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Haití: “Potomitan lavi a”: una mirada al movimiento de mujeres feminista

11 de marzo de 2021 por tali Leave a Comment

“Potomitan lavi a”: una mirada al movimiento de mujeres y
feminista haitiano

Por Lautaro Rivara, desde Haití
En el marco de un nuevo Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una mirada
panorámica de la situación de las mujeres en Haití y de su movimiento feminista:
su historia, sus debates, sus organizaciones, sus referencias y sus antagonistas.

Representaciones de la mujer haitiana


La mujer haitiana es como las cariátides antiguas, las figuras femeninas esculpidas
en la arquitectura ateniense con forma de columna o pilastra, como aquellas que
podemos encontrar en el Erecteion de la Acrópolis griega sosteniendo al mundo
sobre sus cabezas. O, para partir de “nuestra Grecia” y no de la Grecia que no es
nuestra, podríamos mencionar a las “indiátides”, tal y como llamó José Lezama
Lima a las figuras femeninas mestizas que yacen en el portal de la Iglesia de San
Lorenzo de Carangas en Potosí. Los esfuerzos pilares de estas mujeres, sus
múltiples labores -productivas, reproductivas, religiosas y de todo tipo- sostienen
al mundo haitiano tal y como lo conocemos.

El 80% de los hogares dependen en Haití de un ingreso femenino, y el 48% de las
mujeres labora en simultáneo fuera y dentro de su casa. Estas jornadas extenuantes incluyen la cocina a leña, mucho más demorada que la cocina a gas si
consideramos la necesidad de aprovisionarse de carbón vegetal o madera; el lavado
de la ropa, a mano, por lo general en el lecho de los ríos y arroyos; la crianza de
una prole numerosa y el cuidado de los enfermos y ancianos; en el campo, toda la
cadena de las tareas agrícolas, desde el desmalezamiento, la roturación sin
maquinaria y por lo general sin animales de tiro, la siembra, el riego y la cosecha;
en las ciudades, también el trabajo de comercialización de las llamadas madanm
sara y el abastecimiento de géneros alimenticios en las grandes y pequeñas urbes;
y por último la venta directa en los mercados callejeros, en largas jornadas que van
de sol a sol.

El acceso a la tierra es una de las demandas centrales de las mujeres campesinas.


El acceso a la tierra es una de las demandas centrales de las mujeres campesinas.
Durante décadas, algunas vertientes del feminismo han puesto en debate, en el
campo de la arquitectura, la asociación entre lo femenino y la ornamentación, y
entre lo masculino y la estructura. La presunción, tácita, de que mientras lo
femenino embellece lo masculino sostiene. De que lo femenino es grácil y lo
masculino fuerte, etc. Pero las indiátides, mientras sostienen el peso, sostienen la
mirada. No se trata del animal manso ni de la burra de carga. La indiátide sólo
puede mirar a los ojos, pero, paradójicamente, es incapaz de verse a sí misma. Y
nada recuerda tanto a ellas como la pose recta y digna de las mujeres campesinas
y urbanas, las piernas duras, los brazos fuertes, cuerpos fraguados justamente en
el acarreo de los más diversos enseres sobre sus propias cabezas. Desde estas
miradas, la representación de las mujeres en función estructural y su firme mirada
puesta en lontananza pareciera ser elogiosa, pero un rápido vistazo a la situación
de las mujeres realmente existentes puede convencernos sobre cuáles son los
costos de aquella presunción de fuerzas sin duda existentes.

Es necesario señalar que la cultura haitiana tiene sus propias formas de representar
a la condición femenina, muchas positivas, y otras no exentas de cargas
patriarcales y mandatos sexuales conservadores. Quizás la más corriente y
poderosa de todas las representaciones sea aquella que reza que fanm yo se
potomitan lavi a, la que relaciona a las mujeres con el potomitan, la estructura
central del hounfor. Este es el espacio en donde se desarrolla la práctica del vudú,
la religión tradicional y, aunque solapada, en algún sentido mayoritaria del país.

