el Comité Nacional del Partido Socialista Obrero (SWP). Faltaba una página. La línea política del documento fue aprobada por la mayoría del pleno. La minoría armó un alboroto y protestó por la página que faltaba, diciendo, entre otras cosas, que se había suprimido deliberadamente.Regresar al índice


Una y otra vez sobre la naturaleza de la URSS

18 octubre 1939

Psicoanálisis y marxismo

Algunos camaradas, o antiguos camaradas, como Bruno R., olvidando pasadas discusiones y decisiones de la IV Internacional, intentan explicar psicoanalíticamente mi estimación hacia la URSS. “Como Trostky participó en la Revolución Rusa, le resulta difícil renunciar al concepto de estado obrero que implica para él la razón de su vida”, etcétera. Creo que el viejo Freud, que era muy perspicaz, hubiese fruncido el ceño ante un psicoanálisis de esta especie. No arriesgo nada haciéndolo yo. Por lo menos, puedo asegurar a mis críticos que subjetiva y sentimentalmente estoy de su parte.

La conducta de Moscú, que ha sobrepasado todos los límites de la abyección y el cinismo, provoca fácilmente la rebelión en cada revolucionario proletario. La rebelión engendra necesidad de rechazo. Cuando no disponen de fuerza para la acción inmediata, los revolucionarios impacientes suelen recurrir a métodos artificiales. Así nace, por ejemplo, la táctica del terrorismo individual. Más frecuentemente se recurre a los tacos, los insultos y las imprecaciones. En el caso que nos ocupa, algunos de nuestros camaradas se inclinan manifiestamente por el terrorismo “terminológico”. Sin embargo, e incluso desde este punto de vista, el mero hecho de calificar de “clase” a la burocracia es inútil. Si el batiburrillo bonapartista es una clase, resulta que no es, un aborto, sino un hijo de la historia. Si su saqueo parasitario es “explotación” en el sentido científico del término, significa que la burocracia tiene un futuro como clase indispensable para determinado modo de producción. ¡He aquí el final feliz con el que se encuentran los rebeldes impacientes que se alejan de la disciplina marxista!

Cuando un mecánico sentimental examina un coche en el que, pongamos por caso, unos gangsters han escapado de la policía por una mala carretera, y se encuentra con los neumáticos reventados, el chasis roto y el motor medio gripado, puede exclamar: “Esto no es un coche, ¡vete a saber lo que es esto!”. Una estimación de este tipo carecerá de carácter técnico o científico, pero expresará muy bien la legítima reacción del mecánico ante la obra de los gangsters. Supongamos que el mecánico tiene que reconstruir ese objeto que ha denominado “vete-a-saber-qué-es-esto”. En ese caso, tendrá que empezar por reconocer que lo que tiene delante es un coche estropeado. Determinará qué partes están todavía bien y cuáles es preciso reparar, para decidir por dónde empezar el trabajo. El trabajador con conciencia de clase debe adoptar una actitud similar hacia la URSS. Tiene perfecto derecho a decir que los gangsters de la burocracia han transformado el estado obrero en un “vete-a-saber-lo-que-es”. Pero en cuanto supera la primera reacción y se enfrenta políticamente con el problema, se ve obligado a reconocer que tiene ante sí un estado obrero estropeado, con el motor de la economía gripado, pero que todavía anda y que puede arreglarse sólo con cambiar algunas piezas. Claro que esto es sólo una analogía. Pero no la peor que se puede hacer.

“Un estado obrero contrarrevolucionario”

Dicen algunos: “Si seguimos considerando a la URSS como un estado obrero, tendremos que crear una nueva categoría: el “estado obrero contrarrevolucionario””. Este argumento intenta excitar nuestra imaginación contraponiendo una buena norma programática a una realidad miserable, repugnante incluso. ¿No estamos hartos de ver cómo, desde 1923, la URSS juega un papel cada vez más contrarrevolucionario en la arena internacional? ¿Hemos olvidado la experiencia de la Revolución China, de la huelga general inglesa de 1926 o la tan reciente de la Revolución Española? Hay dos Internacionales obreras completamente contrarrevolucionarias. Algunos parecen haberlo olvidado. Los sindicatos franceses, ingleses y norteamericanos apoyan totalmente la política contrarrevolucionaria de sus burguesías respectivas. Esto no nos impide llamarles “sindicatos”, apoyar sus avances y defenderlos contra la burguesía. ¿Por qué no podemos utilizar el mismo método con el “estado obrero contrarrevolucionario”? En último término, un estado obrero es un sindicato que ha conseguido el poder. La diferencia de actitud entre ambos casos es que los sindicatos tienen una larga historia, y ya nos hemos acostumbrado a considerarlos como realidades, no como “categorías” de nuestro programa. Y el estado obrero es ya una realidad, que no depende para nada de nuestro programa.

¿Imperialismo?

¿Debemos llamar “imperialismo” a la actual expansión del Kremlin? Primero, hemos de establecer el contenido social de este término. La historia ha conocido el “imperialismo” romano basado en el esclavismo, el imperialismo de los señores feudales, el del comercio y la industria capitalistas, el imperialismo de la monarquía zarista La fuerza motora de la oligarquía de Moscú es indudablemente el ansia de aumentar su poder, su prestigio, sus ganancias. Este es un elemento del “imperialismo”, en el amplio sentido de la palabra, que caracterizó a las monarquías, oligarquías, castas dominantes, estamentos medievales y clases en el pasado. Sin embargo, en la literatura contemporánea, al menos en la marxista, el imperialismo se define como una política expansionista para financiar el capital, con un contenido económico muy determinado. Emplear el término “imperialismo” para la política exterior del Kremlin, sin especificar claramente lo que significa, equivale a equiparar la política de la burocracia bonapartista con la del capital monopolista, sobre la base de que ambos utilizan la fuerza militar como medio de expansión. Semejante identificación, que sólo puede crear confusión, es mucho más propia de socialdemócratas pequeñoburgueses que de marxistas.

Continuación de la política imperialista de los Zares

El Kremlin participa en un nueva partición de Polonia, el Kremlin se apodera de los países bálticos, el Kremlin se vuelve sobre los Balcanes, Persia y Afganistán; en otras palabras, el Kremlin continúa la política imperialista de los Zares. ¿No tenemos derecho, por tanto, a calificar de imperialista la política del Kremlin? Pero este argumento histórico-geográfico no es más convincente que los otros. La revolución proletaria, nacida en el imperio de los Zares, intentó desde el principio, y lo consiguió durante un tiempo, conquistar los países bálticos; intentó penetrar en Rumania y en Persia y una vez llegó con sus ejércitos hasta Varsovia (1920). Las líneas de expansión de la Revolución fueron las mismas que las del zarismo, porque la revolución no cambió las condiciones geográficas. Precisamente por esto, los mencheviques de entonces hablaron del “imperialismo bolchevique”, calcado de la diplomacia zarista. Los demócratas pequeñoburgueses repiten hoy este argumento. Repito: no tenemos ninguna razón para imitarlos.

¿Agentes del imperialismo?

Sin embargo, junto al problema de cómo denominar la política expansionista de la URSS, está el del apoyo que el Kremlin está prestando al imperialismo de Berlín. Antes que nada, es preciso establecer aquí que —en ciertas condiciones, hasta un cierto punto y de determinada forma— hasta un estado obrero sano tendría que apoyar inevitablemente el imperialismo, porque le sería completamente imposible romper las cadenas de relaciones de un mundo imperialista. El pacto de Brest-Litovsk indudablemente reforzó temporalmente a Alemania contra Francia y Gran Bretaña. Un estado obrero aislado no tiene más remedio que maniobrar entre los campos imperialistas hostiles. Maniobrar implica apoyar temporalmente a uno contra el otro. Saber en cada momento a quién puede resultar más provechoso o menos peligroso apoyar, no es una cuestión de principio, sino de cálculo práctico y de visión de conjunto. Las inevitables desventajas de prestar apoyo a un estado burgués contra otro se equilibran con mucho por el hecho de que esto permite al estado obrero aislado continuar existiendo.

Pero hay maniobras y maniobras. En Brest-Litovsk el gobierno soviético sacrificó la independencia nacional de Ucrania a cambio de salvar el estado obrero. Nadie hablaría de sacrificio de Ucrania, porque todos los trabajadores conscientes comprendieron su carácter forzoso. El caso de Polonia es completamente diferente. El Kremlin no ha planteado nunca la cuestión de que estuviese obligado a sacrificar Polonia. Por el contrario, se jacta cínicamente de su astucia, lo que atenta a los más elementales sentimientos democráticos de las clases oprimidas de todo el mundo y debilita enormemente la situación internacional de la Unión Soviética. ¡La transformación económica de los países ocupados no compensa esto ni en la décima parte!

Toda la política exterior del Kremlin se basa, por lo general, en un pícaro adorno del imperialismo “amigo”, y esto significa sacrificar los intereses fundamentales del movimiento obrero mundial a cambio de ventajas secundarias e inestables. Después de haber drogado durante cinco años a los trabajadores con slogans como la “defensa de las democracias”, Moscú es hoy cómplice de la política de pillaje de Hitler, Esto no convierte a la URSS en un estado imperialista, pero Stalin y su Comintern son, sin duda, los agentes más valiosos con que cuenta el imperialismo.

Si queremos definir exactamente la política exterior del Kremlin, debemos decir que es la política de la burocracia bonapartista de un estado obrero degenerado, en un entorno imperialista. Esta definición no es tan corta ni tan sonora como “política imperialista”, pero, en cambio, es más precisa.

El mal menor

La ocupación de la Polonia del Este por el Ejército Rojo es seguramente un mal menor en comparación con la ocupación de otros territorios por los nazis. Pero este “mal menor” se obtuvo porque Hitler se aseguró previamente un mal mucho mayor. Si alguien prende fuego, o ayuda a prender fuego a una casa y luego salva a cinco de sus diez ocupantes para convertirlos en sus propios semi-esclavos, se produce un “mal menor” que si se hubiesen quemado los diez. Pero no está claro que este pirómano merezca una medalla por el rescate. Y si se la dieran, debería tirarla inmediatamente, como el héroe de una novela de Víctor Hugo.

“Misioneros armados”

Robespierre dijo una vez que a la gente no le gustan los misioneros con bayonetas. Pero lo que quería decir es que es imposible imponer a un pueblo ideas o instituciones revolucionarias por la fuerza de las armas. Esto no significa, sin embargo, que sea inadmisible intervenir militarmente en un país para cooperar con la revolución. Pero una intervención de este tipo, derivada de una política revolucionaria internacional, debe ser entendida por el proletariado internacional y debe corresponder a los deseos de las masas trabajadoras en cuyo territorio entran las tropas revolucionarias. La teoría del socialismo en un solo país no puede crear esta solidaridad internacional activa, la única capaz de justificar y preparar la intervención armada. El Kremlin plantea y resuelve el problema de la intervención militar como hace toda su política; completamente al margen de las ideas y sentimientos de la clase trabajadora internacional. Por ello, los últimos “éxitos diplomáticos” del Kremlin le comprometen monstruosamente y han creado la confusión en las filas del proletariado de todo el mundo.

Insurrección en dos frentes

Pero, planteando así la cuestión —dicen algunos camaradas— ¿es adecuado hablar de la defensa de la URSS y de las provincias ocupadas? ¿No sería más correcto llamar a los obreros y campesinos de toda Polonia a luchar, tanto contra Hitler, como contra Stalin? Naturalmente, eso es muy atractivo. Si surge simultáneamente la revolución en Alemania y en la URSS, incluidas las nuevas provincias ocupadas, se resolverían muchos problemas de un golpe. Pero no podemos basar nuestra política sólo en lo más favorable, en la mejor combinación de circunstancias. El problema es: ¿qué hacemos si Hitler, antes de ser aplastado por la revolución, ataca Ucrania antes de que la revolución haya destruido a Stalin? ¿Deberán luchar en este caso los partidarios de la IV Internacional contra Hitler, lo mismo que lucharon en las filas de la España republicana contra Franco? Estamos totalmente, y en el más amplio sentido, por una Ucrania libre, tanto de Hitler, como de Stalin. Pero ¿qué hacer si, antes de haber obtenido esa independencia, Hitler intenta apoderarse de esa Ucrania que está bajo el dominio de la burocracia stalinista? La IV Internacional contesta: defenderemos de Hitler la Ucrania esclavizada por Stalin.

“Defensa incondicional de la URSS”

¿Qué significa defensa “incondicional” de la URSS? Significa que no le ponemos condiciones a la burocracia. Significa que, independientemente de los motivos o causas de la guerra, defendemos las bases sociales de la URSS, si se ven amenazadas por el imperialismo. Algunos camaradas preguntan: ¿y si mañana la URSS invade la India y empieza a cargarse un movimiento revolucionario, les apoyaremos? Esta pregunta no es del todo coherente. En primer lugar, no está claro por qué implicar a la India. Es más sencillo preguntar: ¿y si el Ejército Rojo amenaza a los obreros y campesinos de la URSS que se pongan en huelga contra la burocracia, lo apoyaremos o no? La política exterior es una continuación de la interna. Nunca hemos prometido apoyar todas las acciones del Ejército Rojo, que es un instrumento en manos de la burocracia bonapartista. Hemos prometido defender la URSS en tanto que estado obrero, y sólo lo que hay dentro de ella, que es característico de un estado obrero.

Un casuista inveterado puede argumentar: Si el Ejército Rojo, independientemente de la clase de “trabajo” que esté realizando en la India, es derrotado por los insurgentes indios, esto debilitaría a la URSS. Le responderíamos: La derrota de un movimiento revolucionario en la India, con la cooperación del Ejército Rojo, significaría un peligro mucho mayor para las bases sociales de la URSS que un contratiempo episódico de un destacamento contrarrevolucionario del Ejército Rojo en la India. La IV Internacional debe distinguir en cada caso cuándo el Ejército Rojo no es más que un arma en manos de la reacción bonapartista y cuándo está defendiendo las bases sociales de la URSS.

Un sindicato dirigido por reaccionarios organiza una huelga para impedir el acceso de los negros a una determinada rama de la industria, ¿apoyaríamos una huelga tan vergonzosa? Naturalmente, no. Pero imaginemos que los amos, aprovechándose de esta huelga, tratan de aplastar los sindicatos y de impedir toda defensa organizada de los trabajadores. En este caso, defenderemos los sindicatos como cuestión de principio, a pesar del carácter reaccionario de su dirección. ¿Por qué no podemos aplicar a la URSS esta misma política?

La norma fundamental

La IV Internacional ha establecido definitivamente que, en todos los países imperialistas, estén aliados o en contra de la URSS, los partidos proletarios deben desarrollar durante la guerra la lucha de clases con el propósito de tomar el poder. Al mismo tiempo, el proletariado no debe perder de vista los intereses de la defensa de la URSS (y de las revoluciones en las colonias) y, en caso necesario, pronunciarse por la acción más decisiva, por ejemplo, huelgas, sabotaje, etcétera. Las relaciones de poder han cambiado sensiblemente desde que la IV Internacional formuló esta norma, pero su validez permanece. Si mañana Inglaterra o Francia amenazan Moscú, los trabajadores ingleses y franceses deben tomar las medidas más decisivas para impedir los envíos de armas y soldados. Si Hitler, obligado por la lógica de la situación, tiene que mandar ayuda militar a Stalin, los trabajadores alemanes, por el contrario, no deberán recurrir a las huelgas y los sabotajes. No creo que haya otra solución.

¿“Revisión del marxismo”?

A algunos camaradas les sorprendió que yo hablase en mi artículo (“La URSS en guerra”) del “colectivismo burocrático” como de una posibilidad teórica. Han visto en ello una completa revisión del marxismo. Se trata de un malentendido aparente. La concepción marxista de la necesidad histórica no tiene nada que ver con el fatalismo. El socialismo no se va a realizar “por sí mismo”, sino que será el resultado de la lucha de fuerzas vivas, clases y partidos. La ventaja crucial del proletariado en esta lucha reside en que él representa el progreso histórico, mientras que la burguesía encarna la reacción y la decadencia. Esta es la fuente de nuestra fe en la victoria. Pero tenemos perfecto derecho a preguntarnos: ¿qué sucederá si vencen las fuerzas de la reacción?

Los marxistas han formulado un número incalculable de veces la alternativa: o el socialismo o la vuelta a la barbarie. Tras la “experiencia” italiana, se ha repetido miles de veces: o fascismo o comunismo. El paso al socialismo no puede dejar de parecernos más complicado, más heterogéneo, más contradictorio, de lo que se previó en el esquema histórico general. Marx habló de la dictadura del proletariado y su superación posterior, pero no dijo nada sobre su degeneración. Hemos observado y analizado por primera vez la experiencia de tal degeneración. ¿Es esto revisionismo?

La marcha de los acontecimientos ha demostrado que el retraso de la revolución socialista engendra indudables fenómenos de barbarie: desempleo crónico, pauperización de la pequeña burguesía, fascismo y guerras de exterminio que no abren ningún camino viable. ¿Qué nuevas formas sociales y políticas puede adoptar esta barbarie, si aceptamos teóricamente que la humanidad es incapaz de elevarse hasta el socialismo? Estamos en mejores condiciones que Marx para responder a esta pregunta. La nueva era bárbara está limitada por el fascismo y la degeneración del estado obrero. Una alternativa de este tipo —socialismo o servidumbre totalitaria— no sólo tiene una enorme importancia teórica, sino también agitativa, pues a su luz la necesidad del socialismo aparece con mayor claridad.

Si tenemos que hablar de revisión de Marx, es realmente la de esos camaradas que hablan de un nuevo tipo de estado “ni burgués ni obrero”. Precisamente porque la alternativa que yo planteo les obliga a llevar su pensamiento hasta sus últimas consecuencias lógicas, algunos de estos críticos, asustados por las conclusiones de su propia teoría, me acusan de revisionismo. Prefiero creer que es una broma.

El derecho al optimismo revolucionario

Demostraba claramente en mi artículo “La URSS en guerra” que la perspectiva de un sistema de explotación ni obrero ni burgués, es decir, “colectivismo burocrático”, es la perspectiva de la total derrota y decadencia del proletariado internacional, la perspectiva del más profundo pesimismo histórico. ¿Existen razones auténticas para adoptar esta perspectiva? No está de más inquirir sobre el asunto entre nuestros enemigos de clase.

En el número semanal del bien conocido periódico France Soir, de 31 de agosto de 1939, hay un reportaje muy instructivo sobre una entrevista entre Hitler y el embajador francés, Coulondre, celebrada el 25 de agosto. (La fuente de información debe ser el propio Coulondre.) Hitler se jacta del pacto que ha firmado con Stalin (“un pacto realista”) y “lamenta” la sangre francesa y alemana que se desperdiciará.

“Pero —objeta Coulondre— Stalin se expone por los dos lados. El verdadero ganador (en caso de guerra) va a ser Trotsky, ¿no cree usted?”

“Lo sé —responde el Fuhrer—, pero como Francia e Inglaterra dan a Polonia completa libertad de acción ”, etc. Estos caballeros han tenido a bien ponerle un nombre individual a los que esperan la revolución. Pero ésta no es la esencia de esta dramática conversación, justo en el momento en que se rompían las relaciones diplomáticas. “La guerra va a provocar inevitablemente la revolución”, dice el representante de la democracia imperialista, temblando de pies a cabeza y tratando de atemorizar a su adversario. “Lo sé —responde Hitler—, lo sé”, como si se tratara de una cuestión decidida hace ya mucho tiempo. ¡Sorprendente diálogo!

