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Insisto y Resisto

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Tailandia ¿Historias de Hollywood al servicio de las luchas de masas?

11 de noviembre de 2020 por tali Leave a Comment

                                                                                                         José Doménico*

Desde octubre pasado, Tailandia sesumó a la centena de países que en los últimos dos años han vivido multitudinarias y espontáneas movilizaciones de masas que enfrentan injusticias económicas, políticas y sociales. En estas manifestaciones, lideradas por jóvenes, un gesto se transformó en símbolo de unidad de cientos de miles en la lucha y de irreverencia frente a la monarquía y la dictadura militar responsables de los planes de ajuste económicos y de la limitación de libertades democráticas. Tal gesto es el brazo extendido mostrando los tres dedos centrales extendidos y unidos, mientras se entona un silbido característico.  

Todo importante proceso de lucha de masas  generan o asume símbolos. Este es el caso de la bandera que usan y defienden los mapuches del extremo Suramericano; el manto tradicional o kufiya palestino; y la multicolor wiphala, insignia del carácter plurinacional de Bolivia. También  el emblema de la hoz y el martillo cruzados con el cual los bolcheviques proclamaban el gobierno obrero y campesino de la Rusia de los soviets.

En el caso de Tailandia este gesto simbólico no proviene de arraigos étnicos, de hechos tradicionales de su cultura o historia, ni de tradiciones políticas de la clase trabajadora internacional. Corresponde a una muy comercial saga de películas, realizada por una gran productora norteamericana: “Los Juegos del Hambre”.

¿Cómo coincidieron una producción hollywoodense y una profunda rebelión de las masas tailandesas?

“Los Juegos del Hambre” es una saga de acción basada en una novela, producida por la importante empresa canadiense-estadounidense Lionsgate; dirigida por Gary Ross y protagonizada por Jennifer Lawrence y Josh Hutcherson.

Su argumentación está basada en la conflictiva relación romántica entre los protagonistas, cargada del heroísmo individual de la chica y de la dubitativa conducta del chico que siempre es empujado más allá de su carácter arrastrado por sus sentimientos. Esta -no tan novedosa épica romántica-, se desenvuelve en una sociedad distópica en donde predomina una tremenda explotación del trabajo, gracias a un régimen ultra autoritario con un severo control mediático, impuesto tras derrotar una rebelión en décadas anteriores. Tal sociedad distópica, muy similar a la Europa ocupada por los nazis, es subvertida sin proponérselo por las acciones de los protagonistas, siempre en una perspectiva de heroísmos individuales.

Cual corresponde a la narrativa de la industria monopolista del cine yanqui, el filme no contiene profundidades conceptuales ni convoca a infinitas reflexiones colectivas. Tampoco es alegórico a la irreverencia, como han sido -en otros momentos y contextos- cintas como “La Pared” de Pink Floyd, “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick, o “Nacido el 4 de Julio” de Oliver Stone.

La irreverencia surgió en la juventud tailandesa que en su accionar de movilización, ante la ausencia o debilidad de otros símbolos, se ha apropiado de este gesto, lo ha resignificado en las calles, haciéndolo emblema de sus luchas. Hay una reinterpretación de ese mensaje épico que llama a esperar a que los grandes héroes construyan la historia. En Tailandia los chicos y chicas, trabajadores precarios y estudiantes en su amplia mayoría, están tomando la historia en sus manos y colectivamente lo están rehaciendo sin esperar salvadores externos.

Toda creación artística, refleja la interioridad de sus creadores, su perspectiva del mundo, de la vida misma y su bagaje de conceptos y visiones. Sin embargo, en este caso, no hablamos de un cine de autor sino de una creación de una corporación de la comunicación que tiene una clara perspectiva de mensaje ideológico con la intención de reproducir y dar soporte a su sistema de explotación capitalista, mientras se lucra de los sueños humanos por zafarse de sus desgracias. 

Lionsgate es una gran productora, parte de la industria comercial y propagandística de la burguesía yanqui que ha hecho del cine un instrumento eficiente y altamente rentable para propagar su ideología. Una industria que ilusiona a millones con personajes “triunfadores” que atropellan valores y derechos humanos para alcanzar su anhelado éxito; que promueve el individualismo y la competencia feroz y desleal entre trabajadores y la sumisión servil a los magnates empresariales y sus agentes; que ha fabricado los prototipos de afroamericanos drogadictos y delincuentes, asiáticos y musulmanes terroristas, latinoamericanos narcotraficantes, todos derrotados por superhéroes blancos anglosajones y protestantes.    

Estamos plenamente seguros que ni Lionsgate, ni el resto de las grandes productoras, están orgullosas del inesperado uso de esta imagen cinematográfica.

