
Por Aldo Casas*
Intervención realizada el 23 de marzo de 2021 en la Jornada Conmemorativa Relámpago que ilumina horizontes. A 150 años de la Comuna de París, organizada por el CEIICH (México), en el Conversatorio que presentó el libro de Sylvie Braibant Elisabeth Dmitieff. Comunera, aristócratae incendiaria (Herramienta, 2021).

Buenas tardes y muchas gracias a les organizadores de esta importante y necesaria Jornada Conmemorativa. Es un gusto inmenso mantener este dialogo con todes aunque sea a la distancia, y más aún si lo hago con mi amigo Néstor López, abordando cuestiones que venimos, con diferencias y también convergencias, discutiendo desde hace años, lo que nos permite seguir pensando y avanzando en esto de comprender el mundo para poder transformarlo.
Hace 150 años las mujeres y los hombres de París intentaron “tomar el cielo por asalto”, según se escribió metafóricamente, porque las circunstancias los empujaban a cambiar el mundo en que vivían. Las circunstancias… y el ejército prusiano que los cercaba en tanto el ejército de la contrarrevolución francesa se reagrupaba en Versalles pero no para defender a la ciudad sino para aplastar a los parisinos.
Nuestro mundo, evidentemente, no es el de los comuneros. Pero a esto debe agregarse algo que para mí es también evidente, pero no se le concede la debida atención: el mundo en que vivimos nosotros está cambiando aceleradamente desde que ingresamos en esta era de crisis estructural del capital, catástrofe ambiental y pandemia. La inestabilidad e imprevisibilidad signa nuestras vidas, en especial las de la juventud, las de las mujeres y sobre todo de las de millones y millones de niños pauperizados, nos retrotrae a situaciones tan penosas como la de aquelles trabajadores y artesanes que hicieron la Comuna y que gastaban la mayor parte de su tiempo no trabajando, sino buscando trabajo y tratando de no morirse de hambre.
La Comuna fue el fruto de uno de esos azares con los que se teje la historia y también una experiencia práctica de democracia inédita pero preparada por dos años de discusiones e intensas prácticas asociativas en los barrios populares. Una experiencia que permitió avizorar la superación de la escisión entre hombres y ciudadano, entre productor y consumidor, entre huelguista y usuario, entre trabajo manual e intelectual, entre hombre y mujer. Una revolución plena de experimentaciones y de rupturas que modificaron el marco, las formas y las modalidades de la lucha por la emancipación del trabajo. Mostró que era posible construir, organizando la solidaridad, una comunidad que fuera al mismo tiempo una dictadura revolucionaria y una democracia radical, participativa, que pasó a ser referente de todas las tentativas posteriores de establecer una democracia de tipo comunera, soviética o consejista.
Marx siguió apasionadamente los principios que enunciaba, las políticas que desarrollaba y el esbozo de la sociedad futura que pudo vislumbrarse en la urgencia y el encierro de aquella ciudad sitiada. Advierte su carácter innovador y fundacional, su destello, su poder expansivo. Revisó sus anteriores opiniones sobre las formas cooperativas y el federalismo, se alegró por pequeñas cosas como la abolición del trabajo nocturno de los panaderos, o la prohibición de las prácticas patronales que reducían el salario con descuentos arbitrarios para incrementar fraudulentamente sus ganancias… Pero subrayó sobre todo lo histórico: por vez primera los explotados se gobernaban a sí mismos, sentando las bases para transformaciones de resonancia universal: la urgencia los empujaba a inventar en la adversidad y el peligro otra forma de vida, elevando a necesidad el principio de apropiación de los medios de producción.
