
Rodrigo Rodríguez*
Como tantas veces antes, el significado de la palabra globalización se nos devuelve transformado en un concepto nuevo.

Mientras que en la década de los años 70 esta palabra globalización estaba asociada a políticas económicas, como las promulgadas por los “Chicago Boys”, hoy su significado tenemos que entenderlo de manera diferente.
La pandemia del coronavirus nos hace vivir lo que antes solo habíamos visto en las películas de ciencia ficción. Estamos “globalizados” como consecuencia de los efectos de una patología que nos afecta a todos y que induce terror por la incertidumbre sobre el tiempo y las consecuencias de sus afectos.

Antecedentes
La llamada “liberalización” de las economías buscó derribar todas barreras arancelarias y desregular las garantías y protocolos que regían el funcionamiento de los grandes bancos. Ésto permitió el libre movimiento de los capitales bajo la bandera de la democracia y la expansión de la prosperidad económica. Sin embargo, la posibilidad de que las personas también pudiesen moverse libremente para buscar mejoras económicas, siguió sin posibilidades de “globalizarse”. No obstante, hoy el bumerang se devuelve: la pobreza, las guerras y los problemas ambientales se acentúan y la “globalización” se percibe, entre otras cosas, por las oleadas de migrantes.
Perspectiva ambiental
Desde la perspectiva de nuestro entorno natural, las pandemias, como la del actual coronavirus, pone en evidencia la necesidad de asumir que las acciones del hombre y de sus sistemas económicos y sociales causan desequilibrios reales que tienen que ser abordados responsablemente por todos los Estados, por encima de un interés meramente mercantil.
La mal llamada gripe española de 1918-1919, se originó en campamentos militares estadounidenses (Fort Riley o Fort Green, Kansas) y posteriormente fue propagada a través con la llegada de tropas estadounidenses a Europa durante la primera guerra mundial; convirtiéndose así, en pandemia mundial. Se estima que pudiese haber acabado con la vida de entre 50 y 100 millones de personas. De forma similar, podríamos decir que el cambio climático es otro fenómeno de dimensiones globales al que no estamos preparados y que representa un problema aún más complejo que una pandemia.
Tendemos a pensar que sin crecimiento económico no puede haber “bienestar” y “prosperidad”. La trillada noción de que el crecimiento de la macro-economía de las naciones derramaría sus riquezas excedentarias sobre las masas “globalizadas” de trabajadores, sabemos que no es cierta. Entendemos también, que el crecimiento económico del sistema imperante no es ilimitado ya que demanda cada vez más recursos naturales que son, por naturaleza, finitos. Se trata de una realidad insoslayable: los patrones de consumo a los que nos hemos ido acostumbrando no son sostenibles.
Esta realidad fue expuesta en el primer informe del llamado “Club de Roma”, en su publicación del año 1972. Es válido recordar que el Club no es una agrupación de corriente comunista sino, muy por el contrario, un grupo fundado por el acaudalado empresario italiano, Aurelio Peccei, el académico británico, Alexander King, y nada más y nada menos que, David Rockefeller, en año 1968. La idea detrás de esta iniciativa era muy lógica, hay que comprender y hacerle seguimiento al surgimiento de problemas entre el entorno natural (recursos) y la producción de las empresas, para no poner en riesgo al negocio. En esta misma vena, la Fundación Rockefeller ha promovido y apoyado activamente el nacimiento de la agenda internacional ambientalista, entre otros, manteniendo una vinculación permanente con el desarrollo de la misma.
En paralelo a estos desarrollos, la crisis del modelo económico financiero, no produce otra cosa que no sean deudas impagables, y no encuentra salida a la trampa en la que ha caído; nos está arrastrando a todos al surgimiento de nacionalismos mal entendidos. La solución a los problemas globalizados y globalizantes no pueden basarse en el nacionalismo patriotero, burdo, racista, fascista; sino en los valores universales de la solidaridad, la colaboración y la paz, necesarios para la supervivencia de todos los habitantes del planeta, tal como lo dice la Organización de las Naciones Unidas, con la aspiración de alcanzar la máxima felicidad posible. En octubre de 1945 nació la ONU “para mantener la paz y seguridad internacional, fomentar relaciones de amistad entre las naciones, lograr la cooperación internacional para solucionar problemas globales y servir de centro que armonice las acciones de las naciones.” como reza en su artículo 1; en esa fecha, se supone habíamos aprendido la lección.