Los dos, Hitler y Coulondre, representan la barbarie que avanza sobre Europa. Ninguno de ellos duda que su barbarie será derrotada por la revolución socialista. Las clases dominantes de todos los países capitalistas del mundo son hoy conscientes de ello. Su total desmoralización es uno de los elementos más importantes de la correlación de fuerzas actual. El proletariado tiene una dirección joven y todavía ilusionada. Pero la dirección de la burguesía apenas se tiene en pie. Al principio de una guerra que no pueden impedir, estos caballeros están convencidos de antemano del colapso de su régimen. ¡Este hecho debe de ser para nosotros fuente de un invencible optimismo revolucionario!Regresar al índice


El referéndum y el centralismo democrático[6]

21 octubre 1939

Pedimos un referéndum sobre la guerra porque queremos paralizar o destruir el centralismo en el estado imperialista. Pero ¿podemos reconocer el referéndum como un método normal de decisión dentro de nuestro partido? La respuesta sólo puede ser negativa.

Quien está a favor del referéndum reconoce que la democracia interna del partido es sólo la suma aritmética de decisiones locales, condicionadas inevitablemente por las fuerzas y la experiencia limitadas de cada sección. Quien esté en favor de un referéndum debe estar a favor de los mandatos imperativos: es decir, a favor de que cada sección local tenga derecho a exigir a su representante en el congreso del partido que vote de manera predeterminada. Quien reconoce el mandato imperativo está automáticamente en contra de la concepción del congreso como órgano supremo del partido. Es suficiente sustituir el congreso por un recuento de votos locales. El partido, como un todo centralizado, desaparece. Aceptando el referéndum, la influencia de las secciones más avanzadas y de los camaradas con más experiencia o más perspicaces se sustituye por la influencia de los menos experimentados, de las secciones más atrasadas, etc.

Naturalmente estamos por un examen a fondo y porque sobre cada cuestión voten todas las secciones locales del partido, todas las células. Pero, al mismo tiempo, cada delegado elegido por su sección debe tener derecho a sopesar todos los argumentos expuestos en el congreso y a votar según le dicte su juicio político, y si, después del congreso, no es capaz de convencer a su organización de lo correcto de sus apreciaciones, ésta debe privarle consecuentemente de su confianza política. Casos así son inevitables. Pero son un mal infinitamente menor que el sistema de referéndum o de voto imperativo, que destruyen por completo el partido como un todo.

Coyoacán, D. F.

Notas

[6] En el curso del debate de facciones, la minoría pidió un referéndum sobre la cuestión de la naturaleza de la URSS. La mayoría se opuso. Trotsky apoyó a la mayoría, rechazando el referéndum.Regresar al índice


Carta a Sherman Stanley

22 de octubre de 1939

Querido camarada Stanley:

Contesto con un poco de retraso su carta del 11 de octubre.

1. Dice que “no debe haber serios enfrentamientos ni diferencias” en la cuestión rusa. Si es así, ¿por qué esa terrible alarma en el partido contra el Comité Nacional, es decir, contra su mayoría? No debe sustituir sus concepciones personales por las de la minoría del Comité, que considera la cuestión lo bastante seria como para provocar una discusión justo en el umbral de la guerra.

2. Pero no estoy de acuerdo con usted en que mi argumento no contradice los del camarada M. S. La contradicción implica dos puntos fundamentales:

a) La naturaleza de clase de la URSS.

b) La defensa de la URSS.

Sobre el primer tema, el camarada M. S. plantea una cuestión de principio, lo que significa que deja de reconocer la antigua decisión y toma una nueva. Un partido revolucionario no puede vivir entre dos decisiones, una aniquilada, otra adoptada sin ser previamente propuesta. En el problema de la defensa de la URSS y los nuevos territorios ocupados contra Hitler (o Inglaterra) el camarada M. S. propone una revolución contra Hitler y Stalin a la vez. Esta fórmula abstracta significa negar la defensa real en una situación concreta. Intento aclarar este punto en un nuevo artículo que mandé ayer por avión al Comité Central.

3. Estoy completamente de acuerdo con usted en que sólo una discusión seria clarificará el asunto, pero no creo que votando simultáneamente por la propuesta de M. S. y por la de la mayoría vaya a clarificar nada.

4. Afirma en su carta que el problema principal no es la cuestión rusa, sino el “régimen interno”. He oído esa acusación bastante a menudo desde el comienzo de nuestro movimiento en EE.UU. Varían un poco las formulaciones y los grupos, pero siempre hay una parte de nuestros camaradas que está en contra del “régimen”. Estaban, por ejemplo, contra la entrada en el Partido Socialista (no hace falta irse muy atrás en el tiempo). Pero inmediatamente dijeron que el “principal problema” no era entrar en el Partido Socialista, sino el “régimen”. Ahora se repite la misma fórmula en relación con la cuestión rusa.

5. Por mi parte, creo que la entrada en el Partido Socialista fue una medida muy saludable para la mayor extensión de nuestro partido y que el “régimen” (o la dirección) que llevó a cabo la fusión estaba en lo cierto, al contrario que la oposición, que, además, en este caso representaba la tendencia al estancamiento.

6. Ahora, al comienzo de la guerra, surge una nueva y aguda posición, basada en la cuestión rusa. Afecta a la corrección de nuestro programa, elaborado a través de innumerables discusiones, polémicas y disputas a lo largo de diez años. Naturalmente, nuestras decisiones no son eternas. Si alguien de la dirección del partido tiene dudas y sólo dudas, es su deber hacia el partido clarificarse mediante estudios y discusiones dentro de la dirección, antes de lanzar la cuestión a todo el partido, y no en forma de nuevas decisiones, sino de dudas. Desde luego, desde el punto de vista de los estatutos, cualquiera, hasta un miembro del Comité Político, tiene derecho a hacerlo, pero no creo que este derecho se haya usado de tal manera que haya contribuido a mejorar el régimen del partido.

7. En el pasado, he oído a menudo acusaciones de camaradas contra el Comité Nacional en su conjunto —sobre su falta de iniciativa y demás—. No soy el abogado defensor del Comité Nacional y estoy seguro de que ha dejado de hacer muchas cosas que podría haber hecho. Pero insisto en que es preciso concretar las acusaciones. Me he dado cuenta a menudo que el disgusto con la propia actividad local, con la propia falta de iniciativa, se transformaba en una acusación al Comité Nacional, que se suponía debía ser Omnipotente, Omnipresente y Omnibenevolente.

8. En el caso presente, el Comité Central es acusado de “conservadurismo”. Creo que defender las decisiones tomadas, hasta que no se tomen otras nuevas, es deber elemental del Comité. Creo que este “conservadurismo” está dictado por el instinto de conservación del propio partido.

9. Hay otros dos asuntos sobre los que los camaradas actualmente disconformes con el “régimen” han adoptado, en mi opinión, una postura políticamente falsa. El régimen debe ser un instrumento al servicio de la política adecuada. Cuando la incorrección de su política es manifiesta, sus protagonistas tienden a decir que tal asunto no es tan importante como el régimen en general. Durante el desarrollo de la Oposición de Izquierda y de la IV Internacional me he opuesto cientos de veces a esta sustitución. Cuando Vareecken, Sneevliet e incluso Molinier fueron derrotados en todos sus puntos de diferencia, declararon que el auténtico problema de la IV Internacional no era tal o cual decisión, sino su régimen.

10 No quiero hacer una analogía entre los líderes de la presente oposición en el Partido americano y los Vareeckenes, Snevliets y compañía. Sé muy bien que los líderes de la oposición actual son camaradas muy cualificados y espero sinceramente que seguiremos trabajando juntos tan amistosamente como hasta ahora. Pero no voy a aportar nada positivo inquietándome, porque alguno de ellos vaya a cometer el mismo error, a cada nueva etapa en el desarrollo del partido, apoyándose en un grupo de adherentes personales. Creo que en la presente discusión esta actitud debe analizarse y condenarse severamente por la opinión general del partido, que en este momento tiene enormes tareas que cumplir.

Con los mejores saludos del camarada,

Crux (Leon Trotsky)

P. S. — Como hablo de la mayoría y la minoría del Comité Nacional, y especialmente de los camaradas de la resolución M. S., voy a enviar copia de esta carta a los camaradas Cannon y Shachtman.Regresar al índice


Carta a Max Shachtman

6 de noviembre de 1939

Querido camarada Shachtman:

Recibí la transcripción de su discurso del 15 de octubre[7] que me envió usted y la leí con todo el interés que se merece. He encontrado un montón de excelentes ideas y de formulaciones en completo acuerdo con nuestra posición común, tal y como se expresa en los documentos fundamentales de la IV Internacional. Pero lo que no pude encontrar es una explicación de por qué ataca nuestra posición previa como “insuficiente, inadecuada e inactual”.

Dice usted: “Los acontecimientos, que han resultado ser diferentes de nuestras hipótesis y predicciones teóricas, han cambiado la situación”. Pero desgraciadamente, habla usted tan en abstracto de “los acontecimientos” que no soy capaz de comprender cómo cambian la situación y cuáles pueden ser las consecuencias de estos cambios para nuestra política. Usted menciona algunos ejemplos del pasado. Así, “vimos y previmos la degeneración de la III Internacional”; pero sólo después de la victoria de Hitler consideramos necesario proclamar la IV Internacional. El ejemplo no está formulado exactamente. Habíamos previsto no sólo la degeneración de la III Internacional, sino también la posibilidad de su regeneración. Sólo la experiencia alemana de 1929-33 nos convenció de que el Comintern estaba podrido y nada podría regenerarlo. Pero entonces cambiamos nuestra política radicalmente: opusimos a la III la IV Internacional.

Pero no sacamos las mismas conclusiones respecto al estado soviético. ¿Por qué? La III Internacional era un partido una selección de personas en base a ideas y métodos. Esta selección era tan opuesta al marxismo que tuvimos que abandonar toda esperanza de regenerarla. Pero el estado soviético no es sólo una selección ideológica, es un complejo de instituciones sociales que persiste a pesar de que las ideas de la burocracia sean opuestas a las de la Revolución de Octubre. Esta es la razón por la que no renunciamos a regenerar el estado soviético mediante una revolución política. ¿Cree usted que debernos cambiar de actitud? Si no, y estoy seguro de que usted no quiere proponer eso, ¿dónde está el “cambio” fundamental que se ha producido a raíz de los últimos acontecimientos?

Veo con satisfacción que acepta usted el slogan “por una Ucrania soviética independiente”. Pero añade: “Yo siempre entendí nuestra posición básica como opuesta a las tendencias separatistas en las Repúblicas Soviéticas Federadas”. Ve con respecto a esto “un cambio fundamental en nuestra política”. Pero: l) el slogan sobre Ucrania independiente se propuso antes del pacto Hitler-Stalin; 2) este slogan es sólo una aplicación a una cuestión nacional de nuestro slogan general de lucha contra la burocracia. Podría usted decir con el mismo derecho: “Tal y como yo entiendo nuestra posición básica, nos hemos opuesto siempre a todo acto de rebelión contra el Gobierno soviético”. Naturalmente, pero cambiamos esta postura básica hace ya varios años. No veo qué nuevo cambio propone usted ahora.

Cita usted la marcha del Ejército Rojo en 1920 sobre Polonia y Georgia, y dice: “Ahora, si no ha cambiado nada en la situación, ¿por qué la mayoría no propone apoyar el avance del Ejército Rojo en Polonia, los países bálticos o Finlandia?”. En esta parte decisiva de su discurso, usted establece que “algo ha cambiado” entre 1920 y 1939. ¡Claro, hombre! La novedad es la situación de bancarrota de la III Internacional, la degeneración del estado soviético, el desarrollo de la oposición de izquierda, y la creación de la IV Internacional. Los “acontecimientos concretos” han ocurrido precisamente entre 1920 y 1939. Y estos acontecimientos explican suficientemente por qué hemos cambiado radicalmente nuestra postura hacia el Kremlin, incluyendo su política militar.

Olvida usted que en 1920 apoyamos no sólo al Ejército Rojo, sino también al GPU. Desde nuestra concepción del estado, no existe diferencia radical entre el Ejército Rojo y el GPU. Sus actividades están estrechamente conectadas y son interdependientes. Podemos afirmar que en 1910 y los años siguientes, apoyamos a la Cheka en su lucha contra los rusos contrarrevolucionarios y los espías imperialistas, pero que, cuando en 1927 el GPU empezó a arrestar, exiliar y perseguir a los auténticos bolcheviques, cambiamos nuestra apreciación de esa institución. Este cambio se produjo por los menos once años antes del pacto germano-soviético. Por eso me ha asombrado profundamente que hable usted sarcásticamente de “el rechazo de la mayoría a adoptar la misma postura que todos tomamos en 1920 ”. Todos nosotros empezamos a cambiar de postura en 1923 avanzando poco a poco de acuerdo con los desarrollos objetivos. El punto decisivo de la evolución fue 1933-34. ¡Si no somos capaces de ver qué cambios fundamentales se han producido ahora y por qué debemos cambiar nuestra política, según propone usted, no significa que hayamos vuelto a 1920!

Insiste usted fundamentalmente en la necesidad de abandonar el slogan de la defensa incondicional de la URSS, porque usted interpretó en el pasado ese slogan como apoyo a toda acción diplomática o militar del Kremlin, es decir, de la política de Stalin. No, mi querido Shachtman, eso no corresponde “a los acontecimientos concretos”. Ya en 1927 proclamamos en el Comité Central: “¿Por la patria socialista? ¡Sí! ¿Por la carrera de Stalin? ¡No!” (The Stalin School of Falsification.) Además, parece olvidar usted la llamada “tesis de Clemenceau”, que significaba que, en interés de la auténtica defensa de la URSS, la vanguardia proletaria podría estar obligada a destruir el gobierno de Stalin y reemplazarlo por el suyo propio. ¡Todo esto se dijo en 1927! Cinco años después, explicamos a los trabajadores que el cambio de gobierno podría llevarse a cabo sólo mediante la revolución política. Así separamos nuestra defensa de la URSS como estado obrero de la defensa de la URSS que hacía la burocracia. ¡A pesar de ello, usted interpreta nuestra política anterior como apoyo incondicional a las actividades diplomáticas y militares de Stalin! Permítame decirle que eso es una deformación horrible de nuestra postura, no sólo desde la creación de la IV Internacional, sino desde el principio de la oposición de izquierda.

La defensa incondicional de la URSS significa, simplemente, que nuestra política no está determinada por las hazañas, maniobras o crímenes de la burocracia del Kremlin, sino solamente por nuestra concepción de los intereses del estado soviético y de la revolución mundial.

Al final de su discurso cita usted la fórmula de Trotsky de subordinar la defensa de la propiedad nacionalizada en la URSS a los intereses de la revolución mundial, y prosigue: “Mi interpretación de nuestra postura en el pasado significaba que no podía haber contraposición entre ambas Nunca interpreté que se debía subordinar la una a la otra. Si entiendo inglés, el término significa que hay, o puede haber, conflicto entre ambas”. Y de ahí deriva usted la imposibilidad de mantener el slogan de la defensa incondicional de la URSS.

Este argumento se basa por lo menos sobre dos malentendidos. ¿Cómo y por qué han de entrar en conflicto los intereses de la revolución mundial y el mantenimiento de la propiedad nacionalizada en la URSS? Usted infiere tácitamente que la política del Kremlin (no la nuestra) puede entrar en conflicto con los intereses de la revolución mundial. ¡Naturalmente! ¡A cada paso! ¡En todos los aspectos! Por eso nuestra política de defensa no está condicionada por la política del Kremlin. Este es el primer malentendido. Pero, pregunta usted, sino hay conflicto, ¿para qué hace falta la subordinación? Aquí está el segundo malentendido. Debemos subordinar la defensa de la URSS a la revolución mundial lo mismo que subordinamos una parte al todo. En 1918, en la polémica con Bujarin, que insistía en la necesidad de una guerra revolucionaria contra Alemania, Lenin contestó más o menos: “Si hubiera ahora una revolución en Alemania, nuestro deber sería ir a la guerra, aun a riesgo de perderla. La revolución alemana es más importante que nosotros y deberíamos sacrificar el poder soviético en Rusia (por un tiempo) si fuera necesario, para ayudar a establecerlo en Alemania”. Una huelga en Chicago puede ser irrazonable en un momento determinado y por sí misma, pero si los trabajadores de Chicago tienen que apoyar una huelga general deben subordinar sus intereses a los de su clase y llamar a la huelga. Si la URSS se ve envuelta en la guerra del lado de Alemania, la revolución alemana amenazaría los intereses de la defensa de la URSS. ¿Debemos decirles a los trabajadores alemanes que no la hagan? El Comintern seguramente se lo diría, pero nosotros no. Les diremos: “Debemos subordinar los intereses de la defensa de la URSS a los intereses de la revolución mundial”.

Me parece que algunos de sus argumentos han sido rebatidos por Trotsky en su último artículo “Una y otra vez sobre la naturaleza de la URSS”, escrito antes de que yo recibiera la transcripción de su discurso.

Tenemos cientos y cientos de nuevos camaradas que no han pasado por nuestra experiencia común. Me temo que sus argumentos les hagan creer que alguna vez hemos apoyado al Kremlin, al menos en el campo internacional, que no habíamos previsto la posibilidad de cooperación entre Hitler y Stalin, que los acontecimientos nos han pillado desprevenidos y que debemos cambiar fundamentalmente nuestra posición.

¡Y eso no es verdad! E, independientemente de otras cuestiones, discutidas o sólo tocadas en su discurso (dirección, conservadurismo, régimen del partido y demás), creo que debemos examinar de nuevo nuestra posición sobre la cuestión rusa, todo lo cuidadosamente que nos sea posible, en bien de la sección americana y de la IV Internacional en su conjunto.

El verdadero peligro ahora no es la defensa “incondicional” de lo que merece ser defendido, sino la ayuda directa o indirecta a la corriente política que trata de identificar la URSS con los estados fascistas en beneficio de las democracias, o con quienes intentan echar todas las tendencias en el mismo saco para comprometer el bolchevismo o marxismo con el stalinismo. Somos el único partido que previó los acontecimientos, no concretamente, como es natural, pero sí su tendencia general. Nuestra ventaja consiste en que no tenemos que cambiar nuestra orientación, aunque comience la guerra. Y me parece muy poco adecuado que algunos de nuestros camaradas, movidos por la lucha de facciones por un “buen régimen” (que, que yo sepa, no han definido nunca) insistan en gritar: “¡Nos han cogido desprevenidos! ¡Nuestra orientación se ha vuelto inadecuada! ¡Debemos improvisar una nueva línea!” Todo esto me parece totalmente incorrecto y muy peligroso.

Con los mejores saludos del camarada,

Lund (Leon Trotsky)

Saludos a J. P. Cannon.

P.S.-Las formulaciones de esta carta están lejos de ser perfectas, porque no es un artículo elaborado, sino simplemente una carta que he dictado a mi colaborador en inglés y que él ha corregido sobre la marcha. L.

Notas

[7] Este discurso fue pronunciado en una reunión de la organización neoyorkina del Partido Socialista Obrero (SWP). Se reproduce en el Boletín Interno, vol. II, núm. 3, de 14 de noviembre de 1939. (Nota del editor.)Regresar al índice


Carta a James P. Cannon

15 de diciembre de 1939

Los líderes de la oposición no han aceptado hasta ahora el debate a nivel de principios e indudablemente tratarán de evitarlo en el futuro. En consecuencia, no es difícil imaginar lo que van a decir sobre el artículo que incluyo. “Hay muchas verdades elementales en este artículo —dirán—, no las negamos, pero no nos responde las cuestiones “concretas” del momento. Trotsky está demasiado lejos del partido para poder juzgar correctamente. No todos los elementos pequeño-burgueses del partido están con la oposición, ni todos los obreros con la mayoría”. Algunos añadirán que el artículo les “atribuye” ideas que no han mantenido nunca, etc.

Las “respuestas concretas” que requieren los de la oposición son recetas de un libro de cocina especial para tiempos de guerra imperialista. No he intentado escribir este libro de cocina. Pero hemos de ser capaces de llegar, desde nuestro enfoque de principio de las cuestiones fundamentales, a la solución de cada problema concreto, por complicado que sea. Precisamente en el problema de Finlandia, la oposición demostró su incapacidad de abordar cuestiones concretas.

