Elio Colmenarez*

MITOS DEL CARACAZO. En 1989 escribí un libro sobre el “sacudón”[1] o “caracazo”, al que titulé la “insurrección de febrero” y que aún puede conseguirse en las redes. La descripción de los hechos y el análisis político de la situación generada por la insurrección popular, treinta años después, la mantengo sin cambiarle nada. Entonces era un dirigente estudiantil miembro de la Federación de Centros de la UCV, fui herido el propio día 27 cuando asesinaron a la compañera Yulimar Reyes en Parque Central, cerca del centro. Los siguientes días recorrí los barrios de Caracas escapando a la persecución policial que me ubicaba entre los cabecillas de las protestas sólo por ser dirigente estudiantil.
En los meses siguientes se tejieron muchos mitos sobre el 27 de febrero, sobre todo en la prensa burguesa y la intelectualidad, tratando de adjudicar la extrema violencia desatada a la presencia de bandas de delincuentes y malandros de los barrios. Entre los que cuestionaron la protesta y los que la justificaban (pocos la reivindicaron), siempre intentaban separar al “noble pueblo caraqueño” de las escenas de violencia, saqueos y destrozos. Incluso, los jesuitas de la Revista SIC, intentaron dividir al caracazo en etapas, una de protesta, una de vandalismo y otra de exceso de las fuerzas militares, para poder justificar, repudiar y cuestionar sucesivamente y por separado los hechos sucedidos.

Pero años después, el tema del cómo, porqué y quienes iniciaron el Caracazo se convirtió en el centro de la interpretación surgiendo los más variados mitos, algunos de ellos bien especulativos, sobre todo de aquellos que, desde la izquierda, intentaron hacer una equivalencia descabellada entre el Caracazo y las guarimbas del 2017. En 1989, fue generalizado echarles la culpa a los estudiantes y contra ellos se enfocó la represión selectiva, pero el propio gobierno instruyó a la prensa para que el 27 de febrero fuese presentado como algo “espontaneo”, “surgido de la nada”, lo evitaba que el caracazo tuviese un liderazgo y servía para crear confusión sobre sus causas reales. Entonces, surgió una teoría que se mantuvo por muchos años, los medios de comunicación al reproducir las imágenes de unos saqueos focalizados en el centro de Caracas crearon una impresión de caos y pánico que aprovechó la delincuencia y lumpenaje de los barrios para extenderlo al resto de la ciudad. Esa teoría orsonweliana se vino abajo cuando las guarimbas, los medios y las redes bombardearon a la población con imágenes de saqueos y destrucción, algunos productos de montaje, pero otros realizados ex profeso, sin embargo, no lograron levantar ni un solo barrio de Caracas. También entonces se supo de un informe de Inteligencia Militar, elaborado con apoyo de la Inteligencia de la Misión Militar norteamericana, que adjudicaba la responsabilidad a Fidel Castro quién supuestamente aprovechó su viaje a la toma de posesión de CAP tres semanas antes y había dejado un centenar de agentes del G2 que se distribuyeron por los barrios de Caracas. Ese informe fue motivo de risas del propio CAP y algunos de su entorno dejaran entrever que el objetivo del informe era romper la relación entre CAP y Fidel Castro.
Ese informe volvería a la luz pública años después en manos de la derecha, incluso Corina Machado, la desquiciada descendiente de la aristocracia, líder de grupos fascistas, lo aderezó diciendo que esos agentes se habían combinado con los militares chavistas para disparar sobre las manifestaciones desoyendo al alto mando militar. La participación de los militares durante la represión del Caracazo ha sido otro mito, incluso algunos colocaron a Chávez al mando de grupos que ametrallaron barrios. Tal mentira surgió durante la campaña electoral de 1998 para desprestigiar al chavismo, pero años después será repetido por la izquierda antichavista. Pero si para la izquierda antichavista, las guarimbas emularon el caracazo, para la derecha no ha habido duda, ni siquiera ahora, que el caracazo fue una insurrección organizada por elementos izquierdistas, para algunos fue Fidel, otros el chavismo o la guerrilla, o la combinación de ellos.
Obviamente por qué se dio el Caracazo es aún tema de debate. No hay ninguna duda, y así quedó en la historia, que el caracazo fue la primera insurrección contra un “paquete económico” neoliberal, lo que a partir de entonces los hizo impopulares incluso para la misma derecha. El que la democracia más sólida del continente a solo tres semanas de la toma de posesión de uno de los presidentes de mayor respaldo electoral, hubiese sucumbido a una insurrección por culpa de un “paquete económico” fue un golpe en el hígado para sus promotores. De hecho, a partir del Caracazo los “paquetes económicos” dejaron de ser vendidos como una panacea, y pasaron a ser una necesidad, como un medicamento difícil de tragar. La derecha neoliberal, con mil argumentos ha desmentido que el Caracazo hubiese sido contra el paquete económico, aceptando en todo caso, que la medida impopular fue el “aumento de la gasolina”, donde se han centrado los analistas. CAP, un viejo zorro de la política, con un pie en el puntofijismo y otro en el neoliberalismo, en los siguientes días al Caracazo descartará que las protestas hayan sido contra el “paquete económico”, incluso contra el gobierno, “fue una lucha de pobres contra ricos” lo que molestará a FEDECAMARAS y la vieja oligarquía y dirá luego, “contra los especuladores”, pero eran los mismos.

EFECTOS DEL PLAN. El Caracazo fue una insurrección contra el “paquete económico”, a pesar de las volteretas que hacen los intelectuales neoliberales para negarlo. Su argumento más sólido es que las medidas fueron anunciadas por CAP el 16 de febrero y en diez días era imposible determinar sus efectos, buenos o malos, lo que es cierto, pero incluso el aumento de la gasolina se iniciaba el propio 27 de febrero, entonces tampoco puede achacarse a esa medida impopular el origen del Caracazo, porque además la mayoría de la población pobre de Caracas no tiene vehículos propios para reaccionar ante un aumento que, si se quiere, era insignificante. Pero la respuesta a esta incógnita está en el propio argumento de los neoliberales, a pesar de haber sido anunciado el “paquete económico” sólo diez días antes, sus efectos se sentían desde hacía dos meses y la explicación hay que buscarla en la burguesía lumpen y especuladora producto del rentismo petrolero.
