
Fernando José Sánchez Salas*
a la memoria de mi madre,
Petrica Salas de Sánchez
Hoy se celebra el Día del Maestro, decretado por el presidente Isaías Medina Angarita el 15 de Enero de 1945, en reconocimiento a la valiente fundación de la Sociedad de Maestros de Instrucción Primeria, fundada en 1932 bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez.

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Vengo de una familia de maestras. Mi mamá se gradúo en la Escuela Normal Miguel Antonio Caro, en 1943. Fue alumna de la insigne maestra caraqueña María May. Conoció y fué compañera de Belén San Juan y a Argelia Laya, dos dignas figuras del magisterio venezolano. Subdirectora de la Escuela Experimental Venezuela durante 33 años, dejó una onda huella en sus compañeros de trabajo y alumnos. Para mamá el magisterio más que una profesión o un gremio era una vocación, un apostolado. El maestro ejerce su tarea desde el amor. El amor a la palabra, en primer lugar. Amor por el conocimiento, amor a los niños y a la juventud. Cada niño o joven en el aula es un semillero de emociones, valores, actitudes y aptitudes que florecen en las manos del maestro. A eso se refería mamá cuando hablaba del magisterio. Al sentido del deber, a la entrega total a la tarea de la enseñanza, al amor por ese trabajo que vemos como algo sagrado.

La profesión de maestro es tan antigua como la civilización. Hay tablillas de arcilla de Sumeria, 3.500 AC, que atestiguan la existencia de un sistema de educación pública. Los registros recogen ensayos de los maestros, donde relatan como era la vida escolar y tareas de los estudiantes. El sistema escolar no era general ni obligatorio. Sólo los hijos de las familias acomodadas asistían a la escuela, a la cabeza de la cuál se hallaba el ummia, el maestro, “a quien se daba también el título de «padre de la escuela». Al profesor auxiliar se le designaba como «gran hermano», y a los alumnos se les llamaba «hijos de la escuela».” La relación paternal-maternal entre el maestro y los alumnos es tan antigua como la civilización humana. La familia y la escuela son dos espacios de afectos, valores, costumbres y tradiciones desde donde se fabrican y se recrean relaciones sociales que actúan en una escala más amplia.
Entre los antiguos aztecas era un oficio tenido en alta estima. Los aztecas tenían un sistema de educación pública, gratuita y obligatoria, donde debían participar la familia y los maestros reunidos distintos tipos de escuela, telpochcalli, calpulli y calménac. El temachtiani, como llamaban al maestro, “podía proceder de cualquier estrato social, pero debía ser un hombre maduro (omacic oquichtli), con el corazón puro y de rostro sabio, respetable por sus costumbres y sus buenos procederes. Debía, además, ser capaz de lograr de cada alumno «un rostro y un corazón» (in ixtli in yollotl)”[2]. Según el sabio mexicano Miguel León-Portilla, la “Historia General de las Cosas de Nueva España” (Códice florentino) dice lo siguiente:
TEMACHTIANI
Maestro de la verdad
no deja de amonestar.
Hace sabios los rostros ajenos,
hace a los otros una cara tomar.
Los hace desarrollarla.
Les abre los oídos, los ilumina.
Es maestro de guías,
les da su camino.
De él uno depende.
Pone un espejo delante de los otros,
los hace cuerdos y cuidadosos,
hace que en ellos aparezca una cara…
Gracias a él la gente humaniza su querer,
y recibe una estricta enseñanza.
Hace fuerte los corazones.
Conforta a la gente.
Ayuda, remedia, a todos atiende.
El maestro amonesta, regaña, pero también es un actor nato. Cada aula es una perfomance, donde derrama parte de su ser. Usa el amor y la experiencia para trasmitir conocimientos y valores, para forjar actitudes y desarrollar aptitudes. “Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos y cuidadosos”, instruye, forma y moldea hombres y mujeres. Cada año escolar es un nuevo reto, aunque los temas a tratar sean los mismos. Esa experiencia se enriquece con el paso del tiempo. Cada alumno es un desafío nuevo y la experiencia te proporciona un arsenal de juegos y escenificaciones que nos permiten responder con creatividad a ese reto. Especialmente delicados esos desafíos en los niños y niñas de edades más tempranas. Mamá tenía en especial estima y hablaba con el mayor respeto de las maestras de primer grado y preescolar, a las que consideraba las verdaderas depositarias de la sabiduría de su oficio.