No hay facciones químicamente puras. Los elementos pequeño-burgueses se encuentran necesariamente en cada facción y cada partido obrero. El asunto es quién da el tono. En la oposición, el tono lo dan los pequeño-burgueses.

La inevitable acusación de que el artículo atribuye a la oposición ideas que nunca ha formulado se explica por el carácter contradictorio e incoherente de las ideas de la oposición, que no pueden soportar ni el roce del análisis crítico. El artículo no “atribuye” nada a los líderes de la oposición, sólo desarrolla sus ideas hasta el fin. Naturalmente, puedo observar el desarrollo del debate sólo desde fuera. Pero los rasgos generales de un combate suelen verse mejor cuando no se toma parte en él.

Con un amistoso apretón de manos,

Leon Trotsky

Coyoacan, D. F.Regresar al índice


Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)

15 diciembre 1939

Hay que llamar a las cosas por su nombre, Ahora que las posiciones de las dos facciones en lucha se han decantado con toda claridad, debemos decir que la tendencia minoritaria del Comité Nacional está realizando una política típicamente pequeño-burguesa. Como todos los grupos pequeño-burgueses dentro de los movimientos socialistas, esta oposición actual se caracteriza por: una actitud desdeñosa hacia la teoría y una tendencia al eclecticismo: falta de respeto por la tradición de su propia organización; inquietud por la “independencia” personal a costa de la verdad objetiva; nerviosismo en lugar de coherencia; presteza a saltar de una posición a otra; falta de comprensión del centralismo revolucionario y hostilidad hacia él, y, por último, inclinación a sustituir la disciplina del partido por relaciones personales y de pandilla. Naturalmente, no todos los miembros de la oposición presentan todas estas características con igual intensidad. Pero, como ocurre siempre en un bloque abigarrado, el matiz lo imponen quienes están más lejos del marxismo y de la política proletaria. Nos encontramos ante un debate serio y prolongado. No intento agotar el tema en este artículo, pero quiero subrayar las características generales del problema.

Escepticismo teórico y eclecticismo

Los camaradas Burnham y Shachtman publicaron, en el número de enero de 1939 de New International un largo artículo titulado “Intelectuales en retirada”. El artículo, aun conteniendo muchas ideas correctas y observaciones políticas adecuadas, padecía un defecto fundamental. Como se trataba de polemizar con oponentes que se consideran a sí mismos —sin razones suficientes— como “teóricos”, los autores no creyeron necesario tratar el problema en términos teóricos. Era absolutamente necesario explicar por qué los intelectuales “radicales” americanos aceptan el marxismo sin la dialéctica (un reloj al que le falta un muelle). La razón es sencilla. En ningún otro país se ha rechazado tanto la lucha de clases como en la tierra de las “oportunidades ilimitadas”. El rechazo de las contradicciones sociales como fuerza motora del desarrollo social lleva, en el campo del pensamiento teórico, al rechazo de la dialéctica como lógica de las contradicciones. Igual que se considera posible en el terreno político que todo el mundo se convenza de que un programa “justo” es correcto a través del pensamiento inteligente e igual que se cree posible la reconstrucción social mediante medidas “racionales”, en la esfera teórica se considera que la lógica aristotélica, llevada al nivel del sentido común, es suficiente para resolver todos los problemas.

El pragmatismo, mezcla de empirismo y racionalismo, es la filosofía nacional de los EE.UU. La metodología teórica de Max Eastman no es muy diferente de la metodología de templan la sociedad desde el punto Henry Ford —ambos contemplan la sociedad desde el punto de vista de un ingeniero (Eastman, platónicamente)—. Históricamente, la actual actitud de desdén hacia la dialéctica se explica simplemente porque los abuelos y bisabuelas de Eastman y compañía no necesitaron aplicar la dialéctica en la práctica para conquistar territorios y hacerse ricos. Pero los tiempos han cambiado y la filosofía pragmática, como el mismo sistema capitalista americano, ha entrado en crisis.

Los autores del artículo no muestran, porque no serían capaces ni tienen interés en ello, las conexiones internas entre la filosofía y el desarrollo material de la sociedad y explican francamente por qué.

“Los autores de este artículo —escriben sobre sí mismos— difieren profundamente en su apreciación de la teoría general del materialismo dialéctico, pues mientras uno la acepta, el otro la rechaza No hay nada anómalo en esta situación. El pensamiento teórico siempre está relacionado, de una u otra forma, con la práctica, pero esta relación no es directa ni inmediata; y, como hemos señalado antes, los seres humanos son inconsecuentes con frecuencia. Desde el punto de vista de cada uno de nosotros, el otro padece esta inconsecuencia entre su teoría filosófica y su práctica política, lo que nos debe llevar inevitablemente a desacuerdos políticos decisivos en ocasiones concretas. Pero esto no ha sucedido hasta el presente, ni ninguno de los dos ha podido demostrar que el acuerdo o desacuerdo en el nivel más abstracto de las doctrinas del materialismo dialéctico afecte necesariamente a los asuntos políticos de hoy o de mañana —y los partidos, las luchas y los programas políticos se basan precisamente en estos asuntos concretos—. Ambos esperamos que con el tiempo estaremos cada vez más de acuerdo en las cuestiones más abstractas. De momento, lo que nos preocupa es el fascismo, la guerra y el desempleo”. ¿Qué significa este razonamiento tan asombroso? Cuando “ciertas personas” utilizan un método malo “a veces” llegan a conclusiones correctas, mientras que si otros utilizan un método adecuado “con cierta frecuencia” llegan a conclusiones incorrectas por lo tanto, el método no tiene mayor importancia. Ya meditaremos sobre el método cuando tengamos más tiempo libre, pero no ahora que tenemos otras cosas que hacer. Imaginemos la reacción de un trabajador que se queja a su capataz de que sus herramientas son malas y recibe la siguiente respuesta: “Con malas herramientas se puede hacer un buen trabajo, y hay mucha gente que con herramientas buenas sólo es capaz de estropear el material”. Mucho me temo que este trabajador contestaría a su capataz con una frase poco académica. Un trabajador tiene que enfrentarse con materiales duros, que le ofrecen resistencia, y por eso aprecia las buenas herramientas, mientras que un intelectual pequeño-burgués —¡qué rico!— se conforma con utilizar como “herramientas” observaciones vagas y generalizaciones superficiales, porque tiene asuntos más importantes en la cabeza.

Pretender que cada miembro del partido se ocupe personalmente de la filosofía de la dialéctica es una pedantería sin sentido. Pero un trabajador que se ha hecho en la escuela de la lucha de clases tiene, gracias a su propia experiencia, una predisposición al pensamiento dialéctico. Incluso desconociendo el término, acepta rápidamente lo esencial del método y sus conclusiones. Con un pequeño-burgués pasa lo contrario. Naturalmente, hay pequeño-burgueses alineados orgánicamente con los trabajadores, que han llegado a una perspectiva proletaria gracias a una revolución interior. Pero son una minoría insignificante. El problema es diferente con la pequeña burguesía con preparación académica. Sus prejuicios han adquirido forma definitiva en la escuela. Cuanto más éxito han tenido en acumular conocimiento (útiles o no), sin la ayuda de la dialéctica, más capaces se creen de andar por la vida sin ella.

En realidad, utilizan la dialéctica sólo para pulir, afilar o verificar sus instrumentos de análisis, o para romper con el estrecho círculo de sus relaciones personales. Pero cuando tienen que enfrentarse con hechos importantes, se sienten perdidos y recaen rápidamente en sus formas de pensar pequeño-burguesas.

Apela a la inconsecuencia como justificación para un trabajo sin principios teóricos, significa que uno es muy poco fiable como marxista. La inconsecuencia no es accidental, y en política no se la debe considerar únicamente como un síntoma individual. Generalmente, la inconsecuencia cumple una función social. Hay agrupaciones sociales que no pueden ser consecuentes. Los elementos pequeño-burgueses que no han podido desembarazarse de sus viajes, tendencias pequeño-burgueses se encuentran, en un partido de trabajadores, sistemáticamente impulsados a establecer compromisos teóricos con su propia conciencia.

A la actitud del camarada Shachtman hacia el método dialéctico, tal como la ha manifestado en el párrafo citado antes, no se la puede denominar más que escepticismo ecléctico. Es evidente que Shachtman ha contraído esa actitud entre los intelectuales pequeño-burgueses que consideran adecuadas todas las formas de escepticismo, y no en la escuela de Marx.

Advertencia y verificación

El artículo me asombró tanto que escribí inmediatamente al camarada Shachtman: “Acabo de leer el artículo que escribe junto con Burnham sobre los intelectuales. Tiene cosas excelentes. Sin embargo, la parte sobre dialéctica es el peor golpe que usted personalmente, como editor de New International, ha podido darle a la teoría marxista. El camarada Burnham dice: “no reconozco la dialéctica”. Es sincero y todos hemos de reconocerlo. Pero usted dice: “yo reconozco la dialéctica, pero no importa: eso no tiene la menor importancia”. Relea lo que ha escrito. Esas frases producirán muchísima confusión entre los lectores de New International y son el mejor regalo que podíamos hacerles a los Eatsmans de todas las especies. ¡Muy bien! Pienso hablar de ello públicamente”.

Escribí esta carta el 20 de enero, varios meses antes de esta discusión. Shachtman no me contestó hasta el 5 de marzo, diciendo que no entendía por qué había armado tanto alboroto. El 9 de marzo, le respondí en los siguientes términos: “No rechazo la posibilidad de colaborar con los antidialécticos, pero sí creo que es peligroso escribir juntos un artículo en el que la dialéctica juega, o debería jugar, un papel muy importante. La polémica tiene lugar en dos planos: político y teórico. Estoy de acuerdo con su postura política. Pero su argumentación teórica es insuficiente: se detiene justo en el momento en que debería empezar a ser agresiva. La tarea consiste en demostrar que sus fallos (en tanto que fallos teóricos) se derivan de su incapacidad y su falta de ganas de pensar las cosas a través de la dialéctica. Podemos cumplir esta tarea con un éxito pedagógico muy importante. Pero en vez de hacer eso, usted afirma que la dialéctica es un asunto personal y que se puede ser muy buena persona sin creer en ella”. Aliándose en “este” tema con el antidialéctico Burnham, Shachtman se priva a sí mismo de la posibilidad de demostrar por qué Eastman, Hook y tantos otros empiezan por oponerse filosóficamente a la dialéctica y acaban luchando políticamente contra la revolución socialista. Sin embargo, este es el quid de la cuestión.

La discusión política actual en el partido a confirmado mis temores en medida mucho mayor de lo que esperaba, o más exactamente, temía. El escepticismo metodológico de Shachtman ha dado sus tristes frutos en la discusión sobre la naturaleza del Estado soviético. Empezó Burnham, hace algún tiempo, con la construcción, de forma puramente empírica, basándose en sus impresiones inmediatas, de un estado ni proletario ni burgués, liquidando toda la teoría marxista del estado como órgano del dominio de clase. Shachtman, inesperadamente, adoptó una postura evasiva: “Debemos estudiar el asunto más profundamente, ya veremos ”: además, Shachtman está de acuerdo con Burnham en que la definición sociológica de la URSS no tiene ninguna relevancia para nuestras “tareas políticas inmediatas”. Permítame el lector referirme de nuevo a lo que ambos escriben sobre la dialéctica. Burnham no la acepta, Shachtman dice aceptarla pero el milagro de la inconsecuencia les permite llegar a conclusiones políticas comunes. La actitud de ambos hacia la naturaleza del Estado soviético reproduce punto por punto su actitud hacia la dialéctica.

En ambos casos, Burnham lleva la voz cantante. Esto no es sorprendente, porque él posee un método —el pragmatismo—, mientras Shachtman no tiene ninguno. Se limita a adaptarse a Burnham. Aunque no quiere asumir la responsabilidad del anti-marxismo de Burnham, no defiende sus concepciones de los ataques al marxismo de Burnham en el terreno de la filosofía ni en el de la sociología. En ambos casos, Burnham aparece como un pragmático y Shachtman como un ecléctico. Este paralelismo de las concepciones de Burnham y Shachtman en dos planos diferentes de pensamiento y sobre dos cuestiones de importancia primordial, tiene la gran ventaja de que abrirá los ojos incluso a los camaradas que no tienen ninguna experiencia en el discurso puramente teórico. El método de pensamiento puede ser dialéctico o vulgar, consciente o inconsciente, pero existe y se da a conocer por sus resultados.

En enero pasado oíamos decir a nuestros autores: “Pero esto no ha sucedido hasta el momento, ni ninguno de nosotros ha podido demostrar que el acuerdo o desacuerdo en el nivel abstracto de la doctrina dialéctica afecte a los problemas políticos concretos de hoy o de mañana ” ¡Ya nos lo han demostrado! Apenas han pasado unos meses y hemos podido comprobar como su actitud frente a una “abstracción”, como el materialismo dialéctico se manifiesta claramente en su actitud hacia el Estado soviético.

Es necesario afirmar que la diferencia entre ambas cuestiones es bastante importante, pero que es política y no teoría. En ambos casos, Burnham y Shachtman se unen sobre la base del rechazo y semirrechazo de la dialéctica. Pero en el primero, su unión se dirigía contra los oponentes del partido proletario. En el segundo, se enfrentan con la fracción marxista de su propio partido. Por decirlo así, el frente de operaciones ha cambiado, pero el arma sigue siendo la misma.

Es verdad que la gente es incoherente a menudo. Sin embargo, la conciencia humana tiende hacia una cierta homogeneidad. La filosofía y la lógica deben basarse en esta homogeneidad y no en la incoherencia, es decir, en la falta de homogeneidad. Burnham no reconoce la dialéctica, pero la dialéctica le reconoce a él, se extiende sobre él. Shachtman cree que la dialéctica le re conoce a él, se extiende sobre él. Shachtman cree que la dialéctica no tiene importancia para las conclusiones políticas, pero podemos ver en las conclusiones políticas de Shachtman los deplorables efectos de su actitud desdeñosa hacia la dialéctica. Incluiremos este ejemplo en los libros de texto del materialismo dialéctico.

El año pasado me visitó un profesor ingles de economía política, simpatizante de la IV Internacional. Durante nuestra conversación sobre las vías para llegar al socialismo, se expresó de pronto con el típico utilitarismo inglés, como hubieran podido hacerlo Keynes y otros: “Es necesario determinar una meta económica concreta, elegir los métodos más razonables para conseguirla”. Le hice notar: “Veo que es usted un adversario de la dialéctica”. Me contestó, sorprendido: “En efecto, no la encuentro útil en absoluto”. “Sin embargo, le respondí, la dialéctica me ha permitido determinar la categoría de pensamiento filosófico a la que pertenece usted, sólo por unas cuantas observaciones que ha hecho sobre problemas económicos; sólo esto debería demostrarle que la dialéctica tiene algún valor”. Aunque mi visitante no había dicho ni una palabra sobre ello, estoy seguro de que este profesor anti-dialéctico opina que la URSS no es un estado obrero, que los métodos de nuestra organización son malos, etc. Es posible determinar el tipo general de pensamiento de una persona sobre las bases de sus opiniones sobre problemas concretos y también es posible predecir aproximadamente, conociendo su tipo general de pensamiento, como abordará un individuo una cuestión práctica determinada. Este es el incomparable valor pedagógico del método dialéctico.

El ABC del materialismo dialéctico

Escépticos gangrenosos como Souvarine dicen que “ni se sabe” lo que es la dialéctica. Y hay “marxistas” que se inclinan respetuosamente ante Souvarine y pretenden aprender de él. Y esos “marxistas” no sólo hacen su nido en el “Modern Monthly”. Hay una corriente souvarinista en la actual oposición del Partido Socialista Obrero (SWP). Es necesario prevenir a los jóvenes camaradas: ¡cuidado con esa infección maligna!

La dialéctica no es ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas elementales.

Intento extractar lo sustancial del problema de forma muy esquemática. El aristotelismo lógico del silogismo simple empieza con la proposición de que A es igual a Al. Este postulado se acepta como axioma para multitud de prácticas humanas y generalizaciones elementales. Pero, en realidad, A no es igual a Al. Basta con ponerse gafas para darse cuenta. Pero, puede objetar alguien, la cuestión no es el tamaño o la forma de las letras, puesto que sólo son símbolos de cualidades iguales, por ejemplo, uña libra de azúcar. La objeción da en el clavo: precisamente, porque una libra de azúcar nunca es igual a otra libra de azúcar: hay una escala sutil de variaciones entre ambas. Se nos puede objetar de nuevo: pero una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco es cierto: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, tamaño, color, etc., no permanecen nunca inmutables. Un sofista respondería que una libra de azúcar es igual a sí misma “en un momento dado”. Dejando de lado la dudosa validez práctica de semejante “axioma”, este argumento no es en realidad una crítica teórica. ¿Cómo concebimos el término “momento”? Si es un intervalo infinitesimal de tiempo, en ese pequeño espacio la libra de azúcar sufrirá algún cambio. ¿O es el “momento” una abstracción matemática, un tiempo 0? Pero todo existe en el tiempo; la misma existencia es un proceso de transformación ininterrumpido; el tiempo es, en consecuencia, el elemento fundamental de la existencia. Luego el axioma “A es igual a A” significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.

A primera vista, podría parecer que estas sutilezas son inútiles. En realidad, son de importancia definitiva. El axioma “A es igual a A”, parece ser, por un lado, la base de todo nuestro conocimiento, y por otro, la fuente de todos nuestros errores. Usar el axioma “A es igual a A” impunemente es posible sólo dentro de ciertos límites. Podemos admitir ciertos cambios cuantitativos y presumir que “A es igual a A1”. Este es el caso del comprador y el vendedor de una libra de azúcar. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el poder adquisitivo del dólar. Pero, una vez traspasados ciertos límites, los cambios cuantitativos pueden llegar a ser cualitativos. Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o del keroseno deja de ser una libra de azúcar. Determinar en qué momento el cambio cuantitativo se convierte en cualitativo es una de las tareas más importantes y difíciles del conocimiento, incluida la sociología.

Todo trabajador sabe que es imposible hacer dos objetos totalmente iguales. En la elaboración de cojinetes cónicos, los conos sufren una cierta desviación que no debe, sin embargo, traspasar ciertos límites (a esto se le llama tolerancia). Pero, si cumplen las normas de la tolerancia, los conos son considerados iguales. Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad se convierte en cualidad: en otras palabras, los cojinetes serán inferiores o totalmente inservibles.

Nuestro pensamiento científico es sólo una parte de nuestra práctica, que incluye también técnicas. También existe “tolerancia” para los conceptos, tolerancia establecida no por la lógica formal basada en el axioma “A es igual a Al”, sino por la lógica dialéctica basada en el axioma de que todo está cambiando siempre. El “sentido común” se caracteriza por exceder sistemáticamente la tolerancia dialéctica.

El pensamiento vulgar utiliza conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., como abstracciones fijas, presuponiendo que capitalismo es igual a capitalismo, moral a moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y todos los fenómenos en su cambio continuo, determinado en qué condiciones materiales se produce el cambio crítico, tras el cual A deja de ser Al, un estado obrero deja de ser un estado obrero. El fallo fundamental del pensamiento vulgar radica en que desea conformarse con imágenes no teóricas de una realidad que consiste en movimiento perpetuo. El pensamiento dialéctico da a los conceptos, por medio de aproximaciones lo más cercanas posible, correcciones, concretizaciones, riqueza de contenido y flexibilidad: me atrevería a decir que les da una suculencia que les aproxima mucho a los fenómenos vivos. No hablamos de capitalismo en general, sino de un determinado capitalismo en un determinado nivel de desarrollo. No hablamos de estado obrero, sino de un estado obrero dado, en un país atrasado y con un entorno imperialista, etc.

El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película a una fotografía. La película no proscribe la fotografía, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega la validez del silogismo, pero nos enseña a combinar los silogismos de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante. Hegel estableció en su Lógica una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales.

Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al gran impulso que la Revolución Francesa dio al pensamiento general de la ciencia. Pero como sólo era una anticipación, la obra de un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel consideró sombras ideológicas como si fueran la realidad última, acabada. Marx demostró que el movimiento de esas sombras no era sino el reflejo del movimiento de cuerpos materiales.

Llamamos “materialista” a nuestra dialéctica porque está basada no en el cielo ni en nuestro “libre albedrío”, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. La conciencia surge de la inconsciencia, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de las nebulosas. En todos los eslabones de esta cadena, los cambios cuantitativos se convirtieron en saltos cualitativos. Nuestro pensamiento, incluido el pensamiento dialéctico, no es sino una forma de expresión de este mundo cambiante. En este sistema no hay lugar para Dios, ni el destino, ni el alma inmortal, ni para normas, leyes ni morales eternas. El pensamiento dialéctico que ha surgido de la naturaleza dialéctica del mundo, posee consecuentemente un carácter totalmente materialista.

El darwinismo, que explica la evolución de las especies mediante “saltos cualitativos”, fue el mayor triunfo de la dialéctica en el campo de las ciencias naturales. Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos de los elementos químicos y de los procesos de transformación de un elemento en otro.

Ligado muy de cerca con este problema de la transformación está el problema de la clasificación, tan importante en las ciencias naturales como en las sociales. El sistema de Linneo (siglo XIX), basado en la inmutabilidad de las especies, se limitaba a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo con sus características externas. El período infantil de la botánica es análogo al período infantil de la lógica, porque las formas de nuestro pensamiento evolucionan como todas las cosas vivas. Sólo el rechazo definitivo de la idea de las especies fijas, sólo el estudio de la historia de la evolución de las plantas y de su anatomía nos proporciona las bases para una clasificación realmente científica.

Marx, que, al contrario de Darwin, era conscientemente dialéctico, descubrió las bases para la clasificación científica de las sociedades humanas en el desarrollo de sus fuerzas productivas, y de la estructura de sus relaciones de propiedad, que constituyen la anatomía de la sociedad. El marxismo sustituyó la clasificación vulgar de las sociedades y los estados, que todavía hoy prevalece en nuestras universidades, por una clasificación materialista dialéctica. Sólo mediante el método de Marx es posible determinar correctamente el concepto de estado obrero y el momento de su caída.

Todo esto, hasta donde nos es posible ver, no contiene nada de “escolástico” o de “metafísico”, como afirman los ignorantes contumaces. La lógica dialéctica expresa la ley del movimiento en el pensamiento científico contemporáneo. Por el contrario, la lucha contra el materialismo dialéctico expresa un pasado distante, el conservadurismo de la pequeña burguesía, el engreimiento de los universitarios rutinarios y un poquito de fe en la otra vida.

La naturaleza de la URSS

La definición de la URSS que ha dado el camarada Burnham, “ni estado obrero ni estado burgués”, es totalmente negativa, desgranada de la cadena del desarrollo histórico, colgando en el aire, sin una pizca de análisis sociológico y representa una capitulación vergonzosa frente al pragmatismo ante un fenómeno histórico contradictorio.

Si Burnham hubiese sido un materialista dialéctico hubiese intentado responder a estas preguntas: l) ¿Cuál es el origen histórico de la URSS? 2) ¿Qué cambios ha sufrido este Estado durante su existencia? 3) ¿Representan estos cambios un “salto cualitativo”? Es decir, ¿dan lugar a una nueva dominación de clase históricamente necesaria? La respuesta a estas preguntas habría llevado a Burnham a la única conclusión posible: la URSS es todavía un estado obrero degenerado. La dialéctica no es una varita mágica que resuelve todos los problemas. No reemplaza los análisis científicos concretos. Pero lleva esos análisis por el camino adecuado, protegiéndolos de errar estérilmente por los desiertos del subjetivismo y del escolasticismo.

Bruno R. sitúa tanto a la URSS como al fascismo bajo el calificativo de “colectivismo burocrático” porque la URSS, Italia y Alemania están regidas por burocracias; en uno y otro sitio hay planificación; en un caso se ha terminado con la propiedad privada, en el otro se la limita, etc. Construye de este modo, sobre las bases de una similitud relativa, de ciertas características externas, con diferente origen, peso específico y diferente significado de clase, una identidad fundamental de regímenes sociales, en el mismo espíritu que los profesores burgueses que construyen categorías como “economía dirigida”, “estado centralizado”, sin tener en cuenta la naturaleza de clase de uno y otro. Bruno R. y sus seguidores, o, semiseguidores como Burnham, se quedan, en el mejor de los casos, al nivel de las clasificaciones de Linneo, lo que sólo sería comprensible si hubiesen vivido antes que Hegel, Darwin o Marx.

Todavía peores y quizá más peligrosos son esos escépticos que mantienen la tesis de que el carácter de clase de la URSS “no viene al caso” y que la dirección de nuestra política debe estar determinada por el “carácter de la guerra”. Como si la guerra fuera una sustancia supra-social independiente: como si el carácter de la guerra no estuviese determinado por el carácter de las clases dominantes, es decir, por el mismo factor social que determina el carácter del estado. ¡Es asombroso cómo olvidan estos camaradas el ABC del marxismo al más leve soplo de los acontecimientos!

No es sorprendente que los teóricos de la oposición, que rechazan el pensamiento dialéctico, capitulen lamentablemente frente al problema del carácter contradictorio de la naturaleza de la URSS. Sin embargo, la contradicción entre las bases sociales sentadas por la revolución y el carácter de la casta dominante surgida de la degeneración de la revolución, no es sólo un hecho histórico irrefutable; es, sobre todo, una fuerza motora. Nos basamos en esa contradicción para luchar contra la burocracia. ¡Y algunos ultraizquierdistas han alcanzado ya la cumbre del absurdo, afirmando que es preciso sacrificar la estructura social de la URSS para destruir la oligarquía! No sospechan siquiera que la URSS, a falta de la estructura social fundada por la Revolución de Octubre, sería pura y simplemente un régimen fascista.

Evolución y dialéctica

Burnham dirá, probablemente, que como evolucionista, está tan interesado en la evolución de las formas sociales como nosotros, los dialécticos. No se lo negamos. Después de Darwin, toda persona educada se ha autodenominado “evolucionista”. Pero un verdadero evolucionista debe aplicar la idea de evolución a sus propias formas de pensamiento. La lógica elemental, nacida en un período en que la idea de evolución no existía todavía, es insuficiente, evidentemente, para analizar los procesos evolutivos. La lógica hegeliana es la lógica de la evolución. Pero no debemos olvidar que el concepto de evolución ha sido totalmente tergiversado y enmascarado por los profesores universitarios y los escritores liberales que lo han identificado con “progreso pacífico”. Aquel que ha llegado a comprender que la evolución se produce a través de la lucha de antagonistas; que una lenta acumulación de cambios acaba por romper la vieja concha y produce, tras una catástrofe, una revolución; aquel que ha aprendido a aplicar a su propio pensamiento las leyes de la evolución, ese es un dialéctico, algo completamente distinto de los evolucionistas vulgares. El entrenamiento dialéctico de la forma de pensar, tan necesario a un revolucionario como los ejercicios de dedos para un pianista, exige enfocar todos los problemas como procesos, y no como categorías inmutables. Por el contrario, los evolucionistas vulgares se limitan a reconocer que existe evolución en determinados campos, y se conforman con enfocar todos los demás asuntos mediante las banalidades que les proporciona el “sentido común”.

Un liberal americano, resignado a que existiera la URSS, o más exactamente, a que existiera la burocracia de Moscú, cree, o al menos creía antes del pacto germano-soviético, que el régimen soviético, en su conjunto, es “algo progresivo”, que las repugnantes consecuencias de la burocracia (“¡bueno, las tiene, naturalmente!”) se irían evaporando poco a poco y que así quedaría asegurado el pacífico e indoloro “progreso”.

Un radical pequeñoburgués se parece a un liberal progresista en que considera la URSS como un todo, sin tener en cuenta su dinámica interna ni sus contradicciones. Cuando Stalin pactó con Hitler, invadió Polonia y luego Finlandia, los radicales vulgares se sintieron triunfar: ¡estaba probada la identidad entre los métodos del fascismo y del stalinismo! Sin embargo, se tropezaron con la primera dificultad cuando las nuevas autoridades invitaron a la población de los países invadidos a expropiar a los terratenientes y capitalistas: ¡no habían previsto esta posibilidad en absoluto! Pero las medidas sociales revolucionarias llevadas a cabo por vía burocrático-militar no modificaron en absoluto nuestra definición dialéctica de la URSS como estado obrero degenerado, sino que la corroboraron incontrovertiblemente. Pero en vez de utilizar este triunfo del marxismo para perseverar en la agitación, la oposición pequeñoburguesa empieza a gritar, con una falta de sentido verdaderamente criminal, que los acontecimientos han refutado nuestros pronósticos, que nuestras viejas fórmulas no son aplicables, ya que son necesarias nuevas palabras. ¿Qué palabras? No lo han decidido todavía.

Defensa de la URSS

Empezamos con filosofía y seguimos con sociología. Ha quedado claro que en ambas esferas, uno de los líderes de la oposición ha tomado una postura anti-marxista y el otro una posición ecléctica. Al abordar al campo político, en concreto la cuestión de la defensa de la URSS, nos espera una gran sorpresa.

La oposición descubrió que nuestra fórmula “defensa incondicional de la URSS”, la fórmula de nuestro programa, es “vaga, abstracta y pasada de moda”. (¡?) Desgraciadamente, no explican bajo qué “condiciones” están dispuestos a defender las conquistas de la revolución. Con el fin de dar una pizca de sentido a su “nueva fórmula”, la oposición intenta presentar las cosas como si hasta ahora hubiésemos estado defendiendo “incondicionalmente” la política internacional del Kremlin, el Ejército Rojo o el GPU. ¡Una tergiversación total! En realidad, desde hace mucho tiempo, especialmente desde que proclamamos abiertamente la necesidad de derrocar la oligarquía del Kremlin mediante la insurrección, no defendemos la política internacional de Moscú. Una política errónea no sólo mutila las tareas necesarias, sino que nos obliga a ver nuestro pasado bajo una luz falsa.

En el artículo del New International citado antes, Burnham y Shachtman denominan a este grupo de intelectuales desilusionados “Liga de las Esperanzas Perdidas”, y se preguntan una y otra vez cuál sería la posición de esta lamentable Liga en caso de guerra entre un país capitalista y la Unión Soviética. “Aprovechamos, sin embargo, esta oportunidad, escriben, para pedir a Hook, Eastman y Lyons, una declaración sin ambigüedades sobre su postura en caso de que Hitler, Japón —o acaso Inglaterra— atacasen la URSS ” Burnham y Shachtman no establecen ninguna “condición”, no especifican ninguna circunstancia “concreta”, y al mismo tiempo piden una declaración “sin ambigüedades”.

” ¿Qué hará la Liga (de las Esperanzas Perdidas)? ¿Se abstendrá de hacer una declaración o se declarará neutral?, continúan; “en pocas palabras, ¿están por la defensa de la URSS caiga quien caiga y a pesar del régimen stalinista?” (el subrayado es mío). ¡Una cita maravillosa! ¡Pero si eso es precisamente lo que dice nuestro programa! Burnham y Shachtman, en enero de 1939, estaban a favor de la defensa incondicional de la URSS y la defendían correctamente: “caiga quien caiga y a pesar del régimen stalinista”. Y el artículo está escrito en un momento en que la experiencia de la revolución española todavía no había terminado. El camarada Cannon está en lo cierto cuando afirma que el comportamiento del stalinismo en España fue incomparablemente más criminal que en Polonia o Finlandia. En el primer caso, la burocracia fue el verdugo de una revolución socialista. En el segundo, impulsó la revolución socialista por métodos burocráticos. ¿Por qué Burnham y Shachtman se pasan de pronto a la “Liga de las Esperanzas Perdidas”? ¿Por qué? No podemos considerar las superabstractas referencias de Shachtman a “los acontecimientos concretos” como una explicación suficiente. Pero no es difícil encontrarla. La participación del Kremlin en la guerra española estaba apoyada por los demócratas burgueses de todo el mundo. La intervención de Stalin en Polonia y Finlandia se tropieza con la oposición fanática de estos mismos demócratas. A pesar de sus pomposas declaraciones, la oposición no es sino un reflejo, dentro del Partido Socialista Obrero, de la “izquierda” pequeñoburguesa. Por desgracia, este es un hecho incontrovertible.

”Nuestros sujetos”, escriben Burnham y Shachtman sobre la Liga de las Esperanzas Perdidas, “se sienten muy orgullosos porque creen que están contribuyendo con algo “nuevo”, que están “reelaborando a la luz de nuevas experiencias”, que son “anti-dogmáticos” (¿O conservadores? – L. T.) que se niegan a reexaminar sus “asunciones básicas”, etc. ¡Qué decepción más patética! ¿Ninguno de ellos ha sacado a la luz hechos, ni dado ninguna explicación nueva al presente o al futuro?”. ¡Sorprendente cita! ¿No debería añadir personalmente un nuevo capítulo a este artículo, “Intelectuales en retirada”? Ofrezco mi colaboración al camarada Shachtman.

¿Cómo es posible que individuos sobresalientes como Burnham y Shachtman, incondicionales de la causa del proletariado, puedan asustarse de unos señores tan poco terroríficos como los de la Liga de las Esperanzas Perdidas? En el plano puramente teórico, la explicación es que Burnham utiliza un método incorrecto, y que Shachtman lo desprecia. El método correcto no sólo facilita el llegar a conclusiones correctas, sino que, mediante el engarce de cada nueva conclusión con las anteriores en una cadena consecutiva, nos facilita el recuerdo. Si las conclusiones políticas se construyen empíricamente, si la incoherencia se considera como una especie de ventaja, se reemplaza sistemáticamente el marxismo por el impresionismo —tan característico de los intelectuales pequeñoburgueses—. Cada nuevo acontecimiento coge desprevenidos a los impresionistas empíricos, les hace olvidar lo que ellos mismos escribieron ayer, y les consume el deseo de encontrar nuevas fórmulas, antes de que se les haya pasado por la cabeza ninguna idea nueva.

La guerra entre Finlandia y la URSS

La resolución de la oposición sobre la cuestión de la guerra entre Finlandia y la URSS es un documento que podría haber sido firmado por los Bordiguistas, Vereecken, Snevliet, Fenner Brockway, Marceau Pivert, y gente por el estilo, pero nunca por bolcheviques-leninistas. Basada exclusivamente en características de la burocracia soviética y en el mero hecho de la “invasión”, carece del menor contenido social. Sitúa a Finlandia y la URSS al mismo nivel y “condena, rechaza y se opone a ambos gobiernos y sus ejércitos”. De pronto, como notando que algo no está en orden, la declaración cambia completamente de sentido y sin ninguna conexión con el texto anterior, añade: “Desde esta perspectiva, la IV Internacional debe, naturalmente (¡Qué maravilloso es este “naturalmente”!), tener en cuenta (!) que en Finlandia y en la URSS hay diferentes sistemas económicos”. Cada palabra es una perla de inapreciable valor. Por circunstancias “concretas”, nuestros amantes de lo “concreto” entienden los hechos militares, las modas de las masas y, en tercer lugar, los diferentes regímenes económicos. La declaración no arroja ninguna luz sobre cómo deben ser “tenidas en cuenta” cada una de estas circunstancias “concretas”. Si se opone de igual manera a ambos gobiernos y sus ejércitos, ¿cómo “tiene en cuenta” las diferencias en la situación militar y en los regímenes sociales? Definitivamente, no entendemos nada.

Para castigar a los stalinistas de su crimen, la resolución, como todos los demócratas pequeñoburgueses de todos los sitios, apenas menciona que el Ejército Rojo expropió a los grandes terratenientes finlandeses e introdujo el control obrero en la industria, preparando así la expropiación de los capitalistas.

Mañana, los stalinistas estrangularán a los trabajadores finlandeses. Pero ahora están dando —están obligados a dar— un fuerte impulso a la lucha de clases en su forma más nítida. Los líderes de la oposición construyen su política sobre abstracciones democráticas y nobles sentimientos, no sobre lo que en realidad está pasando en Finlandia.

Parece que la guerra entre Finlandia y la URSS está empezando a transformarse en una guerra civil, en la que los pequeños campesinos y los trabajadores apoyan al Ejército Rojo, mientras el Ejército finlandés defiende los intereses de los propietarios, la burocracia sindical conservadora y los imperialistas anglosajones. Las esperanzas que despierta el Ejército Rojo entre los finlandeses pobres serán una ilusión, a menos que se produzca la revolución internacional: la colaboración del Ejército Rojo con los desposeídos será sólo temporal: el Kremlin volverá en seguida sus armas contra los trabajadores y campesinos finlandeses. Sabemos ya todo esto y lo decimos, para que sirva de advertencia. Pero en esta guerra civil “concreta” que se está produciendo en Finlandia, ¿qué posición “concreta” deben tomar los partisanos “concretos” de la IV Internacional? Si lucharon en España en el campo republicano, a pesar de que los stalinistas estaban estrangulando la revolución socialista, está claro que en Finlandia deben apoyar a los stalinistas que están promoviendo la expropiación de los capitalistas.

Nuestros innovadores cubren los fallos de su posición con frases violentas. Llaman “imperialista” a la política de la URSS. ¡Esto enriquece notablemente la ciencia! A partir de ahora, llamaremos imperialismo tanto a la política exterior de expansión del capital como a la política exterior de exterminación del capital. ¡Esto ayudará mucho a la clarificación y educación de los trabajadores! ¡Pero es que, simultáneamente, el Kremlin apoya la política de expansión financiera de Alemania! —gritará, pongamos por caso, el impulsivo Stanley—. Esta objeción se basa en la sustitución de nuestro problema por otro, en la disolución de lo concreto en lo abstracto (un error corriente en el pensamiento vulgar).

Si mañana Hitler se viera obligado a enviar armas a los indios insurrectos, ¿deberían oponerse los trabajadores a esta acción concreta mediante huelgas o sabotaje? Por el contrario, deberían asegurarse de que los revolucionarios recibieran las armas lo antes posible. Espero que Stanley vea esto claro. Pero este ejemplo es completamente hipotético. Lo he usado para exponer que incluso un gobierno fascista, basado en el capital financiero, puede verse obligado, en ciertas circunstancias, a apoyar un movimiento revolucionario nacional (para intentar estrangularlo al día siguiente). Hitler, bajo ninguna circunstancia, apoyaría un movimiento proletario en Francia. Pero el Kremlin se ve obligado hoy —y es un hecho real, no una hipótesis— a apoyar un movimiento social revolucionario en Finlandia (aunque mañana intente estrangularlo políticamente). Denominar “imperialismo” a un movimiento social revolucionario dado, sólo por el hecho de que sea provocado, mutilado y estrangulado por el Kremlin indica simplemente una gran pobreza teórica y política.

Es necesario añadir que esta tergiversación del concepto “imperialismo” no es ni siquiera nueva. En el momento actual, no sólo los demócratas, la burguesía de todos los países capitalistas califica de imperialista la política soviética. Sus intenciones están muy claras: ocultar la contradicción social entre la expansión capitalista y la soviética, ocultar el problema de la propiedad, y ayudar de este modo al auténtico imperialismo. ¿Cuáles son las intenciones de Shachtman y los demás? No lo saben ni ellos mismos. Su innovación terminológica, objetivamente, los aparta de los marxistas de la IV Internacional y los acerca a los “demócratas”. También esta circunstancia testifica la extrema sensibilidad de la oposición a la opinión pública pequeñoburguesa.