La burguesía que administró la renta petrolera durante cincuenta años en un país para sus bolsillos sin importar una población con un índice de analfabetismo de 70% y que dos terceras partes del territorio estuviese sometido a enfermedades endémicas, que se enriqueció de la dinámica del concreto armado mientras crecían las barriadas insalubres en las zonas marginales de las grandes ciudades, que en pleno boom petrolero endeudó al país para comprar bonos y propiedades en EEUU, que durante el viernes negro sacó del país capitales superiores a la deuda externa y que en el gobierno de Lusinchi cargó al país su propia deuda pagándola a un dólar de diez años antes, no podía actuar de diferente manera en los días previos a la aplicación del “paquete económico”, del Gran Viraje de CAP.
Durante toda la campaña, el equipo económico de CAP, los IESA boys, y en particular Miguel Rodríguez, que se había convertido en el principal vocero económico de CAP, fueron profusos en los detalles del plan, en reuniones con empresarios, gerentes, con toda la burguesía y su aparato económico. No ocultaron nada. Es mentira lo que se dijo después, que el paquete económico había sido ocultado para pasarlo de contrabando. Los IESA boys, como toda la intelectualidad neoliberal antes del Caracazo, estaba convencida que tenía la “solución definitiva a la crisis del capitalismo”, estaban orgullosos de su plan y, como Carlos Andrés Pérez, veían su nombre escrito como próceres de la prospera nación del futuro que sería Venezuela, no estaban interesados en ocultar nada, por el contrario. Es cierto que la campaña electoral estuvo llena de slogan e imágenes de la época de bonanza económica del anterior gobierno, pero eso era marketing electoral dirigido a obtener votos para vender un producto, como efectivamente fue vendido. Diecisiete de cada veinte venezolanos mayores de edad votaron por el puntofijismo, y ambos partidos, AD y COPEI, ofrecían el mismo modelo neoliberal elaborado por los mismos asesores, los IESA boys. Con ese respaldo se emborracharon y creyeron que era una patente de corso para cualquier cosa, por eso en cualquier pasillo de gobierno, en cualquier oficina gerencial y en cualquier restaurant, los IESA boys se deshacían en explicaciones de las bondades de las medidas, sus características y efectos positivos futuros. Y la burguesía los escuchó con detenimiento, entendió cada detalle del plan y se preparó, no para los efectos positivos del futuro, sino para sacarle ganancias a la aplicación del plan y evitar que sus efectos “colaterales” le afectaran. De la burguesía del dinero fácil, sin riesgo ni esfuerzo, no podía esperarse menos.

No fue el aumento de la gasolina, que para la burguesía era un costo marginal, sino las medidas cambiarias, la liberación de aranceles y de precios, lo que la colocó en alerta. Se produjeron tres fenómenos en conjunto: fuga de capitales; importación masiva de materias primas e insumos para almacenar y no producir, o producir lo mínimo para cubrir los costos de los siguientes dos meses; producir a gran escala para llenar los depósitos de productos elaborados para sacarlos a la venta después de liberados los precios. Algunas empresas mandaron a su personal a unas largas vacaciones de dos meses en espera del plan para ver como vendría la cosa. Ante la ausencia de suministros de mercancías y suministros limitados con la información que vendrían a nuevos precios, el comercio retiró la existencia en venta para llenar sus depósitos para “no descapitalizarse”. Los productos perecederos que no podían aguantar dos meses de almacenamiento eran vendidos a altísimos precios o para evadir los controles pasaban al mercado negro. En los dos meses previos al anuncio del plan, desde el momento de la elección de CAP hasta el anunció de las medidas, la economía se estancó, se paralizó la producción, hubo masivo desabastecimiento y precios especulativos. Los efectos del plan aún no aplicado eran devastadores.
Era como si se avecinara un huracán, y todo el que tenía posibilidades se atrincheraba para soportarlo, pero los pobres eran arrojados a la calle sin importar su sobrevivencia. Esa era la percepción de la gente. Se sentían estafados, engañados. Mientras todo el mundo protegía su capital de la tormenta que se avecinaba, el trabajador no podía proteger su salario, tenía que pelear para conseguir un litro de leche o un paquete de harina al precio que fuese para poder comer, diez años de crisis no le habían permitido acumular ni esconder nada como hacía la burguesía, la industria y el comercio. Toda la sociedad conspiraba contra el pueblo. Eso no lo verá la clase política, que se preparaba para la “coronación” de CAP, los actos protocolares ocupaban todo el espacio del gobierno saliente y el entrante. El masivo respaldo electoral los emborrachaba. Incluso la izquierda parlamentaria, que había tenido su peor resultado electoral se sentía mareada por el entusiasmo del gobierno. Pocos días antes del Caracazo, el acaudalado Cisneros celebró la boda de su hija a la que asistieron artistas internacionales, en medio de un derroche espectacular, donde estaba presente toda la clase política. Después de la fiesta se anunció el viaje del equipo económico a conversar con el FMI y la Banca Mundial para obtener “dinero fresco” para financiar el plan. Había un consenso político total sobre la implantación exitosa del plan, a nadie le importaba la calle, pero tampoco pensaron en los estudiantes que no entraban en ese consenso nacional neoliberal.

Los movimientos independientes estudiantiles no se expresaron en el proceso electoral, se mantuvieron indiferentes. Era clara su posición anti gobierno, por lo que los ubicaban en la izquierda, pero realmente su base era políticamente diversa. Un sencillo razonamiento matemático indicaba, que si de cada veinte personas mayores de edad, en las elecciones de 1988, 17 votaron por el puntofijismo (10 por AD y 7 por COPEI), dos se abstuvieron y uno voto por el resto de los partidos, entonces gran parte de la masa estudiantil votó por el puntofijismo. La indiferencia de esos movimientos con respecto a las elecciones era práctica más que política, y siendo principalmente reivindicativistas lo importante era que no le tocaran sus derechos y, en principio, el Gran Viraje, no lo hacía, por lo menos no directamente, pero si lo hizo la onda expansiva de los efectos previos al paquete.