Sin ignorar las contradicciones y disputas intestinas que existieron a pesar del “sincretismo” que la existencia misma de la Comuna imponía a todas las corrientes y tradiciones del movimiento obrero, Marx prestó atención sobre todo a los horizontes que abría y los posibles que iluminaba. Era un nuevo tipo de revolución que marcaba una ruptura. “La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia y su acción”, escribe, y agrega que se trata de una República que conlleva su propia superación, la promesa de destruir “la máquina burocrática-militar del Estado”. Aunque no llegaron a quebrar ese instrumento coercitivo, los comuneros indicaron un camino: el de “la reabsorción del poder del Estado por la sociedad”, el de la restitución “al cuerpo social de todas las fuerzas hasta entonces absorbidas por el Estado parásito que se alimenta de la sociedad y paraliza su libre movimiento”. Estas frases casi anarquistas son de Marx, para quien la Comuna “quiebra el poder del Estado moderno” que comienza a ser superfluo, sin que esto signifique la desaparición de lo político en una pura autogestión social, ni creer que podría prescindirse de las “funciones centrales que son necesarias para las necesidades generales del país”. Por eso saluda y elogia la aparición de un nuevo tipo de gobierno: la Comuna era “un gobierno de la clase obrera”, una suerte de poder político no estatal de los trabajadores, “la forma con la que la clase obrera toma el poder político”.
Las democracias parlamentarias burguesas son siempre formas más o menos encubiertas del dictatorial gobierno del capital. Una alternativa socialista solo puede surgir desde abajo, basada en la autoactividad y la autoorganización democrática de la clase trabajadora y todos los sectores explotados y oprimidos. Organizaciones de base que no se crean para poner en práctica determinadas ideas preconcebidas, sino para resolver problemas concretos en la lucha contra la explotación, la opresión y, agregaríamos hoy, la necropolítica. Y cuando las masas comienzan a inmiscuirse en las instancias en que se decide su destino, surge la oportunidad de inventar e implantar un orden político y económico-social alternativo.
En el legado de la Comuna de París destaca la premisa de que, en un movimiento que aspira a la emancipación universal, es imprescindible la participación masiva de las mujeres: ellas se auto organizaron en el movimiento, participaron en él y en él hicieron valer sus propios intereses. La clase asalariada debe emanciparse por sí misma, y solo puede auto emanciparse siendo capaz de eliminar todas las formas de opresión de algunes seres humanos sobre otres. Por lo tanto, acabar con la opresión, la discriminación y el menoscabo de las mujeres es parte sustancial de las aspiraciones socialistas y comunistas. Justo es reconocer que la masiva, dinámica y radical movilización de los feminismos en nuestros días recoge y desarrolla aquella indicación pionera de la Comuna, teorizada entre otres por Louise Michell.
La comprensión estratégica de estos acontecimientos requiere tomar en cuenta la temporalidad propia de la lucha política, que no es un tiempo mecánico de reloj y calendario. Es un tiempo sincopado y discordante, en el que se superponen las tareas del pasado, del presente y del futuro, abierto a lo incierto y azaroso. Sorprendente ejemplo de esto es que una emisaria enviada por Marx a París fuese la joven rusa Elisabeth Dmitrieff. Ésta era una admiradora del naródniki Chernichevsky, venía de estar tres meses en Londres, discutiendo casi diariamente con Marx en torno a la vigencia y potencialidades de la obschina, la antigua comuna rural rusa, sobre la cual Marx diría años después que, complementándose con la la revolución proletaria “puede servir de punto de partida para una evolución comunista”, audaz sugerencia que, lamentablemente, la Socialdemocracia rusa en su totalidad ignoró… Pero volvamos a París, para decir que, con poco más de veinte años, Elisabeth llegó cuando se proclamaba la Comuna, se dejó arrastrar por la insurrección y llegó a ser una figura tan reconocida como Louise Michell, Nathalie Le Mel o André Leo. Dmitieff creó y dirigió la Unión de Mujeres Para la Defensa de París, de intenso y heroico desempeño en las barricadas y la lucha de calles. La biografía de esta mujer casi desconocida y al mismo tiempo descollante, simpatizante de los Národniki, militante de la sección rusa de la AIT en el exilio (Suiza) y sedicente marxista, una de la más calumniada y odiada de las “incendiarias” parisinas, es la que Herramienta está editando en ocasión de los 150 años de la Comuna.

