
Leo Giménez*
Venezuela es un con una alta porción de su población de origen inmigrante en los últimos 100 años, pero sólo en estos últimos 6 a 8 años la emigración es un fenómeno social; o más bien sociopolítico.
A mediados del gobierno de Chávez se generó a primera campaña ideológica promoviendo la emigración. La situación económica del país era muy favorable desde lo macroeconómico hasta la cotidianidad de las personas. La razón era política. La burguesía había sido derrotada una y otra vez en el golpe del 11 de abril del 2002, luego en el Paro Petrolero, al años siguiente en el Referéndum Revocatorio (que terminó siendo reformatorio) y varias escaramuzas más. Esto frustró a lo más rancia de la pequeña burguesía reaccionaria que veía disiparse sus ilusiones de superioridad clasista y racial ante los avances educativos y de condiciones de vida de las mayorías trabajadoras y ante los fracasos de sus líderes contrarrevolucionarios. De allí salió la consigna “Me iría demasiado”.
Las excusas eran los temores a las supuestas expropiaciones masivas, y supuestos secuestros de sus hijos por parte del Estado “comunista”; algunos incluyeron fantasías tan rebuscadas como la ridícula historia de que los bombillos ahorradores incluían una cámara con la que Fidel Castro espiaría las habitaciones de las viviendas de todos los venezolanos. Hasta una película formó parte de esta campaña, justo cuando el cine nacional mostraba un impresionante crecimiento en los géneros, la calidad y la presencia en las salas de cine.
El número de emigrantes fue muy poco significativo, y menos se notó en medio del enjambre de viajeros con pasaje de ida y vuelta que empezaban a aprovecharlas ventajas y los dólares preferenciales. Venezuela vivía los tiempos de las vacas gordas, como el sueño descifrado por José al Faraón, y descrito en la santa Biblia. Un apogeo con signos de derroche.
Ciertamente mejoraron los ingresos y las condiciones de vida de las grandes mayorías. Los frutos del petróleo parecían llegar a todo el pueblo. Se hicieron comunes los viajes a conocer otros países, que rápidamente se transformaron en su mayoría, en el mecanismo de “raspar” los cupos en dólares subsidiados de CADIVI. Éramos bien recibidos y bien vistos en los países de destino (Colombia, Panamá, Perú, Argentina, Islas del Caribe, etc.) y se vivía una borrachera que parecía ser feliz e infinita.
El imperialismo y la oposición lacaya conspiraban en contra de esa bonanza. El gobierno promovía la dilapidación de los pequeños y de los grandes, buscando congraciarse con todos/as y no se tomaban medidas suficientes ni internas, ni externas para cuando llegaran los tiempos de las vacas flacas.
Cuando mataron a Chávez, el asunto empeoró. Fue peor el despilfarro, aunque ya quedaba menos dinero. Maduro, al parecer nunca entendió que había quedado al mando de un barco cañoneado por el imperialismo; la economía estaba a pique. En vez de embraguetarse no ejercía ninguna medida que respondiera a esos ataques.
Cuando, agotada y desperdiciada buena parte de los recursos intentó poner cierto control al despilfarro, la oposición usó el descontento de la juventud para llevar a importantes sectores a las calles a protestar, por lo que sentían que eran sus derechos, especialmente en 2014 y 2017.
Después de cada oleada de “guarimbas” derrotadas venía una oleada de emigrantes; motivados por la derrota política y ahora también por la crisis económica que empezaba sus estragos. La oposición llenó las redes sociales de audios y videos de venezolanos –mayormente jóvenes- que gritaban y coreaban insultos a Maduro; primero en las manifestaciones, luego, derrotados, en los aeropuertos y terminales terrestres y hasta en las plazas de los países de recepción.
La economía siguió declinando y los ataques y sanciones se hicieron mucho más intensos, del desabastecimiento se pasó a acentar el bloqueo, siempre especulando con el dólar y aterrizamos en esta hiperinflación, primera en el ranking mundial. Venezolanos y venezolanas de a pie, vimos desaparecer nuestros salarios, la crisis nos arropó al estilo de los que vivimos en la 4ta. República con desnutrición en niños y jóvenes, que hoy en día nos pasa factura en la salud.
Pasó el primer gobierno de Maduro y como campaña para el segundo mandato, ofertaba arreglar la economía “de verdad, verdad”. Pero esa promesa no tuvo ningún resultado
Ahora la emigración cobraba otro significado. El timorato Maduro no cuajaba ninguna medida a favor del pueblo, todo lo arrimaba y lo sigue arrimando a favor de empresarios y comerciantes especuladores, llamados por el mismo gobierno “burguesía revolucionaria”. Los trabajadores se sumaban ahora a la emigración, buscando desesperados por la crisis económica salvarles el futuro a nuestros hijos y también un poco ilusionadas con las facilidades que aparentaban mostrar los viajes de años anteriores con dólares subsidiados.
Emigrar es una forma individualista de afrontar la crisis. Puede ser en algunos casos una solución. En otras un retroceso, y hasta aproximarse a la barbarie. Es un “sálvese quien pueda”, en el que algunos han tratado de pasar por encima de los demás para medio sobrevivir un tiempo más, para al final darse cuenta que la crisis nos alcanzaba a todos.