Los transportistas era el último eslabón de los pequeños propietarios que, al igual que toda la burguesía, no querían que el paquete los afectara. Las cooperativas del transporte eran mayoritariamente dirigidas por adecos, que dieron su apoyo a CAP en las primarias de AD y luego en la campaña electoral. Consideraban el triunfo de CAP como suyo, lo que le otorgaba derechos a beneficiarse de él. A diferencia de la burguesía y los comerciantes, ellos no tenían bienes que almacenar, su negocio es el transporte de pasajeros y su ganancia las tarifas del transporte. Como todo el mundo hizo, decidieron actuar unilateralmente y ante el anunciado aumento de la gasolina duplicaron por anticipado las tarifas del transporte y de paso, eliminaron el pasaje estudiantil. El jueves 23 de febrero, los estudiantes salieron en protesta, intentando cerrar avenidas y secuestrar busetas de transporte, pero la represión fue muy dura, y a las puertas de la UCV cae asesinado un empleado, también estudiante. Aunque sin saldo mortal, en otras universidades la respuesta de la policía fue agresiva. Asdrúbal Aguiar, nuevo gobernador de Caracas designado por CAP dijo que “es hora de acabar con la guachafita de los estudiantes”. Las federaciones de centros, reunidas el domingo 26 de febrero, acordaron tomar los terminales de pasajeros en todas las ciudades para el lunes 27 de febrero en defensa del pasaje estudiantil.
NO FUE ESPONTANEO. A las cinco de la mañana fueron tomados varios terminales de transporte por grupos de estudiantes, sobre todo en las ciudades dormitorios en los alrededores de Caracas. Por la hora eran pequeños grupos, lo más comprometidos. Como estaban acostumbrados en tomas de ese tipo, sabían que iban a ser atacados por la policía, por lo que estabán preparados para replegarse rápidamente hacia los centros universitarios y continuar la protesta desde allí. Como siempre, algunas busetas quedan secuestradas dentro de los terminales, el resto huye para evitar que los estudiantes le dañen sus vehículos. El transporte desaparece casi totalmente y se provoca el caos, pero también hay los transportistas que aprovechan el caos, sobre todo en las ciudades dormitorios donde la gente se desespera por llegar a sus trabajos, para cobrar tarifas recrecidas, recogiendo pasajeros fuera de los terminales y dejándolos en cualquier punto de Caracas. Todo el mundo sabe que viene un choque de estudiantes y policías, pero esta vez no se aleja, se quedan en los terminales, más que solidaridad esta vez hay participación. “Los estudiantes tienen razón” es que lo que se oye en la gente. En pocos minutos los pequeños grupos estudiantiles de la madrugada son centenares de personas a primeras horas de la mañana.
Otra dinámica entrará en acción. Normalmente los policías con equipos antimotines y peinillas, acostumbra a llegar corriendo, lanzándose de los vehículos a toda prisa, dispersando los grupos de estudiantes que corren a buscar refugio en donde protegerse y desde allí lanzar piedras y botellas a la policía. Pero la gente en la manifestación es distinta, son adultos, obreros, gente de barrio menos dispuestas a correr hasta no ver el peligro. Al llegar la policía no salen en desbandada, se quedan allí y surge la característica del caraqueño, retrechero y retador. Al primer peinillazo responderá con un golpe en la cara del atacante, en pocos minutos hay una batalla campal. Empieza el Caracazo.
Los primeros choques con la policía empiezan en las ciudades dormitorios. Los estudiantes fueron el detonante, pero en pocas horas habían sido rebasados por la gente en número y en espacio geográfico. La policía seguía atacando las concentraciones, los altos mandos seguían actuando como si se tratara de estudiantes, en poco tiempo los cuerpos policiales estaban rebasados, sus brigadas desperdigadas y de todas partes surgían personas que los buscaban en combate cuerpo a cuerpo donde la experticia represiva tenía poco espacio para actuar. No había un frente de batalla, era una batalla campal contra la policía. con gente atacando desde todas partes, incluso desde los edificios de donde arrojaban botellas. La policía será derrotada antes del mediodía, buscan refugio donde pueden, algunos se quitan el uniforme otros se entregan para evitar ser golpeados. Con la adrenalina y la euforia en alto, comienzan los saqueos de camiones y negocios, en horas de la tarde están quemando todo lo que encuentran a su paso, agencias bancarias, oficinas de gobierno, casetas de policía, vehículos de carga, transporte colectivo, etc. Grupos de policías pasan disparando a toda prisa para evitar ser detenidos por la multitud o quedar atascados en una barricada. En las primeras horas hay más de trecientos muertos en Caracas, una cantidad similar en el resto del país, pero ya a finales de la tarde toda la policía ha desaparecido y los barrios, uno por uno empiezan a descender sobre la ciudad.
Durante la noche del 27 y todo el día 28, Caracas y otras ciudades del país eran un festín de los barrios. Las puertas de los comercios, los depósitos de las empresas, las agencias bancarias eran abiertos uno tras otro. Como si fueran hormigas, la gente bajaba y subía de los barrios mudando la ciudad poco a poco. Por el frente del Palacio de Miraflores se podía ver gente empujando neveras, cargando muebles, llevando comida en los carritos de supermercados, sin importarle la sede del gobierno. Ya no hay violencia más allá de la necesaria para derribar un portón, la gente está feliz de vengarse de los que por muchos años se burlaron de ellos, los trataron como parias, como delincuentes. El 28 de febrero las calles están tomadas por los barrios y muchos burgueses huyen de la ciudad. Más de un centenar de avionetas privadas abandonaron el país rumbo al caribe. Los aeropuertos se llenaron de gente que compra pasaje en cualquier dirección, como una moderna emigración a oriente cundo la población blanca de Caracas huyó de Boves. El terror se apoderaba de las clases altas. Un compañero, Stalin Pérez, con el que compartí muchos años actividad sindical me contaba de un gerente de origen yanqui, pero que vivió de niño en Europa, con muchos años en el país, que quedó atrapado en las calles de Caracas el 27 de febrero, le comentaría semanas después, que «había visto el odio en los ojos de la gente de la calle», la furia del que no tiene nada que perder y «eso lo convencerá que el país ya no volvería a ser el de antes«.

