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Insisto y Resisto

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Venezuela: El Caracazo, dos días sin retorno*

27 de febrero de 2021 por tali Leave a Comment

*Capítulo V del libro ¿Quién inventó a Chávez? Autor: Modesto Emilio Guerrero**

Nota de insisto resisto. org: Este es un capitulo del libro «Quien inventó a Chávez?». Su centro es El Caracazo, un suceso sin historia escrita, cuyo mejor libro de interpretación política sigue siendo el de Elio Colmenarez: «La insurreccion del caracazo». Fue el punto de partida del ciclo histórico-político que concluyo en 2012-2013.

A los tumbos y saltos los conspiradores llegaron al Caracazo el 27 de febrero de 1989. Ese acontecimiento aceleró todos los procesos, tanto los sociales como los institucionales y también los personales y militares.

Aquella insurrección modificó de tal manera la relación de fuerzas en la vida nacional que, después de ella, la gente entró a un camino del que solo podía salir por una vía extrema, extraordinaria, “anormal”. Junto con el quiebre de la gobernabilidad, el Caracazo dejó instalada una severa crisis en las Fuerzas Armadas, de la que pudo salir por breve tiempo de la mano del propio Chávez desde 1999. Esa crisis combinaba un relajamiento en la disciplina, una crisis de autoridad y un replanteamiento ideològico en la mentalidad de muchos oficiales. 

El nombre popular dado al fenómeno lo remite a la capital. Sin embago fue un acontecimiento que conmovió a toda la nación, sus clases e instituciones, además de su imagen y relaciones  internacionales.

En menos de 36 horas fueron saqueados casi 20.000 comercios grandes y medianos en siete ciudades, paralizada la policía, impactado el Ejército y rotas casi todas las relaciones de dominación establecidas desde el Pacto de Punto Fijo. En la cabeza de los trabajadores y pobres comenzó a marchar otra historia, con otros valores y signos. Fue su despertar del largo letargo de la democracia del voto a la democracia de la acción. Para frenarlo el gobierno tuvo que acudir una técnica de la guerra civil: la masacre. En menos de 48 horas dejó más de tres mil muertos y la suspensión de las garantías constitucionales, un hecho desconocido desde 1962.

Esta matanza no impidió que la movilización social continuara. Al contrario, la potenció con el combustible del odio contra el Gobierno, su Presidente y la crisis interna en las fuerzas policiales y militares. Muchos de sus componentes y oficiales militares comenzaron a preguntarse si su tarea como militares era la de matar a un pueblo hambriento. Esta pregunta y su respuesta condujeron a los oficiales bolivarianos a la preparación inmediata del asalto al poder.

Mientras el pueblo saqueaba Caracas y sus alrededores desde la mañana del 27 de febrero de 1989, Hugo Chávez permanecía inmovilizado en el Hospital Militar de Caracas curándose una enfermedad menor. Desde la radio y por los comentarios de las enfermeras y médicos, además de los informes de los camaradas que lo visitaron, se enteró de los acontecimientos.

Su angustia aumentaba con las horas y esto lo compartía con los principales jefes del movimiento que lo visitaron en el hospital. Él y Acosta Carlez estaban vigilados desde el año anterior cuando se les implicó en un intento militar frustrado el 26 de octubre de 1988. Ese hecho ocurrió cuatro meses antes de la explosión del Caracazo. Meses cargados de tensión, huelgas en diversos gremios y sindicatos, algunas con ocupación de plantas en la ciudad de Maracay, como la de electrodomésticos Inelec, la maderera Di Marco y las oficinas de la multinacional Rena Ware, además de la ocupación de la Inspectoría del Trabajo seguida del secuestro de su titular, además de muchas en el resto del país.

Estas acciones arrojaron un dato sintomático del curso de la situación que mantenía nerviosos a los oficiales bolivarianos y angustiados a los trabajadores y el pueblo. Mientras ocurrían esas acciones huelguísticas el Inspector del Trabajo Juan Darío Carvajal, dijo estas palabras que resultaron una premonición: “¿Ustedes no se dan cuenta que estas acciones pueden provocar un golpe?”.