El potomitan es el centro simbólico e imaginario que religa a los individuos, a la
comunidad, a la nación, a la humanidad y al cosmos. No es un burdo palo ni una
columna de cemento que conecta el piso y el cielo raso. El potomitan, en sí, no
sostiene peso alguno, ni cumple una función estructural, aunque mantiene intactas
las preguntas sobre la libertad y el peso: ¿es la libertad ligera y pesado el deber?
El potomitan es ni más ni menos que el centro sagrado presente en toda religión.
Es una metáfora, y una metáfora poderosa y llena de significado en este país. Otros
apelativos comunes dirigidos hacia la mujer haitiana serán los que resaltan su
poder y su entereza: fanm djanm -mujer fuerte, firme, recia- o fanm vanyan -mujer
valiente, guerrera-, fanm chèf kay la -jefa de hogar-, entre tantos otros.

Organizaciones feministas, movimientos sociales y ONGs coloniales

Sabine Lamour, haitiana, socióloga, feminista y directora de la organización
Solidarité Fanm Aysyen (Solidaridad de las Mujeres Haitianas – SOFA), escribió
un interesantísimo texto sintetizando los trazos definitorios del movimiento
feminista -no siempre equivalente al movimiento de mujeres- de Haití:


“La originalidad del movimiento feminista haitiano radica en el hecho de que no
cabe pensarlo en términos de ola (primera, segunda o tercera) ni en términos de
corriente definida (liberal, negra, descolonial…). Este movimiento, a contrapelo
de los demás movimientos feministas, contribuye enormemente a la identificación
de las realidades nacionales problemáticas, como por ejemplo las violencias
cometidas contra mujeres y niñas, la participación política, la impunidad, la
soberanía nacional y la lucha contra el oscurantismo.”


El movimiento de mujeres y feminista haitiano es como una serie de bolillas
imantadas que tan pronto se dispersan como se aglomeran en el centro de la escena
política, siempre cuando las situaciones críticas ponen en riesgo la reproducción
de la vida. Siempre, en todos y cada uno de los más dramáticos clivajes históricos,
allí aparecen las mujeres de Haití, como una mayoría nacional constituida al hecho,
aunque luego, en los momentos de repliegue, sean grupos y corrientes más
pequeñas las que se prolonguen en movimientos e identidades específicamente
feministas. Así sucedió, según la propia Lamour, en 1915 -cuando la ocupación
norteamericana-, en 1957 -al inicio de la dictadura de los Duvalier-, en 1991 -en el
movimiento de masas que llevó al poder al gobierno popular de Aristide- y en el
año 2004 -con la ocupación internacional y la resistencia frente a la MINUSTAH-
.
Hay en Haití una total identificación, en las feministas y no solamente en ellas,
entre el cuerpo de las mujeres, el cuerpo de las comunidades y el “cuerpo” de la
nación haitiana. Por lo común, las situaciones críticas son producidas por factores
doblemente externos: sean internacionales, como las ocupaciones militares, los
golpes de estado tramados y financiados desde el extranjero o el desembarco de
“misiones de paz”. O ya sean factores estatales, los cuales también son externos si
atendemos a la ajenidad del Estado y de sus clases dominantes respecto a la nación
haitiana en sentido estricto, conformada por campesinas, campesinos,
trabajadores, trabajadoras y habitantes de las periferias urbanas. Estas coyunturas
impactan, agreden y tienden a desestructurar un tejido social particularmente fuerte
y resistente. Esto es lo que constituye a un feminismo que, en gran medida y en
gran escala, no será teórico -de ahí el rechazo a la adscripción a corrientes u “olas”
determinadas por fuera de pequeñísimos círculos intelectuales, muchos de ellos en
la diáspora- sino más bien práctico. Y no sólo práctico sino también oral, en plena
sintonía con las características de la cultura creol.


Por eso es que podemos escuchar aún hoy, en el campo haitiano, cómo las mujeres
cantan canciones sobre Anacaona, “la flor de oro de las mil espinas”, indígena
taína, poetisa y guerrera que enfrentó a los conquistadores españoles desde su
cacicazgo en Xaraguá. Anacaona, quien fuera, si se nos permite la expresión, la
primera feminista práctica de América -concepto desarrollado en otro lugar-, y la
que primero enfrentara no solo el fenómeno de la colonización como un todo, sino
la tentativa de someter, violar y reducir a bestias parideras a las mujeres que como
ella, ostentaban en la isla de Quiskeya importantes roles de organización y mando.