VANDALISMO Y DESTRUCCIÓN. Uno de los aspectos que más resalta la prensa burguesa y la intelectualidad de clase media, incluso aquella que hoy reconoce la importancia histórica del 27 de febrero, es la violencia desatada, los saqueos, la destrucción vandálica de la ciudad. Incluso muchos de los activistas de clase media que se involucraron en el 27 de febrero luego se replegaron, en gran parte por la represión, pero también por el torbellino incontrolable de violencia generada por la población en la calle. Durante años la intelectualidad de izquierda, y sobre todo la izquierda universitaria, había hecho un símbolo de la contradicción de la Venezuela petrolera la existencia de las barriadas caraqueñas que se alzaban en los cerros mientras en los llanos de la ciudad los urbanismos de clase alta y media, los grandes centros comerciales, derrochaban fastuosidad y recursos que le negaban a la gente. Muchos la titularon como expresión de la violencia social del capitalismo y cada análisis sociológico siempre incluía la frase “el día que bajen de los cerros” como una amenaza histórica o como una esperanza social. Y el 27F bajaron de los cerros, como todos anunciaron y esperaban, pero se asustaron cuando los vieron en la calle destruyendo y vandalizando la ciudad. Más de un intelectual de izquierda soñó que bajarían en columnas ordenadas, cantando Oh bella ciao y La Internacional, se pensaban a sí mismo, levantados en hombros por esa masa liberadora, pero se sintieron aterrados y aislados cuando esa masa bajo sin control ni sindéresis, y hasta corrieron para ponerse a salvo de esa furia liberadora temiendo ser violentados por ella.
«Manifestaciones en las calles, devastación de haciendas, incendios, etc. Todo se descompuso, todo se convirtió en un caos. Y al mismo tiempo, en este caos se despertaba la necesidad de un orden nuevo cuyos elementos cristalizaban ya. Las reuniones en las calles que se repetían regularmente traían ya, en sí mismas, un principio organizador (…) Pero como la agitación de las fuerzas elementales desborda el trabajo de la conciencia política, la necesidad de obrar dejaba muy atrás la febril elaboración organizadora. En esto reside la debilidad de la revolución, de toda revolución, pero en lo mismo consiste igualmente su fuerza. Quien quiera poseer influencia en la revolución tiene que asumir su carga entera. Los tácticos demasiado razonadores, que se imaginan sea posible tratar la revolución como un espárrago, separando a su gusto la parte nutritiva del desperdicio, están condenados a un papel infructuoso. En efecto ni un sólo acontecimiento revolucionario crea condiciones «racionales» para el empleo de su táctica «racional»; así fatalmente, quedan fuera y detrás de todos los acontecimientos.» (León Trotsky. 1905, Resultados y Perspectivas)
Recuerdo en esos días, en una de las reuniones de dirigentes estudiantiles, cuando la ciudad estaba en estado de sitio y se ametrallaban los barrios, se daban instrucciones para garantizar la seguridad y evitar ser detenidos, una compañera de base se levantó molesta “ahora que el pueblo salió a la calle y está siendo masacrado, a nosotros solo se nos ocurre como escondernos”. Ciertamente, el caos y la represión militar, desarmó a la vanguardia estudiantil, la única que podía haber asumido una dirección, pero no tenía esa capacidad. De los centros universitarios llegaron a salir volantes, los únicos que circularon en esos días, rechazando la represión del gobierno asesino y con un esquema de cómo fabricar bombas molotov, lo que provoco el cerco militar a las universidades y la persecución feroz de los dirigentes estudiantiles, pero más allá de eso no hubo ninguna dirección real de la explosión callejera. Y la historia demostrara con hechos que el vandalismo y la destrucción, son expresión del desbordamiento de las masas, como el rio que se sale del cauce madre, pero también es inversamente proporcional a la existencia de una dirección y objetivos. Trece años después, cuando el golpe contra Chávez, en abril de 2002, los barrios bajarían nuevamente y se repetirán situaciones de violencia equivalentes en las primeras horas, pero en la medida que la gente fue asumiendo que había que liberar a Chávez y derribar al gobierno golpista, la organización y precisión de los objetivos concentró la fuerza del pueblo en una dirección, ganándole el espacio al vandalismo y los saqueos.
Pero la extremada violencia también fue parte de la campaña de los medios y del gobierno para desacreditar la insurrección popular y justificar la represión militar. Muchos sectores de clase media que se sumaron a la ola de saqueos cuando se inicia la ocupación militar de Caracas quedaron aislados en sus casas, desconectados de los barrios y de los enfrentamientos, limitados a la información de la radio y la TV que vomitaban situaciones de violencia, saqueos, destrucción y violaciones. Víctimas de la campaña mediática muchos temieron por su seguridad e imaginaron la posibilidad de que “bandas de delincuentes”, como anunciaban los medios, asaltaran sus casas y agredieran su familia. Las noches de terror, acompañadas del incesante tiroteo, luego no se conciliaban con las imágenes del día, cuando salían a buscar alimentos, y veían las paredes de casas y edificios de los barrios perforados por las balas militares. La violencia provenía del bando del gobierno.