La cuestión organizativa

Se oye cada vez con mayor frecuencia entre los miembros de la oposición que la cuestión rusa no tiene mayor importancia en sí misma; que lo importante ahora es cambiar el régimen interno del partido. Cambio de régimen significa cambio en la dirección, o, más concretamente, eliminar a Cannon y sus colaboradores más cercanos de los puestos directivos. Pero estos clamores demuestran que la tendencia hacia una lucha contra “la facción de Cannon” es muy anterior a los “hechos concretos” con los que pretenden justificar su cambio de postura. A la vez, estas voces nos recuerdan otros grupos de oposición de tiempos pasados: y a quienes —como Vereecken, Snevliet, Molinier y tantos otros— han recurrido a la “cuestión organizativa” cuando empezaban a sentir que no tenían cuestiones de principio en las que basar su oposición. Por muy desagradable que parezca el recordar aquí estos precedentes, no podemos pasarlos por alto.

No sería correcto, sin embargo, pensar que el recurso a la “cuestión organizativa” es una simple “maniobra” del debate de facciones. No: los miembros de la oposición sienten, en lo más profundo de sí mismos, aunque de modo confuso, que el debate implica no sólo “la cuestión rusa”, sino el enfoque político general, incluidos los métodos que utilizamos para construir el partido. Y esto es verdad, en cierto sentido.

Yo mismo he intentado demostrar antes que el problema implica no sólo la cuestión rusa, sino los métodos de pensamiento de los miembros de la oposición, métodos que tienen sus raíces sociales. La oposición está bajo la influencia de los modos y tendencia pequeñoburgueses. Este es, esencialmente, el problema general.

Hemos visto con claridad suficiente cómo las ideas de Burnham (pragmáticas) y las de Shachtman (eclécticas) estaban bajo la influencia ideológica de otra clase. No hemos citado a otros líderes, como el camarada Abern, porque no participan, por regla general, en discusiones sobre cuestiones de principio, limitándose al plano de la “cuestión organizativa”. Esto no significa, sin embargo, que Abern no tenga importancia. Al contrario: podemos decir que Burnham y Shachtman son los “aficionados” de la oposición, mientras que Abern es el verdadero profesional. Abern, y sólo él, tiene un grupo tradicional de adeptos, surgido del viejo Partido Comunista y que permaneció unido en los primeros tiempos de existencia independiente de la Oposición de Izquierda. Todos aquellos que, posteriormente, han ido asumiendo distintas razones para la crítica o el descontento, se han adherido a ese grupo.

Cualquier debate fraccional serio en el partido es, en último análisis, un reflejo de la lucha de clases. Desde el principio, la mayoría esclareció la dependencia ideológica de la oposición de la democracia pequeñoburguesa. Por el contrario, la oposición, precisamente por su carácter pequeñoburgués, no buscó nunca las raíces sociales de la posición de sus oponentes.

La oposición inició un serio debate de fracciones que está paralizando el partido en un momento crítico. Para justificar esta lucha serían precisas razones muy profundas y muy serias. Para un marxista, sólo puede tratarse de razones de clase. Antes de empezar esta lucha encarnizada, los líderes de la oposición deberían haberse preguntado: ¿qué influencia no-proletaria se refleja en la mayoría del Comité Nacional? Por lo menos, la oposición debería haber intentado un análisis de clase de las divergencias. Pero sólo son capaces de ver “conservadurismo”, “errores”, “métodos inadecuados” y otras deficiencias técnicas, psicológicas o intelectuales. La oposición no se interesa por la naturaleza de clase de la fracción contraria, lo mismo que no le interesa la naturaleza de clase de la URSS. Este hecho es ya suficiente para demostrar el carácter pequeñoburgués de la oposición, con su pizca de pedantería académica y de impresionismo periodístico.

Para comprender qué clase o estratos se reflejan en la lucha de fracciones, es necesario estudiar históricamente a ambas. Los miembros de la oposición que afirman que la lucha actual “no tiene nada que ver” con anteriores debates fraccionases, no hacen sino demostrar de nuevo su actitud superficial hacia su propio partido. El núcleo fundamental de la oposición es el mismo que hace años se agrupó alrededor de Muste y Spector. El núcleo fundamental de la mayoría es el mismo que entonces se agrupó en torno a Cannon. De los líderes, sólo Burnham y Shachtman han saltado de un campo al otro. Pero estos saltos, por muy importantes que sean, no modifican el carácter fundamental de los grupos. No voy a entrar en la descripción del desarrollo histórico de la lucha. El lector puede informarse en el excelente artículo de J. Hansen, “Métodos organizativos y principios políticos” de J. Han.

Si dejamos de lado todo lo personal, accidental y episódico, no cabe duda que la lucha más constante ha sido la del camarada Abern contra el camarada Cannon. En esta lucha, Abern representa un grupo propagandístico, de composición pequeñoburguesa, unido por viejos lazos personales, casi una familia. Cannon representa el partido proletario en proceso de formación. La razón histórica —independientemente de los errores y equivocaciones que hayan podido cometerse— está del lado de Cannon.

Cuando los representantes de la oposición se alborotan y chillan que “la dirección está en bancarrota”, “los acontecimientos nos han cogido desprevenidos”, “tenemos que cambiar de consignas”, sin haberlo pensado antes seriamente, aparecen fundamentalmente como traidores al partido. Podemos explicar esta deplorable actitud por el miedo y la irritación del viejo círculo propagandístico del partido ante nuestras nuevas tareas y nuestra nueva organización. Los lazos personales y sentimentales no quieren ceder ante el sentido del deber y la disciplina. El partido debe, en este momento, romper las antiguas relaciones de pandilla y disolver los mejores elementos del pasado propagandístico en el partido proletario. Es necesario desarrollar el sentido del deber ante el partido hasta el punto de que nadie se atreva a decir: “El fondo del problema no es la cuestión rusa, sino que nos sentiríamos más cómodos bajo la dirección de Abern que bajo la de Cannon”.

Personalmente, no he llegado a esta conclusión ayer. La he manifestado cientos de veces en conversaciones con miembros del grupo de Abern. He enfatizado invariablemente el carácter pequeñoburgués del grupo. He propuesto repetidamente transformarlos de militantes en simpatizantes, en vista de su incapacidad para reclutar nuevos miembros para el partido entre los trabajadores. Pero las conversaciones, cartas y consejos no han servido para nada, porque la gente raras veces aprende de la experiencia ajena. El antagonismo entre las dos capas del partido y entre los dos períodos de su desarrollo ha salido a la superficie y ha provocado esta encarnizada lucha de fracciones. No me queda sino dar mi opinión, clara y definitivamente, a la sección americana y a la IV Internacional en general. “La amistad es la amistad y el deber es el deber”, dice un proverbio ruso.

Por último, podemos preguntarnos si la oposición es una tendencia pequeñoburguesa, ¿significa esto que la unidad es imposible? ¿Cómo reconciliar la tendencia pequeñoburguesa con el proletariado? Pero hacer así la pregunta es antidialéctico y, por lo tanto, falso. En la discusión actual, la oposición ha mostrado claramente sus características pequeñoburguesas. Pero esto no significa que la oposición no tenga además otras características. La mayoría de los miembros de la oposición son profundamente partidarios de la causa del proletariado y son, además, capaces de aprender. Aunque hoy estén atados a un medio pequeñoburgués, mañana pueden aliarse al proletariado. Los inconsistentes, pueden volverse más consistentes por medio de la experiencia. Cuando el partido cuente con miles de trabajadores, hasta los profesionales del fraccionalismo se podrán reeducar en el espíritu de la disciplina proletaria. Pero hay que darles tiempo. Por tanto, la propuesta del camarada Cannon de no mezclar en la discusión amenazas de división, expulsiones, etc., es perfectamente correcta y adecuada.

Debe quedar claro, como mínimo, que si la totalidad del partido tomase el camino de la oposición, podría quedar completamente destruido. La actual oposición es incapaz de proporcionarle una dirección marxista. La mayoría del Comité Nacional expresa más consistente, profunda y seriamente las misiones del proletariado que la minoría. Precisamente porque la mayoría no tiene interés en llevar la lucha hacia la escisión, triunfarán las ideas correctas. Tampoco los elementos sanos de la oposición desean una escisión, la experiencia del pasado ha demostrado muy claramente que los diferentes tipos de grupos que se han separado de la IV Internacional se han condenado a sí mismos a la esterilidad y la descomposición. Por lo tanto, es posible enfrentarse sin temor al próximo congreso del partido. Él rechazará las innovaciones anti-marxistas de la oposición y reforzará la unidad.Regresar al índice


Carta a John G. Wright

19 de diciembre de 1939

Querido amigo:

He leído tu carta a Joe. Estoy completamente de acuerdo contigo en que hay que luchar firme, hasta implacablemente, contra las tendencias pequeñoburguesas de la oposición. Como verás por mi último artículo, que te enviaré por correo aéreo mañana, caracterizo las divergencias de la oposición con más dureza que la mayoría. Pero, al mismo tiempo, creo que la lucha ideológica, desde luego implacable, debe ir acompañada de tácticas organizativas muy cautelosas. No os interesa lo más mínimo una escisión, aunque, accidentalmente, la oposición obtuviese la mayoría en el próximo congreso. No debéis dar ningún motivo para la escisión a ese ejército heterogéneo y desequilibrado que es la oposición. Aunque quedaseis en minoría, debéis ser fieles al conjunto del partido y guardar la disciplina. Es muy importante para la educación en la auténtica lealtad al partido, sobre la que Cannon me ha escrito una vez muy acertadamente.

Una mayoría compuesta por los miembros de la oposición actual no duraría más que unos meses. Después, la tendencia proletaria del partido recobraría la mayoría, y con una autoridad mucho mayor. Sed muy firmes, pero no perdáis la calma —es más necesario que nunca que la fracción proletaria lo tenga en cuenta en su estrategia—.

Con los mejores deseos de tu camarada,

Leon Trotsky

P. S.— Las principales causas del problema son: a) mala composición, especialmente de la rama de Nueva York; b) falta de experiencia, sobre todo, de los miembros provenientes del Partido Socialista (juventudes). Para superar estas dificultades, heredadas del pasado, no basta con medidas de urgencia. Hace falta firmeza y paciencia. L. T.Regresar al índice


Carta a Max Shachtman

20 de diciembre de 1939

Querido camarada Shachtman:

Te mando una copia de mi último artículo. Como verás, considero que las divergencias tienen un carácter decisivo. Creo que estás en el lado erróneo de las barricadas, querido amigo. Con tu postura, estás impulsando a todos los elementos pequeñoburgueses y antimarxistas a oponerse a nuestra doctrina, nuestro programa y nuestra tradición. No espero convencerte con estas pocas líneas, pero tengo que decirte que, si ahora te niegas a colaborar con la fracción marxista contra los revisionistas pequeñoburgueses, cometerás el gran error de tu vida y lo vas a lamentar mucho tiempo.

Si pudiera tomaría un avión para Nueva York y discutiría personalmente contigo durante cuarenta y ocho o setenta y dos horas seguidas. Siento mucho que, en estas circunstancias, no sientas la necesidad de venir aquí a discutir el problema conmigo. ¿O sí la sientes? Me alegraría tanto

L. Trotsky

Coyoacan, D. F.Regresar al índice


Cuatro cartas a la Mayoría del Comité Nacional

26 de diciembre de 1939

Coyoacan, D. F., 26 de diciembre de 1939

Queridos amigos:

Personalmente estaba a favor de llevar a cabo la discusión a través del Socialist Appeal y el New International, pero vuestros argumentos, especialmente los que se refieren al camarada Burnham, son muy serios y me han convencido[8].

El Socialist Appeal y el New International son instrumentos del Partido y de su Comité Nacional, no de un comité de discusión especial. En un boletín de discusión, la oposición puede pedir igualdad de derechos con la mayoría, pero las publicaciones oficiales del Partido tiene el deber de defender el punto de vista de éste y de la IV internacional. Una discusión en las páginas de estas publicaciones oficiales, ha de discurrir siempre dentro de los límites que establezca la Mayoría del Comité Nacional. Es evidente.

Las garantías jurídicas permanentes para la minoría no son, con toda seguridad, herencia de la experiencia bolchevique. Pero tampoco son un invento del camarada Burnham; el Partido Socialista Francés tiene desde siempre esas garantías constitucionales que, por otro lado, se corresponden perfectamente con el espíritu de literatos envidiosos y parlamentarios de pandilla, pero que no previenen la Posibilidad de que los trabajadores sean subyugados por esos tipos.

La estructura organizativa de la vanguardia proletaria debe Subordinarse a las exigencias positivas de la lucha revolucionaria, y no a garantías negativas de su degeneración. Si el partido no cumple las exigencias de la revolución socialista, se degradará aunque se intente evitarlo con los acuerdos jurídicos más perfectos. En el terreno organizativo, Burnham demuestra una falta total de sentido revolucionario, como la demostró en el terreno político a raíz del insignificante asunto del Comité Dies. En ambos casos ha adoptado una postura puramente negativa lo mismo que, en la cuestión del Estado soviético, da una definición simplemente negativa. No es suficiente con no estar de acuerdo con la sociedad capitalista (actitud negativa); es preciso aceptar todas las conclusiones prácticas de una concepción revolucionaria. Bueno, pues este no es el caso del camarada Burnham.

¿Mis conclusiones prácticas?

Primero: es necesario denunciar oficialmente ante el partido el intento de destruir la línea del partido, poniéndola al mismo nivel que cualquier innovación aún no aceptada por el partido.

Segundo: si el Comité Nacional considera necesario dedicar al asunto un artículo en el New International (yo no lo propongo), debe hacerse de manera que el lector vea claramente cuál es la posición del partido y cuál el intento de revisión, y dejando que la mayoría diga la última palabra.

Tercero: si no son suficientes los boletines internos, se puede intentar publicar una serie especial de artículos dedicados al orden del día del Congreso.

¡Poned toda la lealtad del mundo en la discusión, pero no hagáis la menor concesión al espíritu anarquista y pequeñoburgués!

W. Roork (L. Trotsky)

Coyoacan, 27 de diciembre 1939

Queridos amigos:

Debo confesar que, en el primer momento, me sorprendió vuestra comunicación sobre la insistencia de los camaradas Burnham y Shachtman de publicar sus artículos polémicos en el New International y el Socialist Appeal. Me pregunté cuál podría ser el motivo. Debemos excluir por completo que se sientan hasta el punto seguros de su posición. Sus argumentos son muy primitivos, se contradicen profundamente unos con otros y en el fondo sienten que la mayoría representa la doctrina y la tradición marxistas. No pueden ni soñar salir victoriosos de un debate teórico: tanto Shachtman y Abern como Burnham lo saben perfectamente. Entonces, ¿por qué ese ansia de publicidad? La explicación es muy sencilla: están impacientes por justificarse ante la opinión pública demócrata; de gritarles de todos los Eastman, Hook y su pandilla que ellos (la oposición) no son tan malos como nosotros. Esto debe ser especialmente necesario para Burnham. Es el mismo tipo de capitulación vergonzosa que pudimos observar en Zinoviev y Kamenev en vísperas de la Revolución de Octubre y en muchos “internacionalistas” bajo la presión del patriotismo bélico. Dejando de lado peculiaridades personales, malentendidos o errores, estamos ante el primer pecado contra el patriotismo dentro del partido. Dejasteis sentado este hecho desde el principio, muy correctamente, pero yo me doy cuenta ahora con toda claridad, cuando él —como los poumistas, pivertistas y tantos otros— declara su deseo de anunciar a los cuatro vientos que no son tan malos como los “trotskistas”.

Esta consideración es un argumento más para no hacerles ninguna concesión. Bajo las actuales condiciones, tenemos perfecto derecho a decirles: tenéis que esperar a que el partido dé su veredicto, sin apelar previamente a los jueves democráticos y patrióticos. He tratado antes muy teóricamente la cuestión, y desde este punto de vista, estoy completamente de acuerdo con el camarada Goldman en que tenemos que ganar. Pero una larga experiencia política me dice que debemos evitar la influencia prematura del factor demócrata patriótico en la lucha del partido y que la oposición debería mantener la lucha sólo con sus propias fuerzas, como hace la mayoría. En esas condiciones, el examen y selección de los distintos elementos de la oposición serían más efectivos y más favorables para el partido.

Ya Engels hablaba en sus tiempos de las costumbres de los pequeñoburgueses rabiosos. Me parece que podemos encontrar trazas de estas costumbres entre las filas de la oposición. Hasta ayer, muchos de ellos estaban hipnotizados por la tradición bolchevique, Nunca la absorbieron profundamente, pero tampoco se atrevieron a desafiarla abiertamente. Pero Burnham y Abern les han dado el coraje necesario y ahora manifiestan a las claras su carácter de pequeñoburgueses “enragés”. Esta impresión me han dado, por ejemplo, los últimos artículos y cartas de Stanley. Ha perdido por completo el sentido de autocrítica y cree sinceramente que cada inspiración que se le pasa por la cabeza merece ser dicha en pública e impresa, siempre que vaya contra la tradición y el programa del partido. El mayor crimen de Shachtman y Abern es precisamente el haber provocado semejante explosión de autosuficiencia pequeñoburgues.

W. Rork (L. Trotsky)

P. S.— Es absolutamente seguro que agentes stalinistas están trabajando entre nosotros para agudizar la discusión y provocar la escisión. Sería necesario examinar a muchos “combatientes” fraccionases desde este punto de vista.

3 de enero de 1940

Queridos amigos:

He recibido los dos documentos de la oposición[9], he estudiado el que trata del conservadurismo burocrático y estoy estudiando el de la cuestión rusa. ¡Qué cosas más lamentables! Es difícil encontrar una frase que exprese una idea correcta o que sitúe una idea adecuada en el sitio adecuado. Gente inteligente, pero en una posición evidentemente falsa, que se mete cada vez más en un callejón sin salida.

La frase de Abern Abern[10] sobre la escisión puede tener dos sentidos: o quiere amenazarnos con ella, como hacen en cada discusión, o realmente desea un suicidio político. En el primer caso, nos confirma en nuestra apreciación del carácter no marxista de la política de la oposición. En el segundo, no podemos hacer nada; si una persona adulta quiere suicidarse, es difícil impedírselo.

La reacción de Burnham es un desafío brutal al marxismo. Si la dialéctica es una religión y si la religión es el opio del pueblo, ¿cómo se niega a luchar para liberar de ese veneno a su propio partido? Estoy escribiendo una carta abierta a Burnham sobre este asunto. No creo que la opinión pública de la IV Internacional permita al editor de la revista teórica del marxismo semejantes aforismos cínicos sobre las bases del socialismo científico. En cualquier caso, no descansaré hasta que las concepciones antimarxistas de Burnham hayan sido denunciadas ante el Partido y la Internacional. Espero poder enviar la carta abierta, por lo menos el texto ruso, pasado mañana.

Estoy escribiendo también un análisis de los dos documentos. Es muy buena la explicación de por qué están de acuerdo en estar en desacuerdo en la cuestión rusa.

Me ha dado mucha rabia haber perdido el tiempo en leer esos dos detestables documentos. Los errores son tan elementales que hay que hacer un constante esfuerzo para recordar en cada caso los argumentos contra ellos que nos proporciona el ABC del marxismo[11].

W. Rork (L. Trotsky)

Coyoacan, D. F.

4 de enero de 1940

Queridos amigos:

Os envío copia de la carta que escribí a Shachtman hace dos[12] semanas. Aún no me ha contestado. Esto nos indica el modo en que se ha metido en este debate sin principios. Forma un bloque con el antimarxista de Burnham y se niega a contestar a mis cartas sobre el tema. El hecho en sí carece de importancia, pero es muy sintomático. Por eso os mando copia de la carta.

Mis mejores deseos

L. Trotsky

Coyoacan, D. F.

Notas

[8] La minoría del Comité Nacional pidió que la discusión se produjese a través del Socialist Appeal y el New International. La mayoría rechazó la propuesta. (Nota del editor.)

[9] Dichos documentos son: La guerra y el conservadurismo burocrático y Cuál es el fondo de la discusión sobre la cuestión rusa.

