
Todd Chrétien*
El 6 de enero a mediodía, Donald Trump habló ante 10.000 o 20.000 seguidores, diciéndoles: “Bajad al Capitolio, donde vamos a aclamar a nuestros valientes senadores y representantes, hombres y mujeres.” El abogado de Trump, Rudy Giuliani, incitó a la multitud a zanjar la disputa sobre la elección mediante una “prueba de combate”, y Donald Trump hijo les transmitió sus órdenes, “Venimos por vosotros”. Después de los discursos, miles marcharon de la Casa Blanca al Capitolio, sede de la Cámara de Representantes y del Senado.
La turba irrumpió en el Capitolio, arrolló el cordón policial, rompió ventanas, lanzó botes de humo y muchos se hicieron fotos sentados en el despacho de Nancy Pelosi (la presidenta Demócrata de la Cámara de Representantes) y en los salones del Senado. Senadores, senadoras y representantes se pusieron máscaras antigás y huyeron por los túneles de seguridad, interrumpiendo la sesión de confirmación de los votos electorales de Biden. Todo esto se retransmitió en vivo por televisión a todo el país. Millones temían que estaban asistiendo a un intento de golpe de Estado. Y tenían razón en preocuparse. La policía del Capitolio se sintió suficientemente amenazada para disparar y matar a una manifestante, que sin duda se convertirá en mártir de la extrema derecha.
¿Cuál era el propósito de la turba? Su objetivo era “impedir el robo”, es decir, evitar que la Cámara y el Senado confirmaran los resultados (un requisito legal) de la elección del pasado 3 de noviembre, que ganó Joe Biden con 81 millones de votos frente a los 74 millones de Trump (y con 306 votos frente a 232 en el anticuado colegio electoral, el sistema de votación Estado por Estado). Antes de los disturbios, por lo menos 13 senadores Republicanos (de un total de 53) y más de 100 Representantes (más de la mitad del total de 197 Republicanos en la Cámara) tenían previsto impugnar los resultados electorales de varios Estados. A título comparativo, en el año 2000, cuando George W. Bush perdió el voto popular frente a Al Gore, pero logró una exigua mayoría en el colegio electoral (por decisión del Tribunal Supremo), ningún senador o senadora Demócrata impugnó los resultados. Así, el número de Republicanos que trataron de revertir el resultado de la elección es indicativo del grado de radicalismo al que ha llegado el partido Republicano.
Pero ¿fue un golpe de Estado? He aquí mi opinión.
Trump sabía que la elección sería ajustada (más de lo que esperaban la mayoría de analistas) a causa del colegio electoral. Cuando se contaron los votos, de un total de 151 millones de papeletas, Trump perdió en los cuatro Estados que determinaron la mayoría del colegio electoral por un total de menos de 200.000 votos (Georgia, Pensilvania, Nevada y Arizona). Durante la campaña electoral, Trump hizo todo lo que pudo por alterar la votación, amenazando con acudir a los tribunales y llamando a sus seguidores a vigilar los lugares de votación. ¡Incluso animó a sus simpatizantes a votar dos veces!
Yo temía que la turba trumpista que hemos visto hoy invadiendo la capital trataría de bloquear los locales electorales de los barrios negros y crear un caos suficiente en la jornada electoral para que los abogados de Trump pudieran (como hicieron los abogados de Bush en 2000) “detener el recuento”. Esto habría sido una especie de golpe de Estado electoral. Sin embargo, puesto que cada Estado tiene su propio sistema de votación, la pandemia supuso una gran dificultad para dirigirse a los lugares adecuados que pretendían bloquear. Y en la noche electoral, Trump iba ganando en varios Estados y perdía en otros, de modo que su estrategia de “detener el voto” se frustró. Y aunque Trump siguió pidiendo a los gobernadores Republicanos que revertieran los resultados, una parte suficiente del establishment Republicano calculó que no había manera de ganar (incluso el Tribunal Supremo tumbó las falsas demandas de Trump). Así, los gobernadores Republicanos no han secundado los esfuerzos cada vez más desesperados de Trump, incluida la llamada telefónica filtrada en la prensa del presidente al gobernador Republicano de Georgia en la que le conminó a cometer un delito “encontrando” votos.