Muchas veces desde el gobierno se mostró al que se iba del país como falto de patriotismo, ya se había perdido la solidaridad y ganaba el individualismo. Pero había que ponerse en los zapatos del otro. Internalizar su angustia de tener que irse de su patria para apostar ser bien recibido en otro país.
Este recibimiento no fue tan bueno como se esperaba. El recibimiento ahora fue bastante hostil, nada parecido a la tradición venezolana de integrar a los inmigrantes en nuestro territorio, sean europeos, árabes caribeños o latinoamericanos (en especial colombianos, que suman unos 6 millones, 20% de la población) accediendo en igualdad de condiciones y sin discriminación a vivienda, educación, salud, trabajo y paz.
Ya no éramos los dilapidadores de dólares. Ya las emisoras de radio y televisión se habían cansado de los “testimonios” pagados a venezolanos para que hicieran melodramas de su país, exageraran la crisis y culpabilizarán al gobierno de todo, a cambio de un puñado de soles, pesos o reais.
La conspiración imperialista había cuajado y la oposición lacaya se frotaba las manos de gusto de saber que los emigrantes iban a ser el estandarte de su triunfo.
Tamaña miseria humana, donde han hecho negocios con la tragedia que crearon. Julio Borges nos anunciaba ante el mundo como una plaga, al estilo de las estampidas ocurridas desde Siria, Libia, Irak y tantos otros países destruidos por el imperialismo con sus guerras.
El gobierno ante su propia incompetencia económica, tampoco trató la emigración como algo natural y de darle agenda para resolver. Los pasaportes, los elevaron a cifras escandalosas, es decir una familia que desee emigrar por su pobreza extrema, debe gastar una fortuna para medio legalizar su salida. Queriéndolos retener sin el pasaporte. Creándoles otra necesidad o arriesgarlos a irse sin documentación mínima.
El plan “vuelta a la patria”, en parte se ejecuta ante la inmensa xenofobia creada tanto por la oposición venezolana, como por las burguesías de los países latinoamericanos de destino; pero al mismo tiempo es notorio, el objetivo propagandístico que predomina y por supuesto, no ataca ninguno de los problemas de fondo. Solo trata de combatir una campaña mediática con otra campaña mediática. No les interesa resolver la situación, ya que para Gobierno y Oposición, es un negocio la tragedia del venezolano y venezolana, tanto del que se queda, como del que emigra.
Los que han emigrado en su amplísima mayoría han conocido la dureza del capitalismo crudo, neoliberal, sin el salvavidas de unos miles de dólares de turista subsidiado con que habían viajado ocho o diez años antes. Se incorporan a los trabajos más duros o al trabajo informal, pasando tremendas penurias, acosados por la xenofobia desatada por toda la derecha continental incluida la propia venezolana, además de la nostalgia por la separación familiar.
Los que regresan, con o sin apoyo, ven que las razones de haber dado tomado la decisión de emigrar, se mantienen o se agravan. El Gobierno para revertir esta tragedia tanto de los que nos quedamos aquí, como de los que deseen regresar, debe elevar el nivel adquisitivo de los venezolanos, mediante una indexación del salario.
Compartimos las acertadas críticas dela compañera Pascualina Curcio: “Hay quienes bajo un dogma monetarista pretenden cerrar el debate con una frase: “no hay dinero pa´ salarios”. A esta afirmación y con el mismo tono de rendición le añaden otras: “no podemos ajustar los salarios si no producimos”. Culminan diciendo: “estamos bloqueados por el imperialismo”. Mientras tanto añadimos, les garantizan tremendas ganancias a los capitalistas.
Ya está ampliamente explicada la necesidad humana, social y hasta económica de incrementar sustancialmente y de indexar los salarios. Tanta adulación a la burguesía ha dejado al gobierno de Maduro aún sin la burguesía… y lo está dejando también sin el pueblo.
La explotación del trabajo, el deterioro de las condiciones de vida y los atropellos contra los anhelos de libertad de los trabajadores y pobladores latinoamericanos son impuestos con fiereza por todas las burguesías del continente, fieles sirvientes del imperialismo.
Los gobiernos neoliberales respaldan decididamente estos atropellos. Los llamados gobiernos “progresistas” se muestran más preocupados por mantenerse y «sobrevivir» en el poder, negociando con la burguesía –como hacen ahora Maduro en Venezuela, López Obrador en México y Fernández en Argentina- antes que realmente avanzar de las manos del pueblo trabajador en la conquista de mejores condiciones de vida y de mayor soberanía.
Pero desde 2019 los pueblos latinoamericanos volvieron al combate Chile, Ecuador, Perú, Bolivia, Puerto Rico, Colombia, (hace apenas dos dñias dio demostración contundente de ellos), son escenarios de tremendas manifestaciones obreras, campesinas, indígenas y populares contra los planes de ajuste económico y contra las imposiciones antidemocráticas.
Esta rebelión de nuestros hermanos del Continente nos grita a los venezolanos y a las venezolanas, que más allá de las decisiones individuales que tengamos que tomar, la solución definitiva solamente está en la lucha colectiva de las y los trabajadores por hacer retroceder todas las agresiones y sanciones imperialistas, todos los planes neoliberales -los imponga quien los imponga- y luchar por construir una sociedad de trabajadores sin explotación y definidamente demoratica. Esto pasa por ahora, en conseguir el Estado Comunal, que Chávez unas semanas ante de fallecer imploró.
*Leo Giménez: militante de LUCHAS y colaborador de Insisto Resisto.org
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