Efectivamente, después del primer día, el 27 de febrero, donde fueron rebasados los cuerpos policiales y los muertos superaron el millar, bajo la violencia. Esa noche y los dos días siguientes, cuando se inicia la ocupación militar, la violencia se concentraba en la destrucción de los portones de depósitos y comercios para que la gente entrara, no hubo violencia innecesaria. Grupos de los barrios se iban organizando espontáneamente para los saqueos y la solidaridad tomaba cuerpo. Camiones de comida, tomados de los depósitos, eran llevados a los barrios para su reparto, había preocupación de que los más débiles, los que no habían podido bajar, recibieran parte de lo saqueado. Dentro del caos había sentido. En la avenida Lecuna, en el centro de la ciudad, la botica de Velásquez, una reconocida farmacia, era el único comercio intacto, en medio del humo y escombros del resto de la avenida. Ningún centro de salud ni ninguna escuela fue tocada por la violencia. Muchos policías fueron atrapados o quedaron rodeados por la gente, fueron desarmados y algunos golpeados, pero nadie fue linchado, al final eran pobres con uniforme de trabajo. Tampoco hubo violaciones masivas de mujeres como indicaban los medios. PROVEA, que se encargó de sistematizar las denuncias sobre los sucesos del 27F, no conoció de ningún caso de violencia sexual. Ese tipo de violencia solo la reflejaron los medios como parte de la campaña orientada por el gobierno para acusar la rebelión.

Parte de la campaña mediática, destinada a sacralizar la insurrección popular, fue recogida por la intelectualidad política. El jesuita Arturo Sosa en su artículo » ¿Qué fue lo que pasó?» (Revista SIC) «Es importante que hagamos el esfuerzo de comprenderlos en su globalidad. Para ello puede ser útil que distingamos unas fases que, a pesar de la fluidez de la situación, permiten caracterizar los sucesos de esos días (…) La primera fase es la poblada propiamente dicha. La provoca la explosión popular espontánea. La gente de los barrios y algunos sectores de clase media, fueron los protagonistas indiscutibles de esta fase. Una segunda fase surge al calor de esa poblada que empieza a retirarse a sus barrios y casas, dejando la calle y las acciones a grupos más audaces, incluso bandas organizadas de malandros y distribuidores de droga o pequeñas organizaciones de la ultraizquierda, que emprenden saqueos, destrucción de instalaciones, incluso algunas fábricas. (…) La tercera fase comienza con la suspensión de las garantías y la toma por parte de las Fuerzas Armadas de la responsabilidad de controlar la situación». Malabarismos políticos como ese abundaron en toda la clase política que intentaban congraciarse con un pueblo molesto, no identificarse con la violencia y el vandalismo desatado, acusar los excesos de la represión, pero aplaudir la actitud democrática de las Fuerzas Armadas. Iguales rumbos tomaron muchas organizaciones de Derechos Humanos y ONG que, aunque su actividad en los meses posteriores fue importante para sacar a la luz las víctimas de la represión, no dejaban de quejarse del caos y el vandalismo que se suscitó durante el caracazo. «El problema se presenta cuando las masas se anarquizan porque no tienen dirección o porque la desbordan y el río se sale de madre y los revoltosos pasan a liderizar el movimiento. «. (Alfredo Peña, El Nacional 04/03/89)

EL PAPEL DE LAS FUERZAS ARMADAS. Otra discusión sobre el 27F, que desarticuló a la vieja izquierda fue la suspensión de garantías, el toque de queda y la participación del ejército en la represión de la protesta. Los hechos posteriores, la crisis del ejército, el surgimiento del chavismo, etc. han puesto sobre el tapete que fue un error de CAP haber usado el ejército para reprimir, pero entonces todos pidieron del Estado medidas para controlar la situación. La discusión que se evita es la más necesaria: ¿era necesario controlar la situación? La respuesta te ubica necesariamente en un bando, en contra o a favor de la protesta del 27F. Para los que reivindicamos al 27F como una insurrección popular, no se trata de separar la parte buena y la mala, para estar de acuerdo en unas cosas y en otras estar a favor del gobierno. No avalamos la acción del gobierno, sea cual fuere, en contra de la población, pero quienes parten de insistir en que la protesta se salió de cauce, terminan, queriéndolo o no, exigiendo del estado que controle la situación, y cuando ven los resultados de ese control de la situación, terminen cuestionando que se haya usado el ejército, que haya excesos, que se “haya cobrado la vida de inocentes”. Insisten en decir inocentes “porque no estaban involucrados en los sucesos”, dejando abierta la duda de si hubiesen estado involucrados ¿entonces si merecían la muerte?
Cuando el gobierno de CAP anunció el 28 de febrero la suspensión de garantías con toque de queda como preámbulo a la ocupación militar de Caracas, no se trataba de una improvisación. La imagen del Ministro de Relaciones Interiores retirándose de cámara a pocos minutos de anunciada la alocución porque tenía alta la tensión, es el reflejo de un gobierno con más de treinta horas de choques en las calles, sin dormir, sometido a la presión de la revuelta popular y de quienes exigían que se controlara la situación, en particular la burguesía. Es posible que, si no se usaba el ejército, la rebelión, sin dirección y sin sentido, se disolviera, pero también era posible que no, que adquiriera dirección contra el gobierno, contra la élite política y económica. El desenfreno de las masas trajo recuerdos de Boves, de Zamora, y le alboroto la genética blanca a la burguesía que exigía control, no era precisamente calma y cordura lo que esperaba del gobierno.
CAP no era un presidente nuevo. Fue Ministro de Relaciones Interiores del primer gobierno del puntofijismo cuando la crisis del putshismo militar y el surgimiento de la guerrilla. Será presidente en medio de la rebelión juvenil de los setenta. Capacidad para evaluar la situación política y los alcances de la protesta callejera no le falto, independientemente que los servicios de inteligencia patinaran a la hora de establecer causas y responsabilidades. Sabía que sus fuerzas policiales habían sido superadas por la población enardecida, estaban exhaustas y literalmente derrotadas, la única herramienta disponible eran las Fuerzas Armadas. No se le podía pedir al gobierno que controlara la situación sin que en la ecuación entre el uso de las Fuerzas Armadas.