[10] Cuando, en 1936, los trotskistas americanos discutían la entrada en el Partido Socialista, Abern se opuso radicalmente. (Nota del editor.)

[11] Ver introducción de Carta a Max Shachtman. <<

[12] Ver introducción de La naturaleza de la URSS.Regresar al índice


Carta a J. Hansen

5 de enero de 1940

Querido Joe:

Gracias por tu información. Si fuese necesario o conveniente, Jim podría publicar nuestra correspondencia y la de Wrigth sobre el problema de la escisión. Esta correspondencia muestra nuestro firme deseo de preservar la unidad del partido, a pesar del debate fraccional más enconado. He escrito a Wright[13] que, aunque quedase en minoría, el ala bolchevique del partido debería mantenerse dentro de la disciplina y Jim me ha contestado que está ampliamente de acuerdo conmigo. Creo que estas dos frases son decisivas en este asunto.

Te diré sólo dos palabras sobre mi opinión sobre la cuestión finlandesa, tal como la expuse en el artículo sobre la oposición pequeñoburguesa. Hay una diferencia de principio entre Finlandia y Polonia, ¿no es cierto? La intervención del Ejército Rojo en Polonia, ¿fue o no fue acompañada de guerra civil? La prensa de los Mencheviques, que está muy bien informada gracias a su amistad con emigrados del Bund y del PPS, dice abiertamente que una oleada revolucionaria acompañaba el avance del Ejército Rojo. Y no sólo en Polonia, sino también en Rumania.

El Kremlin creó el gobierno de Kuusinen con el propósito evidente de suplementar la guerra con la guerra civil. Hay información sobre los comienzos de la creación del Ejército Rojo finlandés, sobre el “entusiasmo” de los granjeros pobres de las regiones ocupadas en las que se había expropiado a los grandes terratenientes, y todo eso. ¿Qué es esto si no es el principio de una guerra civil?

El desarrollo posterior de esta guerra civil depende completamente del avance del Ejército Rojo. El “entusiasmo” del pueblo no es, evidentemente, lo suficientemente grande come para producir levantamientos autónomos de campesinos bajo la espada del verdugo Mannerheim. La retirada del Ejército Rojo pondría, necesariamente, la guerra civil en la misma situación que al principio. Si los capitalistas ayudan eficientemente a la burguesía finesa a defender el régimen capitalista, la guerra civil será imposible en Finlandia, por el momento. Pero si, como es más probable, los destacamentos reforzados del Ejército Rojo penetran con éxito en el campo, veremos cómo la guerra civil se desarrolla paralelamente a la invasión.

No podemos prever todos los episodios militares, los altibajos tácticos, pero la línea estratégica general de los acontecimientos debe ser ésta. Y en este tema, como en tantos otros, la oposición hace una política puramente impresionista y coyuntural, en lugar de una política de principios

(No creo necesario repetir que la guerra civil en Finlandia, como en Polonia, es de naturaleza limitada, medio reprimida y que puede convertirse, en su día, en una guerra civil entre las masas finlandesas y la burocracia de Moscú. Somos tan conscientes de esto, por lo menos, como la oposición, y apoyamos abiertamente a las masas. Pero tratamos de analizar el proceso tal como es y no identificamos el primer paso con el segundo.)

Con mis mejores deseos y saludos para todos los amigos,

Leon Trotsky

Coyoacan, D. F.

Notas

[13] Ver la introducción a El ABC del materialismo dialéctico.Regresar al índice


Carta abierta al camarada Burnham

7 de enero de 1940

Querido camarada:

Me han informado que, ante mi artículo sobre la oposición pequeñoburguesa, usted ha reaccionado diciendo que no quiere discutir conmigo sobre dialéctica, sino sobre “cuestiones concretas”. “Dejé de elucubrar sobre religión hace mucho tiempo”, añadió usted irónicamente. Oí una vez a Max Eastman hacer la misma afirmación.

¿Es lógico identificar la lógica con la religión?

A mi modo de ver, esto significa simplemente que usted incluye la dialéctica de Marx, Engels y Lenin en la esfera de la religión. ¿Qué significa esto? La dialéctica, permítame recalcarlo una vez más, es la lógica de la evolución. La lógica indispensable para todas las esferas del conocimiento humano, lo mismo que el almacén de una fábrica proporciona instrumentos para todos los departamentos. Si no considera la lógica en general es un prejuicio religioso (aunque sea feo el decirlo, los contradictorios escritos de la oposición le inclinan a uno cada vez más a esa lamentable idea), ¿qué lógica acepta usted? Conozco sólo dos sistemas lógicos dignos de atención: la lógica de Aristóteles (lógica formal) y la lógica de Hegel (la dialéctica). La lógica aristotélica parte la inmutabilidad de los objetos y los fenómenos. El pensamiento científico de nuestra época estudia los fenómenos en origen, cambio y desintegración. ¿Afirma usted que el progreso de las ciencias, incluyendo el darwinismo, el marxismo, la física y la química modernas, no tiene nada que ver con un cambio en la estructura de nuestro pensamiento, nuestra forma de pensar? En otras palabras, ¿mantiene usted que, en un mundo donde todo cambia, sólo el silogismo permanece, eterno e inmutable? El Evangelio según San Juan comienza con estas palabras: “En el principio, era el Verbo”, es decir, en el principio era la Razón del Verbo (razón expresada en palabras, es decir, el silogismo). Para San Juan, el silogismo es uno de los pseudónimos literarios de Dios. Si usted considera que el silogismo es inmutable, no tiene origen ni desarrollo, el silogismo es para usted producto de la revelación divina. Pero si reconoce usted que las formas del pensamiento lógico se desarrollan en nuestro proceso de adaptación a la naturaleza, haga el favor de decirnos quién, siguiendo a Aristóteles, ha analizado y sistematizado el progreso consiguiente de la lógica. Hasta que no clarifique usted este punto me tomaré la libertad de afirmar que identificar la lógica (dialéctica) con la religión indica superficialidad y un profundo desconocimiento de los problemas básicos del pensamiento humano.

¿Está el revolucionario obligado a luchar contra la religión?

Imaginemos, sin embargo, que su insinuación más que presuntuosa es correcta. Esto no le da ninguna ventaja. La religión, espero que esté de acuerdo conmigo, distrae la atención del conocimiento correcto a la ficción, y de la lucha por una vida mejor a falsas esperanzas en el Más Allá. La religión es el opio del pueblo. Quien no lucha contra la religión no merece el nombre de revolucionario. ¿Cómo justifica usted su renuncia a luchar contra la dialéctica, si es una variedad de la religión?

Hace mucho tiempo que dejó usted de preocuparse por el tema de la religión, dice usted. Pero dejó de hacerlo por usted mismo solamente; y, además de usted, hay otros seres en el mundo. Unos pocos más. Nosotros, los revolucionarios; nunca dejamos de preocuparnos del problema de la religión, ya que nuestra tarea consiste en emancipar de la influencia de la religión no sólo a nosotros mismos, sino también a las masas. Si la dialéctica es una religión, ¿cómo no lucha usted contra la difusión de ese opio dentro de su propio partido?

¿O pretende usted insinuar que la religión no tiene importancia política? ¿Es posible ser religioso y a la vez un comunista coherente y un luchador revolucionario? Naturalmente mantenemos la actitud más considerada del mundo los principios religiosos de un trabajador, de la retaguardia no consciente. Si desea luchar por nuestro programa, le admitimos como miembro del partido; pero, al mismo tiempo, el partido tratará persistentemente de educarle en los principios del materialismo y el ateísmo. Si está de acuerdo con esto, ¿cómo se niega usted a luchar contra la “religión” que profesan los miembros de su partido que, a mi entender, más se interesan en cuestiones teóricas? Obviamente ha olvidado usted el aspecto más importante de la cuestión.

Entre la burguesía educada hay mucha gente que ha roto con la religión, pero cuyo ateísmo es sólo para su consumo privado: guardan sus pensamientos para sí mismos, pero en público suelen mantener que es bueno que el pueblo sea religioso. ¿Es posible que usted mantenga este punto de vista hacia su propio partido? ¿Es posible que esto explique su negación a discutir con nosotros los fundamentos filosóficos del marxismo? Si es así, bajo su desdén por la dialéctica se esconde un tono de desprecio hacia el partido. Por favor, ahórrese decir que he basado mis argumentos en una frase dicha en una conversación privada y que no ha rechazado públicamente el materialismo dialéctico. No es verdad. Su desafortunada frase me ha servido sólo de ejemplo. Por lo menos en una ocasión usted se ha negado a aceptar, por varias razones, la doctrina que constituye la base teórica de nuestro programa. Esto lo sabe todo el mundo en el partido. En el artículo “Intelectuales en retirada”, escrito por usted en colaboración con Shachtman y publicado en el teórico del partido, afirma usted categóricamente que rechaza el materialismo dialéctico. ¿No tiene el partido derecho a saber por qué? Usted asume de hecho que en la IV Internacional un editor de un órgano teórico puede confinarse a sí mismo a decir: “Rechazo definitivamente el materialismo dialéctico”, como si se tratase de preferir una determinada marca de cigarrillos. Una doctrina filosófica correcta, esto es, un método de pensamiento adecuado, es de importancia tan significativa para un partido revolucionario como un buen almacén es importante para la producción. Es todavía posible defender la vieja sociedad con los métodos materiales e intelectuales heredados del pasado. Pero es absolutamente imposible pensar que podamos destruir esta sociedad levantar una nueva sin analizar críticamente los métodos se utilizaban antes. Si el partido ha establecido erróneamente las bases de su pensamiento, es deber elemental de da militante señalar el camino correcto. De otro modo, conducta podría ser interpretada como la actitud de un caballero académico hacia una organización proletaria que, después de todo, es incapaz de crear una doctrina realmente “científica”.

¿Y qué puede ser peor que esto?

Ejemplos instructivos

Cualquiera que esté familiarizado con la historia de las luchas de tendencias dentro de los partidos obreros sabe que las discusiones promovidas por los oportunistas, e incluso por la reacción burguesa, empiezan muchas veces por cuestionar la dialéctica. Los intelectuales pequeñoburgueses consideran que la dialéctica es el punto más vulnerable del marxismo y además se aprovechan de que a los trabajadores les resulta mucho más difícil darse cuenta de las divergencias en el campo filosófico que en el campo político. Este hecho tan conocido puede refutarse por una larga serie de experiencias. En primer lugar, no podemos olvidar que todos los grandes revolucionarios —Marx, Engels, Lenin, Luxemburg, Mehring—, se mantuvieron en el campo del materialismo dialéctico. ¿Podemos asumir que todos ellos eran incapaces de distinguir entre ciencia y religión? ¿No es demasiado presuntuoso por su parte afirmarlo, camarada Burnham? Los ejemplos de Bernstein, Kautsky y Franz Mehring son extremadamente instructivos. Berstein rechazó abiertamente la dialéctica por “escolástica” y “mística”. Kautsky se mostró indiferente ante el asunto, de modo similar al camarada Shachtman. Mehring fue un incansable propagandista y defensor del materialismo dialéctico. Siguió durante décadas las innovaciones en filosofía y literatura, denunciando infatigablemente el carácter reaccionario del idealismo, neo-kantismo, utilitarismo, todo tipo de misticismo, etc. El destino r de estos tres individuos es bien conocido; Berstein acabó sus días de pulcro demócrata pequeñoburgués; Kautsky pasó de centrista a vulgar oportunista. Mehring murió como un verdadero comunista revolucionario.

En Rusia, tres eminentes académicos marxistas, Struve, Bulgakow y Berdyaev, empezaron por rechazar las ideas filosóficas del marxismo y acabaron en el bando de la reacción y la iglesia ortodoxa. En EE.UU. Eastman, Sidney Hoock y su pandilla utilizaron la oposición dialéctica como coartada para pasar de servidores del proletariado a servidores de la burguesía. Ejemplos de este tipo se encuentran en todos los países. El ejemplo de Plejanov, que parece una excepción, no hace sino confirmar la regla. Plejanov fue un destaca pagador del materialismo dialéctico, pero durante su amplia vida no tuvo oportunidad de participar en la lucha de clases. Su pensamiento estaba divorciado de la práctica. La revolución de 1905 y la Guerra Mundial le arrojaron al campo de la socialdemocracia pequeñoburguesa, y posteriormente se vio obligado a renunciar a la dialéctica. Durante la Guerra Mundial, Plejanov fue el representante del imperativo categórico kantiano en el campo de las relaciones internacionales: “No hagas a los otros lo que no quisieras que hicieran contigo”. Lo único que prueba el ejemplo de Plejanov es que el materialismo dialéctico, por sí mismo, no hace a un hombre revolucionario.

Shachtman, por otro lado, afirma que Liebknecht ha dejado un trabajo póstumo contra la dialéctica, que escribió en prisión. Cuando uno está en la cárcel se le ocurren muchas ideas que no pueden confirmarse mediante la discusión con otros. Liebknecht, a quien nadie, y menos él mismo, considera un teórico, se ha convertido en un símbolo de heroísmo en el movimiento obrero mundial. Si alguno de los oponentes americanos de la dialéctica demuestra igual espíritu de sacrificio e independencia del patriotismo durante la guerra, diremos que es, sin duda, un revolucionario. Pero esto no resuelve el problema del método dialéctico.

Es imposible saber cuáles hubieran sido las conclusiones finales de Liebknecht si hubiera permanecido en libertad. En cualquier caso, antes de publicar su trabajo se lo hubiera mostrado a sus amigos más competentes, Mehring o Rosa Luxemburgo. Probablemente, tras oír su opinión, hubiese tirado el manuscrito al fuego. Supongamos, sin embargo, que, en contra de la opinión de sus camaradas teóricamente más preparados, hubiese publicado el manuscrito. Mehring, Luxemburgo, Lenin, etc., no habrían propuesto expulsarle del partido, naturalmente; por el contrario, le hubieran defendido y rechazado una propuesta tan descabellada. Pero no habrían formado un bloque filosófico con él, sino que habrían denunciado claramente sus errores teóricos.

La conducta del camarada Shachtman nos parece bastante distinta. “Como podéis observar —dice, ¡y para señalar a la juventud!— Plejanov era un destacado teórico del materialismo dialéctico y acabó como un oportunista; Liebknecht era un verdadero revolucionario y rechazó la dialéctica”. Este argumento, si quiere decir algo, significa que el materialismo dialéctico no es el único instrumento de un revolucionario. Con los ejemplos de Plejanov y Liebknecht, Shachtman le da la vuelta a la historia. Refuerza y “profundiza” la idea de su artículo del año pasado, es decir, que la política no depende del método, que el método está divorciado de la política por el milagro de la inconsistencia. Shachtman parece romper la regla mediante la falsa interpretación de dos excepciones. Si argumenta así un “partidario” del marxismo, ¿qué podemos esperar de un oponente? La revisión del marxismo se convierte así en su liquidación total; más aún, en la liquidación de toda doctrina y todo método.

¿Qué propone usted a cambio?

El materialismo dialéctico no es, por supuesto, una doctrina eterna e inmutable. Pensar lo contrario es, precisamente, traicionar el espíritu de la dialéctica. El desarrollo futuro del pensamiento científico creará una doctrina más profunda en la que el materialismo dialéctico no será más que un elemento estructural. Sin embargo, carecemos de base para suponer que esta revolución filosófica se produzca antes que la decadencia del régimen burgués, sin mencionar el hecho de que no nace un Marx todos los días, ni todas las décadas. La misión, a vida o muerte, del proletariado de hoy consiste en rehacer el mundo de arriba a abajo, no en reinterpretarlo de nuevo. En un futuro próximo, podemos esperar grandes revolucionarios de acción, pero no un nuevo Marx. La humanidad sólo sentirá la necesidad de revisar la herencia cultural del pasado cuando haya sentado las bases de una cultura socialista, y entonces la sobrepasará ampliamente, no sólo en el campo de la economía, sino también en el de la creación intelectual. El régimen de la burocracia bonapartista de la URSS es doblemente criminal, porque crea desigualdades crecientes en todas las esferas de la vida y porque degrada la actividad intelectual en el país al nivel de los zoquetes del GPU.

Pero imaginémonos por un momento que el proletariado es tan afortunado en esta época de guerras y revoluciones que llega a producir un nuevo teórico —o una constelación de teóricos— capaces de sobrepasar el marxismo y, en especial, de llevar la lógica más allá del materialismo dialéctico. En ese caso, ni qué decir tiene que todos los trabajadores avanzados deberán aprender de estos nuevos maestros y todos los viejos teóricos, reeducarse en sus ideas. Pero entre tanto, suena a música del futuro. ¿O no? ¿Quiere usted decirme qué trabajos teóricos actuales pueden sustituir el materialismo dialéctico como doctrina del proletariado? Si los tuviera usted a mano, seguramente no se negaría a luchar contra “el opio de la dialéctica”. Pero no existen. Mientras intenta desacreditar la filosofía del marxismo, usted no propone nada para, sustituirla.

Imagínese usted un joven médico aficionado que arguye a un cirujano experimentado que la anatomía, neurología y fisiología modernas son inútiles, que dejan muchos problemas sin resolver y que sólo “burócratas conservadores” pueden trabajar con un bisturí en base a esas “pseudo-ciencias”. Supongo que el cirujano pediría a su irresponsable colega que abandonara el quirófano. Nosotros tampoco, camarada Burnhan, podemos rendirnos ante insinuaciones baratas sobre la filosofía del socialismo científico. Por el contrario, y ya que el problema se ha planteado a quemarropa en el curso del debate de fracciones, debemos decir, cara a todos los miembros del partido, especialmente a los jóvenes: cuidado con la infiltración en vuestras filas del escepticismo burgués. Recordad que hasta el momento, el socialismo no ha encontrado mejor expresión científica que el marxismo. No olvidéis que el método del socialismo científico es el materialismo dialéctico. ¡Ocupaos de estudios serios! Estudiad a Marx, Engels, Plejanov, Lenin y Mehring. Os será cien veces más útil que el estudio de los tendenciosos, estériles y absurdos tratados sobre el conservadurismo de Cannon. ¡Deje que, al menos, el debate actual tenga este resultado positivo; que la juventud intente meterse en la cabeza las bases teóricas serias de la lucha revolucionaria!

El falso “realismo” político

En su caso, sin embargo, la cuestión no se reduce a la dialéctica. La forma en que usted explica en su resolución por qué no somete ahora a la decisión del partido el asunto de la naturaleza de la URSS significa en realidad que la somete, si no jurídica, al menos sí teórica y políticamente. Sólo un niño no se daría cuenta de ello. Pero esta declaración tiene otro significado, todavía más ultrajante y pernicioso. Significa que usted separa la política de la sociología marxista. Y, para nosotros, el punto crucial del asunto es precisamente ese. Si es posible dar una definición correcta del estado sin utilizar el materialismo dialéctico; si es posible determinar la política adecuada sin un análisis de clase del estado, ¿necesitamos para algo el marxismo?

Aunque no están de acuerdo entre sí sobre la naturaleza del Estado soviético, los líderes de la oposición coinciden en afirmar que la política exterior del Kremlin debe calificarse de “imperialista” y que la URSS no debe ser apoyada “incondicionalmente”. (¡Vasta y sustancial plataforma!) Cuando la “pandilla” de la oposición plantee en el Congreso el asunto de la naturaleza de la URSS (¡qué crimen!), os habréis puesto de acuerdo previamente para estar en desacuerdo, es decir, para votar de forma diferente. Se ha dado un precedente de este tipo en el Gobierno “nacional” inglés, cuando los ministros “están de acuerdo en estar en desacuerdo”, es decir, en votar de forma diferente. Pero los ministros de Su Majestad tienen la ventaja de que están muy de acuerdo sobre la naturaleza de su estado, y pueden permitirse el lujo de no estarlo en cuestiones secundarias. Pero los líderes de la oposición no tienen una situación tan favorable. Se permiten el lujo de no estar de acuerdo en la cuestión fundamental, con tal de estarlo en las secundarias. Si esto es marxismo y política de principios, no sé lo que será el oportunismo sin principios.