Vivimos tiempos de confrontaciones estratégicas en torno a la ocupación y disputa del espacio público y territorios en las ciudades y en el campo, por la soberanía alimentaria, para poner fin al extractivismo. La lucha por el socialismo parece imposible, pero puede tornarse imprescindible en cuanto se identifica con la lucha por la vida y contra el Ecocidio. Entonces, la Comuna de París adquiere nueva visibilidad, como una centella que puede iluminarnos en este momento de peligro extremo. Sus formas de invención política y, como componente vital de las mismas, el protagonismo de las mujeres, merecen ser revisitadas no como “lecciones” sino como recursos disponibles. La Comuna aporta al reconocimiento de la historia de los vencidos, a la recuperación de un horizonte emancipatorio y, tal vez, a la construcción de un futuro muy diferente del curso que tomaron la modernización capitalista y también los modelos de lo que yo insisto en llamar “socialismos realmente inexistentes” en la Unión Soviética y la República Popular China. La hermosa biografía escrita por Sylvie Braibant, Elisabeth Dmitrieff. Comunera Aristócrata e Incendiaria es también un modesto aporte al reconocimiento de lo que fue y sigue siendo la Comuna.
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Cierro esta intervención agradeciendo la atención, los saludos recibidos y la pregunta que lleva a cuestiones muy importantes referidas tanto a la Comuna de París como a la Revolución Rusa. ¿Qué relación existe entre el horizonte que abrió la Comuna y la experiencia de la Revolución Rusa? La primera y más general respuesta que se me ocurre es que la Revolución Rusa debe ser considerada como un vasto y complejo proceso que comienza en Febrero de 1917, con la masiva movilización de las obreras tejedoras de Petrogrado que deriva en el derrocamiento del Zar y la formación de los Soviets, genuina organización de los obreros y campesinos o, mejor dicho, de los obreros y los soldados-campesinos, que se extendió por todo el país… ¡es una especie de Comuna parisina a escala de todo un Imperio o gran parte de lo que fuera dicho Imperio!. Las discusiones y la práctica de democracia directa de los Soviets es una experiencia que continúa y en algunos aspectos supera lo entrevisto en la Comuna. La existencia y proliferación de los Soviets en que obreros, soldados y campesinos se autodeterminaban a despecho del límite que imponía el Gobierno Provisional burgués, fue algo descomunal entre febrero y octubre de 1917 y también en los primeros meses del poder soviético… Al menos hasta ese tremendo discurso de Lenin en el que, a fines de abril de 1918, redefinió “Las tareas del poder soviético” en lo que uno de sus mejores biógrafos, Jean-Jacques Marie considera un “giro brutal” en su política interna.

En los meses febriles que van desde febrero de 1917 hasta febrero-marzo de 1918 la movilización, iniciativa y acciones prácticas de obreros, soldados y campesinos condujo a la proclamación de un poder soviético que de inmediato se estrelló contra una crisis de magnitudes insospechadas y la derrota terrible que significó el “Tratado infame” que Alemania y Austria le impusieron en Brest-Litovsk… Lo que no opaca aquella experiencia colosal, inmensa, durante la cual bolcheviques, Socialdemócratas internacionalistas, Socialistas Revolucionarias de izquierda, Maximalistas, Anarquistas y sectores del Bund animaron una especie de “asamblea permanente” de millones y millones de compañeres en el marco común y al mismo tiempo diverso de los Soviets.
Los bolcheviques, y en particular el jacobino Lenin, tuvieron la capacidad de modificar posicionamientos previos atendiendo a lo que en realidad ocurría. El partido de Lenin no era muy amante de los soviets, pero fue Lenin, cuando logró llegar a Petrogrado en abril de 1917, quien dijo: “Ninguna confianza ni apoyo al gobierno provisional burgués” y “Todo el poder a los soviets”. Inicialmente estaba en minoría, pero ganó el apoyo de la mayoría de la organización, y con esa orientación aquel partido de pocos miles de militantes desparramados en la inmensa Rusia y totalmente desorganizados por la represión, se convirtió en un gran partido de masas con centenares de miles de obreros, esencialmente obreros porque la clase media y la intelligentsia se deslizaba hacia la derecha… El partido bolchevique de 1917, no el de antes, ni el de después convertido en partido de gobierno, dio un magnífico ejemplo de organización política donde les trabajadores y soldades discutían tanto o más que les miembres del Comité Central. Y si no los convencía lo que indicaba el CC, hacían lo que querían.