El gobierno recurre al ejercito porque era su opción para reprimir. Parece una cacofonía, pero hay que repetirlo, el objetivo de la represión es reprimir, no se trata de excesos o de sindéresis represiva, se hace para acabar con la protesta no para controlarla. Una manifestación es pacifica o violenta dependiendo del ánimo de los manifestantes, no del control policial. La presencia policial es para intimidar, la actuación es para reprimir y acabar con la protesta, con o sin excesos, pero con la fuerza suficiente para impedirla. Lo demás es semántica sociológica, se está contra la represión porque estamos en contra de que la protesta del pueblo sea reprimida con excesos o si ellos. Posiblemente en la estrategia del despliegue militar del 27F se pensó que la sola presencia del ejército haría ceder la revuelta, como había pasado con los estudiantes merideños dos años antes, pero igual es una acción represiva que de no disuadir, tiene que atacar. Y hay una diferencia entre el ejército y los cuerpos antimotines entrenados para reprimir manifestaciones y con equipos para eso, los soldados no usan bombas lacrimógenas ni peinillas, su arma de reglamento es un fusil, y si salen a la calle en medio de una revuelta van a disparar.

Las Fuerzas Armadas son una institución para la defensa del estado y el estado tiene un carácter de clase, es un estado burgués. Lo defiende de amenaza externa o interna, o ataca a su nombre, eso no importa, lo que es claro es que tiene un objetivo de clase, sino no tiene sentido su existencia para la burguesía. El único ejército venezolano que luchó fuera de sus fronteras fue el ejército libertador, con otra composición social y un objetivo distinto a cualquier ejército durante los gobiernos de la IV república. El estado burgués invierte en la formación de sus ejércitos, incluso más que en su capacidad militar, para convertirlos en una estructura de cuerpo cerrada, disociada, que supera al individuo. La unidad de mando es el cimiento vertical, la columna entre capas horizontales formadas por logias y cohortes, donde la convivencia y la camaradería constituyen ese cimiento horizontal. Es la única profesión donde la única opción es servir al estado.
Fue una estrategia pueril cuando sectores de la izquierda antichavista en otros países repitió la falsa historia de Chávez reprimiendo el 27F para desprestigiarlo. Ciertamente Chávez no tenía mando de tropas, siendo Mayor buscaba su ascenso a Teniente Coronel, y había logrado un puesto de secretario de un General que presidía una comisión militar en Miraflores, “cargaba maletín” como decían sus compañeros, y el propio 27 estaba de reposo por estar enfermo de rubeola. Pero eso es una circunstancia fortuita que no dice nada, muchos de sus compañeros de la lucha futura sí estuvieron, y Acosta Carles, cofundador del MBR-200 morirá en uno de los barrios de Caracas durante el 27F. Actuaron como soldados de un ejército al que servían, un ejército de clase, pero conformado por personas que no son burgueses. Cualquier conmoción política los afecta, como a todos, a pesar de una educación que los disocia no siempre dejan de sentir la realidad. Ha sido una conquista histórica del derecho penal el desmontar la ideología de la “obediencia debida” otorgando responsabilidad individual sobre las acciones militares, pero independientemente de eso, cuando hay una situación revolucionaria, haya actuación militar o no, afecta la conciencia individual creando fisuras en el cimiento militar, cuando esas fisuras crecen, se hacen colectivas, hay una fractura del cuerpo militar, y se está en presencia de una revolución.
El 27F produjo fisuras graves en el componente militar, que tardarían en estallar. No se expresan sólo en los oficiales que no cumplieron órdenes superiores o las evadieron, sino incluso entre los que la obediencia lo obligaron a cumplirlas. CAP tuvo la estrategia de apaciguar el interior del país, antes de ocupar Caracas y traer tropas del interior para hacerlo, para evitar la identificación con los barrios, pero los oficiales no tienen geografía, sirven donde les toca y todos estudiaron en Caracas. Hasta los que no son capitalinos, en más de una ocasión de licencia subieron esos barrios con un compañero, para disfrutar una fiesta, buscar una novia y tomar cerveza. Después de la suspensión de garantías, Caracas siguió otro día más bajo control de la población que seguía saqueando. Apenas el miércoles empiezan a sobrevolar Caracas los aviones Hércules con tropas traídas del interior, cuando ya es el tercer día de una ciudad en llamas.
Vinieron a una ciudad para rescatarla del enemigo, pero no se consiguieron “agentes cubanos” ni “agitadores de oficio” sino gente del pueblo, no toda la gente retrocede ni corre a la presencia de los militares. El jueves en la mañana, al cuarto día de protestas la actuación de los militares es disímil. En algunos sitios se produce un enfrentamiento desigual que produce muertos y obliga al repliegue hacia los barrios. En algunos barrios entran produciendo destrozos buscando la “mercancía robada”, golpean a la gente y hay detenciones masivas, pronto se corre la voz de evitar que el ejército entre y empiezan a levantarse barricadas a las entradas de los barrios. Pero en la mayoría de los casos, los oficiales intentan disuadir a la gente para que abandone la calle y se encuentran a la gente del pueblo, acusando los depósitos llenos de comida cuando había desabastecimiento. El ejército empieza a destrozar puertas para repartir alimentos y “calmar” la población. En Macarao, un oficial negocia con la “turba” que sólo las mujeres se quedan, los hombres se van al barrio. Los soldados organizan la cola, las mujeres llenan sus bolsas, mientras los hombres miran atentos desde el cerro. En decenas de sitios de Caracas se repitió la misma historia. Si bien, las imágenes de los tanques aplastando las barricadas en algunos barrios se transmitieron para infundir temor a la población, el ejército rompiendo puertas y repartiendo comida, “organizando el saqueo”, fue más alarmante para la burguesía que los incendios y destrozos de los primeros días.
