Christian Gómez*
Creada por las musas. Eso significa en su origen la palabra música; es decir, hija de la inspiración. Nada parece tener en los humanos el influjo de conexión emocional y sugerencia de nociones que tiene esa maravilla que significa la música.
Nuestro Caribe vibra desde siempre al sonar de instrumentos de percusión y voces solistas o colectivas, a las que se sumaron cuerdas y vientos. Algunos nacieron en estas tierras, otras vinieron por ambición o traídas a la fuerza.
Nuestra musicalidad se terminó fraguando, en un crisol de historias convulsas una creatividad y expresividad musical especialmente rica. Una creatividad colectiva, una exaltación estética del sufrir, del amar, de anhelos y frustraciones de los humanos que poblamos el Caribe se ha hecho carne en nuestra música.
El Caribe hispanoparlante ha sido y es una fuente privilegiada de ingenios musicales; expresión sincrética –ayer campesina, hoy urbana-, en la que se trasluce el africano rebelde de la plantación y del cumbe, el indígena sobreviviente e insumiso y el blanco de orilla desengañado de su falsa superioridad ante la opresión de la metrópoli, primero, y de las oligarquías nativas, luego.
En el siglo XX, transporte y comunicación aportaron una interrelación más estrecha entre las distintas comunidades caribeñas. La utilización de medios y técnicas de grabación y difusión musical, nos permitieron encontrarnos, o más bien reencontrarnos y reconocernos en una identidad histórica, cultural y musical. La música afrocaribe, es entonces -más que afro y más que música- historia viva de los pueblos del Caribe.

El tema cultural-artístico-musical tiene en América Latina un capítulo muy especial. Hace mucho que nuestra música caribeña fue aceptada –quizás invadió- los espacios comerciales de la industria musical masiva. El punto más alto de esa apertura debe haber sido la
Fania All Stars de Jerry Masucci. Aun en los grandes escenarios y ganando discos de plata, oro y otros metales, nuestra música no dejó de tener una conexión de identidad, de reivindicación del mestizaje rebelde inconforme y con aspiraciones. Suenan aún “las Caras Lindas” de Ismael Rivera, “Pablo Pueblo “ y “Maestra Vida” de Rubén Blades, “Juan Albañil” de Cheo Feliciano. “Plantación Adentro” narra el asesinato impune de un jornalero del campo, con la misma irreverencia que muestra la narración literaria de la masacre –no tan ficticia- de los bananeros en la célebre novela “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez. Por encima de la industria musical la música caribeña, habla de nosotros y suena a nosotros.
Así como las dictaduras militares sanguinarias de los 70 en el Cono Sur, proscribieron y persiguieron las expresiones de la música tradicional y popular en la época; hoy este proceso se está viviendo en el Caribe hispanoparlante -con el mismo énfasis pero con otros métodos- para tratar de enterrar la culturalidad mestiza latinoamericana y tropical que brota por doquier en nuestra música caribeña.
El caso particular de géneros como el reggaetón y el trap, y la forma en que son utilizados por la industria/mercado musical es un claro ejemplo de como las corporaciones han logrado domesticar símbolos de lucha social, racial y nacional, como lo han sido ritmos caribeños, rap o reggae para traslocarlos a una versión banal de consumismo sexual.
No por casualidad, se presenta un documental en el canal NatGeo, -voz e imagen de la National Geografic Society, norteamericana, centro de articulación y promoción de sus injerencias imperialistas en el planeta-, acerca de la música en América Latina. Este documental hace un recuento sobre la evolución de la música en nuestro Caribe y luego de una historia que traía desde el son, la rumba, el mambo… salta olímpicamente a definir al reggaeton como la expresión condensada de todos los géneros antes nombrados. Tal afirmación no tiene ningún asidero en la realidad ni desde el punto de vista musical, ni estético, ni simbólico y mucho menos en lo social, es decir en lo cultural.
El manejo mediático impuesto por las corporaciones a través de estos géneros musicales -muy comerciales, pero de escaso valor artístico-, pretende borrar prácticamente cualquier intento de mantener, renovar, resurgir o de crear nuevas propuestas musicales.