Parece usted creer que, al negarse a discutir sobre materialismo dialéctico y sobre la naturaleza de clase del Estado soviético, y limitarse a “cuestiones concretas”, se porta como un “Político realista”. Pero esto es sólo el resultado de un conocimiento inadecuado de la historia de las luchas de fracciones en el movimiento obrero en los últimos cincuenta años. En cada conflicto de principios, los marxistas hicieron enfrentarse claramente a partido con los problemas fundamentales de la doctrina y el programa, porque consideraban que sólo bajo estas condiciones encontrarían su sitio y proporción adecuada los asuntos “concretos”. Por el otro lado, los oportunistas de todas clases, especialmente los que ya habían sufrido alguna derrota en una discusión de principio, oponían al análisis de clase marxista una postura “concreta” y coyuntural que, como de costumbre, había formulado bajo la presión de la democracia burguesa. Esta división de papeles ha persistido durante décadas de debates fraccionales. La oposición, permítame asegurarle, no ha inventado nada nuevo. Está siguiendo la tradición del revisionismo teórico y el oportunismo político.

A finales del siglo pasado se rechazaron sin piedad los intentos revisionistas de Bernstein, que cayó en Inglaterra bajo la influencia del empirismo y utilitarismo anglosajones —la peor clase de filosofía—. Pero los oportunistas alemanes dieron de pronto un paso atrás en filosofía y sociología. En los congresos y la prensa regañaban sin cesar a los “pedantes” marxistas, que reemplazaban las “cuestiones políticas concretas” por consideraciones generales de principios. Léase los textos de los socialdemócratas alemanes de finales del siglo pasado y principios de éste y quedará asombrado de cómo la mort saisit le vof, que dicen los franceses.

No desconoce usted el gran papel que jugó “Iskra” en el desarrollo del marxismo ruso. “Iskra” empezó luchando contra los autodenominados “economistas” del movimiento obrero y contra los “narodniki” (Partido de los Social-revolucionarios). El principal argumento de los “economistas” era que “Iskra” flotaba en la esfera de la teoría, mientras que ellos se proponían dirigir el movimiento obrero “concreto”. El principal argumento de los social-revolucionarios era que “Iskra” pretendía crear una escuela de materialismo dialéctico mientras ellos derrocaban la autocracia zarista. Debo decir que los terroristas narodniki se tomaron muy en serio sus propias palabras; sacrificaron sus vidas bomba en mano. Nosotros les decíamos: “En algunas ocasiones, una bomba es una cosa excelente, pero primero tenemos que clarificar nuestras ideas”. La experiencia histórica demostró que la mayor revolución conocida en la historia no la dirigió el partido que empezó poniendo bombas, sino el partido que empezó con materialismo dialéctico.

Cuando los bolcheviques y los mencheviques eran todavía miembros del mismo partido, se producía, tanto en el período anterior como en el mismo congreso, una lucha a muerte sobre el orden del día. Lenin solía poner al principio los puntos sobre el carácter de la monarquía zarista, el análisis del carácter de la clase de revolución, el análisis de las etapas de la revolución por las que estábamos pasando, etcétera. Martov y Dan, los líderes de los mencheviques, objetaban invariablemente: “Somos un partido político y no un club de sociólogos; no tenemos que llegar a un acuerdo sobre la naturaleza de clase de la economía zarista, sino sobre “tareas políticas concretas””. Cito de memoria, pero no tengo ninguna posibilidad de equivocarme, porque estas discusiones se repetían año tras año y llegaron a estereotiparse. Debo decir que yo mismo cometí muchos errores en este sentido. Pero he aprendido algo desde entonces. Lenin siempre explicaba a estos enamorados de las “tareas políticas concretas” que nuestra política es de principios, y no coyuntural; que la táctica está subordinada a la estrategia; que, para nosotros, el contenido principal de cada campaña política es guiar a los trabajadores de los problemas concretos a los generales, para enseñarles el verdadero carácter de la sociedad moderna y de sus fuerzas fundamentales. Los mencheviques sentían siempre la urgente necesidad de saltarse a la torera sus diferencias de principio, mientras que Lenin, por el contrario, solía plantearlas a quemarropa. Los argumentos actuales de la oposición contra la filosofía y la sociología y a favor de las “cuestiones políticas concretas” son copia exacta de los argumentos de Dan. ¡Ni una palabra nueva! Es triste que Shachtman vaya a respetar la política de principios del marxismo sólo cuando sea lo bastante viejo para estar en los archivos. El recurso a las “cuestiones políticas concretas” suena especialmente torpe e inadecuado en sus labios, camarada Burnham, puesto que fue usted, y no yo, quien planteó primero el problema de la naturaleza de la URSS, forzándome a mi vez a plantear el tema del método mediante el que podemos determinar el carácter de clase del estado. Es verdad que usted retiró su resolución. Pero esa maniobra de la fracción no tiene sentido, objetivamente. Uno llega a conclusiones políticas desde premisas sociológicas, aunque las haya olvidado temporalmente en la cartera. Shachtman llega exactamente a las mismas conclusiones sin ninguna premisa; se adapta a usted, Abern se aprovecha, para sus “combinaciones organizativas”, tanto de la ausencia de premisa como de la premisa escondida. Esta es la situación real en el campo de la oposición. Usted procede como anti-marxista; Shachtman y Abern, como marxistas “platónicos”. No es fácil establecer quién es peor.

La dialéctica de la presente discusión

Cuando nos enfrentamos con el frente diplomático que cubre las premisas inexistentes o escondidas de nuestros adversarios, nosotros, los “conservadores”, respondemos: Sólo es posible una discusión fructífera sobre “cuestiones concretas” si establecemos previamente, con toda claridad, las premisas de clase de las que partimos. No estamos dispuestos a discutir sobre esa serie de tópicos que habéis seleccionado artificialmente. ¿Propondría alguien discutir cuestiones como la invasión de Suiza por la flota soviética o el largo de la cola de una bruja del Bronx sin haber aclarada antes si Suiza tiene costa o si hay brujas?

Toda discusión seria lleva de lo particular, incluso accidental, a lo general y fundamental. En la mayor parte de los casos, las causas inmediatas de la discusión tienen un interés meramente sintomático. Sólo tienen significación política actual aquellos problemas cuyo desarrollo es discutible. Para ciertos intelectuales, ansiosos de denunciar el “conservadurismo burocrático” y exhibir su propio “dinamismo político”, las discusiones sobre la dialéctica, el marxismo, la naturaleza del estado, el centralismo, surgen “artificialmente” y toman una dirección “falsa”. Pero el nudo del problema es que la discusión tiene una lógica objetiva, que no coincide con la lógica subjetiva de individuos y grupos. El carácter dialéctico de la discusión procede del hecho de que su curso objetivo se determina por el conflicto vivo entre tendencias opuestas, y no obedece a ningún plan lógico predeterminado. El carácter materialista de la discusión se debe a que refleja las presiones de las distintas clases. Por eso, la actual discusión dentro del SWP se desarrolla, como todo proceso histórico —y con o sin su permiso, camarada Burnham— de acuerdo con las leyes del materialismo dialéctico. No podemos escapar de esas leyes.

“Ciencia” contra marxismo y “experimentos” contra el programa

Tras acusar a sus oponentes de “conservadurismo burocrático” (lo que es una mera abstracción psicológica en tanto no se muestre qué intereses sociales específicos subyacen ese “conservadurismo”), pide usted en su documento que esta política conservadora sea reemplazada por “política crítica y experimental, en una palabra, política científica” (véase pág. ¿Agentes del imperialismo?). Esta afirmación, tan inocente y vacía a primera vista, a pesar de toda su pomposidad, es, en sí misma, una denuncia completa. No habla usted de política marxista, ni de política proletaria. Habla de política “experimental”, “crítica” y “científica”. ¿Por qué esta terminología, tan deliberadamente abstrusa y pretencioso, y tan infrecuente entre nosotros? Se lo voy a decir. Es el producto de su adaptación, camarada Burnham, a la opinión pública burguesa, y de la adaptación de Shachtman y Abern a su adaptación. El marxismo ya no está de moda en los círculos liberales de intelectuales burgueses. En cuanto uno menciona el marxismo —¡Dios no lo permita!— le toman por un materialista dialéctico. Lo mejor es desechar esa palabra desacreditada. Pero ¿con qué la sustituimos? ¿Por qué no con “ciencia”, a ser posible “Ciencia”, con mayúsculas? Y la ciencia, como todo el mundo sabe, se basa en la “crítica” y la “experimentación”. Tiene su propio círculo; tan sólido, tan tolerante, tan poco sectario, tan académico. Con una fórmula así uno puede entrar en cualquier salón democrático.

Relea, por favor, su propia frase: “En lugar de la política conservadora, debemos construir una política audaz, flexible, crítica y experimental; en una palabra, una política científica”. ¡No podía haberla hecho mejor! Pero esta es, precisamente, la fórmula que todos los empiristas pequeñoburgueses, todos los revisionistas y todos los aventureros políticos han opuesto al marxismo “estrecho”, “limitado”, “dogmático” y “conservador”. “El estilo hace al hombre”, decía Buffon. La terminología política no sólo hace al hombre, sino al partido. La terminología es uno de los elementos de la lucha de clases. Sólo pedantes sin vida pueden dejar de entenderlo. En su documento arrasa usted cuidadosamente —sí, usted, camarada Burnham— no sólo términos como dialéctica o materialismo, sino el marxismo. Usted está por encima de todo eso. Usted es un hombre de ciencia, “crítico y experimental”. Por la misma razón, utiliza el término “imperialismo” para calificar la política exterior de la URSS. Eso le diferencia de la terminología, demasiado embarazoso, de la IV Internacional, creando fórmulas menos “sectarias”, menos “religiosas”, menos precisas, pero iguales a —¡qué feliz coincidencia!— las de las democracias burguesas.

¿Quiere usted experimentar? Pues permítame recordarle que el movimiento obrero tiene una larga historia, llena de experiencia o, si lo prefiere, de “experimentos”. Esta experiencia, adquirida a costa de tantos sacrificios, ha cristalizado en el centro de una doctrina definida, el marxismo, cuyo nombre rechaza usted tan cuidadosamente. Antes de concederle el derecho a “experimentar”, el partido tiene derecho a preguntarle: ¿qué método va a utilizar? Henry Ford no permitiría experimentar en su fábrica a un hombre que no haya asimilado las condiciones básicas del anterior desarrollo de la industria, que no conozca los innumerables experimentos que ya se han realizado. Aún más: los laboratorios experimentales de las fábricas están cuidadosamente separados de la producción en masa. Mucho menos podemos permitir experimentos de médico brujo en el movimiento obrero —aunque se lleven a cabo bajo el símbolo de la “ciencia” anónima—. Para nosotros, la ciencia del movimiento obrero es el marxismo. Dejamos la ciencia sin apellido, la Ciencia con mayúscula, a la entera disposición de Eastman y su pandilla.

Sé que ha discutido usted, muchas veces con Eastman, y que en algunas ocasiones ha argumentado muy bien. Pero usted debate con él como un miembro de su propio círculo, y no como un agente de su enemigo de clase. Lo demostró usted claramente cuando, en su artículo con Shachtman invitó inesperadamente a Eastman, Hook, Lyons y demás a exponer sus ideas en el New International. No le importaba que ellos plantearan el tema de la dialéctica y le obligaran a salir de su diplomático silencio.

El 20 de enero del año pasado, mucho antes de que empezara esta discusión, mostraba a Shachtman la urgente necesidad de estudiar atentamente el desarrollo interno del partido stalinista. Le escribía: “Esto puede ser mil veces más importante que invitar a Eastman o Lyons a presentar sus paridas personales. Estoy un poco enfadado de que diera espacio al último artículo de Eastman, tan insignificante y arrogante. Eastman tiene a su disposición el Harper’s Magazine, el Modern Monthly, el Common Sense, etc. Pero lo que me deja completamente perplejo es que usted invite personalmente a esa gente a manchar las no tan numerosas páginas del New International. La perpetuación de esta polémica puede interesar a algunos intelectuales pequeñoburgueses, pero no a los elementos revolucionarios. Estoy firmemente convencido de que es necesaria una reorganización a fondo del New International y del Socialist Appeal; hay que alejarse de los Eastman y los Lyons y acercarse a los trabajadores y, en este sentido, al partido stalinista”.

Como siempre en estos casos. Shachtman me contestó sin atención ni cuidado. En el momento actual, la cuestión está resucita de hecho, porque los enemigos del marxismo a quienes invitó rehusaron la invitación. Sin embargo, este episodio conserva interés. Por un lado, usted, camarada Burnham, de acuerdo con Shachtman, invita a los demócratas burgueses a exponer sus ideas en el órgano oficial de nuestro partido. Por otro, y de acuerdo con el mismo Shachtman, se niega a mantener conmigo una polémica sobre la dialéctica y la naturaleza de clase del Estado soviético. ¿No significa esto que usted y su aliado Shachtman se han vuelto hacia sus semi-oponentes burgueses y han dado la espalda a su propio partido? Abern llegó hace ya mucho tiempo a la conclusión que el marxismo es una doctrina honorable, pero que no vale lo que una buena combinación de oposición. Mientras tanto, Shachtman se deja caer pendiente abajo, consolándose con cuchufletas. Pero siento que, en el fondo de su corazón, se siente triste y culpable. Cuando llegue a un punto en la caída, espero que reaccione y vuelva arriba de nuevo. Mi esperanza se basa en que la “experiencia” de su política fraccionaria le devuelva al camino de la Ciencia.

Un dialéctico sin saberlo

Me han informado de que Shachtman, utilizando mi frase sobre Darwin, ha dicho que usted era “un dialéctico sin saberlo”. Este ambiguo cumplido contiene una pieza de verdad. Cada hombre es un dialéctico, en mayor o menor medida, y en muchos casos sin darse cuenta. Toda ama de casa sabe que hace falta sal para dar un sabor agradable a la sopa, pero que si echa de más no hay quien se la coma. En consecuencia, una campesina analfabeta se guía, a la hora de guisar la sopa, por la ley hegeliana del salto cualitativo. Podríamos poner un sin fin de ejemplos por el estilo, tomados de la vida diaria. Hasta los animales llegan a conclusiones basándose no sólo en el silogismo aristotélico, sino también en la dialéctica hegeliana. Un zorro sabe que los cuadrúpedos y los pájaros son nutritivos y sabrosos. Ante un conejo o una gallina el zorro concluye: estos animales son del tipo nutritivo y sabroso y se lanza sobre la presa. Hace así un perfecto silogismo aunque el zorro, supongo, no ha leído a Aristóteles. Sin embargo, cuando el mismo zorro se encuentra con el primer animal más grande que él, por ejemplo, un lobo, concluye rápidamente que la cantidad puede convertirse en cualidad y pone pies en polvorosa. Evidentemente, las patas del zorro tienen tendencias hegelianas, aunque no sean muy conscientes de ello. Esto demuestra, de pasada, que nuestros métodos de pensamiento, se trate de la lógica formal o de la dialéctica, no son construcciones arbitrarias de nuestra razón, sino que expresan la naturaleza del sistema de relaciones actual. En este sentido, el universo entero está lleno de “dialécticos sin saberlo”. Pero la naturaleza no se detiene aquí. Antes de que las relaciones más profundas de la naturaleza se plasmarán en la conciencia o el lenguaje de los zorros o los hombres, se había producido un desarrollo no despreciable. Después, el hombre fue capaz de generalizar estas formas de conciencia y transformarlas en categorías lógicas (dialécticas), creando así la posibilidad de penetrar más profundamente en el mundo que nos rodea.

Hasta la fecha, la expresión más acabada de las leyes dialécticas que prevalecen en la naturaleza y la sociedad la han producido Hegel y Marx. A pesar de que Darwin no estaba interesado en verificar sus métodos lógicos, alcanzó empíricamente —gracias a su genio— las generalizaciones dialécticas más avanzadas en el campo de las ciencias naturales. En este sentido, Darwin es, como afirmaba en mi anterior artículo, un “dialéctico sin saberlo”. Sin embargo, no valoramos a Darwin por su incapacidad para llegar a comprender la dialéctica, sino porque, a pesar de su falta de conocimientos filosóficos, fue capaz de descubrir el origen de las especies. A Engels le exasperaba la estrechez empirista del método de Darwin, aunque, como Marx, comprendió inmediatamente la gran importancia de la teoría de la selección natural. Darwin, por el contrario, se murió sin tener ni idea de sociología marxista. Si Darwin hubiera salido en la prensa atacando al materialismo o a la dialéctica, Marx y Engels se le hubieran enfrentado con fuerza redoblada, para no permitir que su autoridad científica fuese utilizada por la reacción ideológica.

Cuando Shachtman, abogado de causas perdidas, intenta defenderle diciendo que es un “dialéctico inconsciente”, hay que poner el acento en “inconsciente”. La intención de Shachtman (también inconsciente, en parte) es defender su bloque de la acusación de degradar el materialismo dialéctico. Pero, lo que en realidad está diciendo Shachtman es que la diferencia entre un dialéctico “consciente” o “inconsciente” no es tan importante como para tenerla en cuenta. Y de este modo, desacredita el método marxista. Pero el mal es todavía más profundo. Existen en el mundo muchos dialécticos inconscientes o semiinconscientes. Algunos aplican estupendamente el materialismo dialéctico a la política, aunque nunca se hayan preocupado por el método. Sería pedantería atacar a esos camaradas. Pero ese no es su caso, camarada Burnham. Usted es el editor de un órgano teórico cuya misión es educar al partido en el espíritu del método marxista. Usted es un oponente consciente del método dialéctico, y no un dialéctico inconsciente. Aunque, como afirma Shachtman, haya seguido la dialéctica en cuestiones políticas, es decir, aunque tenga “instinto” dialéctico, estaríamos obligados a luchar contra usted, porque el instinto dialéctico, como otras cualidades personales, no se puede transmitir a los demás, mientras que el método dialéctico, conscientemente asumido, puede transmitiese, en mayor o menor medida, a todo el partido.

La dialéctica y el señor Dies

Aunque tenga usted instinto dialéctico —lo que no voy a discutir— lo tiene casi ahogado por la rutina académica y el aburrimiento intelectual. Lo que conocemos como instinto de clase del trabajador, le lleva a aceptar con bastante facilidad el enfoque dialéctico de las cosas. Pero no podemos decir que los intelectuales burgueses tengan un instinto parecido. Un intelectual separado del proletariado sólo puede llegar a la política marxista mediante la superación consciente de su espíritu pequeñoburgués. Desgraciadamente, Shachtman y Abern están haciendo todo lo que pueden para impedirlo, camarada Burnham. Le están haciendo un flaco favor.

Arrastrado por su fracción, a la que podríamos llamar “Liga del Abandono Fraccional”, está cometiendo usted un error tras otro; en filosofía, en sociología, en política, en la esfera organizativa. Sus errores no son accidentales. Enfoca cada asunto aisladamente, desconectándolo de sus relaciones con otras cuestiones, con los factores sociales, y sin tener en cuenta la experiencia internacional. Le falta método dialéctico. A pesar de su educación, está procediendo en política como un hechicero.