¿Por qué necesitan las masas tailandesas un símbolo?

La humanidad es una especie eminentemente gregaria, colectiva. Lo es desde su base biológica y -más aún-, desde que sus capacidades creadoras han ido desarrollándose y permitiendo el crecimiento y agregación de grandes y complejos conglomerados humanos. Desde que vivimos en verdaderas sociedades, somos más colectivos que nunca en nuestra perspectiva biológica, psicológica y social. Tal espíritu gregario requiere de elementos que sustancien una identidad colectiva. Más allá de los rasgos biológicos de identidad colectiva que compartimos con muchas especies, actúan en nosotros rasgos identitarios asociados a la comunicación, a lo ritual, a lo cosmogónico, y por tanto, a lo simbólico.

Las necesidades de una identidad colectiva han sido estudiadas por la psicología y sociología modernas. De esos estudios se ha nutrido la burguesía, durante el siglo XX y XXI, para la promoción y venta de productos de sus corporaciones mundiales y por supuesto, para sus grandes proyectos políticos.

Tanto el antisemitismo hitleriano como la xenofobia trumpiana –parecidos, no por casualidad-, utilizan esta necesidad de identificación colectiva en función de un objetivo político, absolutamente contrarrevolucionario en este caso. Mas cotidianamente es usada en el mundo del “marketing”, es decir de las herramientas de influencia en la conciencia de las masas para aumentar el consumo de bienes en pro de aumentar las ganancias de las corporaciones.

Es un triunfo de la burguesía que millones de jóvenes en el mundo logren sentir satisfecha su necesidad de identidad colectiva, por tanto de aceptación en el colectivo, a través del uso y exhibición de prendas de vestir de marcas “reconocidas” En esta esfera, en el caso de importantes sectores de la humanidad, el capitalismo ha logrado que una necesidad y expresividad de la naturaleza humana se transforme -en nuestra contra- en un medio de alienación y sobreconsumo. Nuestro natural y necesario gregarismo al servicio de su sed infinita de acumulación de capitales. Aquí recobra valor la reflexión de que la liberación de la humanidad de la esclavitud del capital es también un proceso cultural.

La rebelión tailandesa de hoy, demuestra que también en el terreno comunicacional y cultural, la dominación del capital sobre el trabajo, encierra en sí misma las contradicciones que tienen la potencialidad de superarla.

En tiempos normales y calmos, los patrones culturales expresan los mensajes y conceptos que buscan perpetuar la dominación de la clase capitalista sobre el conjunto de la Sociedad. Pero cuando las condiciones materiales de la vida de las masas las empujan a la movilización, exacerbando las tensiones entre sus necesidades insatisfechas y las relaciones sociales de producción, tales tensiones presionan los “contenedores sociales” en lo artístico, mediático y cultural, insurgiendo en expresiones diversas, en ocasiones inesperadas. 

Un precedente interesante aconteció en Argentina, a comienzo de los 80. Las dictaduras asesinas instaladas tras el triunfo del Plan Cóndor en el Cono Sur, a lo largo de la década anterior, reprimieron y suprimieron las expresiones musicales folclóricas, autóctonas y populares, pues habían servido de mecanismo masivo de identificación y reivindicación popular, antioligárquica y antiimperialistas. También las expresiones referidas al rock por su imagen irreverente. Una vez derrotado el movimiento de masas, y requerida la dictadura argentina de cierto apoyo juvenil de cara a la Guerra de las Malvinas permitieron, en eventos masivos musicales, los conciertos de rock. Los jóvenes se apropiaron del rock y del espacio de los conciertos como símbolos y herramientas para expresar sus insatisfacciones, sus rebeldías y su enfrentamiento a la dictadura militar.

Hoy, la lucha masiva desbordante de los jóvenes trabajadores tailandeses, el reconocimiento de que sus necesidades aspiraciones e insatisfacciones no son individuales, sino colectivas, planteó de inmediato la necesidad de expresar esa nueva identidad colectiva de jóvenes luchadores democráticos y antineoliberales. 

No conociendo o no sintiéndose identificados con elementos de su historia, o de las luchas históricas de la clase obrera, se apropiaron -quizás sea correcto decir expropiaron- un símbolo mediático comercial, lo reinterpretaron desde sus necesidades y consignas, lo resignificaron desde sus métodos de lucha y movilización y lo colocaron irreverentemente al servicio de las luchas de la clase trabajadora y las masas populares, que parecen apenas comenzar.

*José Doménico, militante de LUCHAS y del Consejo Editor de (ir)

Venezuela, Noviembre, 2020

Filed Under: Internacional, Opiniones y debates, Sin categoria Tagged With: Juventud en luchas

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