Pero además del movimiento feminista en sentido estricto, conformado por
algunas de las organizaciones mencionadas y otras más de raigambre regional, encontramos un vasto movimiento de mujeres plasmado en la existencia, al menos
en las organizaciones sociales más antiguas y fuertes, de ramas femeninas a su
interior. En particular, las organizaciones mayores del movimiento campesino
cuentan con sectores o al menos comités de mujeres que incentivan su
protagonismo en la lucha por la tierra y la reforma agraria, y contra las violencias
y la carestía de la vida. También diferentes partidos políticos de izquierda que
cuentan con cuadros al interior de estas organizaciones de masas promueven
debates y agendas específicamente feministas. Sin embargo, la separación entre
organizaciones de mujeres y organizaciones feministas es apenas una
esquematización, dado que en la práctica resultan difícilmente distinguibles.


Festival Nègès Mawon -mujeres cimarronas- en Puerto Príncipe, año 2017.


Por esta compleja situación organizativa, por esta memoria histórica y porque las
agresiones que han de enfrentar las mujeres y el pueblo de Haití son externas y la
mayoría de las veces trasnacionales, es que el feminismo haitiano no emerge como
una onda en el estanque de ideas ultramarinas y conmociones lejanas, sino como
una sucesión de réplicas de un sismo que viene de tierra adentro. El feminismo
haitiano viene de sí mismo, y desde sí mismo puede emprender -si encuentra
interlocutores que así le reconozcan- un diálogo con el Caribe, Latinoamérica,
Norteamérica, Europa o África.


Pero este diálogo puede llegar a ser un diálogo de sordos, cuando consideramos a
un otro actor en disputa en el campo del feminismo: se trata de las ONGs, en
particular aquellas de origen euro-norteamericano y perspectivas coloniales. Las
mismas naciones que practican la injerencia, notablemente Estados Unidos,
Canadá y aquellas de la Unión Europea, mientras financian ONGs
autodenominadas feministas promueven las ocupaciones internacionales que
cometen violaciones masivas, abusos de niños y niñas, y participan de redes de
prostitución y trata. En conversación con Lamour, su balance es tajante: “no
podemos considerar a esas personas nuestros amigos. Nosotros luchamos para
tener un Estado fuerte, una sociedad civil fuerte, y organizaciones que puedan
garantizar la integridad física de las mujeres”. Esto se relaciona con la sustitución
estatal que emprenden las ONGs coloniales, y con la cooptación de militantes y
dirigentes valiosos de los movimientos populares que emprenden.


Pero hay aún otro problema: muchas de estas ONGs divulgaron, a comienzos de
este siglo, la teoría de la “epidemia de violaciones”, haciendo del varón haitiano
algo así como un violador nato y un depredador sexual natural -se sobreentiende
que por motivo de su negritud-, soslayando que según las propias estimaciones de
las organizaciones feministas, el principal factor de incidencia de la violencia
sexual eran por ese entonces los cascos azules de la ONU, el Estado/gobierno y
sus bandas criminales aliadas. A esto se sumaba la imposibilidad de aplicar las
formas de justicia comunitaria que la sociedad local reserva a los pedófilos y
violadores haitianos. Frentes a estos crímenes sexuales perpetrados por “agentes
de paz”, estos reciben en cambio la cobertura de su “inmunidad humanitaria”, por
lo que ante las denuncias y casos comprobados de violación y abusos son
rápidamente retirados del país, negando a las víctimas y sus familias la más
elemental noción de reparación y justicia.

El estereotipo racista que equipara a negros con violadores es muy parecido a lo
que refiere Angela Davis en un capítulo de “Mujeres, raza, clase” destinado a
desmenuzar lo que la activista e investigadora llama “el mito del violador negro”,
por el cual los supremacistas blancos norteamericanos del tiempo de la postplantación, utilizaban las denuncias de violación como excusa para linchar a los
varones negros de forma sumaria y masiva. Para el caso de un Haití ocupado
podríamos preguntarnos entonces: ¿quién sospecharía de los blancos, pulcros y
educados depredadores sexuales llegados con las misiones de paz o a través del
sistema internacional de cooperación al desarrollo, siendo que los estereotipos
racistas de siempre han hecho de los negros seres barbaros, hiper-sexuados y
genéticamente peligrosos?