Por otra parte, Lenin prestó mucha atención a la Comuna y a lo que sobre ella escribieron Marx y Engels. Pero su lectura es discutible. En El Estado y la Revolución sostiene que el desarrollo de la revolución requerirá la destrucción del Estado burgués y dice con Engels que deberá ser reemplazado por un “Estado-no Estado”, un Estado que comenzará a desaparecer desde el momento mismo en que se instaure. Y ya en abril de 1917 había reivindicado las ventajas de un “Estado tipo Comuna” que en gran medida anticipaban los Soviets. Cabe observar, sin embargo, que cuando Marx habla de la Comuna no dice que sea una nueva forma de Estado, habla más bien de “Gobierno obrero”, esto sí. Marx no creía posible que se pudiera prescindir de algún tipo de institución gubernamental, pero no afirma que deba ser de tipo estatal…
Me parece que los bolcheviques hacen una crítica táctica a la Comuna, a un aspecto importante pero es sólo un aspecto de tan colosal experiencia: el reproche es que vacilaron en el momento decisivo en que debieron ir a una lucha frontal contra el Ejército, posibilitando que se reamara en Versalles y ahogara en sangre a la Comuna. Decididos a que no les pasara lo mismo, apostaron todo a la supervivencia de su gobierno. Sea o no cierto que Lenin salió a patinar cuando, contra todos los pronósticos, duraron un día más que la Comuna, es verdad que consideraba que nada era más importante para la revolución en Rusia y en Europa que la supervivencia de la posición conquistada… Creo que éste empeño les hizo perder de vista o relegar a un plano secundario el aporte estratégico más importante legado por la Comuna, que era y es el carácter fundante de la auto-actividad y auto-organización del pueblo trabajador. Sin esa brújula, la Revolución Rusa transitó caminos cada vez más accidentados, perdieron representatividad y vitalidad los sóviets y se llegó a la trágica contradicción de que al mismo tiempo que triunfaban militarmente en la guerra civil internacional que se les impuso, quedaron aislados y debilitados social y políticamente. Aterrado por esta “crisis general de la Revolución”, el Partido Comunista cometió el crimen político que fue la represión a la Comuna de Kronstadt. Por eso me asocio al homenaje que propuso Néstor López tanto a los comuneros masacrados en París como a los comuneros aplastados en Kronstad. Pero a diferencia de otros críticos considero imprescindible considerar todo esto en su contexto y en relación con el desempeño todas fuerzas políticas ante circunstancias nacionales e internacionales complejas y cambiantes. Y estimo que en la base de los errores cometidos estuvo la incomprensión del rol protagónico del campesinado, que tomando las propiedades de los terratenientes, había revitalizó la obschina… Pero los bolcheviques ignoraron todo eso y terminaron adoptando una política nefasta hacia el campo y rompieron la alianza y gobierno de coalición que habían conformado con el Partido de los Socialistas Revolucionarios de Izquierda. La responsabilidad por esta frustración recae sobre todo en los dirigentes comunistas, pero también en la inmadurez de los eseristas de izquierda, de los anarquistas y de otras organizaciones que, hay que decir las cosas como fueron, compartían tradiciones y prácticas de violentas luchas fraccionales y cuando no lograban resolver sus diferencias políticas discutiendo intentaban hacerlo con golpes de fuerza o metiendo bombas, lo que manifiestamente, no es el camino… Y acá me detengo, pidiendo disculpas por lo extenso y apasionado de la respuesta.
*Aldo Casa: Antropologo, Consejo de redacción de Herramienta, militante revolucionario argentino e internacionalista.

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