A una semana de iniciado el 27F, mientras CAP anuncia que el país está en calma y anuncia que solo quedan algunos focos sostenidos por “agitadores de oficio”, en la misma transmisión le sigue el Ministro de Defensa, Ítalo del Valle Alliegro, exigiendo a la población “paremos este baño de sangre que nos estamos dando”. Esa misma noche empezó el peinado de los barrios.

Miles de soldados ocupan la ciudad, muchachos que no superan los veintidós años, a una ciudad que muchos no conocen, donde los barrios enardecidos te miran desde arriba. Están aterrados. El columnista de El Nacional, Roberto Giusti escribe el 4 de marzo “Estos reclutas provenientes del interior, son temibles no sólo por el arma, sino por su aire ausente, por el miedo reflejado en su cara de adolescentes provincianos, colocados, de golpe en una ciudad que no conocen. En un caos que les resulta ajeno. Su agresividad no es una actitud militar. Es, sobre todo, una reacción, un mecanismo de defensa. Distinta es la disposición de guardias y policías, auténticos profesionales de la represión, curtidos y conocedores, además, de la idiosincrasia del caraqueño, cuya retrechería despierta a veces la ira del soldado que pierde la sangre fría y dispara. Y dispara.»
Teodoro Petkoff, presidente del MAS declaró el 11 de marzo «En ningún manual de operaciones militares se establece que la reducción de francotiradores debe hacerse disparando indiscriminada y masivamente durante horas y horas contra superbloques y barriadas populares. «Peinado» en la jerga militar se llama al acto de barrer a tiros de arriba a abajo y de lado a lado las fachadas de los bloques y las laderas de los cerros. «Peinado» fue como cayó el 90% de los muertos y heridos». Un médico diría más tarde a El Nacional: «sólo el martes llegaron treinta muertos y aproximadamente tres mil heridos, la mayoría con armas de guerra. Al principio casi todo era hombres jóvenes. Luego comenzaron a ingresar mujeres, niños y hasta ancianos (…) vi a un niño de nueve años con una enorme lesión de bala en el pecho. Lo más impresionante fue una madre que llevaron al hospital con su niño recién nacido. Según contaron sus familiares, estaba amamantando al pequeño cuando el proyectil entró por la ventana, atravesó el piececito del bebé y le pegó en el pecho a la mujer. Ella falleció en el centro asistencial y el menor fue dado de alta después de la sutura. Parecía una guerra y a cada minuto llegaba un herido. El 50% con heridas graves.».
A fuerza de bala, el gobierno de CAP contuvo la revuelta popular iniciada el 27 de febrero, no se trató de exceso de algunos policías y militares, sino de un genocidio ordenado por el gobierno y el alto mando militar del puntofijismo. Una señora de El Valle será expresiva con un periodista de Ultimas Noticias, «Nos cosieron a bala, esto fue terrible”. Meses después policías, soldados y oficiales de bajo rango empezaron a ser procesados y algunos sentenciados, pero nunca se procesó a los responsables directos de la masacre: el alto mando militar, el Ministro de Defensa Ítalo del Valle Allegro y al propio presidente Carlos Andrés Pérez.

Quince años después del 27F un oficial del ejército me contaba, con ojos aguados, su experiencia en el caracazo. Me dijo que después de una noche de peinado aspiraba que todo terminara, pero en la mañana la gente, la mayoría mujeres, bajaba de los cerros con la rabia intacta a buscar comida en los camiones que el ejército distribuía. Varios países enviaron alimentos y agua potable para una ciudad donde estaban destruidos todos los medios de distribución, como si hubiese habido un terremoto. Me contaba que podía ver el odio reflejado en los ojos de la gente. Intentando ayudar a una anciana señora con una pesada bolsa le contesto retrechera “déjeme que yo puedo sola”. Eso le quebró el alma. Al terminar la tarde, antes del toque de queda la ciudad se vaciaba y entrada la noche de nuevo empezaban los peinados contra el barrio por órdenes superiores. Ya no se trataba de reprimir, era un castigo contra el pueblo, una venganza por haberse atrevido a insurreccionarse.
Los oficiales medios pudieron sacar como conclusión, como les decían sus superiores, que había sido el barrio el responsable. Compañeros suyos murieron o fueron heridos por balas provenientes de los barrios. Pero fue al contrario, individualmente, y luego colectivamente, supieron que las órdenes superiores los condujeron a una masacre contra un pueblo al que se le había sometido al hambre y desabastecimiento, que no hizo más que defenderse. Dispararon a nombre de los ricos especuladores y de un gobierno corrupto, sentían la convicción de haber estado en el bando equivocado. El caracazo hirió al ejercito con mayor profundidad que las balas.

UNA INSURRECCION POPULAR. El Caracazo, sus consecuencias directas, son una pieza clave para entender a Venezuela. Hay un antes y un después. Un antes que empieza a morir luego del 27F y un después que empieza a nacer hasta un nuevo caracazo en el 2002, cuando se derrota el golpe de la derecha y se restituye a Chávez en la presidencia, en abril, más corto en términos de tiempo, pero más significativo políticamente.
El puntofijismo quedó herido de muerte y no superará como pacto el proceso electoral de 1993. Sus partidos AD y COPEI, entraran en una lucha interna entre la vieja guardia y la nueva dirección neoliberal. El Gran Viraje, el paquete neoliberal de CAP dejará de ser mencionado, aunque algunas medidas se aplicaran, las de menos relación directa con la población, como las privatizaciones. Los IESA boys se esconderán tras las cortinas para evitar ser señalados como responsables del caracazo, pero disfrazados y menos arrogantes, intentarán seguir vendiendo su producto, incluso algunos se colarán en el chavismo. La COPRE tendrá su momento estelar luego del 27F, su primera elaboración, Propuesta de Reformas Inmediatas, donde recomendaban la elección de gobernadores y alcaldes, una ley de descentralización fiscal y administrativa de los Estados y Municipios, y un sistema mixto (nominal y por planchas) para la elección de diputados, habían sido rechazados por Lusinchi y luego por CAP, pero el propio CAP la aprobará en los días siguientes al 27F.