Cuando el magisterio se asume como un apostolado, como lo hacía mamá, lo sagrado y lo profano se juntan en el aula. El humor es un ingrediente fundamental. Sin esa chispa, sin la capacidad de inventar y reinventarse cada nuevo año escolar, la experiencia de aula se va muriendo de tristeza. Son vidas dedicadas a la proeza de mantener viva la atención y el interés de los alumnos en el aula, a veces con la palabra amorosa, llena de chispa, ingenio y sabiduría, y a veces también con la amargura y la decepción que causa la indiferencia frente a sus sacrificios, colocando a los maestros de escuela básica entre los funcionarios peor pagados por el Estado.

Maestro es investigador también y su materia de estudio es el niño, el joven. Cada año escolar es un nuevo experimento, más o menos exitoso, más o menos afortunado. En verdad la investigación, como disciplina científica, sigue siendo una actividad ocasional y efímera entre los docentes, a pesar de los esfuerzos que hace el Ministerio de Educación para introducirla en los planes de estudio y el diseño curricular. La creación de universidades pedagógicas, los cambios curriculares y las orientación de los planes de estudio contribuyen a desarrollar una cultura de la investigación, constituyen un esfuerzo importante de la Revolución Bolivariana en ese sentido, aunque sus resultados sean todavía parciales y embrionarios.
El oficio de docente también tiene un aspecto conservador, porque también es conducto de la reproducción de una sociedad de clases, opresora, al implantar los valores de la cultura dominante. Incluso en la estructura interna del gremio de educadores hay una pirámide que es el reflejo de ese sistema de opresión y de prejuicios sociales: el maestro de escuela por debajo del profesor de secundaria, que a su vez está por debajo del profesor universitario. Esta estructura jerárquica se refuerza y se alimenta con las diferencias de prestigio social, impuestas por la tradición y la costumbre, y las diferencias salariales impuestas por el Estado. Más recientemente, ésta pirámide ha comenzado a aplanarse, debido a la transformación de las escuelas normales y los pedagógicos en universidades. Sin embargo, las diferencias salariales entre los docentes de los diferentes niveles siguen siendo abismales, más aún con los salarios miseriables que estamos cobrando.
La escuela ordinaria implanta desde el respeto a la jerarquía y las autoridades, los modales y las buenas costumbres, hasta las creencias y convicciones compartidas sobre el mundo del Hombre y la Naturaleza, que brotan de la ideología de las clases dominantes. El aula implanta una narrativa sobre quiénes somos, de dónde venimos, como llegamos a ser el pueblo que somos hoy. Yo entiendo que la pedagogía del oprimido de Paulo Freyre, es una respuesta liberadora frente a la escuela como instrumento de reproducción de las relaciones sociales opresoras. La obra de Simón Rodríguez es una anticipación genial a estas teorías.
Hoy, con la Revolución Bolivariana, se hace un esfuerzo por reconstruir esa narrativa, trayendo al primer plano la lucha del pueblo venezolano, de los pueblos originarios de Nuestra América, por su emancipación, reivindicando la resistencia al colonizador, al invasor europeo, al esclavista. Hay una lucha, dentro y fuera del aula, entre esa nueva narrativa fundacional bolivariana y la narrativa canónica de la sociedad capitalista semicolonial, implantada y alimentada desde la hegemonía de la clase dominante, que se resiste a abandonar esos espacios. Es la misma lucha que se libran, en el plano de la política y la economía, las fuerzas de la vieja sociedad semicolonial y opresora contra los descendientes de ls castas de pardos, esclavos e indígenas que insurgieron con Chávez en 1998.