Reflexionando a la distancia de los hechos me he preguntado cómo se le ocurrió a este funcionario la imagen de un “golpe” cuando casi nadie sabía de eso. No se me ocurriò preguntarle què sabìa del golpe, a este Inspector de Trabajo en las 14 horas que lo mantuvimos secuestrado en su oficina. Si estaba enterado o no de la conspiración en marcha, no hay forma de saberlo. Nos conformaremos con la perspectiva social de los sucesos y las conductas, incluida la del secuestrado: aquellas acciones expresaban un río profundo de descontento nacional.  

Lo que no pudo prever este Inspector n el autor de este libro cuando lo mantuvo secuestrado, es que el fulano “golpe” comenzaría muy poco después en su ciudad y que él sería, en todo caso, una de sus señales.

La situación se hacía tan insostenible que varias personalidades advertían el peligro. Los estudiantes continuaban saliendo a manifestarse en las calles, quemar autobuses y carros de empresas transnacionales. Se conocieron casos aislados de saqueos en Miranda, Vargas y Aragua, que luego se convirtieron en el método de acción general el 27 y el 28 de Febrero.

En algunas fábricas el odio por sobreexplotación llevó hasta la muerte. La agudización de la crisis había llegado hasta las oficinas de la División de Inteligencia Militar. Así lo testimonió el general Iván Darío Jiménez:

                     A finales de 1991 el país se encontraba en una enorme tensión, se registraron más de 2.500 huelgas y manifestaciones de diferente índole… Los medios publicaron encuestas donde los más altos porcentajes de popularidad lo encabezaban Arturo Uslar Pietri y los militares… Se creó una gran zozobra, pero los partidos políticos se encontraban como siempre disputándose las migajas del poder, enfrascados en riñas de segundo orden, ajenos al país nacional, divorciados de sus necesidades[1].

La temperatura nacional comenzaba a aparecer en los termómetros de los dirigentes de los principales partidos del poder. Luis Herrera Campins, expresidente, dijo el 3 de diciembre de 1988: “Hay en el ambiente gérmenes desestabilizadores en toda América Latina”. Oswaldo Álvarez Paz declaró cuatro días después al Diario de Caracas: “efectivos militares con sede en Monagas tomaron la base Aérea de Barcelona y algunas unidades del Ejército llegaron a la sede principal de la Disip… en Maracaibo y Caracas aviones sobrevolaron ambas ciudades, cosa que no es normal”. Estaban siendo ganados por el temor y los nervios.

 El 11 de noviembre de 1991 el monseñor Mario Moronta fue tajante en su previsión: “Yo creo que estamos caminando sobre un polvorín”273.

Del total de protestas, disturbios, huelgas, cortes de vías, saqueos y enfrentamientos con la policía, ocurridos entre 1989 y 1998, casi el 30 por ciento acontecieron entre el Caracazo y la rebelión militar del 4 de Febrero. Un total de 2.094 protestas populares de las 7.092 de la década[2].

La investigadora Margarita López Maya sistematizó la protesta social en cuadros y estadísticas rigurosas que cubren aquel decenio de 1989 (El Caracazo) a 1999 (primer gobierno de Hugo Chávez). En total, 7.092 protestas. A ellas hay que agregar una centena de paros laborales en la industria, en el Estado y servicios portuarios. 2.094 protestas violentas ocurrieron entre septiembre de 1990 y septiembre de 1992.

Refiriéndose a la cualificación de las acciones en el período seleccionado, la profesora López Maya escribe:

Es de destacar que no solo aumentaron en estos años considerablemente las protestas callejeras y los paros laborales, sino que las formas de protestas más comunes también cambiaron, así como la naturaleza de la protesta, que se hizo más confrontacional y violenta[3].

Con la perspectiva de esa dinámica social se entiende que desde el 27 de febrero de 1989 hasta el 3 de febrero de 1992 ya nada podía ser igual para los conspiradores. Es fue su fase decisiva. Como el tren que no pasa dos veces por la misma estación.