Pese a la sobredeterminación de los factores externos, también es cierto que el
patriarcado haitiano es también tan nacional y singular como su feminismo. Por
eso mismo, comprender sus características y sus violencias intrínsecas, así como
elaborar cursos de acción, exigen de su conocimiento detallado, siendo
improcedente el aplicar recetas o moldes extraterritoriales. La propia Angela
Davis, y también investigadores como el martiqueño Edouard Glissant, afirman
que la sexualidad, la violencia sexual y el patriarcado de las sociedades caribeñas
es completamente ininteligible sin comprender como funcionaba la sociedad y la
división sexual y social del trabajo en las sociedades esclavistas de plantación. Por
mencionar solo un ejemplo, el patriarcado de plantación nunca impuso algo
parecido al “confinamiento doméstico” a las mujeres esclavizadas, que, en sus
funciones estrictamente productivas -las que no se detenían durante el embarazo y
el puerperio- eran consideradas como sujetos igualmente productivos y por lo tanto
igualmente explotables que el varón esclavizado. En cierto sentido esto se prolonga
hasta hoy, considerando el rol preponderante de las mujeres haitianas en tareas
extra domésticas como la agricultura y el comercio. Tampoco el patriarcado de
plantación elaboró los estereotipos de debilidad, fragilidad y minusvalía
construidos en torno de las mujeres blancas, lo que quizás ayude a comprender la
primacía de las representaciones de la mujer haitiana con un sujeto fuerte y
aguerrido.


La mirada histórica es, entonces, central, más aun considerando una historia como
la haitiana, en la que sobresalen una multiplicidad de heroínas desde los tiempos
de la Revolución de 1804, como Cecile Fatiman, Sanité Belair, Catherine Flon,
Victoria Montou, Marie Jeanne Lamartinière, Dédée Bazile, Marie-Claire
Heureuse Félicité, y, en el siglo XX, figuras como las de la feminista Yvonne
Hakim-Rimpel y la comunista Yanick Rigaud. Pero, además de esta mirada
histórica, es aún más claro que en sociedades periféricas, recolonizadas y
permanentemente intervenidas, estudiar el patriarcado local sin tener en cuenta una
perspectiva geopolítica y el accionar de las potencias imperialistas, es tan solo una
ficción que tarde o temprano acaba por victimizar a las víctimas y convertir en
salvadores a los victimarios.


Objetivos, estrategias y programas


Un documento del año 2010, fecha del terremoto que devastó al país, es una completa declaración de rasgos y principios del movimiento feminista haitiano.
Lleva la firma de Olga Benoit y Yolette Andŕe Jeanty por las organizaciones Fanm
Deside (Mujeres Decididas), Kay Fanm (Casa de la mujer), REFRAKA y SOFA,
en el marco de la Coordinación Nacional de Incidencia por los Derechos de la
Mujer (CONAP), la más importante articulación de organizaciones de mujeres y
feministas del país, la cual supo tener una importante presencia nacional a
comienzos de siglo.

Sabine Lamour, coordinadora general de Solidarité Fanm Aysyèn (SOFA).


Sabine Lamour, coordinadora general de Solidarité Fanm Aysyèn (SOFA).
El sujeto que buscan representar las organizaciones es claro: las obreras de las
zonas francas industriales, las trabajadoras domésticas, las comerciantes del sector
informal y las productoras campesinas, es decir, los sectores más expuestos a la
feminización de la pobreza y la violencia de género. Igual de nítido aparece el
sistema a que se enfrentan: “un modelo capitalista patriarcal erigido sobre la
subordinación y la dominación de las mujeres y grupos vulnerables y fundado
sobre la exclusión y la superexplotación de las clases trabajadoras”. Esto, en el
marco de “una economía política periférica, dependiente, elitista, machista y
extrovertida” articulada en torno a “recetas neoliberales”.