En el asunto del Comité Dies, mostró usted su charlatanería tan deslumbrantemente como en la cuestión finlandesa. Replicó usted a mis argumentos a favor de utilizar ese cuerpo parlamentario diciendo que no podía tomarse una decisión mediante consideraciones de principio, sino teniendo en cuenta circunstancias especiales, que sólo usted conocía, pero que se guardaba de especificar. Permítame decirle que esas “circunstancias” no eran nada más que su dependencia ideológica de la opinión pública burguesa. Aunque la democracia burguesa, en todas sus secciones, sea plenamente responsable ante el régimen capitalista, incluido el Comité Dies se ve obligada, precisamente en interés del capitalismo, a distraer vergonzantemente la atención de los órganos demasiado desnudos del régimen. ¡Una simple división del trabajo! ¡Un viejo fraude que, sin embargo, todavía es útil! Útil para engañar a los trabajadores, a esos a los que usted se refiere vagamente, a esa amplia sección de ellos que están todavía, como usted mismo, bajo la influencia de la democracia burguesa. Pero el trabajador de vanguardia, no infecundo por los prejuicios de la aristocracia obrera, recibiría con satisfacción cada palabra revolucionaria que se arrojase a la cara de su enemigo de clase. Y cuanto más reaccionaria fuera la institución que sirviera para arena del combate, mayor sería la satisfacción del trabajador. Esto lo ha probado la experiencia histórica. El mismo Dies, al asustarse y volverse atrás, demostró lo equivocado que estaba usted. Siempre es mejor obligar al enemigo a retirarse que huir sin plantear batalla.

Pero en este momento veo la cara iracunda de Shachtman ordenándome callar con un gesto protesta: la oposición no es responsable de los puntos de vista de Burnham sobre el Comité Dies. “Este no es asunto de la fracción”, etcétera, etcétera. Ya sé todo eso. ¡Lo único que faltaba es que toda la oposición se hubiera pronunciado entonces por la táctica de boicot, tan sin sentido en aquel momento! Ya es suficiente con que su líder, que tiene puntos de vista personales y los expresa abiertamente, se pronunciara a favor del boicot. Si usted ha pasado ya de la edad en que uno discute de “religión”, permítame decirle que la IV Internacional ya ha pasado de la edad en que se considera que el abstencionismo es, la política más revolucionaria. Junto a su falta de método, mostró usted en esta ocasión una falta total de sagacidad política. En las actuales circunstancias, un revolucionario no habría necesitado mucho tiempo de discusión para entrar por una puerta abierta por el enemigo y aprovechar lo mejor posible la oportunidad. Creo que hace falta organizar, unos cursillos especiales para todos los miembros de la oposición que, como usted, se opusieron a entrar en el Comité Dies, en los que se expliquen las verdades elementales de la táctica revolucionaria, que no tienen nada que ver con el abstencionismo pseudo-radical de los círculos intelectuales.

“Cuestiones políticas concretas”

La oposición es más débil precisamente en la esfera en que se cree más fuerte: la de la política revolucionaria cotidiana. Esto va por todos, camarada Burnham. Usted y la oposición en pleno han manifestado clarísimamente su impotencia para enfrentarse a los grandes acontecimientos en la cuestión polaca, de los estados bálticos o de Finlandia. Shachtman empezó descubriendo la piedra filosofar; una insurrección simultánea contra Hitler y Stalin en la Polonia ocupada. La idea era estupenda; es una pena que Shachtman no haya tenido oportunidad de ponerla en práctica. Los trabajadores polacos podrían haber dicho, con toda justicia: “Desde el Bronx se puede organizar bastante bien una insurrección simultánea contra Hitler y Stalin en un país ocupado; pero aquí, sobre el terreno, es bastante más difícil. Nos gustaría hacer a los camaradas Shachtman y Burnham una pregunta “concreta”, “¿qué hacemos hasta que se produzca la insurrección?””. Mientras tanto, el mando del Ejército soviético llamaba a los campesinos y los trabajadores a ocupar la tierra y las fábricas. Este llamamiento, apoyado con la fuerza de las armas, jugaba un papel importantísimo en la vida del país ocupado. Los periódicos de Moscú estaban llenos a rebosar de reportajes sobre el “entusiasmo desbordante” de los obreros y campesinos pobres. Podemos y debemos juzgar con disgusto estos reportajes; no están faltos de mentiras. Pero es más imperdonable cerrar los ojos a la realidad. El llamamiento a pedir cuentas a los terratenientes y a expulsar a los capitalistas ha debido levantar el ánimo a los acosados y aplastados campesinos y trabajadores de Ucrania y Bielorrusia, que veían en el señor polaco un doble enemigo.

En los órganos parisinos de los mencheviques, que están de acuerdo con la burguesía y no con la Internacional francesa, se dice categóricamente que el avance del Ejército Rojo iba acompañado de una ola de movimientos revolucionarios, cuyo eco llegaba hasta las masas campesinas de Rumanía. Añade fiabilidad a estos despachos el hecho de que los mencheviques estén estrechamente unidos a los líderes de la Liga Judía, el Partido Socialista Polaco y otras organizaciones hostiles a Moscú que luchan en Polonia. Por lo tanto, estábamos completamente en lo cierto cuando aconsejamos a los bolcheviques polacos: “En el frente, y junto a los; campesinos y los trabajadores, debéis dirigir la lucha contra los terratenientes y los capitalistas; no os apartéis de las masas, a pesar de todas sus ilusiones, como los revolucionarios rusos no se apartan de sus masas, a pesar que éstas siguen confiando en el Zar” (Domingo Rojo, 22 de 1905); educar a las masas en el curso de la lucha, precaverles de sus ingenuas esperanzas en Moscú, pero no os separéis de ellas; luchad en su campo, tratad de extender y profundizar su lucha y dadles a mayor cantidad de independencia posible. Sólo así prepararéis la próxima revolución contra Stalin. El curso de los acontecimientos en Polonia ha confirmado totalmente esta directriz, que se basa en nuestra experiencia política anterior, especialmente en España.

Ya que no hay diferencias de principio entre las situaciones de Polonia y Finlandia, no hay razones para cambiar la directriz. Pero la oposición, que no ha comprendido lo que ha pasado en Polonia, se agarra a la cuestión finlandesa como a un áncora de salvación. ¿Dónde está la guerra civil en Finlandia? Trotsky habla de guerra civil, pero no hemos visto nada en la prensa sobre ella, etc., etc. La cuestión finlandesa se le aparece a la oposición como diferente a la de Ucrania occidental o Bielorrusia. Cada cuestión se aísla y se analiza aparte y sin tener en cuenta el curso general del desarrollo. Con ideas confusas sobre este desarrollo, la oposición intenta apoyarse cada vez en alguna circunstancia coyuntural, accidental, temporal y secundaria.

¿Significan esos gritos sobre la ausencia de guerra civil en Finlandia que la oposición estaría de acuerdo con nosotros si ésta estuviera a punto de estallar? ¿Sí o no? Si es que sí, la oposición condena su propia política respecto a Polonia, puesto que en ese caso, y a pesar de la guerra civil, se negaron a participar activamente, esperando el levantamiento simultáneo contra Hitler y Stalin. Es obvio, camarada Burnham, que usted y sus amigos no se han pensado las cosas del todo bien.

Y, ¿qué hay sobre mi argumento de una guerra civil en Finlandia? Al principio de las hostilidades, se hubiera podido pensar que Moscú estaba intentado una “pequeña” expedición de castigo para cambiar el Gobierno de Helsinki y establecer con Finlandia las mismas relaciones que con el resto de los países bálticos. Pero la designación del Gobierno de Kuusinen en Terrojoki demostró que Moscú tenía otros planes e intenciones. Después, se anunció la creación del Ejército Rojo finlandés. Naturalmente, se trataba sólo de pequeñas formaciones creadas desde arriba. El programa de Kuusinen había visto la luz. Los siguientes despachos hablaban de la distribución de las grandes fincas entre los campesinos. En conjunto, estos despachos significaban el intento de Moscú de organizar la guerra civil. Naturalmente, es una guerra civil muy especial. No ha surgido de los deseos profundos de las masas populares. No la dirigen los revolucionarios finlandeses apoyados por sus masas. La controla la burocracia de Moscú. Sabemos todo esto, y lo sabíamos cuando discutíamos sobre Polonia. Pero, al menos, hay un llamamiento a los pobres, a los desposeídos, a expropiar a los ricos, a expulsarlos o arrestarlos. No conozco ningún nombre para estas acciones, excepto guerra civil.

“Pero, después de todo, no ha estallado la guerra civil en Finlandia, lo que significa que sus predicciones no se han materializado”, objetan los líderes de la oposición. Naturalmente, tras la traición y retirada del Ejército Rojo, bajo las bayonetas de Mannerheim, la guerra civil no ha podido estallar. Este hecho es un argumento contra Shachtman, no contra mí: quedó demostrado que no es el principio de la guerra, cuando es más fuerte la disciplina militar, el mejor momento para organizar una insurrección armada, sea desde el Bronx o desde Terrijoki.

No previmos la derrota de los primeros destacamentos del Ejército Rojo. No podíamos prever el nivel de estupidez y desmoralización que reinan en el Kremlim, ni hasta qué punto repercuten en las tropas mandadas por él. Pero se trata simplemente de un episodio militar, que no puede afectar nuestra línea política. Si Moscú, tras ser derrotado en el primer intento, renuncia a intervenir en Finlandia, desaparecería del primer plano el problema que impide a la oposición comprender la situación en el resto del mundo. Pero tenemos pocas posibilidades de que sea así. Por otro lado, si Francia, Inglaterra y los EE.UU. deciden basarse en Escandinavia y ayudar militarmente a Finlandia, la cuestión finlandesa se transformaría en una guerra entre la URSS y los países imperialistas. En ese caso, creemos que la mayoría de los opositores volverían al programa de la IV Internacional.

Por el momento, la oposición no está interesada en ninguna de estas dos variantes: ni en la suspensión de la ofensiva por parte de la URSS ni en la ruptura de hostilidades, entre la URSS y las democracias imperialistas. La oposición sólo se interesa por la cuestión aislada de la invasión de Finlandia por la URSS. Por lo tanto dejémosles partir de ahí. Supongamos que la segunda ofensiva está mejor preparada y es mejor dirigida, que el avance del Ejército Rojo, plantea de nuevo el problema de la guerra civil, y además a mayor escala que en el primer intento, tan ignominiosamente frustrado. Nuestra directriz permanece totalmente válida, mientras el asunto esté a la orden del día. ¿Pero propone la oposición en caso de que el Ejército Rojo ave victorioso en Finlandia y estalle la guerra civil? Apare mente, ni siquiera piensa en ello, porque vive al día, incidente en incidente, pendiente de cada episodio, colgando de frases aisladas del editorial, sintiendo alternativamente simpatías o antipatías, y haciéndose la ilusión de que crean una plataforma. La inutilidad de los empiristas y los impresionistas se demuestra especialmente cuando tienen que enfrentarse a “cuestiones políticas concretas”.

Confusionismo teórico y abstencionismo político

A través de las convulsiones y vacilaciones de la oposición, por contradictorias que sean, podemos distinguir dos características que cruzan todas sus actuaciones, desde las alturas de la teoría a los episodios políticos más insignificantes. La primera es la ausencia de una concepción unificada. Los líderes de la oposición separan la sociología del materialismo dialéctico. Separan la política de la sociología. En la esfera de la política, separan nuestra misión en Polonia de nuestra experiencia en España, nuestra misión en Finlandia de nuestra posición en Polonia. Convierten la historia en una serie de incidentes extraordinarios y la política en una serie de improvisaciones. Estamos ante la desintegración del marxismo, en el más completo sentido de la palabra, la desintegración del pensamiento teórico, la desintegración de la política en sus elementos constitutivos. Les domina el empirismo y su hermano gemelo, el impresionismo. Por eso, la dirección ideológica confía en usted, camarada Burnham, en un oponente de la dialéctica, en un empirista, que no se avergüenza de su empirismo.

A través de las vacilaciones y convulsiones de la oposición podemos observar una segunda característica, estrechamente ligada a la primera: una tendencia a retraerse de la participación activa, una tendencia a autoeliminarse, al abstencionismo, naturalmente con la coartada de frase ultrarradicales. Estáis a favor de destruir a Hitler y Stalin en Polonia: a Stalin y Mannerheim en Finlandia. Y, mientras tanto, rechazáis a ambos bandos por igual, es decir, os retiráis de la lucha, incluida la guerra civil. El hacer hincapié en la ausencia de guerra civil en Finlandia no es sino una disculpa coyuntural. Si estallara la guerra, la oposición procuraría no enterarse, como hicieron en el caso de Polonia, o declararán que, como la política de Moscú es “imperialista”, no podemos metemos en ese negocio tan sucio. Aunque, de palabra, anda tras las tareas políticas “concretas”, la oposición se ha situado, de hecho, fuera del proceso histórico actual. Su actitud, camarada Burnham, ante el Comité Dies merece atención precisamente porque expresa de forma muy gráfica esta tendencia al abstencionismo y al confusionismo. Su principio básico es, todavía: “Gracias, no fumo”.

Claro está, querido amigo, que un partido o una clase pueden pasar por momentos de confusión. Pero, en el caso de la pequeña burguesía, el confusionismo, especialmente ante los acontecimientos graves, es una característica inevitable y, por así decirlo, congénita. Los intelectuales intentan expresar su estado de confusión en el lenguaje de la “ciencia”. La contradictoria plataforma de la oposición revela confusión pequeñoburguesa expresada en el rimbombante lenguaje de los intelectuales. No hay nada de proletario en ella.

La pequeña burguesía y el centralismo

Sus puntos de vista en el campo organizativo son tan esquemáticos, empíricos y antirrevolucionarios como en los de la teoría y la política. Un Stolberg, linterna en mano, va tras una revolución ideal, limpia de todo exceso, y garantizada contra Termidor y la contrarrevolución: Usted, de forma parecida, busca un tipo de democracia interna ideal, que asegure a todo el mundo, en todas las circunstancias, la posibilidad de hacer y decir lo que se le pase por la cabeza y que vacune al partido contra la degeneración burocrática. Deja de lado, sin embargo, el hecho de que el partido no un escenario para la afirmación personal, sino un instrumento para la revolución proletaria; que solo una revolución victoriosa es capaz de evitar la degeneración no sólo del partido, sino del proletariado en su conjunto y de la civilización moderna en general. Es usted incapaz de ver que nuestra sección americana no está enferma por un exceso de centralismo —da risa hasta oír hablar de ello—, sino de un monstruoso abuso y distorsión de la democracia, por parte de los elementos pequeñoburgueses. Este es el origen de la crisis actual.

Un obrero pasa el día en la fábrica. Tiene, en comparación, pocas horas libres para el partido. En las reuniones, está interesado por aprender las cosas más importantes: la evaluación correcta de la situación y las conclusiones políticas. Valora los líderes que hacen esto de la forma más clara y precisa posible y que están al tanto de los acontecimientos. Los elementos pequeñoburgueses, especialmente los desclasados, divorciados del proletariado, vegetan en un ambiente artificial y cerrado. Tienen mucho tiempo para charlar de política y sus substitutivos. Sacan faltas y cotillean sobre los “jefes” del partido. Siempre conocen a un líder “que les ha puesto al corriente de todos los secretos”. La discusión es su elemento. Nunca tienen bastante cantidad de democracia. Se vuelven excitables, dan vueltas en un círculo vicioso y sacian su sed con agua salada. ¿Quiere usted conocer el programa organizativo de la oposición? Consiste en una loca búsqueda de la cuarta dimensión de la democracia interna. En la práctica, esto consiste en enterrar la política bajo la discusión; y enterrar el centralismo bajo la anarquía de los círculos intelectuales. En cuanto entren unos cuantos miles de trabajadores en el partido, llamarán al orden severamente a los anarquistas pequeñoburgueses. Cuanto antes, mejor.

Conclusiones

¿Por qué me he dirigido a usted y no a los otros líderes de la oposición? Porque es usted el líder ideológico del grupo. La facción del camarada Abern, sin programa y sin bandera, necesita siempre que le echen una mano. Primero fue Shachtman, luego Mute y Spector, y ahora usted, con Shachtman detrás. Considero su ideología como la expresión de la influencia burguesa en el proletariado. A algunos camaradas les parecerá demasiado fuerte el tono de esta carta. Pero debo confesar que he hecho todo lo posible por refrenarme. Porque, después de todo, se trata nada más y nada menos que de un intento de descalificar, rechazar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento.

Me han informado de que el camarada Abern, ante mi artículo anterior, reaccionó diciendo: “Esto significa la escisión”. Esta respuesta no demuestra sino que Abern tiene muy poco interés por el partido y la IV Internacional; es un hombre de corrillo. Sin embargo, las amenazas de escisión no deben impedirnos el presentar un análisis marxista de las diferencias. Para nosotros los marxistas, no es cuestión de una escisión, sino de educar al partido. Espero que el próximo congreso rechace enérgicamente a los revisionistas.

En mi opinión, el congreso debe declarar categóricamente que, en sus intentos por separar la sociología del materialismo dialéctico y la política de la sociología, los líderes de la oposición han roto con el marxismo y se han convertido en la cadena de transmisión del empirismo pequeñoburgués. Una vez que se haya reafirmado, completa y decisivamente, su lealtad a la doctrina marxista y a los métodos políticos y organizativos del bolchevismo, cuando la junta directiva dé sus publicaciones oficiales se haya comprometido a promulgar y defender esta doctrina y esos métodos, el partido, naturalmente, pondrá sus páginas a la disposición de todos los miembros que se consideren capaces de añadir algo nuevo al marxismo. Pero no puede permitir que se juegue al escondite con el marxismo y sus implicaciones fundamentales.

La política del partido tiene carácter de clase. Es imposible llegar a establecer una orientación política correcta sin un análisis de clase del estado, los partidos y las tendencias ideológicas. El partido debe condenar, como vulgar oportunismo, el intento de establecer políticas en relación a la URSS de incidente en incidente e independientemente de la naturaleza de clase del Estado soviético.

La desintegración del capitalismo, que crea una gran insatisfacción entre los pequeñoburgueses y empuja sus capas más bajas hacia la izquierda, abre amplias posibilidades, pero también encierra graves peligros. La IV Internacional necesita sólo aquellos emigrantes de la pequeña burguesía que han roto por completo con su pasado de clase y que están decididamente del lado del proletariado. Este tránsito teórico y político debe ir acompañado de la ruptura con su antiguo ambiente y del establecimiento de íntimos lazos con los trabajadores, especialmente en el reclutamiento y educación de proletarios para el partido. Los emigrantes de la pequeña burguesía que, tras un lapso de tiempo prudencial, se muestran incapaces de instalarse en el medio proletario, deben ser transferidos desde la militancia en el partido al status de simpatizantes.

Los miembros del partido que no hayan demostrado su valía en la lucha de clases, no deben ocupar puestos de responsabilidad. Un emigrante del medio burgués, por muy inteligente y devoto del socialismo que sea, debe ir a la escuela de clase trabajadora antes de convertirse en maestro. Los jóvenes intelectuales no deben ponerse a la cabeza de la juventud intelectual, sino irse unos años a provincias, a centros puramente proletarios, donde puedan realizar trabajo práctico duro.

La composición de clase del partido debe corresponder a su programa La Sección americana de la IV Internacional se convertirá en proletaria o dejará de existir. ¡Camarada Burnham! Si podemos llegar a un acuerdo en las bases de estos principios, encontraremos sin dificultad la política correcta en relación a Polonia, Finlandia y hasta la India. Al mismo tiempo, me pongo a su entera disposición para ayudarle a dirigir cualquier lucha, dondequiera que sea, contra el conservadurismo y el burocratismo. Estas son, en mi opinión, las condiciones necesarias para terminar con la crisis actual.

Saludos bolcheviques

L. Trotsky

Coyoacan, D. F., 7 de enero de 1940.Regresar al índice


Carta a James P. Cannon

9 de enero de 1940

Querido amigo:

Ayer envié el texto ruso de mi nuevo artículo, escrito en forma de carta a Burnham. Probablemente no les guste a todos los compañeros que la mayor parte de él esté dedicado al tema de la dialéctica. Pero estoy seguro de que esta es la única manera de empezar la educación teórica del partido, especialmente de la juventud, y de intentar una inversión del empirismo y el eclecticismo.

W. Rork (L. Trotsky)Regresar al índice

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Fuente: Karl Mark- CENTO DE ESTUDIOS SOCIALISTAS

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