La turba trumpista perdió la ocasión en que podría haber causado el máximo perjuicio. Nunca se planteó la posibilidad de un golpe de Estado como el que hubo en Chile: el Pentágono no estaba por la labor. Y los seguidores de extrema derecha de Trump nunca estuvieron suficientemente organizados para provocar un cisma militar en la Unión (o combatir efectivamente bajo su propia bandera). En vez de ello, el peligro era que Trump pudiera utilizar a la multitud para crear el caos y la duda, de manera que unos pocos jueces bien escogidos pudieran admitir demandas y ascender por la escala judicial hasta llegar al Tribunal Supremo de EE UU, donde la mayoría recién estrenada de 6 a 3 jueces y juezas favorables a Trump pudiera encontrar una justificación legal (como hicieron en 2000) para devolver el poder a Trump (a pesar de que perdiera la elección popular con 7 millones de votos de diferencia). Nunca iba a haber tanques en las calles, pero esto no quiere decir que la voluntad de Trump de subvertir la democracia estadounidense (tan excluyente como es) no vaya a tener consecuencias.
Parafraseando a un crítico del fascismo, la crisis económica, el declive del imperio y el historial racista de EE UU han generado una nueva extrema derecha y Trump le ha dado una bandera. Sin embargo, si lo de hoy ha sido un ensayo chapucero, o tal vez tan solo la celebración de un casting, el peligro aumentará sin duda en los próximos años. Mussolini marchó sobre Roma con 30.000 fascistas armados en formación disciplinada. Pinochet movilizó al clero reaccionario, a los hijos de los ricos y al conjunto del ejército para tomar el poder. Y en sus comienzos, Hitler dirigió a 600 tropas de asalto en Múnich en su fracasado golpe de Estado de la Cervecería. En comparación, los secuaces de Trump son débiles (algunos más que otros). Sin embargo, el peligro concreto que representa Trump (o su sucesor) no se parecerá al de Alemania, Italia o Chile.
La clase dominante estadounidense tiene a su disposición a millones de policías y agentes de seguridad. Es posible imaginar que estas fuerzas evolucionen hacia posiciones como la de Amanecer Dorado (aunque incluso en Grecia vemos los retos a que se enfrentan las fuerzas paramilitares abiertamente fascistas). Es mucho más probable que se produzca una mezcla sucia de resoluciones judiciales reaccionarias de los tribunales dominados por Republicanos que limiten desde arriba el derecho a voto de la gente. Las victorias Demócratas de las elecciones de hoy en Georgia para el Senado empujarán a los Republicanos a nuevos intentos de supresión de votantes y a la delimitación de las circunscripciones en beneficio propio, todo ello combinado con milicias locales, bandas de extrema derecha y racistas, e intimidación policial desde abajo. Tal vez siga pareciéndose a lo que ha pasado por ser una democracia burguesa, pero habrá presiones desde la derecha para arrastrar a EE UU hacia atrás. El encarcelamiento masivo y las palizas a inmigrantes ya han creado un Nuevo Jim Crow, como lo ha llamado certeramente Michelle Alexander, pero la cosa puede resultar bastante peor. El desarrollo de estrategias, frentes y alianzas para hacer frente a este tipo concreto de amenaza de extrema derecha en EE UU será crucial.
Si vive durante tiempo suficiente, Trump puede aspirar de nuevo al poder en 2024. Su mensaje de hoy a la multitud sin duda huele a retorno: “Os queremos, sois muy especiales. Hemos visto lo que ocurre, veis cómo tratan a otros que son tan malos y malintencionados. Sé cómo os sentís. Pero volved a casa, y volved en paz.”
Sin embargo, haberle derrotado en las urnas nos ha dado un respiro. Debemos aprovecharlo.
*Todd Chrétien: militante de Socialistworkers.org, Estados Unidos.
Traducción: viento sur
Fuente: viento sur
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