Frente a la dimensión del problema, las firmantes propondrán romper con: 1) la
dinámica de exclusión, 2) las relaciones de dependencia estructural frente a los
países imperialistas, 3) gran parte de la clase política sumisa, y 4) el modelo de
crecimiento hiperconcentrado, extrovertido, anticampesino y antinacional. Por su
parte, Lamour agregará que “estas luchas se organizan en torno a pilares
estratégicos basados en reivindicaciones populares como el derecho a la
autodeterminación, el reparto igualitario de los lotes entre hombres y mujeres y el
derecho a los recursos” por lo que “el movimiento feminista lucha contra las
asimetrías entre los sexos en una perspectiva popular global”.

En síntesis, un claro programa de feminismo nacional, popular, pro-campesino,
antineoliberal y anti-imperialista que parece enfrentarse a tres antagonistas
principales: las fuerzas de ocupación internacional, el Estado haitiano y las
agendas antifeministas de los partidos ultraconservadores dominantes. Pero
veamos cuál ha sido de la política de estos actores, sobre todos los locales, hacia
el feminismo y las mujeres de Haití.

Los actores de un patriarcado sui generis

Desde que el partido hoy gobernante llegara al poder -el llamado PHTK, un partido
ultraneoliberal, ultrapatriarcal y neoduvalierista-, este comenzó a imitar una cierta
gestualidad calcada de las derechas multiculturales de Occidente, lo que incluye la
incorporación de discursos políticamente correctos -pero carentes de iniciativas
reales que los acompañen- en torno al protagonismo de las mujeres. ¿Protagonismo
en qué? En el desarrollo, paradójico, de políticas que atentan contra las mayorías
femeninas y populares del país: principalmente en las zonas rurales, en las zonas
francas industriales y en los mercados populares. Desde la óptica de un feminismo
nacional, popular y situado como el de Haití, la evaluación de estas políticas es
evidente: el combo explosivo de pobreza, desempleo, hambre, precariedad de las
infancias, inflación acelerada, devaluación de la moneda, ruina agrícola y cierre de
los mercados por el accionar de bandas criminales, impacta antes que nada en las
mujeres trabajadoras del país, quiénes ven crecer el peso de sus múltiples jornadas
laborales, cargando en sus hombros con las crecientes dificultades para reproducir
la vida de sus hijos y sus familias, las que anteponen, por lo general, a su propia
vida.

El primer gobierno del PHTK fue presidido por Michel Martelly, un outsider de la
política nacional y ex-paramilitar durante la dictadura de los Duvalier, que alcanzó
su popularidad como cantante de canciones particularmente machistas, misóginas
y prostibularias. Durante su gobierno se impulsó una política de cuotas y se
pretendió dar por zanjadas las demandas y debates del movimiento feminista con
la incorporación de mujeres en ciertos cargos -siempre vinculados a tareas de
cuidado- de un gobierno, por lo demás, completamente masculinizado.


Varios artículos de un libro de las feministas del país resitúan el debate en su justo
lugar. Considera la socióloga haitiana Danièle Magloire: “Lo más importante no
es la presencia de las mujeres. Sobre todo, tenemos que ver la orientación del
gobierno en cuestiones sociales, económicas y del estado de derecho”. Y, aún más
taxativa, añade Michaëlle Desrosiers: “la presencia [de] mujeres en un gobierno
de extrema derecha -aunque popular- refleja la visión y el posicionamiento
ideopolítico [sic] y económico de este último en un momento de extrema apertura
de Haití a inversiones vinculadas a los neocolonialistas”. Aparte, Julien Sainvil,
profesor de sociología política, plantea que las mentadas cuotas fueron “un intento
de la democracia liberal de resolver su problema de legitimidad” y que a futuro
“esto no resolverá el problema político esencial y fundamental que plantean las
feministas en términos de emancipación humana de la mujer”.


Lejos de menguar, esta política ha continuado profundizándose desde que llegara
al poder el presidente -hoy de facto-, Jovenel Moïse, apoyado por el establishment
internacional y elegido al efecto por su antecesor Michel Martelley. Desde
entonces ha comenzado a aplicarse una estrategia de paramilitarización de la vida
social, para intentar desestructurar el robusto tejido social que desde mediados del
año 2018 impulsa colosales y permanentes protestas antigubernamentales.
Financiación de grupos armados, alianzas con bandas criminales, tráfico de armas,
infiltración de mercenarios norteamericanos y masacres recurrentes en barriosobjetivo son los elementos centrales de esta estrategia represiva. Y por supuesto,
si hablamos del tejido social haitiano, las mujeres son sus hebras fundamentales.