Anteriores géneros emergentes de perfil muy comercial, como la soca, la lambada y el merengue house, tuvieron un ciclo de vida corto frente a la ya socialmente establecida cultura musical caribeña. Nuestra vibrante música caribe, originada en ritmos mayormente cubanos como el son el montuno y el guaguancó, con aportes como el bolero, la plena borincana, el merengue dominicano; y luego con la fusión y generación de ritmos y géneros en todo el caribe y en todo lugar donde los caribeños se congregaban a habitar, como Nueva York con la pachanga, la descarga y el jazz latino, habían mostrado por décadas el poder de prevalecer en las preferencias populares, aún por encima de cercos de cadenas radiales y discográficas.
Mucho de su vigencia venía de representar en muchas ocasiones espacios para el autoreconocimiento, la protesta y el espíritu independentista y nacional como el caso de Puerto Rico entre otras banderas de rebeldía. Se construyó, lo que podríamos denominar una nueva esfera del folklore caribeño.

La dictadura de la corporaciones mediáticas, que con su producto ha conseguido minimizar 70 años o más de legado musical, trabajan para castrar esta identidad cultural. Han logrado tener un producto que atrae a la juventud en su fase vital más creadora para anclarla al tema del consumismo e hipersexualización (expresión que al mismo tiempo es una especie de banalización de la sexualidad), además del contenido misógino que no es el mismo de los siglos anteriores, pues ha incrementado su carácter reactivo –más propiamente reaccionario-, pues la mujer en buena parte de la región ha tomado papeles beligerantes y protagónicos, en la organización y en las luchas sociales. El caso de Venezuela, donde el 70% o más de los consejos comunales y comunas son liderizados por mujeres es un ejemplo claro. Se trata entonces de regresar a la mujer a «su papel» pero con el agravante de tratar de convertir su despertar en un rol de esclava sexual proactiva, para atrapar su anhelos de igualdad, participación y liberación, entre el rol de objeto por un lado y, por el otro, valiéndose de los valores conservadores religiosos aún regentes en nuestra América, afectar su moral y dignidad. Para con ello Ir más allá, a reducir la femineidad hacia el objeto sexual más deshumanizado, hasta “Eva la culpable”.
También hay una intencionalidad de sojuzgamiento artístico. El espectáculo reggaetón – trap muestra una simpleza rítmica y melódica. Impone los intereses del mercado y manipula el consumo, con productos de fácil digestión y de emotividad superficial, para promover –con bastante éxito, lamentablemente- el consumo masivo, rápido, fácil y adictivo de música de escasos arraigos humanos y valores artísticos. Vale decir, es la industria de la “fast food” musical.
Por tanto, es ausente de músicos. Hay una robotización del arte musical que, tal como ocurre en las fábricas, sustituye buena parte del trabajo humano. En este caso la sustitución se centra en minimizar la realización creativa artística de los humanos. Un saxofonista es como un viejo zapatero artesanal italiano, que hace sus piezas a mano y a la medida, que ve reducido su trabajo frente a la arrolladora competencia de la “línea de producción”; que ha logrado en buena medida entrenar el oído musical colectivo, a través del manejo mediático-psicológico de masas, al asociarlo a los nuevos “valores” de la banalización de la sexualidad, el tema del poder (económico, y hasta hamponil) y el reconocimiento social de estos Divos. El “prét a porter” de la música.
Claro está que, desde el punto de vida de los aparatos comunicacionales, la batalla cultural pareciera ser muy desigual, sin embargo la resistencia musical busca caminos. La cada vez más fácil capacidad de producir con calidad medianamente profesional sin mayores inversiones, gracias a las tecnologías disponibles, como hemos visto con muchísimas producciones creadas desde la pandemia, hacen pensar que hay la posibilidad real de derrotar la dictadura corporativa mediática anti cultural desde los espacios menos esperados y de manera asimétrica. Las reflexiones expresadas en estas líneas aspiran ser una modesta contribución a ello.
Difícil de ponerle freno, la musa existe, bebe de la fuente de las vivencias cotidianas de millones de caribeños y apuesta a revitalizar conexiones e identidades esenciales. La tenemos en frente, exponentes también, con mucho aún por explorar y crear… nos corresponde animarlos, respaldarlos con un: ¡Música maestros…!
* Colaborador de IR. Simpatizante de LUCHAS
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