Perspectiva tecnológica
Desde la perspectiva tecnológica, la globalización nos ha llevado a la interconexión digital. La llamada “Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0”, supone una transformación del aparato productivo del mundo, su relación con los trabajadores y con la manera en que se comercializan los bienes y servicios, y en general, cómo se gestiona la vida de la gente. La digitalización de datos en múltiples actividades y de forma masiva, conjuntamente con un internet cada día más omnipresente y más rápido (5G), permite el uso de múltiples aplicaciones cibernéticas al unísono y en tiempo real. Estas aplicaciones se extienden a casi cualquier campo de la actividad humana, tales como las ciencias, como la medicina, la biología, así como también la ciencia de los materiales, la ingeniería, la industria y la comercialización.
El concepto de interdependencia económica, promovido por las grandes corporaciones transnacionales en los años 70, ahora se traduce en poder para recopilar y analizar datos de los movimientos y actividades de todos los ciudadanos del mundo, sin distingo de fronteras, al punto de constituirse en una forma de control social. Todos estos datos conforman el llamado “Big Data” que conjuntamente con la existencia de máquinas basadas en el uso de algoritmos, son capaces de aprender sobre el comportamiento de individuos (inteligencia artificial), lo que supone un cambio de paradigma de dimensiones gigantescas. Google y Facebook son un ejemplo sobre cómo nuestros datos son utilizados para orientar nuestras opiniones y/o decisiones. Ahora, cobra nueva vigencia la frase atribuida a John D. Rockefeller “no poseas nada, contrólalo todo”.
A la luz de la Industria 4.0, muchas profesiones, oficios y mano de obra no especializada, quedarán cesantes como resultado del creciente uso de procesos automatizados que abaratarán la producción y aumentan las ganancias para las grandes corporaciones que se convierten en hegemónicas de cada sector productivo y/o comercializador (Amazon, Ali Baba). El resultado es que sobran unos cuantos millardos de personas en el mundo, para los cuales pareciera no haber ningún papel que desempeñar.
Un ejemplo palpable del modelo hegemónico ya está en práctica a través de corporaciones de biotecnología como Monsanto-Bayer, Dow-Dupont (ahora conocida como Corteva), ChemChina-Syngenta y BASF con la diseminación de los cultivos transgénicos. Estas cuatro empresas controlan más del 60% del mercado de semillas patentadas del mundo. El modelo de los cultivos transgénicos monopoliza la producción agrícola, a través de, un paquete tecnológico que va, desde la venta de semilla patentada hasta el uso de los pesticidas correspondientes. Los pequeños productores independientes no pueden escapar. Si controlas la alimentación controlas el mundo.

El desenlace
Hoy vemos que la reacción social a la globalización neoliberal y hegemónica, fomenta al maniqueísmo político (que divide al mundo en blanco y negro, en buenos y malos); esos nacionalismos simplistas y mal entendidos, pero con base en reivindicaciones a menudo justas de la clase obrera de los países “desarrollados”; ha colocado a las clases obreras inmigrantes como chivos expiatorios de los problemas creados por un modelo económico excluyente y elitista. Estos acontecimientos son muy peligrosos porque sirven a los intereses de un sector particular de las élites, representadas por muchos líderes como Donald Trump, que no parecen preocuparse por la suerte de esa gente que “sobra” según se vislumbra en la Cuarta Revolución Industrial. Ésto, por supuesto, no quiere decir que las élites enraizadas en el modelo de la globalización neoliberal se preocupen por esas mismas personas.
Todo lo anteriormente indicado, es decir el cambio climático y los distintos tipos de conflicto o fenómenos, puedan servir de excusas para que los países desarrollados intervengan en los territorios y/o sistemas económicos y políticos de los países en desarrollo; asaltar los recursos pertenecientes a los segundos, sirven para perpetuar la supervivencia y los intereses de los primeros.
En el marco del derecho internacional público, resulta inadmisible que el concepto de Estados nación, y los límites de los derechos soberanos aprobados en 1945, sean secuestrados por los “poderes facticos”. Sin embargo, hay que ser conscientes que los procesos de cambio social, políticos y tecnológicos nos llevan inexorablemente a redefinir las leyes que rigen un Estado nación, y las relaciones entre ellos. Un ejemplo es la aparición de las criptomonedas que ponen en cuestionamiento la conveniencia de continuar con un sistema bancario con poca o ninguna transparencia y la autoridad misma de los Estados en reglamentar el funcionamiento de operaciones entre los ciudadanos del mundo.
La única manera de combatir esta situación es sobre la base de un proyecto ético, basado en valores que den a nuestra juventud, y a la juventud del mundo, una razón por la cual luchar, creer y con ello rescatar los avances civilizatorios de instituciones globales fundamentales como el sistema de Naciones Unidas.
“No es hacer cada quien su negocio, i pierda el que no esté alerta, sino pensar cada uno en todos, para que todos piensen en él. Los hombres no están en el mundo para entredestruírse sino para entreayudarse.”
Simón Rodríguez
*Rodrigo Rodríguez es colaborador de IR
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