O se alzaban o se clausuraban en la historia como el recuerdo de un grupo de oficiales que no pudo ir más allá de lo que quiso. Roland Denis hace una inteligente puntualización de ese momento clave del antes y el después del golpe de Estado del 4-F:

El año 92 aparece en el calendario arrastrando el calor de las continuas movilizaciones que abarrotaron las calles del país durante el año 91. La represión ha aumentado de manera inclemente elevando a alrededor de 25 la cifra de estudiantes asesinados en las manifestaciones del año que termina. Al mismo tiempo, al lado del asambleísmo popular creciente, empiezan a multiplicarse los lugares de encuentro de los liderazgos nacionales[4].

Y pintando los efectos combinados de ambas rebeliones, el mismo autor agrega:

                    De allí en adelante pasarán innumerables acontecimientos que servirán para entretejer con mayor firmeza los hilos de la resistencia, ahora acompañada del aliento militar. El 27 de febrero de 1992 la Asamblea Popular de Barrios hace un primer llamado a cacerolazo en conmemoración del día de la rebelión (de El Caracazo)… Sin embargo, la protesta toma dimensiones totalmente sorpresivas, incluso para los convocantes277.

Desde la insurrección del Caracazo, esta conciencia social tendía a convertirse en un franco desafío revolucionario. Aunque se trataba de una conciencia donde se mezclaba el desafío con la incertidumbre, la gente no le veía un claro destino político a sus incesantes acciones. Entre otras razones porque ninguna de las fuerzas de la izquierda representaba en ese momento una solución nacional creíble.

La situación del país se volvió tan resbalosa para el régimen que cuando el movimiento militar decidió echar a andar el plan de acción, a mediados de agosto de 1991, nada lo podía detener, aunque no condujera la victoria.

En julio de ese año los comandantes logran mandos de tropa en siete batallones importantes del país. Chávez continuaba castigado, ahora en la antigua ciudadela oriental de Cumaná, a las orillas del río Manzanares. Allá lo recluyen en un escritorio para revisar aburridos papeles administrativos. Pero la suerte le volvió a sonreír: el 28 de agosto de 1991, un mes después de haber ascendido y tener derecho a mando, un coronel de Maracay abandona la carrera militar. Fue así que pudo solicitar que lo trasladaran a la plaza de Maracay con mando de tropa.

Lo logra y con ello el centro de la conspiración vuelve al lugar donde había comenzado en 1982. Se reúnen en septiembre de 1991 en un encuentro tan cargado de ideas y deseos, como de nerviosismo:

  Fuimos recibiendo comandos militares constituidos y se comenzó a activar el plan Ezequiel Zamora, con misiones militares y políticas, el proyecto de constituyente y proyectos económicos, pensando siempre a quienes íbamos a llamar para gobernar, etcétera. Toda una actividad de día y de noche[5].

“Zamora” fue el ícono de identidad propuesto por Chávez para el asalto al poder. No sería la última vez que usaba el nombre del líder campesino para una batalla, aunque en esta resultó derrotado.

Conspiradores sin calendario

Listos los comandos y los proyectos, solo faltaba el plan de ataque, el modo, los medios y apoyos sociales para el asalto al poder. Ya estaban  en la parte baja del chinchorro: el gobierno parecía un cadáver insepulto.

El país se había insurreccionado de nuevo y todos los indicadores sociales señalaban un nuevo Caracazo. El 87% de la población desaprobaba la gestión del Presidente según encuesta publicada en los diarios de El Nacional, y el New York Times con su titular “Venezuela incierta” indicaba que el Departamento de Estado ya no estaba tan seguro de la gobernabilidad en Caracas

Antes de ser trasladado a Maracay, Chávez arregló con algunos comandantes un simulacro de asalto como el realizado con los tanques en San Cristóbal. Esta vez fue más completo, como si ya estuvieran tomando el poder. Lo ganaba la desesperación.

Para ello usó a los 600 soldados estacionados en el estado Cojedes. Construyeron maquetas que simulaban la capital, convirtió a los cabos y sargentos en oficiales con mando independiente y practicaron “combate nocturno, tomas de edificios, etcétera”279.