Con la Ley del Trabajo, no les fue tan bien, la intención era desregularizar las relaciones laborales, pero fue difícil lograr acuerdos entre FEDECAMARAS y la CTV en la comisión presidencial designada. Rafael Caldera, que la presidía, optó por hacer una compilación juntando en un solo proyecto todas las normativas laborales que desde 1937 estaban dispersas en decretos, reglamentos, etc. sin cambiar nada enviándolo al Congreso para que el debate se diera allí, en el marco del puntofijismo. FEDECAMARAS exigía la eliminación de las prestaciones, la ley contra despidos injustificados y el concepto de salario normal, que eran para ellos rémoras del boom petrolero. El debate parecía que iba a ser eterno y en un año de discusión no se había avanzado en un solo artículo del anteproyecto, pero luego del 27F la discusión fue muy rápida, nada se cambió y la nueva Ley, aprobada en 1990, resultó más reguladora que la anterior porque concentro el histórico de cuarenta años de política laboral previas al neoliberalismo.
En el seno de la burguesía afloraran fracturas y el debate ya no será sólo del plan económico a seguir, sino del régimen de gobierno. En la década siguiente algunos apostaran a mantener o renovar el puntofijismo, pero otros propondrán salidas como un Fujimorazo o un gobierno militar, al final algunos terminaran apoyando a Chávez. En todo ese debate, la posibilidad de un nuevo 27F será la pauta principal, la psicología política lo llamará el síndrome del 27 de febrero. Sin plan de ningún tipo y el terror de sólo mencionar alguno, la crisis económica seguirá profundizándose por inercia y en 1994, el sólido sistema bancario que tenía más de un siglo estallará como una burbuja, a partir de lo cual todo entra en una picada acelerada. En la década del noventa un nuevo actor se incorporará como sector con opinión diversa dentro de la burguesía vinculados a las inversiones extranjeras que llegaron con las privatizaciones y en el sector bancario.
La izquierda parlamentaria quedo desarticulada de lo sucedido. En el debate en el congreso sobre el Decreto de Suspensión de Garantías, con la ocupación militar avanzando, a pesar de justificar el descontento del pueblo, terminaron sumándose al consenso puntofijista para superar la situación. Contradictoriamente, será Caldera, uno de los arquitectos del puntofijismo, quien intente abrir el debate sobre las causas y consecuencias de lo que está sucediendo en la calle “las masas han derribado a pedradas la shows windows de la democracia latinoamericana”, pero Caldera sabía que el puntofijismo no discute abiertamente sino en los cenáculos de los partidos y tampoco allí quieren discutir el porqué, sino el cómo controlar la revuelta popular. Sin embargo, la primera expresión de la caída del puntofijismo y del 27F, será el crecimiento de la votación de la izquierda parlamentaria, primero Causa R y luego el MAS, antes de aparecer el chavismo, pero para ambos, la crisis del régimen no los llevo a empujarlo para que terminara de caer, sino a meter el hombro para sostenerlo y levantarlo.
El resto de la izquierda y los movimientos estudiantiles independientes fueron más consecuentes con la protesta callejera, pero se dejaron arrastrar por una actitud necrofilica exaltado el dolor por los caídos y la denuncia de la represión, resaltando, sin proponérselo, la faceta violenta del Caracazo, y no la trascendencia política de la revuelta popular. Aunque seguirán liderando las universidades empezaran a surgir fisuras internas producto de la realidad política que exigirá posturas más definidas a un movimiento políticamente diverso. Otras organizaciones se consolidarán en el movimiento estudiantil disputando el espacio, como Desobediencia Popular, con características de movimiento, pero definido como revolucionario y socialista, y la Unión de Jóvenes Revolucionarios (UJR) que se vinculara a Bandera Roja.

Solo el PST y la Desobediencia Popular, consideraron al 27F más que una protesta violenta, una insurrección popular, lo que fue considerado por muchos una exageración trotskista. Pero unos años después, en el levantamiento militar del 2002, el MBR-200 reivindica al 27F como un levantamiento popular, una insurrección. El propio Chávez ubicará al 27F como el inicio de la revolución bolivariana y sin entrar en detalles sobre las características violentas, lo resumía en dos hechos, “un levantamiento popular contra la corrupción y el neoliberalismo, que será salvajemente reprimido por la oligarquía política y económica”.

[1] Los hechos del 27 de febrero no se iniciaron en Caracas ni tampoco fue la única ciudad en protestas, por eso el nombre con la que la prensa bautizó el 27 de febrero fue el “sacudón”. Caracas será la ciudad que se mantendrá en conflicto durante tres semanas bajo toque de queda y constante tiroteo por lo que a nivel internacional y luego dentro del país se le puso el nombre de Caracazo. Sin embargo, para los venezolanos es más común referirse a esos hechos como el 27 de febrero o 27-F. La fecha es suficiente porque quedó marcada en la historia como pocas.
El 27F rompió el esquema de dominio del puntofijismo, el régimen político al servicio de la burguesía que dominó la escena por treinta años. La burguesía no logrará consolidar otro régimen en los siguientes años. La rebelión militar del 4F fue la expresión de la crisis militar originada por el Caracazo tres años antes, y mientras los ensayos de un nuevo régimen político para la burguesía van fracasando surge el chavismo apoyado en los sectores más pobres de la población que lleva a Chávez al gobierno en 1998.
La conflictividad política entre un ascenso de la movilización popular y una burguesía que intenta recomponer la crisis se expresarán en el golpe del 11 de abril 2002 que no hizo sino desatar la enorme fuerza de la población contenida desde el 27 de febrero. Un nuevo Caracazo, en todo el país y con los cuadros medios militares del lado de la población derrotaran el golpe en menos de dos días y será el triunfo de una revolución que se iniciará el 27 de febrero de 1989.
(Elio Colmenarez: militante revolucionario, exmilitante del PST venezolano, autor del libro «La insurrección de febrero», sobre el Caracazo, y asesor laboral externo de cancillería …
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