El proceso es contradictorio. Las revoluciones no son procesos lineales y homogéneos. Su protagonistas son masas oprimidas, cuya conciencia se forjó en el caldero político, social y cultural de la nación capitalista, rentista y dependiente del mercado mundial que aún somos, tratando de abrirse paso hacia una nueva sociedad más emancipada e igualitaria. El pasado pesa como una lápida sobre la conciencia de las generaciones presentes y condiciona nuestra visión del futuro. Las tensiones entre las clases, sectores de clase y élites en lucha se extienden por todos los poros de la sociedad y del Estado. Es difícil hacer un balance del resultado de esa lucha. En particular, uno observa una resistencia enconada, sorda, a veces pasiva, a veces más activa y vociferante, contra lo que algunos maestros y profesores llaman “adoctrinamiento ideológico” bolivariano. ¡Como si ellos mismos no hubieran sido adoctrinados!¡Como si ellos mismos no fueran adoctrinadores de la ideología del opresor! Desafortunadamente me parece que estamos perdiendo esta batalla, por ahora, en las escuelas, liceos y universidades. En parte debido al conservadurismo del gremio, pero también porque la nueva narrativa viene impuesta desde arriba, desde el Estado; no es la expresión de un movimiento liberador que nace de las entrañas del magisterio y el profesorado, una construcción autónoma, propia, de las bases magisteriales y de los gremios docentes. Por otra parte, la resistencia a la política salarial del gobierno se funde, por así decirlo, con el discurso reaccionario de la oposición, que reivindica el “derecho” de las clases opresoras a retomar el control del Estado y usa ese argumento como palanca para resistir la creación de nuevos fundamentos culturales e ideológicas para la educación pública, basados en una narrativa emancipadora e igualitaria. Y no podía ser de otra forma. El Estado se presenta aquí como una fuerza opresora y destructiva, con su política de salario cero, contradiciendo toda la narrativa emancipadora que defiende en el aula. Este es uno de los frentes de tensión peor atendidos por la Revolución Bolivariana y una de las consecuencias destructivas de la guerra económica, del bloqueo genocida impuesto por el imperialismo y de la impotencia del Estado para hacerles frente. Luchar por los derechos económicos de los trabajadores, sin capitularle al Estado o a la oposición proimperialista. Ese es, ni más ni menos, el dilema que enfrentamos en todos los frentes.
La lucha entre los gremios de la educación y el Estado se da en el marco de la pandemia. El Programa de Cada Familia Una Escuela es la respuesta del Estado a la emergencia del Covid19. Mi esposa es docente de educación media y he podido ver de cerca como funciona. Así que puedo atestiguar de primera mano el esfuerzo que están haciendo los docentes, con sueldos miserables, apoyados en sus propios recursos, con sus celulares y pagando altas tarifas en megas, yendo a pie para el trabajo recorriendo largas distancias, por la falta de efectivo y de transporte público, en fin, subsidiando al Estado, para poder cumplir con las metas de un programa audaz, pero improvisado, de un Ministerio que exige mucho y da unas migajas, tratando de mantener vivo el proceso educativo en medio del confinamiento por la pandemia.
Las orientaciones emanadas del Ministerio circulan por las redes. Los documentos son buenos, bien redactados y con orientaciones precisas. Pero no es tarea fácil reconvertir un sistema de educación presencial en un sistema de educación a distancia en cuestión de unos pocos meses. Esta metodología requiere apoyo tecnológico y personal entrenado en el manejo de sus estrategias de enseñanza-aprendizaje. No elimina el contacto personal entre el estudiante y el docente, pero lo minimiza y lo somete a procesos de control y evaluación distintos a la educación presencial. Lo que se está haciendo en Venezuela es al mismo tiempo, una necesidad, una proeza y una aventura, dada la falta de recursos materiales y tecnológicos y la falta de entrenamiento del personal docente en la aplicación de estas metodologías. Los alumnos elaboran sus trabajos bajando información de internet; el contacto con los profesores prácticamente se reduce a las salas de chat de whatsapp y el correo electrónico y son muy contados los casos en que hay una atención directa del profesor, la mayor parte de los casos, por vía telefónica. A pesar de todas estas dificultades, sin embargo, se reportan resultados, avances muy modestos, pero avances al fin y al cabo. Se realizan actividades como congresos pedagógicos, los retos de la ciencia, etc. Profesores, obreros y cocineras hacen esfuerzos sobrehumanos para preparar y suministrar el beneficio de la alimentación escolar. Sin embargo, lo que veo y puedo atestiguar, es una caída formidable de la calidad de la educación impartida por esta vía y una resistencia cada vez más enconada de los docentes a participar del programa, precisamente por la falta de recursos tecnológicos y los salarios miserables que perciben. Cada nuevo bono del Ministerio de Educación es una afrenta. Cada nueva tarea una carga fatigosa e insoportable. Yo no sé si es general, pero es el caso que puedo atestiguar del liceo donde trabaja mi esposa.