Cargado con esa adrenalina militar durante los primeros días de septiembre programaron tres fechas posibles para el asalto. El 6 de diciembre, aprovechando un acto presidencial en Maracay, donde capturarían al presidente Carlos Andrés Pérez para crear el vacío de poder. El 16 de diciembre, en el medio turno del permiso reglamentario y de algunos desplazamientos de unidades militares entre varias ciudades que usarían como cobertura del ataque. Finalmente el 24 de diciembre, al finalizar la cena de Navidad, cuando los oficiales leales estuvieran rebozantes de ron y las tropas en calzoncillos.

Ninguna de estas fechas pudo ser. En el camino se cruzaron dos momentos no programados por los jefes de la rebelión. El primero fue a finales de octubre. Si hubiera ocurrido pudo haber quedado en la historia como una rebelión de tipo antiimperialista. La idea era desobedecer la orden presidencial de participar en la invasión a Haití, ordenada por EE. UU., y operada por el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca  y las Naciones Unidas. Prepararon todos los pertrechos, tanques y aprestamientos de batallones y oficiales en las principales ciudades… pero en vez de Puerto Príncipe desembarcarían en Miraflores.

Además de este hecho hubo otro al interior que afectó el plan. En los días finales de octubre el comandante Chávez se reunió con 17 guerrilleros del PRV y otro grupo. Los sorprendió con la decisión tomada entre los comandantes de no permitir la participación de los grupos insurgentes en la toma del palacio. La reacción de los insurgentes condujo a una ruptura insalvable de la que el comandante Douglas Bravo se continúa quejando y acusando a Chávez de haberlos traicionado. (Douglas Bravo o la utopía alternativa. Miguel Angel Paz. Pagina 753. Primera Edición. Imprenta del Estado Zulia. 2010)

Hugo Chávez comandaba el cuerpo de paracaidistas de Maracay. Le asignaron la conducción del ataque al desguazado país caribeño. La operación se cayó porque el gobierno, debilitado como estaba, decidió a última hora no acompañar la acción imperialista. Hay quienes sostienen que el gobierno desistió porque estaba al tanto de la intranquilidad militar.  Puede ser. De todas maneras, en las calles, decenas de movilizaciones cada semana gritaban contra el envío de tropas al admirado país de Pétion y Dessalines. El ambiente social y los rumores cuartelarios lo desaconsejaban.

La segunda fecha abortada fue la del 10 de diciembre. Esta se malogró cuatro días más tarde, el 16. La causa esta vez fue interna al movimiento. Hubo una división en esos días tensos donde las fechas y las tácticas suplantaban a la estrategia y al método insurreccional. Casi hubo un alzamiento de una parte de los capitanes entre el 10 y el 16 contra los comandantes del movimiento. Acusaron a Hugo Chávez de lo mismo que Hugo Chávez había acusado a Francisco Arias Cárdenas en el Congreso de San Cristóbal: miedo a la acción.

En la reacción de los capitanes y la acusación contra Hugo Chávez intervino en forma activa el grupo Bandera Roja, que influía sobre algunos de ellos y desconfiaba de Hugo Chávez.

El capitán Valderrama se refiere a ese episodio en La Maisantera de Chávez. Cuenta que cuando el Directorio conformado por Hugo Chávez y Arias Cárdenas decidieron cortar relaciones con los “civiles” de Bandera Roja y el PRV le ordenaron que cerrara los contactos con los dirigentes políticos de Valencia. La reacción de los capitanes influidos por Gabriel Puerta condujo al llamado “Pacto de San Antonio”, mediante el cual los capitanes estaban decididos a rebelarse sin esperar por los comandantes, incluso contra ellos[6].

Esta fue la primera versión de un “chavismo sin Chávez”, algo que luego volvería a aparecer desde el año 2003 en nuevas circunstancias. En aquella ocasión casi le cuesta la vida a Hugo Chávez, que actuaba como el eje personal del movimiento.

