ALBERTO GARCÍA-TERESA**

Recorriendo varios senderos pero siempre con una misma tensión estética, Diana García Bujarrabal (Madrid, 1980) presenta una poesía consciente del paso del tiempo que apela a romper la rutina y la interiorización de la sumisión, la acomodaticia desidia que nos ha inoculado este sistema. Por un lado, lo explora desde un desarraigo y la introspección y una veta que se abre a la contemplación. Por otro, desde una posición crítica y antagonista que se enraiza en la genealogía femenina.

Con referentes cercanos y urbanos, un ritmo sosegado y fluido pero que deja esquinas en las que detenerse, cuela una pizca de ironía entre un tono firme cuando se planta y reconoce una historia de humillaciones por ser mujer. Sin embargo, ese registro se torna más dubitativo cuando indaga en su interior, precisamente porque reconoce la vulnerabilidad y la necesidad de apoyo y cuidado para sostenerse. Así, el ritmo y el estilo de vida de los trabajadores actuales, la alienación y el cansancio, los roles sociales y los mandatos de género son enunciados desde un yo que se imbrica rápidamente en el nosotras. Vivir se manifiesta como una resistencia o una huida hacia adelante en la que se exige conciencia del ser, precisamente, para detener esa marcha, alzar los ojos y comenzar a desprenderse de los pesos que nos impone la sociedad de consumo. La aceptación del entorno no se torna en resignación, sino en análisis del sistema para reconocer el punto de partida hacia otros mundos posibles. Y, entonces, el canto a la sororidad irrumpe como fértil campo de exploración de identidad, magma de desobediencia y semilla de utopía. Reconocimiento, deuda y horizonte: presente, pasado y futuro. Así camina, resuelta y ágil, la poesía de Diana García Bujarrabal.
Alberto García-Teresa
LA MUJER A PEDAZOS
Esta es la historia de la mujer a pedazos,
la de las manos enrojecidas
y la cabeza en los pies,
la que se viste según despunta el día
para cambiarse luego un sinnúmero de veces,
ahora ángel,
después fregona,
capataz furibunda,
madre amante que ahueca su cálido regazo.
O bien amiga,
diosa griega,
la misteriosa virgen de ojos abisales,
digna entre todos los pecados.
La que nunca se cansa,
la que siempre nos cuida en la antesala de la muerte.
La mujer a pedazos se ajusta con cuidado la cabeza,
se gira las muñecas,
se compone.
Es la madre en la batalla cruentísima,
la amante apasionada cuando toca limpieza general,
la aventurera envuelta en el sobrio menú de la semana
y, a veces, cuando suena la hora de los juegos,
el mismo rostro azul de la tristeza.
Come cuando respira,
sueña cuando trabaja,
canta cuando dibuja con los pies.
La mujer a pedazos
se abotona despacio la camisa
a la altura del pecho.
Teme dejarse trozos por el camino,
esto ya le ha pasado,
las uñas,
las pestañas
y hasta un dedo pequeñísimo en un nido de pájaros.
Cuando menos lo espere
se olvidará los hombros o una pierna en lo alto de un cercado,
y se pondrá los ojos en la boca,
la mano en el corazón.
La mujer a pedazos es un puzle
que ella misma no sabe resolver.
TEORÍA Y PRAXIS
Y tú, ¿para quién trabajas?
¿En qué ficción cobijas tu ansiada libertad?
Repartes los fulgores de tu nombre
como si tú fueras tú, después de todo,
un sujeto que crece año tras año
sobre el hambre desquiciada
de sus horas
sin preguntarse quién,
por qué,
para qué.
Sujeto-sujetado a tus fantasmas,
pobre en tu soledad.
Ignoras cuánto te mide el cansancio
mientras nutres deseos que no te pertenecen.
Nada te pertenece.
Quizás aquel recuerdo de la vez que supiste
dónde quedaba el norte de tu casa
o el lugar al que iban a morir los elefantes.
**
HIJAS DE LA CIUDAD
Me pregunto quiénes somos al final del día
las hijas de la ciudad,
las deslavazadas flores cuyo cuerpo
se erigió en las aceras.
Crecimos tristes y libérrimas
sobre tallos de espinas.
Pero nunca tuvimos un pueblo,
un campo,
la posibilidad de un regreso
cuando la noche cae.
Nuestra raíz conoce el color más profundo del asfalto,
su calor más terrible.
Somos las que, al final del día,
no pueden escapar.
8:45
Alabado sea el instante fiel a sí mismo
que teje la costumbre
sobre el pozo de lo incierto.
Como esa mujer que canta
al fondo del túnel subterráneo
todos los días,
uno, y otro, y otro día,
sin entonar jamás.
La nota discordante en medio del fragor
de las 8:45,
Madrid,
por la mañana.
Y yo siempre voy con prisas,
sin monedas,
y me pregunto su nombre,
cómo será su vida,
cómo será la mía el día en que no esté.
Somos también los otros,
su singular belleza,
y toda esa red de instantes tan fieles a sí mismos.
El día de su ausencia me detendré seguro
y no habrá reloj que me contenga el miedo
esa mañana.
LISÍSTRATAS, HERMANAS
Nosotras ponemos el cuerpo.
El mismo que nos robaron
para ataviar el altar,
hambre cruel,
dioses mezquinos.
Así nos resistimos a la bestia
minotauro,
con la piel erizada por las voces del bosque
y el sexo depilado,
y un precipicio en el arco de las piernas:
se llama libertad.
He aquí nuestro cuerpo,
con el que traficaron.
El que ya no es trofeo,
ni adorno,
ni agasajo,
y renuncia a las artes de la guerra,
el mar no se posee,
solo se explora,
lo mismo que el camino del deseo
o un rastro de humedad en el cielo de la boca,
cómo nos sabe a vida y a sal,
sí,
nosotras ponemos el cuerpo,
la hermosura.
De ustedes, señores, es el desafío.
**
HOMENAJE
¿Cuántas otras mujeres
cinco minutos tarde
tras de sí?
¿Cuántas de madrugada
cuando todos ya duermen?
¿O en el cuarto de baño
con el pestillo echado?
¡Corre!
Que ya sopla tu nombre
con frío en las esquinas,
que ya llegan los viajes
a otros viajes más ciertos,
que ya sopla tu nombre
y puedes alcanzarte
cinco minutos tarde,
qué importa
si allí hay otras mujeres
con tres gritos de sal bajo las uñas
y una risa al galope por el cabello suelto.
Cógelas de la mano.
Mujeres
-diles-,
ya no sois solo tierra,
sois silbido
sois un baile de espuma en la furia del mar,
el contorneo alegre que conoce las miserias del viento,
mujeres,
también el fuego,
¡y cómo prenden las mechas polvorientas del pasado!
Tanto, tanto silencio… los trajes de alquiler.
Echemos nuestra suerte contra el barro,
sus mejillas rosadas.
Gracias.
Gracias por comenzar esta batalla.
Gracias por el ejemplo.
Gloria, Concha, Delmira, Ángela, Marosa,
Paca, Ana, Chantal, Miriam, Luisa,
Wislawa, Sharon, Laura, Eva, Nares, Anne, Forugh…
(y tantos nombres propios masticando la arena).
Cinco minutos tarde,
mujeres,
pero estamos ardiendo.
*Diana García Bujarrabal: Licenciada en Periodismo y Sociología. Participa en talleres, recitales y revistas literarias especialmente en Madrid, donde reside.
**Alberto García-Teresa (Madrid, 1980): doctor en Filología Hispánica con Poesía de la conciencia crítica (1987-2011) (Tierradenadie, 2013)
Fuente: Viento Sur

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