Allí donde han sido cometidas masacres, desde los tiempos de la MINUSTAH
hasta la actualidad -Cite Soleil, La Saline, Carrefour-Feuilles, Bel Air, etcétera-, el
asesinato de jóvenes de las periferias ha sido acompañado siempre por la violación
sistemática de las mujeres del lugar. Pero esto también acontece en los despojos
de tierra que sufre el campesinado por parte de los grandon -terratenientes- o a
cuenta de las trasnacionales mineras en el norte del país. Estas relaciones
mediatizadas en el cuerpo de las mujeres por el Estado, la oligarquía y las fuerzas
de ocupación, esta auténtica “pedagogía de la crueldad”, tiene un hito histórico en
la ocupación norteamericana de 1915, como señalan las feministas e historiadoras
del país como Suzy Castor.

La vida y sus pilares

Volviendo al comienzo, es indudable que tras esta idea de la mujer como un
potomitan, como un pilar central de la vida haitiana -representación que es a la vez
una autorepresentación orgullosa- se esconde también el doble filo de una
justificación patriarcal de sus jornadas múltiples y extenuantes. La celebración y
reconocimiento de aquellos esfuerzos pilares no puede estar reñida con la
necesidad de sumar debajo otros hombros y otras cabezas para compartir el peso
de crear, amparar y reproducir la vida en condiciones particularmente hostiles.

El rol de las mujeres haitianas es central en la defensa de la cultura nacional y en la transmisión de la
lengua creol. Celebración de los carnavales en la localidad de Jacmel

El rol de las mujeres haitianas es central en la defensa de la cultura nacional y en la transmisión de la lengua creol. Celebración de los carnavales en la localidad de Jacmel.
Pero no se puede transformar su rol en la división social y sexual del trabajo sin
atacar el complejo ensamblaje de la producción-reproducción de la vida, lo que
implica poner en tensión el propio lugar del país y sus clases populares en la
división colonial del trabajo. Por eso las mujeres del país tendrán, como prioridad
absoluta de sus agendas, además de la lucha contra las violencias por razones de
género y contra la exclusión política, ejes de acción de corte nacional, soberanista
y anti-imperialista. Y también demandas que abrevan en los programas del
conjunto del movimiento social, en la primera línea de las luchas por el acceso a
la salud, el agua, el trabajo, la alimentación, la educación de las infancias y la
propiedad de la tierra, demandas tan específicamente feministas, desde este
enfoque, como todas las precedentes. Porque el hecho de que las jornadas laborales
de las mujeres sean las más onerosas no significa que los campesinos varones, los
jóvenes de las periferias urbanas o las infancias no lleven su parte del drama en el
país más empobrecido y desigual del hemisferio.

Por ejemplo, una medida ejemplarmente feminista sería el acceso a la energía
eléctrica y a una mínima tecnificación de las tareas reproductivas que permitan
reducir de forma abrupta una jornada laboral doméstica que es prácticamente
idéntica a como era hace dos siglos. El mismo impacto tendría la provisión de gas
y el abandono progresivo de la cocina a leña, lo que además redundaría en el
combate a la deforestación y la crisis ecológica. O la construcción de un sistema
nacional de provisión de agua potable -pendiente exigido a la ONU por su
responsabilidad en la introducción de la epidemia de cólera en el país-. O el acceso
a créditos rurales, semillas y maquinaria agrícola para volver menos gravosas las
tareas del campesinado.


El 8 de marzo, cuando el movimiento de mujeres y feminista aletea por el país
precedido por las icónicas mariposas mirabalinas o por la mítica figura de
Anacaona, las potomitan de la vida exigen tan solo que la fortaleza no implique el
despojo de sí, y que a la vida se sumen otros pilares, para que esta sea menos frágil,
más duradera y aún más digna de ser vivida.

Fuente: Rebelión

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