A pesar de todo, en medio de esa coyuntura, hay voces y espíritus que luchan por mantener viva la llama sagrada en el aula. Hace poco escuché un audio de la directora de un plantel que atestigua el heroismo y el desprendimiento con el que algunos docentes están asumiendo sus tareas bajo el peso de todas las dificultades y limitaciones a las que estamos sometidos. Con total desprendimiento y haciendo toda clase de sacrificios van a ese combate desigual entre las ganas de educar, de cumplir con la labor y el deber, y las fuerzas que empujan hacia la desintegración del sistema educativo, causada por las medidas de contención del Covid19 que limitan el contacto personal entre alumnos y docentes, la falta de infraestructura y plataformas tecnológicas adecuadas y los salarios de hambre, que no le permiten a maestros y profesores vivir con dignidad.
Estoy conciente del carácter un poco romántico de la pintura que estoy haciendo del oficio de educador. Es el homenaje que le rindo a mi madre, insigne maestra. La verdad debe estar en algún lugar entre esta visión, un poco idílica, del maestro como sabio puro, amonestador y amoroso que describe el códice florentino citado por López-Portilla y en el que creía mi madre, y la pintura amarga del maestro sarcástico, abusador y opresivo, que pintan en “The Wall”, la célebre película de Pink Floyd, con su famosa
“We don’t need your education,
We don’t need your thought control
No more sarcasm in the classroom
Teacher, leave them kids alone.
Hey, teacher, leave them kids alone!” [1]
Esta canción, aunque sólo refleja la educación británica, no deja de recordarnos la tensión que existe en todas partes, entre el aula como espacio para la emancipación, enfrentada a las fuerzas que pujan por la reproducción de viejas y nuevas formas de opresión. Esas tensiones también modelan la espiritualidad del docente.
Tal vez las nuevas generaciones de Licenciados en Educación vean su oficio como una especie de tecnología y nada más. En verdad, la profesionalización de nivel universitario de los docentes, representa un avance social y científico que les otorga a maestros y profesores herramientas que no tenían el antiguo maestro normalista o el humilde maestro de pueblo, que enseñaba a leer y escribir, sumar y restar, sin haber recibido instrucción formal. Infelizmente, el capitalismo corrompe e instrumentaliza todo lo que hay de sagrado en el ser humano, en su relación consigo mismo y con la Naturaleza. A eso le llaman “progreso”, una mitología de la que no escapa ni el propio marxismo. Sin embargo, a la autoimagen del docente como manipulador de tecnologías educativas, yo le opongo la visión del maestro antiguo, sabio amoroso, dedicado y desprendido, como mis maestras de primaria. Yo creo, como mi madre, que hay un fuego sagrado, la vocación docente, que palpita en el corazón de todo maestro o profesor, que nos hace parte de una tradición que se pierde en los orígenes de la civilización, como lo atestiguan las tablillas de Sumer y los códigos aztecas. Esa fuerza espiritual unida a las nuevas tecnologías puede ser la palanca para transformaciones más amplias y progresivas en la educación que abra paso, desde el aula, a nuevos proyectos de emancipación humana. Que así sea.
¡Feliz día del maestro, vieja! ¡Feliz día a todos los educadores de la patria bolivariana, estén o no de acuerdo con nosotros!
Fernando José Sánchez Salas: profesor jubilado de LUZ
[1] La Historia Empieza en Sumer, Samuel Noah Kramer, Capítulo I: La Primera Escuela. Ediciones Orbis, Barcelona, España, 1985.
[2] https://matadornetwork.com/es/el-maestro-mexica-era-mas-que-un-maestro/
[3] “No necesitamos tu educación, no necesitamos que controlen nuestro pensamiento, no más sarcasmos en la clase, ¡maestro, deja a los niños en paz!”
Maracaibo, 15 de Enero de 2021

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