Los capitanes más molestos habían planificado “sacarlo del medio” en una acción planificada por la dirección de Bandera Roja. Hugo Chávez sostuvo en 1995 y en el 2004, que “el movimiento fue infiltrado por grupos de extrema izquierda”. Se refiere a Bandera Roja. Es una acusación por lo menos inadecuada. Las relaciones con la izquierda guerrillera las habían cultivado él, Castro Soteldo y muy pocos del movimiento, desde 1982.

Para un capitán o un sargento era habitual escuchar la opinión de la izquierda, tal como lo hacían “sus” comandantes. Así, el secreto de la frustrada rebelión de los capitanes hay que buscarlo en otros intersticios de aquel momento. Bandera Roja solo azuzó los ánimos, no fue determinante.

Más importante como causa objetiva fue la imprecisión de las fechas del asalto, la ausencia de organizaciones de un movimiento de masas como sostén de la insurrección. Dentro de esos parámetros resbaladizos es más comprensible la conducta lumpen de la izquierda que acompañaba al golpe. Pesaban más las rémoras de sus derrotas pasadas que las estrategias ciertas para un  presente complejo.

Valderrama retrata ese momento con varios elementos ciertos en su entrevista del año 2005, pero deforma la información con una carga desproporcionada de odio personal hacia Hugo Chávez. Asegura que “Chávez engañó por igual a civiles y militares”. Douglas Bravo fue un poco más allá en la acusación. Según dice en el libro de Miguel Angel Paz Chávez los traicionó en octubre a cambio de un pacto secreto con Uslar Pietri y la Iglesia. Así lo declaró en una entrevista con el canal aporreaTVI.org en 2016.

El historiador Agustín Blanco Muñoz razonó mejor aquella realidad en una de sus preguntas a Hugo Chávez para el libro Habla el comandante:

Ciertamente, el día 16 de diciembre es clave. Se considera como la hora cero. Y me refiero a lo que se comentaba en la UCV (el centro universitario más politizado del país). Desde principios de diciembre se comenzó a decir que el día era el 16, o el 17. Luego decían «esta noche» y nada. Pasadas esas fechas se comenzó a decir que Chávez se había echado para atrás, había traicionado el movimiento y que los capitanes actuarían por su cuenta… En general, puede decirse que el clima estaba definido por la incertidumbre y la tensión. La proliferación de horas cero sembraba incredulidad, porque uno suponía que no se produciría una sublevación precedida por tanta información a nivel del corrillo, de chisme[7].


[1] JIMÉNEZ, Iván Darío, Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera, p. 171. 273 Ibíd., p. 170.

[2] Cronología Política desde el 4 de febrero, en “Después del 4-F. ¿Cuál es la salida?”, Fernando Sánchez y Modesto Emilio Guerrero, Valencia, Venezuela, p. 11.

[3] LÓPEZ MAYA, Margarita: Protesta y cultura en Venezuela, los marcos de acción colectiva en 1999; con David Smilde y Keta Stephany. Colección Becas de Investigación Clacso/Asdi, Buenos Aires, Argentina, 2002, pp. 13-14.

[4] ROLAND, Denis, Los fabricantes de la rebelión, ob. cit., p. 29. 277 Ibíd., p. 32.

[5] BLANCO MUÑOZ, Agustín, Habla el comandante, ob. cit., p. 131. 279 Ibíd., ob. cit., p. 131.

[6] Ibíd., ob. cit., p. 91.

[7] Ibíd., ob. cit., p. 207.

*Capítulo V del libro ¿Quién inventó a Chávez?1ªEdición por Ediciones B, Santiago/Buenos Aires, 2007. 480 páginas. Cinco ediciones en español hasta 2013. Traducción al francés por Ediciones Helga, París 2013. Premio Municipal de Literatura en Ensayo 2013. Caracas, Venezuela. Autor: Modesto Emilio Guerrero

**Modesto Emilio Guerrero: Periodista y escritor venezolano. Publicó 15 libros sobre América Latina, Mercosur, periodismo y uno de cuento y poesía.

Filed Under: Educación, cultura y arte, Mujeres/género e imigrantes, Opiniones y debates

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